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Mañanas de abril y mayo/Acto III

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Mañanas de abril y mayo
de Pedro Calderón de la Barca
Acto III

Acto III

Sale DON JUAN, como a escuras.
DON JUAN:

Nada me sucede bien;
¿qué roca habrá que contraste
tanta avenida de penas,
tantos golpes de pesares?
Del aposento en que estaba
por testigo de mis males,
imposibles de sufrirlos,
ya posibles de vengarme;
celoso y desesperado,
salir pretendo a la calle
a esperar a aquel galán
tan feliz que coronarse
pudo de tantos favores,
de dichas que son tan grandes.

DON JUAN:

Echeme por la ventana,
porque allí no me estorbasen
la venganza de mis celos,
presumiendo que era fácil,
ganando desde el tejado
de la puerta los umbrales,
y saltando dél a un patio,
donde la ventana sale,
perdí el tino y di a otra casa;
pero parece que abren
una puerta y entra gente,
y con las luces que traen
percibo mejor las señas:
¡hay suceso semejante!

DON JUAN:

¡Vive Dios, que esta es la casa
de doña Ana, si tomase
hoy puerto en el mismo golfo
esta derrotada nave!
Ella es, ¿qué he de hacer, cielos?
Que no es bien que aquí me halle,
y presuma que he venido
cobardemente a quejarme
de mis celos, sin vengarlos,
¡hay confusión más notable!,
¿qué haré? ¿Que no me está bien
ya ni el irme ni el quedarme?
(Escóndese y salen DOÑA ANA y DOÑA LUCÍA con luz.)

DOÑA ANA:

Quítame este manto; gracias
a mi fortuna inconstante
que me ha dado, ¡ay infelice!
Un solo punto un instante
de tiempo para llorar,
de lugar para quejarme.
Y así, ya que estoy a solas,
sean tormentas, sean mares
mis lágrimas y mis quejas
entre la tierra y el aire.

DOÑA LUCÍA:

Señora, si dese modo
tan justos extremos haces,
triunfará de amor la muerte,
consuelo tus penas hallen,
que para todo hay consuelo.
Que si don Juan, por guardarle
a don Pedro aquel decoro
que debió a sus amistades,
se arrojó por la ventana,
y en su seguimiento parten
don Pedro, Arceo y Pernía,
porque los dos no se maten.

DOÑA ANA:

Y cuando se medie, ¡ay triste!
Mi temor, ¿para adelante
puede ya dejar de ser
lo que fue? ¿Pueden borrarse
de la memoria los celos,
en que yo no tuve parte?

DON JUAN:

De cuanto yo desde aquí
puedo a las dos escucharles,
nada entiendo y solo entiendo,
que temo que me declaren
mis congojas, mis desdichas,
mis recelos, mis pesares,
porque no es posible, no,
que un celoso sufra y calle.

DOÑA LUCÍA:

Acuérdate, por tu vida,
porque en la cama descanses.

DOÑA ANA:

No hay descanso para mí,
fuera de que he de esperarle
a don Pedro, que le dije
que con lo que le pasase
en alcance de don Juan,
pues todos van a buscarle,
viniese a avisarme y ya
parece que llaman, abre.

(Salen DON PEDRO, ARCEO y PERNÍA.)
DOÑA ANA:

Señor don Pedro, ¿qué hay?

DON PEDRO:

Que todo ha salido en balde.

DOÑA ANA:

¿Cómo?

DON PEDRO:

No habemos hallado
a don Juan y es bien notable
suceso, porque de aquella
ventana que al patio cae,
para salir al portal
hay una puerta y la llave
está echada de manera
que ha sido imposible hallarle,
cuando ni en mi casa está,
ni salir pudo a la calle.

ARCEO:

No le hemos buscado bien,
si va a decir las verdades,
porque a un celoso, señora,
lo ha de buscar el que hallarle
quisiere ahogado en los pozos,
o ahorcado por los desvanes.

PERNÍA:

Ya le he dicho que se meta
en juntar sus consonantes,
y no hable palabra donde
yo estoy.

ARCEO:

Quínola pasante,
también yo le tengo dicho,
que de dar lanzadas trate,
y sacar no para el toro,
para el lacayo el alfanje,
y no más.

DOÑA LUCÍA:

Entre dos ruines
sea mi mano el montante.

DON PEDRO:

No es posible hallarle en fin.

DOÑA ANA:

Son mis penas, no os espante,
y bien dicen que son mías,
pues ellas disponer saben
tantas falsas apariencias,
que me culpen y le agravien.
Plegue a Dios, señor don Pedro,
que él me destruya y me falte,
si aquel hombre vi en mi vida,
sino hoy, que pudo entrarse
aquí tras de una mujer,
a quien siguió desde el parque,
y viome a mí; mas ¿por qué
lo digo ¡ay Dios! si escucharme
no puede don Juan y doy
satisfaciones al aire?

DON PEDRO:

Quedad, señora, con Dios,
que por si vuelve a buscarme
a mi casa, vuelvo a ella;
¿qué mandáis?

DOÑA ANA:

No es bien que os mande,
que os ruegue sí, que volváis
a la mañana a contarme
lo que hubiere sucedido.

DON PEDRO:

Quedad con Dios.

(Vase.)
DOÑA ANA:

Él os guarde.
Lucía, cierra esas puertas
y entra después a acostarme,
que he de madrugar mañana,
porque he de salir al parque
a hacer una diligencia.
¡Oh si a este vivo cadáver
hoy ese lecho de pluma,
sepulcro fuera de jaspe!

DON JUAN:

¿Al parque mañana? ¡Ay cielos!
No estos desengaños basten,
vuelvan atrás mis desdichas,
pues pasa el riesgo adelante.

ARCEO:

De todos estos enredos,
de todos estos debates,
vós tenéis, doña Lucía,
la culpa, pues vós contastes
a vuestra ama que en mi casa
estaba don Juan.

DOÑA LUCÍA:

De tales
sucesos, quien me lo dijo
a mí tiene mayor parte.
Que ya sabe quien me cuenta
a mí el suceso que sabe,
que es decirme que lo diga,
el decirme que lo calle.

ARCEO:

Eres tan dueña, que puedes
servir desde aquí adelante
de molde de vaciar dueñas.

DOÑA LUCÍA:

Tú escudero vergonzante.

ARCEO:

Eres dueña.

DOÑA LUCÍA:

Eres un loco.

ARCEO:

Eres dueña.

DOÑA LUCÍA:

Tú bergante.

ARCEO:

Eres dueña.

DOÑA LUCÍA:

Tú un bufón.

ARCEO:

Eres dueña.

DOÑA LUCÍA:

Tú un infame.

ARCEO:

Eres dueña.

DOÑA LUCÍA:

Tú un sucio.

ARCEO:

Ítem más, dueña y no trates
de desquitarte, porque
no has de poder desquitarte.

DOÑA LUCÍA:

¿Cómo no? Eres...

ARCEO:

Di, di.

DOÑA LUCÍA:

Mal poeta.

ARCEO:

¡Tate, tate!;
¿poeta dijiste? Adiós, dueña,
que ya quedamos iguales.

DOÑA LUCÍA:

¿Desta manera te vas?

ARCEO:

Pues ¿qué quieres?

DOÑA LUCÍA:

Que te aguardes
aquí, mientras que mi ama
acaba de desnudarse,
y volveré a hablar contigo
un rato.
(Vase.)

ARCEO:

Aquí espero: Madres,
las que a los hijos paristes
para nocturnos amantes
de viejas, mirad en mí
las desdichas a que nacen.
Esperando una estantigua
estoy, confuso y cobarde,
aquí donde mis suspiros
pueblan estas soledades.

(Sale DON JUAN.)
DON JUAN:

Ahora, desconfianzas,
es tiempo de aconsejarme,
si esto que pasa por mí
son mentiras o verdades.
El recatarme me importa
de doña Ana ella no sabe,
que la escucho y en suspiros,
que mal pronunciadas salen
desde el corazón al labio,
me ha dado ciertas señales
de que mi desdicha llora,
de que siente mis pesares.
Estos criados no pueden
engañarse ni engañarme,
puesto que Arceo a Lucía
la contó, como ocultarme
pude en casa de don Pedro,
y ella a doña Ana, bastante
desengaño de que fue
entonces ella a buscarme.

DON JUAN:

Mas, ¡ay de mí!, si es esto
como dicen señales tales,
¿don Hipólito a qué efeto
dijo que a él iba a buscarle?,
¿o qué mujer es aquesta?,
y en fin, ¿para qué ir al parque
mañana quiere doña Ana?,
¿para que a mí no me falte
cuidado? Pues, ¡vive Dios!,
que tengo de averiguarle:
si aquí estoy será imposible
que disimule y que calle,
y imposible si me ven,
de que la ida del parque
averigüe; luego irme
será lo más importante.

DON JUAN:

Este criado a Lucía
espera, mientras no sale,
no está cerrada la puerta,
salir pretendo a la calle,
por seguirla donde fuere:
que me prendan o me maten,
todo, todo importa menos,
que no que me desengañe.

ARCEO:

Ya siento pasos, Lucía,
seas bien venida, dame
los brazos; barbada vienes,
¿quién es?

DON JUAN:

Callad, que no es nadie.

ARCEO:

¿Cómo no es nadie? Yo soy
tan cortés y tan galante,
que antes creeré que sois muchos;
¡ay, ay!

DON JUAN:

¡Vive Dios, que os mate
si no calláis!

DOÑA ANA:

(Dentro.)
¿Qué ruido
es aquel?

(Sale DOÑA LUCÍA y topa con DON JUAN.)
DOÑA LUCÍA:

Eres notable;
¡es posible que tu miedo
tan grandes estruendos hace,
que des voces! Sal de presto,
para que aquí no te hallen;
vente tras mí.

DON JUAN:

Vamos, cielo
hasta que me desengañe
he de callar, que esta es
propria condición de amantes.

(Al entrar se topa DON JUAN con ARCEO.)
ARCEO:

Otro diablo, ¡vive Dios!,
que tienen aquestos lances
cosas de la dama duende.

(Sale DOÑA ANA medio desnuda con luz.)
DOÑA ANA:

Hola, ¿no responde nadie?
Mas, ¡ay de mí!

ARCEO:

Yo me embozo,
por ver si puedo excusarme
de que me conozcan.

DOÑA LUCÍA:

Ya no hay peligro que me espante,
pues ya está en la calle Arceo;
¿mas no es el que está delante?
¿Quién era, si el está aquí,
el que yo puse en la calle?

ARCEO:

Aquí muero.

DOÑA ANA:

Caballero,
que recatado el semblante,
la noble clausura rompes
destos sagrados umbrales,
si necesidad acaso
te ha obligado a extremos tales,
de mis joyas y vestidos
francas te daré las llaves;
ceba tu hidrópica sed
en sus telas y diamantes;
pero si más codicioso
de honor que de hacienda haces
estos extremos, te ruego,
¡estoy muerta!, que no trates
con tal desprecio ¡ay de mí!,
el honor, ¡estoy cobarde!,
de una mujer infelice,
sujeta a desdichas tales.

DOÑA ANA:

Porque si osado a mi afrenta
a aqueste cuarto llegases,
¡vive Dios!, que antes que intentes
hablarme palabra, que antes
que ofenda al dueño que adoro,
yo con mis manos te mate.
Porque si lágrimas solas
no enternecen un diamante,
rompiéndome el pecho yo,
le sabré labrar con sangre.

ARCEO:

No labraréis, si yo puedo,
que fuera mucho desaire
ser pelícana una dama
y ser labradora un ángel.
Grandes casos de fortuna
a vuestra casa me traen,
no hacer mella en vuestras joyas
ni a vuestra opinión ultraje.
Y porque os aseguréis
de mi término galante,
segura quedáis de mí;
a Dios, señora, que os guarde.
(Vase.)

DOÑA LUCÍA:

¡Qué miro!

DOÑA ANA:

¿Fuese ya?

DOÑA LUCÍA:

Sí.

DOÑA ANA:

Echa a esa puerta la llave:
y pues ya la blanca aurora,
venciendo las sombras sale,
no me quiero desnudar;
¡ay don Juan, si esto mirases,
quien de que era culpa mía
pudiera desengañarte!

(Vanse y salen INÉS y DOÑA CLARA de corto, como primero.)
INÉS:

¿Al parque vuelves?

DOÑA CLARA:

Rendida,
sin ley, razón ni sentido,
donde la vida he perdido,
vuelvo Inés a hallar la vida.

INÉS:

Bastante está lo sentido,
y si yo no me he engañado,
toda la gloria ha parado
en que has, señora advertido
de ayer el raro suceso.

DOÑA CLARA:

¿De qué sirviera negar
con la lengua mi pesar
si con llanto lo confieso?
Vana de que hallarse había
don Hipólito burlado,
le llamé y su desenfado
burló de la industria mía.
Que aunque es verdad que me dio
satisfaciones, que allí
por mi respeto creí,
Inés, por mi gusto no.
Pues que me pudo negar,
que fue donde otra mujer
le llamaba y mi placer
se convirtió en mi pesar.

DOÑA CLARA:

Yo misma ¡ay de mí! encendí
el fuego en que triste peno,
yo conficioné el veneno
que yo misma me bebí.
Yo misma desperté, yo,
la fiera que me ha deshecho,
yo crié dentro del pecho
el áspid que me mordió.
Arda, gima, pene y muera,
quien sopló, conficionó,
alimentó, despertó,
veneno, ardor, áspid, fiera.

INÉS:

Bien en tantos pareceres,
hoy dirán cuantos te ven,
que solo queremos bien
tratadas mal las mujeres.
¿Para qué habemos venido
al parque con tan cruel
pena?

DOÑA CLARA:

A ver si viene a él
don Hipólito.

INÉS:

Él ha sido
por cierto, muy lindo ensayo.

DOÑA CLARA:

Si hoy doy tregua a mis temores,
yo os coronaré con flores
mañanas de abril y mayo.

(Vanse y salen DON HIPÓLITO y DON LUIS.)
DON HIPÓLITO:

En efeto hasta su casa
a doña Clara seguí
como visteis, y la di
del engaño que me pasa
satisfaciones, diciendo
¿qué ofensa era ir a ver,
llamado de una mujer,
lo que mandaba? Y haciendo
extremos de enamorado,
que supe fingir muy bien;
porque ya no hay, don Luis, quien
no haga el papel estudiado,
la dejé desenojada,
atenta a mi desengaño;
y al fin con su mismo daño,
vino ella a ser la engañada,
pues mis extremos creyó,
siendo así, don Luis, verdad
que vida, alma y voluntad
la doña Ana me robó.

DON HIPÓLITO:

Porque una vez persuadido
de que me llamaba a mí,
y hallarla después allí,
me empeñó y haber creído
que ella fue quien me llamó.

DON LUIS:

Vós tenéis lindo despejo.

DON HIPÓLITO:

¿Fuera más cuerdo consejo
darme por vencido?

DON LUIS:

No.
Mas a haberme sucedido
a mí lo que a vós con ellas,
jamás yo volviera a vellas
de turbado y de corrido.

DON HIPÓLITO:

Fuera linda necedad;
puntualidades tenéis
tan necias, que parecéis
caballero de ciudad.
Mira si aquesta fortuna
a corrella te acomodas,
querer por tu gusto a todas,
por tu pesar a ninguna.

(Salen DOÑA ANA vestida como DOÑA CLARA y DOÑA LUCÍA.)
DOÑA LUCÍA:

Ya estás en el parque, ya
decirme, señora, puedes,
¿con qué intento deste modo
a su hermoso sitio vienes?

DOÑA ANA:

Si has de verlo, ¿para qué
que ahora te lo diga quieres?
Que es retórica excusada
decir las cosas dos veces,
y más cuando están tan cerca
de suceder, que presente
está el que vengo buscando.

DOÑA LUCÍA:

El hombre, señora es este
de los engaños de ayer,
si mis ojos no me mienten.

DOÑA ANA:

Por él lo digo, pues solo
he salido a hablarle y verle,
donde por la obligación,
que a ser caballero tiene,
desengañe mi opinión,
pues los que son más corteses
caballeros, siempre amparan
el honor de las mujeres.

DOÑA LUCÍA:

¿Para aquesto de tu casa
al parque, señora, vienes,
donde es una culpa más,
si aquí acertaran a verte?

DOÑA ANA:

Don Juan está retraído
donde quiera que estuviere,
y solo este sitio, donde
hay tal concurso de gente,
no se atreverá a venir;
y así más seguramente
es donde le puedo hablar.

DOÑA LUCÍA:

Plega Dios que no lo yerres.

DOÑA ANA:

Tápate y llega a llamalle;
di que una mujer pretende
hablarle, que se retire
del amigo con quien viene.

DOÑA LUCÍA:

Caballero una tapada
a solas hablaros quiere,
que es la que miráis, seguidnos.

DON HIPÓLITO:

Doña Clara es, claramente
lo dice el traje otra vez
al engaño de ayer vuelve,
mas hoy no lo ha de lograr.
Notable, ¡vive Dios!, eres,
pues que tan mal te aseguras
de quien te estima y no ofende.
Si buscáis satisfaciones
mayores de las que tienes,
no he menester que me sigas,
pues en el alma está siempre.

DOÑA ANA:

Por otra me habéis tenido,
en vuestras voces se infiere,
y quiero desengañaros
desde luego; ¿conoceisme?

DON HIPÓLITO:

Otra vez me preguntaste,
en otra ocasión más fuerte
eso mismo y respondí
que sí y que no y me parece
pues siempre es una la duda,
dar una respuesta siempre.
Si os conozco, pues que os miro,
no os conozco, porque suelen
los bienes pasarse a males,
y hoy al revés me sucede.

DOÑA ANA:

Seguidme hacia la Florida,
porque hablaros me conviene
donde estéis solo y decidle
a ese amigo que se quede.
(Vanse.)

DON HIPÓLITO:

Don Luis, de nueva ventura
podéis darme parabienes:
doña Ana es esta tapada,
agora no puede hacerme
engaño, que yo la he visto
con mis ojos claramente.
¿Veis cómo fue la de ayer
esta misma?, ¿veis si vuelve
a buscarme? Aquí os quedad,
y murmurad si os parece,
el haber dicho que tengo
buena estrella con mujeres.

(Salen DOÑA CLARA y INÉS.)
INÉS:

Don Hipólito está aquí.

DOÑA CLARA:

Pues no andemos más, detente.

DON HIPÓLITO:

Ya os sigo, guiad, señora
doña Ana, donde quisiereis,
que yendo con vós, hermosa
deidad destos campos verdes,
cualquiera sitio será
la Florida, que le deben
a vuestros ojos de fuego,
y a vuestras plantas de nieve
púrpura y verdor las flores,
cristal y aljófar las fuentes.

DOÑA CLARA:

Doña Ana dijo: ¡ay de mí!,
mas ¡qué nuevo engaño es este!
Mas no tarde en discurrillo
quien averiguallo puede;
la Florida es el lugar
citado y a él me conviene
llevarle; venid.

DON HIPÓLITO:

Fortuna,
¡oh cuánto mi amor te debe!,
pues seguro de los celos
de doña Clara, me ofreces
a doña Ana; triunfo hermoso
de tu gran deidad es este.

(Vanse todos y sale DON JUAN.)
DON JUAN:

Hacia esta parte bajó
doña Ana, que entre la gente
que venía la perdí
de vista; pero no puede
esconderse y es verdad,
pues cuando a mí me mintiesen
tantas señas, me dijera
verdad mi infelice suerte.
Con don Hipólito va
hablando, ya no hay que espere,
muera de cólera y rabia,
quien de amor y celos muere.

DON LUIS:

¡Válgame el cielo, qué miro!
Don Juan de Guzmán es este;
¿señor don Juan de Guzmán?

DON JUAN:

¿Quién llama? ¡Quién vio más fuerte
confusión! Este es don Luis.

DON LUIS:

Donde quiera que yo viere
a quien a mi sangre agravia,
y a quien mi opinión ofende,
primero que con la lengua,
sin ceremonias corteses,
le saludo con la espada,
voz de honor más elocuente;
sacad la vuestra, porque
con más opinión me vengue.

DON JUAN:

Yo no he rehusado en mi vida,
con la mía responderle
a quien me habla con la suya,
y si matarme os conviene,
daos priesa, que si os tardáis,
os podrá quitar la suerte
otra herida y no es capaz
una vida de dos muertes.

DON LUIS:

No os respondo, porque ya
hablar el acero debe.

DON JUAN:

Con doña Ana entró en la huerta
don Hipólito, ¡oh aleve
pena!, ¿quién creerá que allí
me agravian y aquí se venguen?

DON LUIS:

Desguarneciose la espada.

DON JUAN:

Daros pudiera la muerte;
pero porque echéis de ver,
como mi valor procede,
y como debí de darla
a vuestro primo igualmente,
pues el que fuera una vez
traidor, lo fuera dos veces;
porque ser uno cobarde
no es defeto que se pierde,
id por espada que aquí
os espero.

DON LUIS:

¡Trance fuerte!
pues quien me agravia me obliga,
pues me halaga quien me ofende;
mas yo sé qué debo hacer,
esperad, que brevemente
volveré.

DON JUAN:

Ya veis el riesgo
a que estoy si aquí me viesen,
y por quitarme del paso,
que ya lo veis que ya es este,
dentro estoy de la Florida.

DON LUIS:

Antes de un instante breve
a ella volveré a buscaros.

(Vase.)
DON JUAN:

¿Qué haré en penas tan crueles
que un inconveniente es
sombra de otro inconveniente?
Cuando sigo un daño, otro
en mi seguimiento viene,
uno busco y otro hallo,
y en todos no sé qué hacerme,
que soy en un caso mismo
persona que hace y padece.

DON JUAN:

Si a don Hipólito sigo,
falto a don Luis neciamente,
si espero a don Lüis, falto
a mis celos; mas ¿qué teme
mi valor, no es morir todo?
Máteme el que antes pudiere;
don Hipólito o don Luis,
pues cosa justa parece,
si me busca el que yo ofendo,
que busque yo al que me ofende.

(Vase y salen DOÑA CLARA y DON HIPÓLITO.)
DON HIPÓLITO:

En aqueste hermoso margen,
en este florido albergue,
que la hermosa primavera
a tanto estudio guarnece,
podéis decirme, señora
doña Ana, a lo que esto os mueve,
pues ya sabéis que he de estar
a vuestro servicio siempre
y no esa grosera nube
tan bellos rayos afrente;
amanezca vuestro sol,
pues ya el del cielo amanece.

DOÑA CLARA:

Yo haré lo que me mandáis,
que a conceptos tan corteses,
que a discursos tan galantes,
hace mal quien no obedece.

(Descúbrese.)
DON HIPÓLITO:

¡Doña Clara es, vive Dios!

DOÑA CLARA:

¿Qué os admira?, ¿qué os suspende?
Yo soy, proseguid, que va
el discursillo excelente.

DON HIPÓLITO:

Ni me suspendo ni admiro,
sino solo de que pienses
que no te había conocido,
y sabido que tú eres;
pero quíseme vengar
de que salgas desta suerte
de casa, trocando el nombre.

DOÑA CLARA:

¡Oh qué anciano chiste es ese!

DON HIPÓLITO:

¡Vive Dios, que cuando dije
a don Luis que no viniese
tras mí, le dije quien eras!
Venga él, y si no dijere
que es verdad, castiga entonces
mis culpas con tus desdenes;
yo voy por él y dirá.

DOÑA CLARA:

Todo cuanto tú quisieres;
no le llames.

DON HIPÓLITO:

Pues ¿por qué?

DOÑA CLARA:

Porque es el Muñoz que miente
mas que vós del refrancillo.

DON HIPÓLITO:

No, no; mejor es que entre
a desengañarte: y no es
sino que yo busco este
desahogo, con que pueda
admirarme y suspenderme
de que de una mano a otra
así una mujer se trueque.

(Vase y sale DON JUAN.)
DON JUAN:

De toda la Florida,
la esfera de matices guarnecida,
celoso he discurrido,
y hallar en ella, ¡ay cielos!, no he podido
mis celos: ¿cuándo, ¡cielos!,
se hicieron de rogar tanto los celos,
que se esconden buscados?
Mas huyen, porque están ya declarados.

DON JUAN:

¿No es aquella doña Ana?
Vano es mi enojo y mi venganza vana,
pues sola la he topado:
¿quién creerá que es tan necio mi cuidado,
que me pesa de vella,
no estando don Hipólito con ella?
Volverme quiero; pero ¿cómo, ¡cielos!,
podré, que son mis rémoras mis celos?
Fiera enemiga mía,
falsa sirena y enemiga harpía,
esfinge mentirosa,
áspid de nieve y rosa,
¿dónde está aquel amante,
que tan firme te adora, tan constante?
Porque me vengue en él de ti mi acero,
y no en ti de mi lengua.

DOÑA CLARA:

Caballero,
vós venís engañado
con tanta pena y tanto desenfado,
pues ocasión no ha habido,
para que a mí tan necio y atrevido
me habléis, sin conocerme, con desprecio.

DON JUAN:

Decís bien, atrevido anduve y necio,
por otra dama os tuve,
que como a luna y sol guarda una nube:
con embozos de sol hallé una luna;
perdonad mi señora,
que no hablaba con vós.

(Sale DOÑA ANA.)
DOÑA ANA:

Yo puedo ahora
serviros de testigo,
pues no hablaba con vós, sino conmigo.

DOÑA CLARA:

Pues si con vós hablaba,
hable con vós, que aquí mi enojo acaba.

(Vanse.)
DOÑA ANA:

Mucho me huelgo, don Juan,
de que hayáis llegado a tiempo,
que os desengañen y engañen
a vós vuestros ojos mesmos.
Porque si vós padecéis
a un mismo instante estos yerros,
ya es fuerza que lo creáis,
como quien pasa por ellos.
Pues pensar que lo que vós
creéis, no puede otro creello,
es hacer más advertido
al otro y a vós más necio,
y no hay ninguno que quiera
tan mal a su entendimiento.

DON JUAN:

¡Oh qué necio desengaño,
doña Ana! Pues cuando veo,
que es verdad que me engañaron
mis ojos, también advierto,
que el desengaño me ofende,
pues tú le traes a este puesto.
Luego, ¿engaño y desengaño
todo ha sido engaño? Luego,
¿no te puedes excusar
del agravio de mis celos?
Pues hoy, como del engaño,
del desengaño me ofendo,
pues el engaño era agravio,
y el desengaño es desprecio.

DOÑA ANA:

En haber venido aquí,
ni te engaño ni te ofendo,
pues por ti solo he venido.

DON JUAN:

¿Pues pudiste tú saberlo?

DOÑA ANA:

No, mas pude adivinarlo
desta manera viniendo
por hacer que te buscara
don Hipólito.

DON JUAN:

¿A qué efeto?

DOÑA ANA:

A efeto de que te diese
la satisfación él mesmo.

DON JUAN:

¡Oh qué necia prevención!
Porque cuando da muy necio
el que fue segundo amante
al que fue amante primero,
de celos satisfaciones,
es cuando le da más celos.

DOÑA ANA:

No hagas graduación de amores
pues no soy mujer que puedo
tener primero y segundo.

DON JUAN:

Calla, calla, que me acuerdo
de una noche: mas aquí,
más que yo, dice el silencio.

DOÑA ANA:

Pluguiera Dios las disculpas,
que yo desa noche tengo,
pudiera significarte,
pero puedo, si no puedo,
con decir que soy quien soy.

DON JUAN:

Ojalá bastara eso.

DOÑA ANA:

Sí bastara, si me amaras.

DON JUAN:

Porque te amo no te creo.

DOÑA ANA:

Pues ves aquí que en mi casa,
anoche un hombre encubierto
estaba, que allí se entró.

DON JUAN:

Di.

DOÑA ANA:

De la justicia huyendo,
y en efeto, enternecido
a mi llanto o a su esfuerzo,
se fue y si le vieras tú
salir de mi casa, es cierto
que pagara yo la pena
de la culpa que no tengo.

DON JUAN:

No hiciera, cuando aquel hombre
fuera un hombre como Arceo,
que es el que anoche en tu casa,
escondido y encubierto,
le tuvo doña Lucía.

DOÑA LUCÍA:

Por Dios, que me ven el juego.

DOÑA ANA:

¿Qué dices?

DOÑA LUCÍA:

Lo que es verdad.

DOÑA ANA:

¡Hay tan grande atrevimiento!

DON JUAN:

Pero siendo un hombre noble
el que entonces quedó muerto,
y abriendo con llave, ¿no
entraba? Pero no quiero
pronunciallo, por no ser
víbora yo de mi aliento.
Quédate a Dios, que te guarde,
doña Ana, para otro dueño,
que son muchos desengaños
para un hombre que va huyendo;
por esperar a don Luis,
solo me voy y me quedo.

(Vase.)
DOÑA ANA:

Tente, espera, escucha, aguarda,
¿quién diría mis secretos?

(Sale DON HIPÓLITO y atrás DOÑA CLARA.)
DON HIPÓLITO:

No pude hallar a don Luis
en todo el parque.

DOÑA CLARA:

Yo vuelvo
tras don Hipólito, a ver
en que paran sus enredos.

DOÑA LUCÍA:

¡Qué hubiese tan mala lengua!

DON HIPÓLITO:

Pero, ¡vive Dios!, que es cierto
Clara, que te conocí
desde el instante primero.

DOÑA ANA:

No hicisteis, porque si hubierais
conocídome, sospecho
que no os debiera mi honor,
don Hipólito, estos riesgos;
advertid que habláis conmigo.

DON HIPÓLITO:

¿Qué tramoya es esta, cielos?

DOÑA CLARA:

No hablabais sino conmigo
como vós dijisteis, puedo
decir yo, que yo también
quien hable conmigo tengo.

DON HIPÓLITO:

¡Vive Dios, que me han cogido
por hombre las dos en medio!
{{Pt|DOÑA ANA:|
Pues aunque vós me imitéis
a mí, imitaros no puedo
yo a vós, que no he de dejaros
sin averiguar primero
un engaño con los dos.

DOÑA LUCÍA:

¡Qué haya en el mundo parleros!

DON HIPÓLITO:

Pues ¿qué esperáis?

DOÑA ANA:

Un testigo
que ha de oírlo y ha de verlo,
y él viene ya, que esta sola
piedad al cielo le debo.
(Salen DON PEDRO, ARCEO y DON JUAN.)

DON PEDRO:

No habéis de ir desa suerte,
ya que en el parque os encuentro,
después que toda la noche
os busqué.

DON JUAN:

Mirad que tengo
que hacer, que me va el honor.

DON PEDRO:

Oíd a doña Ana primero.

ARCEO:

¿Qué hay Lucía?

DOÑA LUCÍA:

Parlerías,
ya todo se sabe, Arceo.

DOÑA ANA:

Gracias a Dios que llegáis,
don Juan, una vez a tiempo
que mi verdad me ha informado;
decid, doña Clara, ¿es cierto
que ayer fuistes a mi casa,
de don Hipólito huyendo,
y que él creyó que yo fui
la tapada?

DOÑA CLARA:

Sí, y queriendo
cortesanamente hacerle
una burla, escribí luego
un papel en vuestro nombre,
y en la casa de don Pedro
le fui a ver, donde pasó
lo que proseguirá él mesmo.

DOÑA ANA:

Con esto, don Juan, he dado
los desengaños que puedo,
el cielo en los otros hable,
pues solo los sabe el cielo.
(Sale DON LUIS.)
{{Pt|DON LUIS:|
Señor don Juan de Guzmán.

DON PEDRO:

Peor se va poniendo esto.

ARCEO:

Por Dios, que le ha conocido
don Luis, el primo del muerto.

DON HIPÓLITO:

Este es don Juan de Guzmán,
el no conocerle siento,
para haber en vuestra ausencia
hecho.

DON LUIS:

Esperad, teneos,
que este duelo ha de vencer
la hidalguía y no el acero.

DON JUAN:

Pudiérades esperar
a verme solo en el puesto.

DON LUIS:

Importa que haya testigos
para lo que hacer intento.
A que fuese por espada,
que se me quebró riñendo
con vós me disteis lugar,
si tardo disculpa tengo,
pues por haberos escrito
este papel, me detengo:
de la causa en que soy parte;
este es el apartamiento.
Que si deudor de una vida
erais mío, noble y cuerdo
me la disteis, contra vós
derecho ninguno tengo.
Y si entonces no lo hice,
fue porque allí no teniendo
espada, no presumierais
que os daba el perdón de miedo,
y así os la entrego, don Juan,
cuando en la cinta la tengo.

DON JUAN:

No solo me dais la vida,
sino el honor, y pues viendo
estáis la dama, que fue
la ocasión deste suceso,
ella os pague con los brazos
lo que con alma no puedo.

DOÑA ANA:

Pues con vuestras amistades
todos las nuestras hacemos.

DOÑA CLARA:

No hacemos, porque si ya
no tengo quien me dé celos,
no tengo a quien quiera bien.

DON HIPÓLITO:

Pues ¿hay más de no quereros?

DOÑA ANA:

Arceo y doña Lucía
se casen luego al momento.

ARCEO:

Mas que nace el Antecristo
de Lucías y de Arceos.

DON JUAN:

Mañanas de abril y mayo
dan fin, perdonad sus yerros.