Morir por falta de memoria
Algunos, no muchos, de nuestros suscritores, se han olvidado al suscribirse de remitir el importe del tomo corriente, y como es tanto el cariño que les tenemos, vamos, en su obsequio, á principiar traspasando los límites del plan de la obra, refiriéndoles, en vez de un cuento, una historia verdadera.
Es la triste de D. Camilo de Lelis, aquel célebre solteron, que al disponer para su cena un huevo pasado por agua, puso en el puchero su reloj de plata, y se colocó lindamente el huevo en el bolsillo del chaleco.
Este desgraciado no se acordaba, por lo regular, ni de su nombre ni de las señas de su casa, y llevaba siempre uno y otro apuntado en la cartera. Pero las carteras se suelen perder, y el infeliz perdió un dia la suya, echándola en el buzon del correo en vez de una carta.
Al dia siguiente se leía en el Diario este anuncio:
En la fonda de... se encuentra un caballero, que parece tal en su traje y en sus maneras, que fué conducido anoche por el sereno del barrio, y que no sabe á donde dirigirse, porque se le han olvidado completamente su nombre y las señas de su casa. La persona que, por estas, venga en conocimiento de quién es, podrá llegarse á recogerlo y pagar un huevo pasado por agua, que fué su cena.
Cuando leí este anuncio, grité al momento, él es. En efecto, era él.
Este buen hombre vivia solo, y como estaba fuera de casa la mayor parte del dia, le habian roto muchas veces el cordon de la campanilla los areneros y los repartidores de prospectos. Para economizar este gasto puso en la puerta un letrero que decia: Cuando no se abra al segundo campanillazo, es señal de que nadie hay en casa. Llega él á pocos dias, se olvida de que es su habitación, llama una vez, dos, tres, se exaspera, levanta la vista y vuelve piés atrás esclamando. —¡Qué diablo! ¿Cómo he de abrir si no estoy en casa?
¡Ah! la muerte de este infeliz ha sido muy original.
Acostumbraba todas las noches fumarse un puro, y su última operación, que era doble, consistia en echarse en la cama, y tirar despues por la ventana, que estaba allí cerca, la punta del cigarro.
Parece imposible equivocarse en una operación tan sencilla; pero, ¡oh suerte de las criaturas! andamos siempre al borde de un abismo espuestos á que se nos vayan los pies.
Hace cuatro ó cinco noches que, después de reflexionar un rato sobre lo que estaba haciendo, por miedo de equivocarse, tanto se quiso asegurar, que se equivocó, y trocando los frenos, echó el cigarro en la cama y su cuerpo en las losas de la calle. ¡Vaya una equivocacion!
La memoria le faltó hasta en los últimos momentos. —Grande golpe ha sido, señor sereno; dijo él mismo con voz desfallecida al primero que se acercó, y continuó diciendo: ¿Sabe usted quién es ese desgraciado? No le arriendo la ganancia.
Ni siquiera se acordaba de que era él.