México, como era y como es/30

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México, como era y como es
de Brantz Mayer
traducción de Wikisource
CARTA XXVIII.




CARTA XXVIII.


CARÁCTER MEXICANO


Yo he advertido ya en cartas anteriores del carácter privado y las costumbres domesticas de los mexicanos y confieso, que llegué al país con opiniones nada favorables a la moral, gustos o hábitos de la gente. Se alegó que tenían una positiva antipatía hacia los extranjeros, y que el sistema exclusivo de España, en el que fueron educados, había excitado en ellos un disgusto para innovación; una alegría indiferente con el "statu quo"; y, de hecho, había creado en nuestro nuevo mundo una especie de China en miniatura.

Creo que es sumamente razonable, que los mexicanos deban ser tímidos de los extranjeros. Ellos han sido educados en los estrictos hábitos del credo católico; no saben otros idiomas más que el propio; las costumbres de su país son diferentes de los demás; los extranjeros que visitan participan en ansiosos concursos de conflictos comerciales; y, además de tener un idioma y religión diferente, son principalmente de esas naciones del Norte, cuyos gustos y sentimientos no tienen nada afín con las disposiciones impulsivas del sur ardiente. Además del espíritu egoísta de ganancia que impregna la relación de estos visitantes y les no da ningún carácter de permanencia o simpatía con el país, están acostumbrado a mirar a los mexicanos con desprecio por sus hábitos obsoletos, sin reflexionar, que no eran justamente censurable por usos tradicionales que no tenían ninguna oportunidad de mejorar en comparación con el progreso de la civilización, entre otras naciones.

Sin embargo, tratar a estas personas con la franqueza de una persona acostumbrada a encontrarse en su casa donde vaya, evitando el egoísmo de prejuicios nacionales y encontrarse con ellos en un espíritu benevolente; he encontrado que son amables, suaves, hospitalarios, inteligente, benevolente y valiente. Entre sus mejores clases, nadie ve más claramente que ellos los vicios de una sociedad mal regulada y la miseria de su condición política; pero, cuando increpados con el espíritu presuntuoso y austero de extranjeros arrogantes, ellos repelen la grosería con distancia y reserva. La consecuencia es que estos disturbadores de decencia social rara vez son los amigos elegidos o invitados a sus viviendas. Los mexicanos son gente orgullosa

y sensible ; sin embargo, ninguno es más fácilmente sometido por bondad—ninguno ganado más fácilmente por una disposición lista para mezclarse en sus filas y tratar con el debido respeto de sus tendencias habituales y sus prejuicios.

Puede haber otras razones, también, por qué los mexicanos han sido celosamente tímidos a extraños. Parece imposible para ellos deshacerse de la idea, de que potencias europeas buscan obtener su riqueza y territorio y restablecer los sistemas de que se liberaron por tantos años de guerra de independencia; ni pueden (desde la guerra texana), desprenderse de la noción errónea, que los Estados Unidos siempre tiene un ojo de anhelo por su Capital y país.

Solo hay pocos entretenimientos en México, en comparación con los de otras ciudades en el extranjero, donde un fastuoso gasto en viandas, luces y diversiones para las pocas horas de una sola noche, se confunden con las elegancias y refinamientos de la auténtica hospitalidad;—en lugar, sin embargo, de estas demostraciones ostentosas, hay frecuentes reuniones en tertulias, donde una hora o dos son pasadas muy agradablemente en relaciones amistosas y el flujo sin control de conversaciones agradables e instructivas.

Ya he aludido al extremo de la vida de moda y su disposición para el teatro; y no tengo la intención de tratar nuevamente la propensión de los ultras de vivir así constantemente ante los ojos del público, sin dedicar una parte de cada día a relaciones domesticas y reuniones que hacen la comodidad y belleza de una chimenea inglesa o estadounidense. Hablo, sin embargo, de esa media justa de la sociedad, en donde residen la virtud e intelecto de un país; y tuve una excelente oportunidad de juzgar la vida privada de esta clase durante mi estancia en la Capital.

Fue mi buena fortuna residir durante más de medio año con una familia nativa, alguna vez rica y con títulos, pero sin fortuna por las vicisitudes políticas y comerciales de la República, y fue allí donde constantemente atestigüé las evidencias más bellas de una devoción filial y amor paternal, casi un apasionado apego. La dama a la cabeza del establecimiento, (como relaté en una carta anterior) era una persona que había sido distinguida por su talento y logros en los días cuando México estaba adornado con el esplendor de la corte española. Ella hubiera sido considerada altamente cultivada en cualquier país; sus modales eran excelentes; su porte grácil y cortés; y una amplia circulación en su juventud entre hombres distinguidos, (antes y durante la revolución) y un talento listo para impartir sus recuerdos, hizo conversación agradable e instructiva. Además de esto, ella poseía un genio para la pintura en miniatura y dibujo a crayón, raramente alcanzado por una mujer y digno de un artista distinguido. Cualidades, como estas, trajo a su alrededor un constante círculo grande e inteligente de ambos sexos. El cambio de fortuna no ha disminuido en absoluto su estima en la sociedad y el número de amigos que se adhirieron a

ella en su indigencia comparativa, demostró su admiración por el talento y la constancia de su apego, por la repetición de los más delicados y desinteresados asiduos.

Fue en este hogar mexicano y no desde la indiferente distancia del hotel y salón de baile, (la escena más observada por la mayoría de los viajeros,) donde obtuve mi visión de la estructura de la sociedad mexicana y carácter. Si me hubiera quedado al margen en mi propio casa o mi propia posada, como es la costumbre de los extranjeros, hubiera juzgado desde el teatro, el paseo, las toros, el palenque y la mesa de juego; que las mujeres solo eran muñecas pintadas, sin más educación o alma de la necesario para languidecer en una obra de amor enfermo o comerse con los ojos, con mirada perdida, a algún caballero favorito. También habría supuesto, que los hombres eran supremamente bendecidos por este flirteo con el sexo y se consideraban en un perfecto elíseo cuando podían dividir su atención entre sus sirenas, sus caballos, y su mesa de juego;—pero en la intimidad de esta vivienda, he aprendido a estimar el amor y el respecto entre padres e hijos; la benevolencia hermosa de una antigua amistad; el respeto universal por genio; y, además, tuvo ocasión frecuente de notar el creciente espíritu, ardiente patriotismo, deseo de cultivación y talento rápido, que embellece el carácter mexicano.

No se deberá decir que estoy evaluando un país por ejemplo;— estoy muy de tan parcial juicio, como los opositores de México son de una solo uno de su lado de la pegunta. Es cierto que esta familia me dio un extenso campo de observación, pero principalmente sirvió para estimular mi atención y consultar en otros lugares; y francamente puedo declarar, que siempre que he observado, invariablemente he encontrado las mismas cualidades de cabeza y corazón. Es este corazón que es en realidad la gran característica de los mexicanos y especialmente de sus mujeres. Hay un noble naturalidad, una antiguo generosidad entre ellos, que es origen de una multitud de virtudes, y es por un abandono de sí mismos ante impulsos, que tanta irregularidad e indiscreción con frecuencia es manifiesta, tanto en la política y la sociedad.

He dicho que los mexicanos son gente de talento rápido y mi observación se debe a la observación de todos los extranjeros. Son rápidos en aprender, rápidos en estudiar y rápidos en el dominio de un tema; pero este mismo mecanismo, unido a su impulsividad, es a menudo fatal para su aplicación duradera y el progreso. Llegué entre estas personas como un completo extraño, sin especial reclamo de atención, y estudioso para evitar ese intercambio de hospitalidad, que es el resultado de cartas de presentación de antiguas y, quizá, conocidos olvidados

Sin embargo, mezclando libremente entre todas las clases y comparándolas ahora—cuando se ha dado mucho agradecimiento por actos de bondad y la molestia de impertinencias mezquinas olvidadas—solo tengo amables recuerdos de la gente y nada más impresiones favorables

de la masa de una sociedad, en la cual fui enseñado a creer que me deben considerar como aboslutamente antipatico y un extranjero herético.

Hay, por supuesto, en México como en todos los países, especímenes de egoísmo, altanería, mal educados, morales sueltas, tanto entre hombres como mujeres; pero, aunque encontramos estas burbujas flotando sobre la sociedad, no deben, por tanto, considerarse características del país. Debe separar de la multitud los pocos que a veces dirigen y controlan las masas que no desea entrar en contacto o conflicto con ellos

Una nación en que las "revoluciones y contra revoluciones son eventos que ocurren casi a diario, es, naturalmente, prolíficas en aventureros políticos desesperados y astutos," y una estrategia de disimulo puede, al tiempo, formar el elemento principal del carácter de tales personas,—sin embargo, es de esperar, que no debe ser la suerte corruptora de México.

La idea de que grandes espectáculos sociales requieren gran magnificencia y gastos fastuosos, priva a los mexicanos, en sus ciudades, de muchas de esas reuniones agradables que llenan tan gratamente nuestras noches de invierno y las noches de otoño; pero es en sus haciendas o fincas, donde su hospitalidad es más distinguida. Como tuve ocasión de comentar en el relato de mi viaje a la tierra caliente, nada se le niega;—sus establecimientos se colocan en total control del huésped, y la bienvenida es tan sincera como es cordial y alegre.

Que son valientes, nadie lo dudará al leer la historia de la guerra de independencia; aunque la mala disciplina (especialmente de sus oficiales), ha impedido la exposición muy eminente de esta calidad en sus batallas con extranjeros. De hecho, como se les considere, se encontrará que poseen los elementos de un buen pueblo que quiere solo la paz y el estímulo de emulación extranjera, para llevarlos adelante entre las naciones de la tierra con gran distinción.

Sin embargo, su posición geográfica, es muy desfavorable para este estímulo emulativo. Están entre montañas, en un istmo que conecta dos grandes continentes, mientras que su territorio es bañado por dos mares. Están cortados por un gran cinturón de país salvaje de nosotros en el norte, y la comunicación con Europa es tanto lejana como incierta. Tiene una población pequeña, repartidas en un territorio inmenso y requiere, por lo tanto, tanto la comparación constante del intelecto de otras naciones y compactación social o agregación entre sí. Puedo (por experiencia personal), afirmar que tan desagradable es este deseo de relaciones con el resto del mundo. Hay inteligencia de los Estados Unidos, tal vez, una vez al mes y unas cuantas veces desde Europa. La información traída por estas llegadas, pasa principalmente a las manos de los comerciantes,—y después un tiempo, poco a poco se traduce en fragmentos de algunos de los escasos periódicos, que proveen, meses después, a un refacciamento de las historias o mejoras que ya se han olvidado. En este sentido, la lengua de nuestra comunidad con Gran Bretaña es

de gran importancia para nosotros. Inglaterra actúa la parte de un editor para Estados Unidos. Ella recoge la noticia, la literatura, las invenciones progresivas y el genio del mundo antiguo, con actividad incomparable;—y siempre, cuando mucho, solo doce días detrás de ella en difundir estos resultados entre los diecisiete millones de nuestro propio pueblo. Pero se puede temer, que pasará mucho tiempo antes de que México imite nuestro ejemplo. España no es Inglaterra en energía intelectual o adelanto; y el día aún no ha llegado en México cuando una obra en dos volúmenes pueda ser impresa, empastada y distribuida a sus principales ciudades dentro de veinticuatro horas después de su recepción desde Europa.

Me temo que la tendencia de nuestra hermana República es mucho hacia el extremo opuesto. No se ha liberado del fanatismo español que inculca la idea de que una nación debe hacer todo por sí misma, sin una marina comercial propia a llevar un comercio bien regulado. Esto me parece que sea una política arisca y es probable que haga bárbaros de las personas que la practican, como se calcula que aislamiento hace ascetas a quienes se niegan a mezclarse con el mundo y mejorar sus espíritus por un libre intercambio de opiniones y sentimientos. Es bueno vivir donde se sienten los golpes de un gran impulso de la sociedad; y es hora de que el hombre recuerde que no es una mera máquina, cuya cuenta con el tiempo es un balance entre dichos poderes manuales productivos que Dios le ha dado y determinadas columnas temerosas de dólares y centavos.

En el resumen me he esforzado para presentarles el carácter mexicano, yo debo ser acusado de incoherencia por aquellos que piensan que estoy contradiciendo lo dicho anteriormente, ya sea sobre las costumbres supersticiosas, o los vicios que mandan a tantos a prisión y hace a otros tan imprudentes en la vida y fortuna. Estos son males engendrados en el tiempo y falta de recursos. En la actualidad, no trato a ningun jugador político ni sociales; ni fragilidades femeninas, ni esa astuta duplicidad que lleva a altos lugares en el estado; ni a vagancia gentil, ni a los léperos proscritos o los indios ignorantes que forman una tan gran parte de la población del país. Todos estos son suficientemente numerosos y bastante malos. Pero ha sido mi tarea—en medio de la desolación y la ruina del país, en medio del polvo y cenizas a que una gran nación se ha reducido por la guerra civil—a buscar algunas brasas de vida y descubrir elementos suficientes de una sociedad sana y saludable, desde la que puede esperarse la regeneración del país. Con virtud doméstica, genio y patriotismo, nadie necesita desesperarse; y debe ser la oración de cada republicano que aun haya suficientes de ellos en México para reconstruir su Gobierno y su sociedad. No me aventuraré, sin embargo, a cualquiera de estas conjeturas respecto a estos asuntos, hasta hablar de las perspectivas políticas del país.





CARTAS


EN EL

TERRITORIO, POBLACIÓN, COMERCIO, MANUFACTURA,
EJÉRCITO, NAVAL, INGRESOS, IGLESIA, MINAS,
CASA DE MONEDA, EDUCACIÓN, POLITICA
HISTORIA, etc., etc. etc.


DE

MÉXICO.

<references>