Memorias Íntimas, Capítulo XX - La Batalla de Alcolea
Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
Ocupado en trabajar de día y en ir a eso que llaman el mundo por la noche, no pude seguir día por día los preparativos que se hacían para lo que después se llamó la gloriosa. En aquellos dos años escribí varias comedias y zarzuelas, dos novelas, artículos sin cuento en los periódicos, un tomo de poesías festivas; todo esto iba pasando a ínfimo precio a manos de los editores para que yo pudiera sostener mi casa. Ausentes, desterrados, perseguidos los amigos y jefes, no escribían sino con grandes precauciones. Iba uno siempre seguido por la policía, la casa estaba constantemente vigilada, aquello no era vivir.
De pronto, un día me llamó aparte Ramón Correa en casa de la Condesa de Hijar y me dijo:
—¿Te vienes?
—¿Adónde?
—A ¡Sevilla. Pedro Antonio de Alarcón ya está por allí.
—¿Pues qué pasa?
—Que antes de tres días se da el golpe, es cosa hecha, yo he venido por cuarenta y ocho horas. Adelardo lo tiene todo arreglado, los generales deben estar en camino.
No podría yo ir, gastar en el viaje, dejarle alguno a mi madre, todo esto representaba una cantidad, dinero; ¡yo he ganado dinero siempre y no he tenido dinero nunca!
Correa se marchó y asistió con Alarcón a los grandes sucesos. Cuatro ó cinco días después Eduardo Gasset lanzó la gran noticia, en Madrid se tomaron grandes precauciones, prendieron a infinidad de personas sin motivo, ya no hubo secreto, se conoció el manifiesto de Cádiz; el poeta de las grandes ternuras, había redactado una proclama terrible. ¡Viva España con honra! se decía en ella. Este documento soliviantó a la población de Madrid, supimos todos que dos generales amigos antiguos estaban uno en frente del otro y al frente de tropas hermanas dispuestas i darse batalla. ¡Qué día aquél de Alcolea! ¡Cómo no he de recordar las dos cartas que se cruzaron entre aquéllos dos hombres, mientras Prim y Montpensier y los demás conspirados aguardaban en los barcos de guerra ya entregados a la Revolución el rebultado de la batalla!
Antes de empezar, el general Serrano escribió la carta siguiente: Portador de ella, a caballo, con bandera de paz y seguidos ds algunos soldados fué el autor del Tanto por ciento. Y la carta decía:
Muy señor mío: (¡Qué sequedad, entre amigos y compañeros de armas tan queridos!)
Muy señor mío: Antes de que una funesta eventualidad haga inevitable la lucha entre dos ejércitos hermanos, antes de que se dispare el primer tiro que seguramente producirá un eco de espanto y de dolor en todos los corazones, me dirijo a usted para descargo de mi conciencia.
Las pasiones están, afortunadamente, contenidas por la absoluta confianza que el país tiene en su victoria, pero al primer conato de resistencia estallarán furiosas y terribles y el primero que lo provoque será responsable ante Dios y ante la historia de la sangre que se derrame.
Cuartel general de Alcolea.
La respuesta fué inmediata y de tono tan levantado, tal vez más, que el que resulta en la intimación:
Señor Duque de la Torre.
Muy señor mío: En mi poder el escrito que me dirige usted por su enviado D. Adelardo López ds Ayala. Profundo es mi dolor al saber que es usted quien se halla al trente del movimiento; y estoy seguro de que en el acto de escribirme y antes de recibir mi contestación, habrá usted adivinado cual había de ser ésta.
El Gobierno de la Reina doña Isabel II me ha confiado el mando de este ejército, que estoy seguro cumplirá con su deber por muy sensible que le sea cruzar las bayonetas con los que ayer eran sus camaradas.
Si, lo que es de todo punto improbable, la suerte no favoreciese este resultado, siempre nos acompañará a estas brillantes tropas y a mí el justo orgullo de no haber procurado la lucha y la historia, severa siempre con los que dan el grito de guerra civil, guardará para nosotros una página gloriosa.
De usted affmo amigo
q. b. s. m.,
El Marqués De Novaliches.
Cuartel general de Montero.
Ya no hubo solución, se dió la batalla ante la expectación de España entera y la curiosidad del extranjero. Todos cumplieron con su deber. Aquel general que el 22 de Junio había tomado por asalto el cuartel de San Gil para aniquilar a los que gritaban viva la libertad, en el puente de Alcolea derrumbó el trono secular é hirió de muerte a la monarquía siguiendo el irresistible impulso de los tiempos. El valiente soldado de la Monarquía, aquel Marqués de Novaliches tan respetable en su fidelidad cayó en medio del puente con heridas mortales y gritando: ¡Viva la Reina! Con él cayeron todos, se ganó la batalla, la suerte estaba echada y España entraba en una nueva era.
Y el pueblo empeñado en que no había de suceder así; la idolatría popular es ciega y sorda. Fué Serrano quien ganó la batalla, y en Madrid se improvisó enseguida esa copla de actualidad que surge siempre sin que se sepa nunca quien la ha improvisado.
En calles, plazuelas, casas y cafés se cantó enseguida:
En el puente de Alcolea
la batalla ganó Prim
y por eso le esperamoa
en las calles de Madrid.
¡Pero, señor, si ha sido Serrano! les gritaba Roberto Robert tres días después a los paisanos armados que bailaban con el fusil y con la pareja a un tiempo..
Y la gente del pueblo contestaba, apuntando: ¡Viva Prim!
Y, es claro, todos contestábamos enseguida que viva!
Quiere esto decir que los delirios populares tienen en todas partes las mismas manifestaciones.
Ocultó el gobierno la noticia de la victoria de Serrano, pero se supo, se tomaron precauciones brutales, pero fueron inútiles. La gorda de que hablábamos en la primera conferencia era ya un hecho.
Madrid no reconocía ya autoridad el día 28 por la noche.
Amaneció por fin el 29. Un hermoso día de Madrid en Otoño. A las once de la mañana sacáronme de mi casa con grandes voces un puñado de hombres todos gritando ¡Viva te libertad! y otro grito que hoy no se puede repetir, porque si aquel día era el que corría por todos los labios, hoy es subversivo; porque aquello tan alto que el día aquél se fué abajo, hoy está arriba, por eso hay que contar estas cosas con cuidado! Pero en fin, una descripción es una descripción, y los hechos son hechos.
¡Abajo! (Esto me lo decían a mí, para que bajara.) ¡Y a la calle todo el mundo! El grupo traía una bandera española; lo componían cajistas de la imprenta de Moliner, vecinos de las calles de las Huertas, Cervantes, y Lope de Vega, gentes del barrio que me conocían y me buscaban para ir a la Puerta del Sol. !Se había ganado la batalla de Alcolea! España era libre, la revolución estaba hecha! Sonaban cohetes por las calles cercanas a la mía. Ya empezaban a entapizar los balcones por la Carrera de San Jerónimo. A cada amigo que uno se encontraba había que darle un abrazo.
Numerosos grupos con banderas acudían por todas las bocacalles al centro de Madrid. Del Suizo Viejo salían los amigos del rincón aquel, Vallejo, Avilés, Inza, Algarra, Palacio, Arturo Soria, Robert, Bernardo Rico, los economistas, los poetas, los músicos. Arrieta vociferaba contando a todos las proezas de Adelardo; los cómicos del Español y de la Zarzuela venían tam bién en todas direcciones; oficiales y soldados brindaban por el pueblo; el pueblo vitoreaba al ejército; desapareció la policía, se metió en su cuartel la guardia civil y varios hombres del pueblo, sin zapatos ni dos reales en el bolsillo, se constituyeron en guardianes del Banco para que no se cometiera desmán alguno. ¡Pena de muerte al ladrón!, se veía por todas partes. Y en la calle de Alcalá, en la fachada del ministerio de Hacienda be escribió el cartel aquel al que se le han atribuido no sé cuantos autores. Por cierto que hace poco se ha dicho en algún periódico que lo puso el Sr. Romero Robledo. Esto es falso. Quien lo puso ya se murió, y no hay para qué atribuir ciertas cosas a quien no las ha hecho.
¡Qué espectáculo el de la Puerta del Sol, de las doce de la mañana a las seis de la tarde! No, no es posible describirlo. Llena, absolutamente llena de gente la plaza, en apretado, inmenso haz, pero dejando ancha calle para cada persona de aquellas que habían sido apóstoles de la buena nueva. A Rivero, a Figuerola, a don Antonio Romero Ortiz, a Ruiz Zorrilla, a Eduardo Gasset, al general Ros de Olano, que lué de los primeros que se pusieron en contacto con el pueblo y desde los balcones de Gobernación habló a la multitud y con acento conmovedor gritó ¡viva la libertad!, con lágrimas de emoción en los ojos. Como yo le tenía gran afección, que me conservó hasta su muerte, es una de las figuras que más recuerdo de aquel día, y parece que le estoy viendo, de uniforme, estirándose el bigote, erguido y marcial, hablando, por fin, el lenguaje popular, él que dos años antes, en aquel sangriento día de Junio nos había combatido, ¡todos unos! Y antes de que declinara el sol, la Junta revolucionaria estaba constituida.
¡Qué Junta! ¡Qué nombres! Al recordarlos treinta años después parece esto un sueño. Hay que repetir todos aquellos nombres del Comité revolucionario, que iba a cambiarlo y a derrumbarlo todo, porque algunos los lleva todavía personas que viven y que andan por otros mundos.
Madoz, Rivero, Amable Escalante, Figuerola, Carrascón, Vega de Armijo, Azara, Vicente Rodríguez, Pereda, Sorní, García, Moreno Benítez, Vallejo, Romero Robledo, Vallés, Olózaga, Jiménez, Rojo Arias, Chao, Fernández de las Cuevas, Ortízde Pinedo, Ramos, Calvo Guaiti, Abaacal, Merelo, Joarizti, García López, Bernardo García, Canuto Salvador, Morayta, Muñiz Carretero, Ramos Calderón, Carlos Navarro Rodrigo, Carratala, Orense...
A éstos saludó el pueblo al verles elegidos y ya en funciones, presentándose en el balcón. Ya por la tarde comenzaron las manifestaciones populares de entusiasmo. A pie, del brazo de dos amigos, seguido de más de mil personas, llegó Tamberlik cantando y repitiendo Viva la libertad! Y su voz dominaba la de la multitud.
El actor italiano Rossi, que entonces estaba haciendo furor en Madrid, llegó en un landó descubierto, y de pie en el coche, iba haciendo discursos celebrando la independencia de la gloria de la España moderna. Toda la colonia italiana le seguía. La colonia francesa, con banderas tricolores, bajaba por la calle del Carmen y acudía al centro cantando La Marsellesa; las colonias brasileña, argentina y mexicana venían después. Parecía que el mundo entero, en un instante, se ponía de parte de España; era un vértigo, una locura de entusiasmo, y entre tanto la Junta, allá arriba, redactaba un brevísimo manifiesto, que íbamos copiando todos y que el pueblo conoció antes de que lo publicara la Gaceta.
»El pueblo de Madrid acaba de dar el grito
»santo de libertad, y el ejército, sin excepción de
»un solo hombre, fraterniza en todas partes con
»éI.El júbilo y la confianza son universales. Una
«Junta provisional, salida del seno de la Revolución
»y compuesta de los tres elementos de
»ella, acaba de acordar el armamento de la Milicia
»Nacional voluntaria y la elección de la
»Junta definitiva.
«Españoles, secundad todos el gritu de la que fué corte de las Españas, y de hoy más será el «santuario de la libertad.»
Corrió como la chispa eléctrica este documento. Recorrió las calles a caballo D. Amable Escalante, muy popular aquel día. Se pasó la noche en fiestas, músicas, banquetes, alegria general. Al día siguiente se abrieron los parques; el pueblo en enormes masas acudió a coger armas; el pueblo reinaba. ¡Viva Prim! Este era el grito general. El mismo día siguiente se colocó la primera piedra de la estatua de Mendizábal. El día 7 de Octubre entró en Madrid el general Prim, y jamás se vió entrada más triunfal ni entusiasmo más delirante. Cuatro días antes había entrado Serrano y dirigido la palabra desde el balcón del Principal. Se decretó como medida urgente la extinción de todas las comunidades religiosas, que están ahí ya de vuelta hace un rato. El día 8 se constituyó el primer Gobierno, presidido por Serrano, y del que fueron ministros de la guerra, Prim; de Fomento, Zorrilla; de Estado, Lorenzana; de Gracia y Justicia, Romero Ortiz; de Marina, Topete; de Gobernación, Sagasta; de Hacienda, Figuerola; de Ultramar, Ayala. Rivero fué nombrado alcalde, y tuvo por concejales, entre otros, a Gasset, a Pirala, y a Albareda. Datos curiosos, sobre todo para recordarlos ahora: uno de los primeros decretos de Guerra fué el que nombraba oficial de la secretaría a D. Marcelo de Azcárraga, y el primer decreto de Lorenzana fué dejando cesante al subsecretario que era el conde de Xiquena, a quien reemplazó D. Juan Valera.
Entretanto aquellos mismos días, es decir, del 29 de Septiembre al 4 de Octubre, Isabel II hacía su manifiesto de protesta en Pau, que no era sino el principio de su abdicación en favor de Don Alfonso, después Alfonso XII, y el Infante Don Juan abdicaba en París en favor de su hijo Don Carlos. Todo cambiaba, todo entraba en una nueva faz. ¡Oh, novelas de la vida, sorpresas de la suerte, eterna comedia humana! Unidos en un palco del teatro del Chatelet en París, vi una noche a doña Isabel y a Don Carlos, y aquella noche aprendí a no sorprenderme ya en en mi vida de nada. Por eso la reina Isabel me decía una tarde en París con aquella franqueza y aquel dejo tan madrileño suyo, después de haber hablado largo rato de muchas cosas:
—Mira que tú y yo hablando aquí juntos ¡es gordo!
—Ya lo creo que es gordo, señora; ¡y cosas más gordas tenemos que ver todavía!