Mitos y fantasías de los aztecas/22

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​Mitos y fantasías de los aztecas.​ de Guillermo Marín Ruiz
El ataque final

XXI.- EL ATAQUE FINAL...
...o la inmolación esperada.

En Tenochtitlán se desata con fuerza y gran virulencia la viruela. La gente muere en gran número. Esta es una parte de la historia que los historiadores hispanistas no relatan en toda su abrumadora dimensión. No se recordaba una tragedia como ésta en el Anáhuac. En el Anáhuac se había desatado la primera pandemia lo que debilitó militar y moralmente a los aztecas. No fueron los forajidos europeos, ni mucho menos sus limitadas y precarias armas, las que empezaban a inclinar la balanza a favor de los invasores. Era en cambio una terrible peste de viruela, tomada como un castigo divino y los propios pueblos vecinos que lucharon en contra de sus hermanos, especialmente los tlaxcaltecas, texcocanos y xochimilcas.

Cortés había provocado, gracias a los errores históricos de los aztecas y a la epidemia que había contagiado, una cruenta guerra civil y una fractura religiosa entre los decadentes pueblos del Valle del Anáhuac, que habían transgredido la filosofía y la religión de Quetzalcóatl.

“La conquista de México fue más bien una guerra civil entre indígenas, con profundas raíces filosóficas, religiosas y viejas heridas entre los pueblos por la dominación mexica, que una epopeya heroica de un puñado de españoles.” Marín 1997.

Los aztecas, en medio de la contingencia producida por la viruela, ya que los contagios y las muertes se multiplicaban vertiginosamente y no había ninguna cura conocida, trataban de buscar apoyos y auxilio, lo que los llevó a solicitar la alianza con sus acérrimos enemigos, los purépechas. Todo fue en vano. Huitzilopochtli estaba siendo derrotado por Quetzalcóatl. El efímero y limitado imperio azteca esperaba el fin. Los orgullosos guerreros aztecas estoicamente se resignaron a inmolarse. Bien pudieron huir y despoblar México—Tenochtitlán desde el tiempo que transcurrió la derrota de los europeos en “la Batalla de la noche triste” y el inicio del asedio de Tenochtitlán.

La explicación de la determinación azteca está en su propia historia y su ideología mística materialista guerrera. El orgullo azteca determinó esperar en México Tenochtitlán el final de su aventura cosmogónica e ideológica. No eran los españoles lo que preocupaba a la dirigencia azteca. Era en cambio la aceptación de la derrota de la ideología creada por Tlacaelel.

La viruela que los diezmaba como un castigo divino. Y la venganza de los pueblos avasallados y violentados en su efímero periodo de poder. Cortés y sus secuaces solo activaron el estallido social que estaba latente en el Valle del Anáhuac y en parte de las costas del Golfo de México.

El colonizador de ayer y de hoy, ha hecho todo lo que está a su alcance para que los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos, no conozcamos la verdadera historia, para que no podamos aprender de ella, y sigamos repitiendo los mismos errores. Entre más divididos y enfrentados estemos como hermanos, más débiles y vulnerables somos como pueblo y cultura.

La imposición de Huitzilopochtli sobre Quetzalcóatl había sido un grave error en una civilización eminentemente tradicional y religiosa. Los aztecas lograr en principio “imponer” su ideología expansionista, a la que se sumaron algunos pueblos a la fuerza o por miedo. Sabían que reducir la figura de Quetzalcóatl era transgredir miles de años de un pensamiento y una religión. Lo aceptaron por la fuerza o por conveniencia, pero las dirigencias de los demás pueblos sabían que era algo indebido. No lo hicieron los pueblos que hoy viven en la zona maya, oaxaqueña, las montañas de Guerrero y la inmensa zona de influencia purépecha, así como Tlaxcala y sus Señoríos aliados. Y por supuesto, la inmensidad de los pueblos que vivían en la Gran Chichimeca. La defensa de México Tenochtitlán duró tres meses. El verdadero responsable del ataque victorioso fue Ixtlilxóchitl, quien después de los tres intentos fracasados de Cortés, tomó el mando y de inmediato mandó destruir el acueducto de Chapultepec y con los bergantines se impidió el paso de alimentos y ayuda a la ciudad. Todos los españoles que participaron y escribieron sobre la invasión y ocupación del Anáhuac y el Tahuantinsuyo, excluyen sistemáticamente las valiosas y decisivas ayudas y apoyos de los dirigentes indígenas y sus pueblos, así como la importante participación de los negros y los indígenas antillanos que venían con los españoles. Los textos escritos en esa época era o “probanzas[1] como la de Bernal Díaz o como en el caso de Cortés, alegatos legaloides para justiciar la violación de las propias leyes y autoridades coloniales.

Pero poco se escribió con honestidad y rigor histórico, acaso Bartolomé de las Casas con su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, que conmueve a quien es capaz de leerla. Esta obra debería ser lectura obligada para neutralizar “los mitos y fantasías de los españoles y la conquista”, escritos por los conquistadores y por sus permanentes exaltadores, los “historiadores hispanistas”. Los colonizadores le apuestan a la ignorancia y a la apatía de los colonizados, pero ahí están los textos. Transcribimos dos fragmentos de esta importante obra tomados de www.toltecayotl.org

“Otra gran matanza hicieron en la ciudad de Tepeaca, que era mucho mayor e de más vecinos y gente que la dicha, donde mataron a espada infinita gente, con grandes particularidades de crueldad.

De Cholula caminaron hacia Méjico, y enviándoles el gran rey Motenzuma millares de presentes, e señores y gentes, e fiestas al camino, e a la entrada de la calzada de Méjico, que es a dos leguas, envióles a su mesmo hermano acompañado de muchos grandes señores e grandes presentes de oro y plata e ropas; y a la entrada de la ciudad, saliendo él mesmo en persona en unas andas de oro con toda su gran corte a recebirlos, y acompañándolos hasta los palacios en que los había mandado aposentar, aquel mismo día, según me dijeron algunos de los que allí se hallaron, con cierta disimulación, estando seguro, prendieron al gran rey Motenzuma y pusieron ochenta hombres que le guardasen, e después echáronlo en grillos...

Hechas las grandes crueldades y matanzas dichas y las que se dejaron de decir en las provincias de la Nueva España y en las de Pánuco, sucedió en la de Pánuco otro tirano insensible, cruel, el año de mil e quinientos e veinte y cinco, que haciendo muchas crueldades y herrando muchos y gran número de esclavos de las maneras susodichas, siendo todos hombres libres, y enviando cargados muchos navíos a las islas Cuba y Española, donde mejor venderlos podía, acabó de asolar toda aquella provincia; e acaesció allí dar por una yegua ochenta indios, ánimas racionales. De aquí fué proveído para gobernar la ciudad de Méjico y toda la Nueva España con otros grandes tiranos por oidores y él por presidente. El cual con ellos cometieron tan grandes males, tantos pecados, tantas crueldades, robos e abominaciones que no se podrían creer...” Bartolomé de las Casas. 1552.

Pero la verdad es que uno de los factores que influyó determinantemente fue la epidemia de viruela en la batalla de Tenochtitlán. Los pueblos del Anáhuac no tuvieron la menor defensa y oportunidad. Se supone que dos terceras partes de los habitantes de Tenochtitlán fueron infectados. Enfermos, sin agua, sin comida y traicionados por los pueblos sojuzgados, los aztecas no tuvieron más remedio que esperar su muerte de manera estoica y con gran dignidad.

“Cuando (...) aun no contra nosotros se preparaban los españoles,
primero se difundió entre nosotros una gran peste (...)
sobre nosotros se extendió: gran destructora de gente.
Algunos bien los tapó,
por todas partes de su cuerpo se extendió.
En la cara, en la cabeza, en el pecho, etc.”.

“Era muy destructora enfermedad.
Muchas gentes murieron de ella.
Ya nadie podía andar, no más estaban acostados,
Tendidos en su cama.
No podía nadie moverse,
no podía nadie volver el cuello,
no podía hacer movimiento de cuerpo;
no podía acostarse cara abajo,
ni acostarse sobre la espalda,
ni moverse de un lado a otro.
Y cuando se movían, daban de gritos (...)”

Muchos murieron por ella,
Pero muchos solamente de hambre murieron:
Hubo muertos por el hambre:
Ya nadie tenía cuidado de nadie,
Nadie de otros se preocupaba (...)”
Fray Bernardino de Sahagún.

Cuitláhuac, el nuevo Tlatoani que había nombrado el Tlatócan para sustituir a Moctezuma, murió de viruela y fue nombrado en su lugar Cuauhtémoc, el águila que desciende.


  1. Discurso dominante del S. XVI, el modo convencional en que los españoles veían representaban la conquista.