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Mestización

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Mestización

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Cuando nos acercamos al palenque, nos salieron a recibir media docena de perros, ladrando con todas sus ganas, y nos pudimos dar cuenta, una vez más, que todo, en la Pampa, se va mestizando muy ligero, pero que la especie perruna, si se ha mestizado, ha sido hasta ahora, burlándose de la ley racional del perfeccionamiento continuo.

Los que nos atropellaban, parecían haber querido formar, entre todos, como un muestrario de las veinte razas que se podrían haber cruzado, en cien leguas en contorno; pues en ellos había de todo: hocico de zorro, miradas de lobo, dientes de mastín, cabezas de galgo, orejas de pointer, piernas torcidas de rastrero, boca enorme de danés, tamaños de faldero y de terranova, pelo de ovejero, colas peladas y otras peludas.

Y mientras cambiábamos sobre el punto, nuestras reflexiones, salió del rancho la mujer del puestero, con unas siete u ocho criaturas, entre negras y blancuzcas, que se pegaron contra la pared, mirándonos con toda la atención de sus tamaños ojos negros. La mujer era mulata, con la mota característica, y de cara bastante negra para que se pudiera afirmar, sin ser todo un antropólogo, que ese color acentuado no podía proceder únicamente de la acción del sol.

Al rato, llegó con la majada y la empezó a encerrar, para el aparte que debíamos hacer, el marido de la morocha aquella. Y, como llevaba boina y alpargatas, pensamos que era vasco, pero nos dijeron que era napolitano.

¡Cosa particular! ¡como les gusta a los tanos blanquear a los hijos de las negras! Esa sí es mestización.

Y no sólo a la sangre la mestizan, sino también al traje, al idioma, a todo. Cuando se nos presentó este italiano, vestido de vasco y casado con negra, y nos empezó a hablar, vimos que era muy gaucho, el hombre, de cuchillo en la cintura y bastante compadrón, pero con una jerga criollo-bachicha que era otra mestiza.

Todo, en este bendito país, se tiene que mestizar a la fuerza: las ovejas en las cabañas y las vacas en los rodeos, y la gente en todas partes, y si es cierto que el mejor toro es el que, de más lejos viene, seguro que, con el tiempo, no habrá morena por renegrida que sea, que no tenga nietos rubios.

Hasta los campos se mestizan, y cierto es que con el traqueo de haciendas traídas de campos refinados, las semillas que en su lana o en sus colas traen pegadas, brotan entre los pastos duros, y poco a poco, mejoran la planicie.

Las calidades y los defectos, en la gente, también se casan y, como buenos casados, pronto pelean entre sí, pero echan unas crías de calidades y defectos inesperados. Las costumbres se cruzan; y justamente, ese día, después de concluido nuestro trabajo, aceptamos unos mates cimarrones que nos cebó el puestero napolitano, en cuclillas cerca del fogón, a la gaucha, mientras su señora prefería tomar una taza de té, como una lady inglesa.

Y en este incesante intercambio de elementos tan variados; en este entrevero de costumbres, de trajes, de idiomas, de vicios y de calidades, todo y todos cambian algo de su personalidad, moral y física, por algo del medio ambiente, hasta formar a veces ciertas mezclas disparatadas y un conjunto algo desconcertado, cuya dominante todavía no se puede percibir con claridad.

Por ejemplo, esta bandada de muchachos que, cuando volvimos, estaba en el andén de la estación, esperando el tren; con mirarlos un momento, se conoce que los irlandeses han de haber poblado fuerte la comarca, pero no solos; y es una mezcla realmente sabrosa, la de estos ojos azules con estas cabelleras negras, de estas pecas, en caras que hubieran querido ser trigueñas, con estas narices arremangadas encima de bocas anchas, de las cuales salen, sin el mínimo acento inglés, a pesar de los dientes largos, el idioma criollo, en toda su flor.