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Los viajes de Marco Polo/Libro II/Capítulo XXV

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPITULO XXV

CAICUÍ Y EL REY DE ORO.

Saliendo de Pianfu y dos jornadas más adelante en direccion á Poniente, se encuen tra el hermoso castillo de Caicuí, erigido por un rey llamado el Rey de oro. Hay un palacio, y en él un gran salon donde se conservan pintados los retratos de todos los reyes antiguos de la provincia: es cosa digna de verse por su riqueza.

El Rey de oro guerreaba contra el Preste Juan, pero vivía en un lugar tan fuerte, que su enemigo no podía vencerle ni causarle daño de ctro modo, cosa que le contrariaba mucho. Sucedió que siete servidores del Preste Juan dijero á su señor, despues de haberse juramentado, que ellos se encargaban de llevarle vivo al Rey de oro si esto le convenía, á lo que el Preste contestó que quedaría muy agradecido á tal servicio.

Los servidores, entónces, salieron con sus escuderos para la corte del Rey de oro, y se presentaron á él diciendo que venían de lejanas tierras para servirle, ofrecimiento que fué muy bien acogido por el monarca. Los servidores del Preste permanccieron en aquella corte dos años, logrando captarse la estimacion de su nuevo señor, hasta el punto de que los quería como á hijos. Hé aquí cómo se condujeron estos malvados. Andaba una vez el Rey solazándose en compañía de muy poca gente, entre ésta los siete traidores, y despues de haber pasado un rio que dista una milla del castillo, viendo los con jurados que la ocasion era muy propicia, resolvieron ejecutar su proyecto, y echando mano á las espadas, intimaron al rey que los siguiese, ó que si no lo matarían. El, admirado de aquello, les preguntó: «¿Qué significa esto y dónde quereis que vaya?» Y ellos respondieron: «A nuestro señor, que es el Preste Juan. El rey tuvo de esto grandísimo dolor y no hacía más que decirles: Si os he honrado tanto en mi castillo, ¿cómo quereis entregarme á mi enemigo?» Pero ellos, no escuchando razones, se apoderaron de él y lo llevaron al Preste Juan, el cual, contentísimo de la captura, encargó que se le dedicase al cuidado de los animales, para hacerle ver cuánto le despreciaba. Al cabo de dos años dispuso que se lo presentaran, y despues de haberle vestido ricos trajes y de honrarle, le dijo: «Ya ves que no puedes guerrear conmigo.» A lo que el prisionero contestó: «Es la verdad, y así lo declaro.»—Entónces, repuso el Preste, no quiero más de tí: desde hoy en adelante serás mi tributario.» Y dándole armas, caballos y cseolo dejó marchar, siendo desde entónces buenos amigos. Esto refieren las gentes defa