Manuel Belgrano (VAI)

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Manuel Belgrano.



MANUEL BELGRANO


(1770 - 1820)




B

elgrano es la figura más pura que nos ofrecen los anales de la Revolución Argentina.

Belgrano no tiene el brillo de Moreno, ni la vehemencia de Monteagudo, ni menos el talento militar de San Martín. Pero Habiendo actuado en la vida civil y en la acción guerrera, siempre en primera fila, pudo desplegar tolas las energías morales que revelan el temple de un grande y honrado ciudadano.

Belgrano descuella, pues, por eminentes virtudes cívicas, más que por hazañas militares; y su nombre vivirá tanto como la bandera Argentina de que es creador, y á la vez portaestandarte.


I.

Manuel Belgrano nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770.

Hizo sus estudios en España, y volvió al Río de la Plata con el título de licenciado en derecho y el empleo de secretario del Consulado.

Joven, rico, dotado de claros talentos é informado de la ciencia que trata de la formación, distribución y consumo de la riqueza, defendió en el seno de aquel tribunal, con bríos y sin rebatos de ningún genero, cuanto consideraba útil, ó benéfico al adelante moral y material del virreinato de Buenos Aires.

Los miembros del consulado, comerciantes monopolistas casi todos, combatieron las doctrinas económicas sostenidas por el joven secretario, no en nombre de una ciencia cuyos más elementales principios ignoraban, sino en virtud de viejas prácticas fundadas en la rutina de dos siglos de comercio prohibitivo. En los albores de 1810, Belgrano era uno de los criollos que gozaba de legítimo renombre dentro de los modestos límites de su comuna. La Revolución vino á ofrecerle más amplio teatro para su acción; y el joven secretario, después de haber ceñido las armas para defender á Buenos Aires de la conquista extranjera, las empuñó de nuevo para pedir á la guerra lo que la sonnoliente paz de la colonia negara siempre á su patria americana.

Belgrano fué uno de los primeros en concebir y trabajar por la independencia nacional. El cambio operado el 25 de mayo de 1810 no le sorprendió: era un hecho que esperaba, y á cuya realización contribuyó con su consejo tranquilo y sereno.

Vocal de la Junta nombrada popularmente aquel día, recibió en seguida la investidura militar y el mando del ejército enviado al Paraguay para difundir en aquella provincia los principios regeneradores del nuevo régimen.

Á la cabeza de un puñado de soldados, salió de Buenos Aires, y Luego de vadear el río Paraná por Santa Fe, cruzó por él centro de las actuales provincias de Entre Ríos y Corrientes atravesando el Paraná nuevamente por frente al pueblito de Candelaria (19 de diciembre de 1810).

Ese mismo día libró el combate del Campichuelo, al cual atribuyó, del punto de vista del buen éxito de su comisión, una importancia que desgraciadamente no tuvo.

Avanzó sobre la Asunción en la mejor disposición de ánimo; pero el gobernador realista Velazco se adelantó, seguido de numerosas tropas, y el 19 de enero de 1811, se libró el primer combate serio en el lugar de Paraguary, distante de dieciocho leguas de la Asunción.

Derrotado Belgrano, emprendió la retirada; pero batido nuevamente capituló honrosamente (9 de marzo), esterilizándose esta tentativa de la Junta, pues el Paraguay no se incorporó al movimiento general que siguieron las demás provincias del ex-virreinato.


II.

Entretanto, la Banda Oriental, parte integrante entonces de la Intendencia de Buenos Aires, alzábase espontáneamente en armas en favor de los principios de Mayo, y Belgrano recibía encargo de trasladarse allí, sin demora, para tomar el mando de las fuerzas que se reunían y de las que con él habían salvado en la capitulación.

Habiendo establecido su campamento en la Villa de Mercedes, sobre el Río Negro, vinieron á arrancarlo de sus patrióticas tareas las tumultuosas reclamaciones de la Capital que exigían fuera sometido á juicio por su conducta en la campaña del Paraguay.

No resultándole cargo mayor del proceso, Belgrano fué encargado del mando de las baterías construidas en el Rosario, entonces miserable aldea, y la isla situada en frente, para impedir que las naves españolas remontasen las aguas del Paraná.

Iba á cumplirse el segundo aniversario de la Revolución de Mayo y ésta no tenía aún insignia propia.

Sus soldados peleaban á la sombra de los colores de la Metrópoli, cuando derramaban su sangre precisamente en contra de lo que para un Americano significaba el amarillo y el rojo de aquella enseña.

Belgrano consultó al Gobierno sobre la necesidad de variar los colores de la escarapela, y se permitió proponerle el uso exclusivo del blanco y del celeste, distintivo de los criollos, por lo menos desde la segunda invasión Inglesa.

Como el Gobierno aprobase su propuesta en ese punto, creyóse autorizado para convertir la escarapela en pabellón, y el 27 de febrero de 1812 hizo flamear en la batería, á que puso el nombre de Independencia, por vez primera, la bandera argentina.


III.

Casi simultáneamente le era encomendado mando del ejército del Norte, vencido y despedazado en la funesta batalla de Huaqui; y el 25 de marzo daba principio á la reorganización de sus reliquias.

Aunque avanzó hasta Jujuy con ánimo de proteger la insurrección operada á espaldas del ejército español, el general Goyeneche destacó á vanguardia un cuerpo de ejército de tres mil hombres á las órdenes del general Tristán, mientras él atendía personalmente el levantamiento de los patriotas del Alto Perú.

El avance de Tristán se hacía en combinación con los Españoles de Montevideo y con los que estaban en Buenos Aires, donde debió estallar una conspiración, la denominada de Álzaga, felizmente descubierta en oportunidad.

Belgrano, no pudiendo resistir el empuje de los realistas, retrocedió por orden terminante del Gobierno revolucionario: pero los vecindarios de Salta, Jujuy y en especial de Tucumán, obligaron á Belgrano á disputar el terreno, costase lo que costase.

El 21 de setiembre de 1812 se encontraron los dos ejércitos en las inmediaciones de la ciudad de Tucumán. El ejército español compuesto de tropas escogidas, y el patriota de los restos de los batallones destrozados en Huaquí y de multitud de gauchos mal armados.

Tristán quedó vencido: 450 muertos y más de 600 prisioneros de los realistas, junto con 7 cañones, 5 banderas y considerable número de fusiles, fueron el trofeo de los vencedores. Tucumán se llamó desde entonces Sepulcro de los tiranos.

Los restos del ejército de Tristán buscaron la protección de Goyeneche; pero alcanzados en Salta, fueron allí nuevamente batidos (20 de febrero de 1813) y obligados á rendirse á discreción.


IV.

Después de la batalla de Salta, Belgrano, procediendo tal vez con demasiada benignidad, dejó á los prisioneros españoles en libertad de regresar á sus hogares, previo juramento de no volver á empuñar las armas contra los ejércitos argentinos.

Es cierto que al proceder de ese modo. Belgrano tuvo en cuenta la circunstancia de ser la mayor parte de ellos naturales del Alto y Bajo Perú, y creyó que voluntariamente se convertirían en agentes de la Revolución. Pero fueron eximidos de ese juramento por el Arzobispo de Charcas y el Obispo de la Paz, fundándose en que los juramentos prestados á rebeldes no son válidos.

Entretanto, la insurrección producida á espaldas del general Goyeneche había cundido, especialmente en la provincia de Cochabamba. Belgrano intentó correr en su protección, y tres meses después de obtener la victoria de Salta penetraba en la opulenta ciudad de Potosí.

Goyeneche había sido sustituido en el mando del ejército realista por el general Pezuela. Éste, luego de reorganizar el ejército, adelantóse al encuentro de los patriotas; y el 1º de octubre chocaron ambos ejércitos en la Pampa de Vilcapujio.

Derrotado completamente Belgrano en esta ocasión, hizo nuevos esfuerzos, y el 14 de noviembre, alcanzado nuevamente por Pezuela, perdió la batalla de Ayohuma.

Este desastre puso en mano de los españoles las provincias del Alto Perú, y dejó sin auxilio de ningún género á sus esforzados defensores.
V.

Relevado Belgrano por San Martín en el mando del ejército del Norte, el benemérito patriota fué enviado á Europa en misión diplomática, dándosele por colega á su amigo Rivadavia.

Esta misión tuvo por objeto obtener de España, y bajo la protección de la Gran Bretaña, sin arruinar el país ni derramar más sangre, una de estas dos cosas: ó la independencia nacional, ó, por lo menos, la formación de un gobierno propio de la colonia bajo la protección de la España.

Belgrano regresó, dos años después, convencido que no había más camino que luchar para obtener el anhelado bien de la libertad; y bajo esta impresión influyó para que los diputados reunidos en Congreso en Tucumán declarasen la Independencia, como sucedió el 9 de julio de 1816; y para que ensayasen la formación de una monarquía con un principe de la familia de los Incas, lo que presentaba muy grandes dificultades, y felizmente no pudo conseguir.

Nombrado por último jefe del ejército del Norte acantonado en Tucumán, allí permaneció hasta principios de 1820, cubriendo la retaguardia de las esforzadas huestes acaudilladas por Güemes, que pusieron á raya el esfuerzo tenaz y persistente de los españoles de penetrar por dirección en el corazón del territorio argentino.

Enfermo y entristecido regresó, por último á Buenos Aires, donde falleció, de hidropesía, el 20 de junio de 1820.