Mezclilla: 37

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Se ha publicado una nueva edición de Las Tiendas, libro original y en prosa de Carlos Frontaura.

Carlos Frontaura, antes de ser conservador, fue un escritor de mucha gracia. Las brujas de Macbeth le hablaron un día al oído, diciendo: ¡Salud, Macbeth (Frontaura); salud, Thane de Glamis (alias gobernador de Salamanca); salud, Thane de Cawdor!, o como diría cierto periódico muy erudito y mal pagador:


1 Witch-All Hail, Macbeth-Hail to thee Thane of Glamis!

2 Witch-All Hail, Macbeth-Hail to thee Thane of Cawdor!


y el Sr. Frontaura se dejó seducir y... no mató a nadie; pero ahorcó él ingenio para dedicarse a su ambición.

El director de El Cascabel no llegó a Ministro, cuanto y más a Rey; le sucedió lo que a muchos literatos verdaderos, que se cansan de cobrar poco y se meten a políticos. El verdadero literato rara vez es buen político, de los que se usan. Para un Castelar, que es buen literato y buen político, hay mil escritores que en cuanto se meten en política de once varas se achican, pierden pie y... se resellan. Sí; el primer acto del escritor al meterse en política suele ser eso: resellarse. Se sabe que el artista, cuando quiere ser hombre de partido, casi siempre salta hacia atrás. El porqué de esto, ya lo han explicado muchos pensadores, entre ellos Mad. Staël en su Ensayo sobre la literatura. (Véase el periódico que paga mal, que debe de estar enterado.) Ello es que Frontaura se hizo muy reaccionario y muy místico, como si dijéramos. El Cascabel, que había sido la alegría del mundo y todo malicia, empezó a palidecer como si estuviera opilado, y a publicar varios desahogos de flato religioso en forma de endechas cristianas. Por cierto que in illo tempore era yo un adolescente bastante buen católico, aunque muy liberal; y con un seudónimo envié dos o tres poesías místicas a El Cascabel, que me las publicó en seguida. Mucho se lo agradecí en aquella edad de la inocencia literaria; pero hoy confieso que lo mismo yo que El Cascabel tocábamos el violón... como suele decirse. Una cosa es la piedad y otra los periódicos satíricos. Por allí no se iba a ninguna parte. Yo me corregí a tiempo. A los pocos años ya no escribía este bardo versos místicos ni profanos. Pero El Cascabel que es de quien se trata, continuó en la mala senda cultivando la noche serena, de fray Luis... en traje de pierrot, género de moda de que abominaba, con razón, Cervantes. Cuando ya estaba místico en último grado el Sr. Frontaura y se esperaba que se metiese en la Trapa de un día a otro, le vimos con destino a su destino. En vez de entregarse a Dios, se había entregado al Sr. Cánovas. Era Gobernador.

Cuando volvió D. Carlos de su ínsula, o no sé si desde allí, escribió una comedia mediana, de lenguaje muy pasadero, pero con unas pretensiones éticas que daban ganas de llorar. Se llamaba la comedia Las tres rosas, o cosa por el estilo.

Y a pesar de todo esto, Frontaura había sido, y tal, vez para sus adentros continuaba siendo, un hombre de ingenio, un literato verdadero con mucha malicia, con mucha sal y con más gusto que muchos señores que ahora le miran como cosa anticuada.

El caballero particular es una zarzuela que tiene gracia verdadera, espontánea, sin necesidad de recursos heroico-bufos.

Y más, mucho más me gusta En las astas del toro que hace reír de todo corazón, que es un modelo del género de que después tanto se ha abusado, pero que en sus justos límites es muy legítimo por muy nacional, muy original y muy regocijado.

Todavía, cuando de tarde en tarde veo En las astas del toro, en día de buen humor, gozo con la franca alegría de los quince años y bendigo al autor de aquellas escenas que, sí, señores, son clásicas a su manera.

Las Tiendas es un libro que, como ustedes saben, se publicó en El Cascabel artículo tras artículo. Tiene los defectos que son consecuencia del delito de haber nacido de ese modo; monotonía, redundancia, falta de composición artística...; Pero ¡qué soltura, qué verdad, qué chiste! Sí, señores, sí; en Las Tiendas, de Frontaura, hay gracia, y naturalidad, y observación. ¡Pudo su autor haber escrito tantas cosas así, y aun mejores!

¡Frontaura! Nuestros literatos jóvenes apenas le conocen. Tal vez a muchos les parezca extraño que yo le alabe aquí.

Entre la inquietud y las veleidades del político y la debilidad de carácter del interesado, hicieron del autor de El Cascabel uno de tantos escritores de esos que sobreviven a su popularidad. ¡Qué cosa tan triste!... ¡Cuántas culpas de todos!... El vulgo que olvida, el escritor que se cansa, las necesidades prosaicas que apuran, la crítica ligera, que ayuda a enterrar una fama hablando de decadencia y agotamiento con crueldad fría, con precipitación censurable, sin saber acaso el mal que hace... ¿De quién es la culpa?... se puede preguntar con el ruso Herzen. ¡Sabe Dios! De muchos.

Pero Frontaura no es viejo todavía. Podrá estar cansado, pero yo creo que su ingenio puede resucitar. Hace pocos días vi en La Ilustración Española un artículo suyo, «Leyendo la Correspondencia», escrito a vuelapluma, sin pretensiones, casi sin argumento... ¿qué importa?; allí estaba el Frontaura escritor de buena cepa, el observador sagaz, el satírico gracioso, el hombre del mundo... de mundo grande, el de la calle, el de la lucha por la existencia. En el descuido no fingido de aquellos pocos renglones, en la sencillez del asunto en la facilidad de la forma, se adivinaba al literato propiamente tal... que se dedica a otras cosas.

Se me figura que si hoy se le pregunta a Frontaura: «¿Usted qué es ahora?» Contestará: «¿Yo?, cesante» (si está cesante, que yo no lo sé de fijo), en vez de decir: literato. Sí; de seguro se considera más cesante que escritor.

Si no hubiera habido en el mundo gobiernos civiles, más o menos superiores, ni ética, ni fines económicos, como dicen en las escuelas, a estas horas sería acaso Frontaura un gran escritor de costumbres, como también se dice en las escuelas, y aun fuera.

NOTA. Ni yo trato a Frontaura, ni me ha regalado su libro, ni esto es más que justicia pura.