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Mañanas de abril y mayo/Acto II

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Acto I
Mañanas de abril y mayo
de Pedro Calderón de la Barca
Acto II

Acto II

Sale INÉS y DOÑA CLARA, afligida.
INÉS:

¿Tú triste, tú pensativa,
melancólica y suspensa?
¿Tan bien perdida y tan mal
hallada contigo mesma?
¿Dónde, señora está el brío,
el buen gusto, la belleza
y el despejo?

DOÑA CLARA:

No lo sé,
y no es mucho, ¡ay Dios!, qué necia,
pues que no sé de mi vida,
de mis acciones no sepa.
¿Quién creerá de mí, ¡ay de mí!
que yo llore y que yo sienta
desaires de un hombre? Yo,
que tan altiva y soberbia,
me llamé la vengadora
de las mujeres, ¿sujeta
tanto a un desaire me veo?

INÉS:

Yo no sé qué razón tengas
para tanto sentimiento,
pues si bien se considera,
él te siguió a ti y tú fuiste
la causa de la fineza.
Luego si estás ofendida
y obligada también, sea
tu mal, consüelo de otro;
supuesto que representas,
despreciada y pretendida,
la celosa de ti mesma.
Ya fue el cuidado por ti,
pues por ti en la casa entra
de la otra, y si se halla
tan empeñado con ella,
¿cómo se puede excusar
de andar galán? Considera,
que si has de olvidar a un hombre,
porque a una hable y a otra vea,
no hay que querer a ninguno,
que maldito de Dios sea,
señora el que hay que no diga
lo mismo a cuantas encuentra.

DOÑA CLARA:

Con todo eso, ya llegué,
confieso que anduve necia,
a darme por entendida
deste agravio con mis penas,
y me tengo de vengar.

INÉS:

¿De qué suerte?

DOÑA CLARA:

Escucha atenta.
Un papel le he de escribir,
disfrazándole mi letra,
y escribiéndomele tú
en nombre de la encubierta
dama, diciéndole en él
cuán obligada me deja
su cortesía y que quiero
hablarle a solas; que tenga
una silla prevenida
y una casa donde pueda
verle esta tarde. El muy vano,
creído de su soberbia,
pensará que tiene lance;
y para que no le tenga,
iré yo y será buen paso
lo que hará cuando me vea.

INÉS:

¿Y qué consigues con eso?

DOÑA CLARA:

Dos cosas: es la primera
burlarme dél; la segunda,
desengañarle y que sepa
que fui la tapada yo,
porque no se desvanezca,
presumiendo que la otra
le dio ocasión de que fuera
tras ella y su galanteo
prosiga.

INÉS:

Esa diligencia,
¿no pudiera hacerse en casa?

DOÑA CLARA:

Con venganza no pudiera.

INÉS:

No sé si aciertas en eso.

DOÑA CLARA:

¿Cómo?

INÉS:

Yo te lo dijera,
si él y aquel don Luis no entrara.

DOÑA CLARA:

Pues disimula, no entiendan
hasta este lance, que fuimos
las tapadas.

(Salen DON HIPÓLITO y DON LUIS.)
DON HIPÓLITO:

Considera,
don Luis, que importa sacarme
presto de aquí.

DON LUIS:

Sí haré.

DOÑA CLARA:

¿Era,
señor don Hipólito hora
de veros?, ¿tan larga ausencia?
Desde ayer no me habéis visto.

DON HIPÓLITO:

Solo pudiera esa queja
hacer mi ausencia feliz,
que es sutil estratagema
de amor, que una pena misma
hacerse lisonja sepa.
Mas no vine esta mañana,
presumiendo que estuvieras
en el parque, como anoche
dijiste.

DOÑA CLARA:

Detén la lengua;
pues si anoche me dijiste
que de casa no saliera,
¿había de salir de casa?
¡Jesús!, de mí no se crea
tal desenvoltura, tal
liviandad de mi obediencia.

DON LUIS:

Harto le encarezco yo
a don Hipólito esa
verdad, y cuán obligado
debe estar desa fineza,
y aun él la conoce bien,
pues la paga con la mesma.

DOÑA CLARA:

¿Luego él al parque no fue?

DON HIPÓLITO:

¡Jesús! ¿Pues tal de mí piensas,
sabiendo, que para mí
no hay, Clara holgura ni fiesta,
dónde tú no estás?

DOÑA CLARA:

Y yo
lo creo, como si lo viera,
pues si tú hubieras estado
hoy en el parque hoy hubiera
estado en el parque yo,
claro está y es cosa cierta,
pues si yo en tu pecho vivo,
y tú en el pecho me llevas,
contigo hubiera yo estado
disfrazada y encubierta.

DON HIPÓLITO:

¡Qué fácil es de engañar
a la mujer más discreta!

DOÑA CLARA:

¡Qué sea bobo el más bellaco
de los hombres!

INÉS:

Hombres y hembras,
así unos a otros se engañan,
cuando que se quieren piensan.

(Hácele señas DON LUIS.)
DON LUIS:

Aunque es el primer peligro
de amor no estorbar, licencia
me daréis para que os diga,
que unos amigos me esperan,
donde me importa llevar
a don Hipólito. Esta
ausencia os deba el ser yo
tan vuestro criado.

DOÑA CLARA:

Cesa,
don Luis, que no es esta sala
donde hablar la parte es fuerza
por procurador; si él quiere
hablar, hable y no por señas.
Id, don Hipólito adiós,
que esta casa siempre es vuestra,
para iros y para estaros,
pues siempre de la manera
que abierta para que entréis,
para que os vais está abierta.
Pon esos hombres, Inés,
en la calle y luego cierra
las puertas.

DON HIPÓLITO:

Escucha.

DOÑA CLARA:

¿Yo,
escucharte?

DON LUIS:

Considera
que si yo tuve la culpa,
no ha de tener él la pena.

DOÑA CLARA:

Yo no me enojo con él
ni con vós, doy la licencia
que me pedís: mucho hago
en no declarar mis quejas,
porque estoy muy enfadada
en verlos hablar por señas.

(Vanse los dos.)
DON HIPÓLITO:

¿Qué os parece, don Luis,
deste amor, desta fineza?

DON LUIS:

Que vós habéis reducido
a precepto y obediencia
la condición más rebelde
de una mujer: ¿quién creyera
que doña Clara llegara
nunca a verse tan sujeta,
que no saliera de casa
por decir, que no saliera?
En fin, todo se le rinde.

DON HIPÓLITO:

Yo tengo notable estrella
con mujeres.

DON LUIS:

Bien se ve,
pues habéis triunfado desta.
Pero decidme, ¿a qué efeto
ha sido lo de la priesa
de que salgamos de aquí?

DON HIPÓLITO:

¿Tan mal mi dolor lo muestra,
que ha menester explicarle,
mas que el afecto, la lengua?
¿No os dije que la tapada
vi en su casa descubierta,
donde, porque entrara yo,
os quedasteis a la puerta?
¿No os dije como la hablé,
y que es entendida y bella,
sin que subsidios de hermosa
den excusados de necia?
¿No os dije, como informado
de don Pedro, dije que era
rica y noble?

DON LUIS:

Sí.

DON HIPÓLITO:

¿Pues cómo
dudáis dónde voy? ¿No es fuerza
que vaya a estarme en su calle?
No digo bien, en la esfera
luciente del mejor sol,
a cuya dulce violencia
arde abrasada la pluma
y derretida la cera.

DON LUIS:

¿No creéis al desengaño,
de decir don Pedro que era
la pretensión imposible,
por su virtud y sus prendas?

DON HIPÓLITO:

Si es esa otra parte más,
para ser amada esa
es hoy la que más me anima,
es hoy la que más me alienta.

DON LUIS:

Pues ¿y la comodidad?

DON HIPÓLITO:

Pues ¿no es comodidad esta?,
¿si es rica, noble y hermosa,
de buena opinión y honesta,
y puedo dentro de un mes
estar casado con ella?

(Sale INÉS con manto.)
INÉS:

Apriesa escribió mi ama
el papel, y más apriesa
yo tras ellos me he venido,
y cogiéndoles las vueltas,
hasta la calle he llegado
de la madama, y aun esta
es su casa; allí se paran,
yo no quiero que me vean
tras ellos, porque no osen
de ver que los seguí, sea
otra vez de mi delito
sagrado su casa mesma.

DON HIPÓLITO:

Esta es la calle feliz;
pero quién dudar pudiera,
que había de vivir Flora
en la calle de las Huertas.
Este es el balcón por donde,
en tornasoles envuelta,
sale el alba a todas horas,
de jazmines y azucenas
coronada, pues el día
en sus umbrales despierta.

INÉS:

Ya de que los he seguido,
desmentida la sospecha
está, darele el papel,
como mi ama lo ordena:
vuelvo a penar en lo mudo.

DON LUIS:

Una mujer encubierta
ha salido de su casa.

DON HIPÓLITO:

Y hacia nosotros se acerca.

DON LUIS:

De las dos debe de ser,
pues que vuelve a hablar por señas.

DON HIPÓLITO:

Estas mujeres, sin duda,
en casa el hablar se dejan
cuando salen della, pues
solo hablan dentro della.
¿Es a mí? Sí, pues ya estoy
aquí, ¿qué quieres? Espera,
mujer.

DON LUIS:

Aquello es decir,
que no la sigáis.

DON HIPÓLITO:

Ligera
volvió la espalda avisando
que calle y el papel lea.
(Lee.)
El mayor argumento de la nobleza fue siempre la cortesía, la vuestra me asegura la verdad de todo, y así os he menester para fiar de vós un secreto; tened una silla para luego en San Sebastián, y una casa donde pueda hablaros. Dios te guarde. La dama muda.
¿Qué decís dese papel?
Decid ahora, que crea
a don Pedro y que desista
de la posesión.

DON LUIS:

Empresa
notable seguís.

DON HIPÓLITO:

¿No os digo
que yo tengo linda estrella
con mujeres?

DON LUIS:

¿Qué habéis
de hacer?

DON HIPÓLITO:

Todo cuanto ordena,
y así entre los dos partamos
ahora las diligencias,
que este es oficio de amigo;
id, don Luis, por vida vuestra,
pues venimos sin criado,
por la silla y esté puesta
al punto en San Sebastián,
como dice y cuando venga
le diréis, que por no dar
de aquesto a un criado cuenta,
os la di a vós, porque hagamos
la necesidad fineza,
que yo os espero en mi casa.

DON LUIS:

¿Y si doña Clara acierta
a ir allá?

DON HIPÓLITO:

Habéis reparado
bien, que gran disgusto fuera,
que ella llegara a saberlo;
¿qué haremos?

DON LUIS:

Pues es tan cerca
la casa deste don Pedro,
mejor es llevarla a ella.

DON HIPÓLITO:

Es verdad, prevenid vós
la silla, por vida vuestra,
mientras prevengo la casa.

DON LUIS:

Oíd, de la suya mesma
otras dos salen.

DON HIPÓLITO:

Mirad
si lo han tomado de veras;
no malogremos la dicha,
vámonos sin que nos vean,
que estando aquí, podrá ser
que ir a otra parte no quieran.

DON LUIS:

Voy a prevenir la silla.

(Vanse.)
(Salen DOÑA ANA, DOÑA LUCÍA y PERNÍA.)
DOÑA LUCÍA:

¿Qué es, señora, lo que intentas?
¿En este traje de casa
sales?

DOÑA ANA:

A esto amor me fuerza,
en la casa de don Pedro
he de entrar, ya estoy resuelta,
hasta saber si don Juan
en ella se oculta o cierra.

DOÑA LUCÍA:

Pues ¿dónde vas? Esta es
la casa.

DOÑA ANA:

¿No eres más necia?
Pasa de largo, por que
deslumbremos las sospechas,
si acaso me ha visto alguno
salir de casa: ¡ay don Juan!,
¡ay amor lo que me cuestas!

(Vanse y salen DON JUAN y DON PEDRO.)
DON PEDRO:

Notable sois por cierto.

DON JUAN:

¿No lo he de ser don Pedro, si estoy muerto
de celos y de agravios,
las manos sin acción, la voz sin labios?

DON PEDRO:

Si yo de vuestros celos,
os traigo averiguados los recelos
y deshecho el engaño,
¿qué os quejáis?

DON JUAN:

Para mí no hay desengaño.

DON PEDRO:

Pues yo puedo deciros,
que solo por serviros,
ahora cauteloso,
y con vuestro poder, don Juan, celoso,
de uno y otro criado,
en casa de doña Ana me he informado,
si salió esta mañana
al parque y dicen todos que doña Ana
solo a misa ha salido
en su coche a las once y nadie ha habido
que lo contrario diga.

DON JUAN:

¿Pues quién a don Hipólito le obliga,
don Pedro a haber mentido?

DON PEDRO:

Asegurad vós bien vuestro partido,
pero no averigüéis tan neciamente,
puesto que miente el otro, porque miente.

DON JUAN:

Queréis ver cuán atento
estoy a mi dolor y a mi tormento,
pues con creer el daño como a daño,
me ha sosegado en parte el desengaño;
y así aunque no quería
ver a doña Ana al espirar el día,
verla y hablarla quiero,
y decir, ya que muero, porque muero,
dejándome de todo.

DON PEDRO:

Pues yo os diré, ya que así estáis, el modo
que me parece que hay de prevenilla:
vós habéis de escribilla
un papel que ha de dalle ese criado;
mas luego lo diré, porque han llamado.

(Sale ARCEO.)
ARCEO:

Hasta aquí don Hipólito se entra.

DON PEDRO:

Ya veis lo que perdéis si aquí os encuentra;
yo saldré a recibille.

DON JUAN:

Eso no, porque yo tengo de oílle.

DON PEDRO:

Pues ¿no os fiais de mí?

DON JUAN:

Yo sí me fío,
mas es desconfiado el valor mío.

DON PEDRO:

Yo estoy tan satisfecho
del honor de doña Ana, que sospecho
que viene a retratarse,
y así muy poco llega a aventurarse;
retiraos.

DON JUAN:

Piedad, ¡cielos!,
escuche dichas quien escucha celos.

(Sale DON HIPÓLITO.)
DON HIPÓLITO:

Don Pedro, siempre vengo
a vós, o con el mal o el bien que tengo,
ya que de vós me fío,
amparadme, pues sois amigo mío.
Doña Ana.

DON PEDRO:

¡Hay semejante
confusión! No paséis más adelante,
no tenéis que decirme
que vuestra pretensión constante y firme
es tal, que lo creo como es justo.

DON HIPÓLITO:

Lejos dais de mi dicha y de mi gusto,
que es lo contrario lo que hablaros quiero.

DON PEDRO:

¡Cielos!, ¿qué es esto?

DON JUAN:

Hasta escucharlo espero.

DON PEDRO:

¿Qué he de hacer? Porque temo,
que pase este negocio a más extremo.

DON HIPÓLITO:

Doña Ana en fin.

DON JUAN:

¿Quién mi desdicha ignora?

DON PEDRO:

Esperad un instante, hablad ahora.

(Cierra.)
DON HIPÓLITO:

¿Por qué cerráis?

DON PEDRO:

No quiero que esa puerta
cuando fuera me voy, se quede abierta;
con eso he asegurado
aquí, de los cuidados un cuidado,
celos y riesgo le han buscado, ¡cielos!;
estorbe el riesgo ya que no los celos.

DON HIPÓLITO:

Doña Ana pues, este papel me escribe,
que busque donde hablarla me apercibe,
y pues mi dicha pasa
tan adelante, dadme vuestra casa,
adonde pueda vella,
tapada vendrá a ella;
yo he menester a Arceo,
que se venga conmigo, que deseo,
mientras llega advertido,
tener algún regalo prevenido;
y pues que la respuesta
ha de ser ayudar dicha como esta,
quedad con Dios, que con el bien que toco,
loco debo de estar, si no muy loco.

DON PEDRO:

Oíd, mirad.

DON HIPÓLITO:

No me deja mi deseo,
(Vase.)
ni lo esperéis, que yo me llevo a Arceo.

DON PEDRO:

¿Qué haré de dos amigos empeñado,
si uno me busca y otro está encerrado,
y ambos de mí se fían? Triste llego
a abrir las puertas, y en las dudas ciego.
Don Juan, viendo que aquí; ¡confusión brava!,
una desdicha y otra hoy os buscaba,
en deshecha fortuna,
quise de dos embarazar la una,
y porque no saliérades restado,
ya que celoso.

DON JUAN:

Todo fue excusado,
que oyendo lo que oí, aunque estuviera
acierto, no saliera,
pues a tal desengaño, cosa es clara
que esperar hasta verle cara a cara,
necedad en el mundo introducida,
solicitar lo que quitó la vida.

DON PEDRO:

Esa ahora es mi duda;
yo no sé como a tanto empeño acuda;
don Hipólito ¡ay cielos! este día,
de mí su gusto y vuestra pena fía;
mi obligación en vuestras manos dejo,
¿qué hiciérades?, ¡ay Dios!, ¡dadme consejo!

DON JUAN:

Yo no sé lo que hiciera,
si vós, don Pedro, fuera
en un caso tan nuevo:
mas siendo yo, bien sé lo que hacer debo,
que es aunque el alma en celos se me abrasa,
el respeto guardar a vuestra casa,
mas fuera della le daré la muerte,
ya que el duelo de amor es ley tan fuerte,
que dispone severa,
que ofenda la mujer, y el hombre muera.

DON PEDRO:

Vós no habéis de salir de aquí.

DON JUAN:

Es en vano,
que he de salir.

DON PEDRO:

Vuestro peligro es llano.

DON JUAN:

¿Y esotro no lo es? ¿Queréis que vea
hoy mis desdichas yo? Pues así sea,
que aquí me estaré digo,
y que de mi dolor seré testigo;
venga doña Ana de otro enamorada,
y mucho iba a decir, no digo nada.

DON PEDRO:

Eso tampoco es justo.

DON JUAN:

¿Pues ni irme ni quedarme no os da gusto?
Estoy perdido y loco,
¿qué queréis?

DON PEDRO:

No lo sé.

DON JUAN:

Ni yo tampoco.

DON PEDRO:

Solo deciros quiero,
que aunque como desdichas las espero;
estoy tan confiado
del honor de doña Ana, que he pensado
que este se desvanece,
o que su amor algún error padece.

DON JUAN:

Confianza tan vana,
¿de qué os nace?

DON PEDRO:

De ser quien es doña Ana,
que es mujer principal.

DON JUAN:

Necio anduviste,
si antes que principal mujer dijiste,
y ved si engaño habrá, que ya han entrado
dos mujeres.

DON PEDRO:

Yo estoy desesperado,
pues consultando extremos,
tratando mucho, nada resolvemos,
y ya el lance llegó, no sé qué hacerme,
escondeos.

DON JUAN:

Yo no tengo de esconderme.

DON PEDRO:

¿Pues queréis que aquí os vean?

DON JUAN:

¿Habrá desdichas que mayores sean?

DON PEDRO:

Haced esto por mí hasta que sepamos
la verdad, y después los dos muramos
en la defensa del agravio vuestro.

DON JUAN:

Mi amistad así os muestro;
pero con condición; ¡desdicha grave!,
que a aquesta puerta he de quitar la llave,
y ha de estar siempre abierta.

(Vase.)
(Salen DOÑA ANA, DOÑA LUCÍA y PERNÍA.)
DOÑA LUCÍA:

Oye Pernía, quédese a la puerta.

DOÑA ANA:

Señor don Pedro Girón,
muy admirado estaréis
de ver hoy en vuestra casa
entrarse así una mujer.
Galán y discreto sois,
y como todos sabéis,
que extremos de amor obligan
a más extremos, y pues
de alguno se han de fiar,
de quien, don Pedro, de quien
mejor que de vós, que sois
noble, entendido y cortés.

(Descúbrese.)
DON PEDRO:

Ya no me queda esperanza;
doña Ana, ¡vive Dios!, es.

DON JUAN:

Y querrán que calle yo;
mas puesto que así ha de ser,
arded, corazón, arded,
que yo no os puedo valer.

DOÑA ANA:

Ya que con vós declarada
estoy, don Pedro, sabed
en lágrimas y suspiros,
mis desdichas de una vez.
Y pues sabéis que he venido
a vuestra casa sabed
(cuanta vergüenza me cuesta)
ya, señor don Pedro, a qué;
un hombre vengo a buscar,
porque de muy cierto sé,
que le puedo hallar en ella.

DON JUAN:

A Dios, don Pedro, porque
darme tormento de celos,
y querer que calle es
nuevo rigor, yo confieso
que es mi delito querer;
si eso pretendéis de mí.

DOÑA ANA:

Don Juan, mi señor, mi bien.

DON JUAN:

Doña Ana, mi mal, mi muerte.

DOÑA ANA:

Dadme los brazos.

DON JUAN:

Detén,
no con los brazos añadas
al tormento otro cordel,
pues ya he dicho la verdad.

DON PEDRO:

No sé, ¡vive Dios!, qué hacer;
mas porque ni uno entre, ni otro
salga el paso cerraré.

DON JUAN:

No cerréis, porque he de irme.

DOÑA ANA:

No ha de irse, sí cerréis.
Pues ¿cómo tan riguroso,
cómo tan tirano, pues,
agradeces desa suerte
haberte venido a ver?

DON JUAN:

¿A quién?

DOÑA ANA:

A ti, porque supe
que aquí estabas.

DON JUAN:

Bien a fe,
buena disculpa has hallado;
¡ha fiera!, ¡ha ingrata!, ¡ha cruel!
¡Qué pronto vive a mentir
el ingenio en la mujer!

DOÑA ANA:

Don Juan, si de las pasadas
ofensas, al parecer
justas, te dura el enojo,
y huyes de mí, ¡ay Dios!, porque
estás engañado, ya
te vengo a satisfacer.
Aquel hombre a quien le diste
la muerte.

DON JUAN:

Yo no hablo dél;
mira, mira tus engaños,
cuáles han llegado a ser,
pues quejándome de uno,
a otro respondes; y pues
son tantos, que unos a otros
se embarazan, no me des
satisfación de ninguno,
que mejor será tener
queja de todos, que al fin
está mejor puesto aquel,
que antes que mal satisfecho,
se queda quejoso bien.

DOÑA ANA:

No te entiendo y si es la queja
que yo imagino que es,
la que tú sientes, señor,
¿de qué te quejas?, ¿de qué?,
que nunca causa te he dado.
Pero si no puede ser
darla yo, que nunca causa
te ha dado mi estrella, ten
el paso y dime, ¿qué es esto?

DON JUAN:

Traiciones tuyas, si bien
no siento que sean traiciones,
porque te llego a perder,
pues lo que llego a sentir
solo he de decirlo es,
que otro merezca en un día
lo que en siglos no alcancé
a merecer yo y en fin
me consuela en parte, que
él no te ha llegado a amar,
pues te llega a merecer.

DOÑA ANA:

Si mi desdicha, don Juan,
se ha sabido disponer
otra evidencia aparente,
que yo no alcanzo, ni sé,
¿cómo he de desengañarte?,
¿cómo te he de responder?
¡Vive Dios!, que te han mentido.

DON JUAN:

Es verdad, contigo hablé.

DOÑA ANA:

¿Quién te lo dijo?

DON JUAN:

El galán
a quién tú vienes a ver.

DOÑA ANA:

Yo a verte a ti, don Juan, vengo.

DON JUAN:

Es verdad, dices muy bien.

DOÑA ANA:

Porque supe que aquí estabas.

DON JUAN:

¿De quién pudiste?, ¿de quién?

DOÑA ANA:

Desa criada.

DON JUAN:

Por cuanto
llegara el testigo a ser,
que no fuera tu criada;
que criadas y amas tenéis
pacto explícito a mentir.

DOÑA ANA:

Esta es verdad.

DON JUAN:

¿Quién tal cree?

DOÑA ANA:

Quien quiere bien.

DON JUAN:

Pues yo quiero
muy mal por aquesta vez.

DOÑA ANA:

Pues muera de desdichada.

DON JUAN:

Y yo de infeliz también.

(Sale ARCEO.)
ARCEO:

Abran aquí.

DON JUAN:

Esto es peor.

DON PEDRO:

No sé, ¡vive Dios!, qué hacer,
que don Hipólito viene.

DON JUAN:

¿Quieres, ingrata, saber
si me has mentido? Pues este
el galán que buscas es.

DOÑA ANA:

Yo me huelgo de que sea,
puesto que no puede ser
el que busco el que imaginas.
Abra, don Pedro, entre pues,
y sepa don Juan que miente
el que contra mi altivez
bajo concepto ha formado.

DON JUAN:

Plega Dios, y aquesta vez,
o por vivir o morir,
escuchando te estaré,
supuesto que es ya mi vida
el juego del esconder.
(Escóndese.)

(Abre DON PEDRO y sale ARCEO con una fuente con dulces de ladrillo.)
ARCEO:

¿Tanto tardan en abrir
a quien llama con los pies,
que es señal que trae algo
en las manos? Vive diez,
que queda saqueada toda
la tienda del Portugués.
Ya don Hipólito viene,
señora; ¡pero qué ven
mis ojos! ¿Doña Lucía
en mi casa?

DOÑA LUCÍA:

Aquesta vez
por el chisme de una dueña,
muertes de hombres ha de haber.

(Sale DON HIPÓLITO.)
DON HIPÓLITO:

¿Si habrá don Lüis llegado
con la silla? Sí, pues ver
puedo la dama, ¡ay amor!,
todo ha sucedido bien.
Seáis, señora, bien venida
a este aunque humilde dosel
del mayo y el sol, ya esfera
de verdor y rosicler.

DOÑA ANA:

¡Cielos, qué pasa por mí!
¿Este el marido no es
de la que hoy se entró en mi casa?

DON JUAN:

¡Quién vio lance más crüel!

DON PEDRO:

Mal se va poniendo todo.

DON HIPÓLITO:

Don Pedro, no tan penada
tengáis a esta dama, ved
que por vós no se descubre.

DON PEDRO:

Yo, por no estorbar, me iré;
mas será a estar a la mira.

DOÑA ANA:

Don Pedro, no os ausentéis,
porque habéis de ser aquí
de cuanto parlare, juez.
Caballero a quien apenas
vi, pues si os vi apenas fue,
ya que por vós las padezco,
¿conocéisme?

DON HIPÓLITO:

No y sí, pues
en este instante conozco,
y os desconozco también.
Conozco, pues, que quien sois
muy bien informado sé,
y desconózcoos, señora,
porque desa suerte habléis.
Si os vi en el parque primero,
y en vuestra casa después,
si para venir a hablaros,
llamado fui de un papel,
y si habéis venido donde
yo os traigo, ¿cómo o por qué
así os extrañáis de verme
donde me venís a ver?

DON JUAN:

¿Querrán doña Ana y don Pedro
que esto llegue a oír y ver,
y no salga? ¡Vive Dios,
que infamia del amor es!

DOÑA ANA:

¿Yo a veros a vós? Mirad
lo que decís, no busquéis
desengaños, que a vós solo
mal el saberlos esté.
Yo en mi vida al parque fui,
ni en él os vi ni os hablé;
si os entrasteis en mi casa,
no me preguntéis a qué,
que aunque lo puedo decir,
vós no lo podéis saber,
que habéis de ser el postrero,
que el desengaño toquéis.
Basta decir que engañado
estáis y que me dejéis,
que puede ser sea causa
de todo vuestra mujer.

DON HIPÓLITO:

¿Mi mujer? Ahora conozco
de que ha podido nacer
vuestro enojo, yo hice mal
en traeros aquí haced
la deshecha norabuena;
pero no me acumuléis,
que soy casado, que es susto
de que jamás sanaré.

DON PEDRO:

Ya, ni aun a mentir no acierta
doña Ana.

DON JUAN:

Ni yo a tener
paciencia; pero si salgo,
rompo de amistad la ley.
A doña Ana la destruyo,
y a mí me pierdo también
su efeto; pues en medio
han de estar su criado y él,
y es hacer ruido no más,
dejando la duda en pie.
Pues sufrirlo es imposible,
que ¿quién ha podido, quién,
oír requebrar a su dama?
Haya un medio entre los tres,
como yo solo me pierda,
donde; pero esto después
ha de decir el suceso,
ya he visto como ha de ser.
(Vase.)

DOÑA ANA:

Dejadme, señor, por Dios,
y porque mejor miréis,
que huyo de vós, y lo más
a que se puede atrever
una mujer como yo,
a voces digo, que quien
en este aposento está,
mi dueño y mi amante es,
y es a quien vine a buscar,
y es a quien yo quiero bien,
porque a vós no os escribí,
ni os vi en mi vida, ni hablé,
desmintiendo desa suerte
su peligro y mi desdén.

DON HIPÓLITO:

Cerró la puerta; ¿quién vio
más tramoyera mujer?
Desde el punto que la vi,
enredadora la hallé.

DON PEDRO:

Bien cuerda resolución
tomó doña Ana, porque
con esto estorba que salga
don Juan, que es lo que ha temer
llegué siempre.

DON HIPÓLITO:

Estoy confuso,
y qué he de decir no sé.

(Sale DON LUIS.)
DON LUIS:

Yo llego a muy buena hora:
don Hipólito ahí está
aquella señora ya
en la silla.

DON HIPÓLITO:

¿Qué señora?

DON LUIS:

La que esperáis.

DON HIPÓLITO:

¿Qué decís?

DON LUIS:

Que tomó en San Sebastián
la silla y que afuera están.

DON HIPÓLITO:

Engañado estáis, don Luis,
porque la dama a quien yo
vengo a ver, ya estaba aquí
cuando vine.

DON LUIS:

¿Cómo así,
si ahora conmigo llegó
en la silla la mujer
que hoy en el parque topamos,
a quien seguimos y hablamos?

DON HIPÓLITO:

Eso ¿cómo puede ser,
si la misma, destapada,
aquí la he visto y hablado,
y en este aposento ha entrado?

DON LUIS:

No quiero deciros nada,
sino que entra ya.

DON HIPÓLITO:

¡Por Dios,
que es rigurosa mi estrella!

(Salen DOÑA CLARA y INÉS.)
DON LUIS:

Decí ahora si es aquella.

DON HIPÓLITO:

O es ella o ellas son dos.

DON PEDRO:

¿Veis, don Hipólito, veis
como la dama que estaba
hoy aquí a vós no os buscaba?

DON HIPÓLITO:

Quitarme el juicio queréis.
Mujer dos veces tapada,
que a mi deshecha fortuna,
por si se me pierde una,
se me envía duplicada.
¿No me hablaste en el parque hoy?,
¿no eres tú la que seguí?,
¿y la que en tu casa vi?
Confuso otra vez estoy.

DOÑA CLARA:

(Hace señas a todas las preguntas que sí.)
Yo soy, el mi caballero,
ya que descubierta os hablo,
aquella habladora muda,
por las lecciones de un manto.
Que viendo que era muy poca
vitoria, muy poco aplauso
de toda aquesta mujer
un hombre no más, buscando
ocasión de que alcanzara
sola una parte del lauro,
le quise dar de ventaja
la discreción a mi garbo.
Bien pensó vuesa merced,
muy necio y muy confiado,
que tenía muerta al vuelo
la hermosura de los campos.

DOÑA CLARA:

Pues no, señor para todas,
y conozca escarmentado,
que ha dado vuesa merced,
por lo entendido o lo raro,
mala cuenta de su amor,
pues deja este desengaño
vengada la hermosa Filis
de los desdenes de Fabio.
Pues cuando fuera verdad
que yo le amara, pues cuando
fuera verdad y celosa,
aquí le hubiera buscado,
el verme vengada solo
me hubiera el amor quitado.
Yo lo estoy, con que haya visto,
que los celos que me ha dado
han sido conmigo mesma,
pues nadie pudiera darlos
a este talle, que no fuera
su mismo desembarazo.

DOÑA CLARA:

Envaine vuesa merced
todo ese grande aparato
de dulces de Portugal,
que le han salido tan agrios,
que no es la boda por hoy;
pero agradezca el cuidado,
que en ella ha puesto el señor
casamentero del diablo;
que cierto que de su parte
nada faltó, porque ha estado
con mucha puntualidad
con la tal silla esperando,
y hizo muy bien el papel,
encareciendo el recato,
porque es amigo muy fino
del que es amante muy falso.

DOÑA CLARA:

Con esto adiós, y ninguno
me siga, que si echo el manto,
si vuelvo la calle, si otro
embeleco desenvaino,
les haré creer que soy
otra dama aunque al estrado
me entre de una mesurada,
como esta mañana, cuando
le hizo creer que era otra,
solo un sombrerillo blanco.

(Vase.)
DON HIPÓLITO:

Oye, aguarda, espera, escucha.

DON LUIS:

En toda mi vida he hallado
hombre de tan buena estrella
con mujeres.

DON HIPÓLITO:

¡Qué burlando
estéis, cuando estoy muriendo!
Detente, Inés.

INÉS:

Será en vano,
que vamos muy enojadas.

(Vase.)
DON HIPÓLITO:

No sé qué hacer en tal caso;
mas sí sé, que es apelar
de todo al desembarazo,
desengañando hoy la una,
y la otra después amando.

DON PEDRO:

Gracias a Dios, que con esto
ya los celos acabaron
de doña Ana y de don Juan,
pues todo lo han escuchado;
y mi amor, pues doña Clara
viene a Hipólito buscando.
¡Cielos!, sin querer he visto
mis celos averiguados.

ARCEO:

Y si el galán y la dama
están ya desengañados,
aquí acaba la comedia.

DON PEDRO:

¿Oístes ya el desengaño,
don Juan?

DOÑA ANA:

No soy tan dichosa
yo.

DON PEDRO:

¿Cómo así?

DOÑA ANA:

Como cuando
yo entré, solo vi un hombre,
que atrevido y temerario
se echaba por la ventana,
que hay, señor, a esos tejados.

ARCEO:

Pues no acaba la comedia.

DON PEDRO:

¡Qué riguroso, qué extraño
afecto de amor y celos!
Él iba a salirle al paso;
seguir a los dos importa,
no suceda algún fracaso.

DOÑA ANA:

Grande desdicha es la mía,
pues cuando vengo buscando
hoy, don Juan, finezas tuyas
solas, más desdichas hallo.
Cuando te siguen sospechas,
tú las estás esperando
firme y vuelves las espaldas
si te siguen desengaños.

DOÑA ANA:

¿Qué mujer es esta, ¡cielos!,
que hoy en mi casa se ha entrado?
¿Qué hombre es este, que asegura
que yo le vengo buscando?
¡Oh nunca en el tiempo hubiera,
oh nunca hubiera en el año,
si es que la culpa han tenido
de enredos y enojos tantos,
las mañanas floridas
de abril y mayo!