Manojo de guarias (poesía)
Moradas cual la túnica de Cristo,
columpiando sus pétalos de seda,
en mis bosques nativos las he visto
donde el sinsonte al manantial remeda.
Caprichos de amatista suspendidos
en los troncos de ceibas centenarias,
fulgores de la aurora detenidos
sobre el remanso azul, así las guarias.
La más preciada flor costarriqueña
que florece en tejados y pretiles,
parece un alma que en la tarde sueña
con el paje floral de los abriles.
De noche, cuando salen las estrellas,
como pálidas niñas del espacio,
riegan collares de ópalos sobre ellas
y entonces son joyeles de topacio.
Un manojo de guarias, tal los versos
que vengo a deshojar a tu ventana;
son candorosas cual tus labios tersos,
como tu sien de rosa y porcelana.
Te ofrezco el ramillete delicado
de las frescas parásitas nativas:
lo recogí no ha mucho de mi prado
de helechos y jaral y siemprevivas
Aun viene con las gotas del rocío
que sobre él salpicaron las auroras;
tiene fragancia del terruño mío,
de reinas de la noche y de pastoras.
Lo vieron florecer los campesinos
en las mañanas tibias de labranza,
cuando los bueyes van por los caminos
oyéndole al jilguero su romanza.
Lo vieron reventar los manantiales
en las noches de luna, en las montañas,
como rizos de sedas orientales
junto a la paz rural de las cabañas.
¿Para quién han de ser? ¡Oh dulce niña!
Para tí compañera de mis rutas
son las flores que bordan mi campiña
rica de mies y de doradas frutas.
¿Para quién han de ser? Entre tus manos
serán así como imperial ofrenda,
cual jirón que te dejen los veranos
cuando la tarde en el azul descienda.
Recibe este manojo hecho de guarias
que fueron el collar de las encinas;
ellas te llevan las cadencias varias
que saben las dulzainas campesinas.