Méjico (Viajes) 4

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El Museo Universal (1869)
Méjico 4


MÉJICO.

(Continuación.)

Con sus magníficos claustros y sus bellos jardines, era en nuestro concepto el mas rico de Méjico.

Dos iglesias, cuyo interior está cubierto de gigantescos retablos de dorada talla, tres capillas de buen gusto, claustros tapizados de pinturas, lo hacían un monumento de los mas notables. Pero los partidos han destruido el convento, se han hecho calles al través de los claustros, y se han vendido sus jardines. Los soldados que en los dias de lucha ocuparon este edificio, dejaron en él como en Santo Domingo la indeleble marca de su paso: el convento se halla actualmente en el mas deplorable estado.

La fachada que mira á la calle de San Francisco, presenta un pórtico magnifico.

Compuesto de pilastras del renacimiento, adornadas con bajos-relieves, dominadas de capiteles y separadas por nichos con sus estatuas, el conjunto ostenta una riqueza de ornamentación estraordinaria, de un gusto acaso dudoso, pero de notable delicadeza de detalles. Y admiranse tanto mas estas esculturas, cuanto que, según la crónica, no son debidas al cincel del artista, sino al pico del picapedrero.

Actualmente la puerta de San Francisco no existe, el convento está derruido, los materiales dispersos y el terreno vendido.

El convento de la Merced es sólo una inmensa fábrica, en la cual, ni la iglesia ni la fachada pueden llamar la atención; pero su claustro es el mejor de Méjico.

Blancas columnas con vistosos arcos, forman inmensas galerías trazando un gran patio, cuyo centro adorna una modesta fuente. Estas ligeras columnas y los calados que adornan los arcos, recuerdan el estilo granadino, que con tanto esplendor se ve desenvuelto en el patio de la Alhambra.

Situado en medio de un barrio de los mas populosos, el claustro forma por su soledad y silencio un gran contraste con el tumulto y agitación de afuera. Nada puede compararse á la tristeza que reina dentro de estas paredes. De vez en cuando llega un aguador á llenar sus cántaros y sus chochocoles. Giras veces la blanca túnica de algún religioso, viene á animar un momento el desierto de las galerías, para desaparecer luego en las sombras de los vastos corredores, poblados de celdas inhabitadas en su mayor parte.

En las paredes de las galerías, hay una multitud de cuadros representando escenas religiosas con figuras de tamaño natural, que representan á su vez á los martires y santos de la orden. Todas estas fisonomías mudas, en el éxtasis de la oración ó del dolor, nos ofrecen una lúgubre perspectiva.

La Merced poseo también unn biblioteca, donde el aficionado puede encontrar un tosoro; y el coro de la iglesia, compuesto de un centenar de sillas, es uno de los mas bellos que conozco.

El Salto de agua es la única fuente monumental que tiene Méjico. Situada fuera de las grandes vias de circulación, y en el centro de un barrio, termina el acueducto que, partiendo de Chapultepec conduce á Méjico las aguas. Es una construcción oblonga con una fachada de mediana ornamentación. En el centro hay un águila con las alas abiertas que sostiene un escudo en que se ven las armas de la ciudad: a cada lado unas columnitas espirales con capiteles corintios, sostienen dos figuras simbólicas de América y de Europa, y ocho grandes vasos.

Según los historiadores de la conquista, y los antiguos cronistas mejicanos, el Salto de agua y el acueducto que termina, vinieron á reemplazar el antiguo acueducto de Motezuma, construido por Netzahualcóyotl, rey de Texcoco, bajo el reinado de Izcoatl, esto es, de 1427 á 1440.

Leemos también en Clavigero que dos acueductos traian el agua de Chapultepec á la capital. La fábrica era una mezcla de piedra y argamasa, y las dimensiones de los acueductos de cinco pies de altura y dos pasos de latitud.

Aunque doble, el agua sólo llegaba á Méjico por un sólo acueducto, facultando asi la reparación del otro, caso necesario, á fin de que el agua llegara siempre pura. Hay que confesar que los mejicanos antiguos tenían gran prudencia y mucho cuidado de sus monumentos.

Recorriendo los alrededores de Méjico, se halla en Popatlan, á unas dos leguas de la ciudad, uno de los mas poéticos recuerdos de la conquista: el Ahuahuete ó viejo ciprés, á cuya sombra vino Hernán Cortés á descansar deplorando su gran derrota del 1. de julio; ciÍirés que se llamó luego Arbol de a noche triste.

Recordemos rápidamente las causas de aquel desastre.

Motezuma era prisionero de los españoles, y la nobleza mejicana, queriendo honrar aun á su rey preso, le ofreció el espectáculo de una danza en el mismo palacio que le servia de prisión. Alvarado mandaba en ausencia de Cortés, y no quiso permitir la reunión, sino con la condición espresa de que se presentaran sin armas. Aceptada de buena fe aquella condición, el palacio se llenó de nobles mejicanos que á la hora fijada se presentaron vestidos con sus mas ricas galas. Aquella muchedumbre era un océano de vivos colores, de alhajas de oro y plata y piedras preciosas.

A vista de tal riqueza, se deslumbraron los españoles, que de común acuerdo se precipitaron sobre los indios haciendo en ellos una horrible carnicería.

La nación se estremeció á la noticia de semejante atentado, pero la condición del rey prisionero, la contuvo todavía. Además, Corles estaba ausente y se esperaba de su justicia el castigo de los culpables.

Vencedor de Narvaez, entró luego triunfalmente, y ciego con los laureles de su triunfo, no vió la enormidad del delito y se limitó á reprender en vez dé castigar, esperando que el tiempo apaciguaría la indignación popular.

Pero la desesperación y cólera de los mejicanos llegaron á su mayor grado y la muerte de Montezuma quitó ya toda esperanza de reconciliación. Entonces ya se hicieron una guerra á muerte sin tregua ni cuartel. Los arcabuces y las culebrinas fueron inútiles contra aquellas oleadas continuas de guerreros, y los españoles turbados é indecisas hubieron de pensar en la retirada. El mismo Cortés perdió en aquella ocasión la presencia de espíritu que jamás lo habia abandonado: ante la enormidad del peligro vaciló su valor, y siendo preciso huir creyó conveniente ocultar su retirada á favor de una noche oscura y lluviosa.

La tropa española, seguida de sus aliados los Tlascaltecas abandonó, pues, aquella ciudad que había presenciado antes tantos triunfos. Los soldados cargados de oro seguían penosamente á su caudillo: ningún peligro aparente detenía la marcha, la ciudad estaba silenciosa; algunas horas más y todo estaba salvado. Pero en el momento de salvar los puentes de la calle de Tlaeopau, millares de guerreros pulularon portadas partes y se trabó una lucha horrible, combate sin nombre donde entre gritos de rabia y de dolor pereció sin gloria la flor y nata de la tropa española, cuyos soldados caen á las fangosas aguas de los fosos bajo el hacha de sus enemigos, los resentidos mejicanos. Cortés, Ordaz, Al varado, Olid y Sandoval, escaparon con u'ran dificultad seguidos de un puñado de los suyos, y huyeron sin atreverse á recordar los horrores de aquel desastre. Al sabio Mr. Laverriere debe el viajero del valle de Méjico el descubrimiento de las ruinas de Tlalmanalco y algunas noticias sobre su origen. Por lo demás, nadie mejor que él conoce el sitio ni nadie puede describirlo mejor. A legua y media de Chalco, dirigiéndose el viajero hacia los volcanes, sube una pequeña pendiente, pasa par delante de la magnífica hilandería de Miradores, y á algunas millas mas allá, se halla ante las ruinas del pueblecillo medio arruinado de Tlalmanalco. En medio del cementerio junto á la moderna iglesia, se elevan los soberbios arcos, cuya construcción se remonta á los primeros tiempos de la conquista. Estas ruinas, según Mr. Laverriere, son los restos de un convento franciscano, cuyos trabajos no se concluyeron. La arquitectura de estos arcos es en verdad estraordinaria, y la forma de las columnas, los capiteles y esculturas tienen algo del gusto morisco, gótico y renacimiento. La creación ei completamente española, y recuerda la catedral de Burgos y la Alhambra. La lamentación tiene el sello mejicano, rico, caprichoso, fantástico y semi-simbólico. I'ero si el trazado es español, h ejecución es enteramente mejicana y el conjunto ofrece el sello de las dos civilizaciones. Las ruinas de Tlalmanalco son únicas en su género en Méjico y en ninguna otra parte se encuentra nada que se le asemeje. Para conocer bien el valle, resta que hacer al viajero una escursion á San Agustín y á nuestro Señora de Guadalupe. San Agustín es un pueblecillo bastante helio, situado á cuatro leguas al Sur de Méjico. Toda su celebridad proviene del juego que en la fiesta del santo atrae á los mejicanos y á los forasteros, que van allá á probar fortuna. Es menester, siquiera una vez en la vida, haber asistido á esta reunión estraordinaria, donde la mas esquisita dignidad preside á los ciegos fallos de la fortuna. En una gran mesa se estiende un tapete verde, que desaparece bajo pilas de oro. Allí se juega al monte. El banquero sólo tiene probabilidades razonables, estando mas bien la ventaja de parte de los puntos, al contrario de lo que sucede en los juegos de Hombourg, que son una verdadera trampa. El dinero que se atraviesa es considerable, siendo ilimitados los puntos. Se puede en principio apuntar el total de la banca que hay sobre el tapete, esto es, de 12 ú 15,000 reales; lo (pie se llama tapar el monte. Hay que añadir que este caso es raro y no siempre favorable. Entremos, pues. La sala está llena: sólo se admite oro. Tíranse cartas y corre el azar. Los puntos cobran ó pierden, sin que un gesto ó palabra inconveniente interrumpa la partida. En medio de esta reunión donde se desenvuelven á cada instante las peripecias de la mas terrible de las pasiones humanas, se podria oir el vuelo de una mosca: tan absoluto es el silencio. ¡Cuántos, sin embargo, se retiran desesperados! Hablase de un padre rico, que llega algunas veces seguido de un sirviente cargado con un talego de oro (unos 250,000 reales). El buen padre se detiene, observa el juego, calcula y decidiéndose al fin por una carta, deposita como puesta todo el dinero. El banquero tira, y él escucha sin emoción, gana ó pierdo con la misma sangre tria y encendiendo su cigarro, se retira. Las fiestas de Tacubaya no tienen la misma celebridad. Pero la maravilla digna de visitarse es la propiedad de don Manuel Escandon, deliciosa residencia rodeada de lagos y cascadas y bellísimos jardines, en que se ven todas* las llores del mundo. Un jardinero jubilado cuida de ella, y nosotros debemos rendir aquí hom-nage á la urbanidad del propietario de la villa, que con tanta finura y cortesía hacen los honores de la casa. Guadalupe es un lugar situado á dos leguas al Norte de Méjico, y al cual se va en algunos minutos por una vía férrea. Guadalupe es sitio de peregrinación en Méjico. La Virgen tiene allí una capilla situada en la cima de una roca enlazada á la cordillera principal y que forma promontorio en la llanura. La capilla mira á Méjico y permite al viajero recorrer y abrazar con la vista todo el panorama del valle.

(Se continuará.)

MÉJICO.—COSTA y PUEBLO DE SAN BLAS.