Memorias Íntimas, Capítulo V - Madrid se divierte

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Obras Completas de Eusebio Blasco
Tomo IV, Memorias Íntimas.
Capítulo V - Madrid se divierte
de Eusebio Blasco

Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.

V

Bailes, fiestas y banquetes. Madrid se divierte.—Desdeñando el peligro.—La juventud revolucionaria.—Las cucas.—Narciso Serra.— El padre Tristán Medina.


(1) [1] .......................................................... Infanta tenía verdadera popularidad. Madrileña pura, en contacto siempre con el pueblo, ajena a la política, es la Infanta de los artistas, de los músicos, de los literatos, la que no faltará por nada en el mundo a la Romería de San Isidro ni a su paseo inesperado por los barrios bajos. Infatigable en el ejercicio, gran cazadora, habilidísima en el guiar coches y caballos, la primera en los toros, la última en la Opera, artista y exhuberante de madrileñismo, lo mismo acude a un concierto clásico para oir con verdadera devoción la música de que es apasionada, que al saber que un toro ha cogido al Reverte envía a las doce de la noche un empleado de la Real casa a ver cómo sigue el herido, y ocurre que el banderillero que le vela dice: — ¡Que de parte de la Infanta que como va eso! — Pues ecirle a la Infanta que vamos así así, y que siempre pa servirla! Y esto no sucede más que en España, donde los Reyes son demócratas sin saberlo, ni puede ser más hermoso ni más cristiano.

Por eso aquella boda tuvo gran resonancia, que ya la Infanta era muy querida y una de las cosas que más ruido hicieron fué el magnífico baile que se dió en Palacio y en el que se perdieron ó desaparecieron centenares de abrigos. Llenos venían los periódicos al día siguiente de anuncios reclamando capas, paletots y abrigos de pieles. Esto que en otra época cualquiera se hubiera respetado, fué el principio de una serie de bromas y desacatos en la prensa de oposición y en los periódicos festivos, y comenzó ya a iniciarse una campaña del ridículo hasta entonces desusada.

En aquel baile estuvieron todos los que pocos años después habían de batirse en el puente de Alcolea. Y el Conde de Girgenti que venía a España a ser feliz y a servir en nuestro ejército, no podía imaginar en aquella noche de novio que tendría que pelear contra sus convidados y emigrar con toda la familia al extranjero. Verdad es que los que allí le felicitaron tampoco sabían que las circunstancias habían de llevarles a fundirse con nosotros los hombres nuevos. Ya lo dijo Walter Scott, que más novelesco que la realidad, no hay nada.

Época de fastuosidades y derroches, víspera de grandes y radicales cambios, que no querían ver ni suponer siquiera probables los que estaban en alto, a medida que la gorda que el pueblo anunciaba, iba acercándose, la Corte y los partidos gobernantes creían evitarla ó con el desprecio ó con el sumo rigor, y Madrid, que pronto debía cambiar de faz, se excedía en bailes, fiestas y banquetes. Célebres fueron los bailes de trajes en el Palacio de Medinaceli y las comidas y representaciones en el Palacio de Món. A ellos me llevó la amistad con la duquesa de Hijar y en su casa hice relación con todas las familias aristocráticas de Madrid, y viviendo a la vez arriba y abajo, en la reacción y en la revolución, podía observar el curso de las cosas y comparar una con otra vida. No se creía en la facilidad de una gran catástrofe, la Corte se divertía y la nobleza también, la Unión liberal era un partido en el que predominaban los hombres liberales llamados resellados y sus gobiernos no cerraban totalmente el paso a las nuevas ideas. Casi era tan liberal El Contemporáneo como nuestra Discusión, y andábamos unidos demócratas y aristócratas en todas partes. Pero la juventud era revolucionaria. Los profesores demócratas crearon una juventud revolucionaria como ellos. La juventud ejercía, tomaba parte en el movimiento que se aproximaba, la influencia clerical no -dominaba más que en las altas clases, y aún no del todo, porque de arriba salieron jóvenes como los Sardoal, Perales, Benifayó, Santa Marta y tantos otros. Y esta juventud entusiasta dejaba a la otra dar sus becerradas, ir a la Opera a oír a la Lagrange y a la Penco, y reírse de los meetings y banquetes que organizaba Olózaga que era con su aspecto reposado y tranquilo el mayor agitador de entonces. La Corte era artista, y se dejaba morir en delicioso desdén de lo que se venía encima.


  1. Falta una cuartilla que no ha sido hallada en el original que dejó escrito el autor.