Miscelánea histórica/Puente de Waterloo sobre el Támesis
Puente de Waterloo sobre el Támesis
Cuando el célebre escultor Cánova visitó a Londres y vio por la vez primera el puente de Waterloo, representado en la lámina núm. 14, aseguró a los que lo acompañaban que se podía dar por bien empleado un viaje desde Roma a la capital de Inglaterra con tal de ver una estructura de tan gran mérito.
La grandeza gigantesca de los monumentos romanos y de pueblos aún más antiguos que aún existen los hacen comúnmente propender a la opinión de que los modernos están destituidos del genio que animaba a los pueblos poderosos en otros tiempos. Pero aun cuando no tuviéramos ejemplares de lo contrario, en el camino del Simplon, de que tan repetidas veces se ha hablado en este periódico y en el puente que presentamos ahora, en grabado, la razón de por sí bastaría a hacernos sospechar que semejante opinión era infundada. Una de las circunstancias más importantes en la erección de estructuras grandiosas es el saber físico-matemático, que habilita a los hombres para contrarrestar la resistencia de los cuerpos y masas con que tienen que contender. Mas nadie que tenga la menor tintura en la historia de las Ciencias podrá dudar que los modernos llevan en este punto infinitas ventajas a los antiguos. Si en nuestros tiempos no se levantan monumentos estupendos por sus dimensiones, no es por falta de genio en los pueblos modernos. La causa es más dichosa: el aumento de la felicidad general. Los grandes pueblos de la antigüedad se componían de dos porciones de hombres, amos y esclavos. Esto sucedía en Europa; pues en Asia la población entera estaba sujeta al capricho de un solo déspota. La riqueza de las naciones o lo que es lo mismo, el trabajo nacional, estaba a disposición de los monarcas. Asiáticos: el del mundo conquistado por los romanos no lo estaba menos a la de los conquistadores. Donde hay brazos y alimentos, las obras más grandiosas se levantan como por encanto. Si a esto se añade el menosprecio de las vidas ajenas, cual existía y existe en los déspotas asiáticos; casi nada se hallará difícil en cuanto a obras públicas.
La mente se siente oprimida al considerar la magnitud de las Pirámides de Egipto, pero el corazón se agita indignado al reflexionar cuántos millares de millares de vidas se hubieron de sacrificar al vano empeño de acumular piedra sobre Piedra, sin otro objeto que encerrar los restos de un cuerpo mortal, mansión, probablemente de un alma pequeña y degradada. Mas ¡con qué sentimientos tan diferentes se para la imaginación a contemplar las obras públicas de una nación libre!
Aun el camino militar de Bonaparte se oscurece comparado, en esta luz, con un solo puente del Támesis. ¿Qué importa que se quede atrás en grandeza? El camino de Italia fue efecto de trabajo forzado; cuantas obras se ven en Londres son resultados espontáneos de la libertad nacional. Tiéndase la vista por esta inmensa capital, extiéndase aun a la isla entera, y aunque se hallará cubierta de puentes, caminos y canales, que exceden en su conjunto a cuanto leemos de los pueblos más poderosos, ni una piedra tan sola se hallará en todos ellos que haya sido movida por una mano forzada. Si fijamos los ojos en el Puente de Waterloo y consideramos que, con toda su grandeza, no debe nada al poder del Gobierno, y como todas las obras públicas de Inglaterra es efecto de la voluntad de una compañía voluntaria, no extrañemos que su nombre sea el de la victoria que aniquiló al rival poderoso de la Gran Bretaña.
Dimensiones del Puente de Waterloo (en pies ingleses)
Diámetro de los arcos, 120.
Pilares, grueso, 20.
Anchura del Puente, 42.
Anchura del andén, a cada lado, 7.
Anchura del camino para bestias y carruajes, 28.