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Motivos de Proteo: 074

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LXXIII - Las aptitudes perdidas en el fondo obscuro de la sociedad humana. La influencia negativa del medio social.

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La idea de los dones superiores que sacrifica el ciego hado social se presentaba a la mente del poeta inglés en el cementerio de la aldea, frente a las humildes tumbas anónimas. A mí la triste idea me hiere, más que en ninguna otra ocasión, viendo pasar ante mis ojos el monstruo de la enorme muchedumbre. ¡Las fuerzas capaces de un alto dinamismo que quedan ignoradas, y para siempre se pierden, en el fondo obscuro de las sociedades humanas! ¿Hay pensamiento más merecedor de atención profunda y grave que éste?... Cuando nos brota del pecho, al paso del héroe, el vítor glorificador; cuando vertemos lágrimas de admiración y de entusiasmo ante el prodigio del artista, o nos embebe en recogimiento cuasi religioso la especulación de un sublime entendimiento, ¡cuán pocas veces consagramos un recuerdo piadoso y melancólico a las energías semejantes que, no por propia culpa, y sin tener, en su muy mayor parte, conciencia de su injusto destino, pasan de la vida a la muerte tan en principio y obscuridad como vinieron al mundo!

Pero ellas no están sólo en las muchedumbres que carecen de luces y suelen carecer de pan. Aun por arriba de este fondo de sombra, mil fatalidades sepultan para siempre bajo un género trivial de actividad (donde acaso lo escogido del alma estorbe para la competencia y el medro), nobles aptitudes, que serían capaces de reproducir y reemplazar, sin inferioridad ni sitio vacante, el armonioso conjunto de las que se desenvuelven en acción. Y en la masa informe y opaca del espíritu de la vulgaridad hay así, en potencia, una primorosa literatura, y un arte excelso, y una ciencia preñada de claridad, y mil batallas heroicas, a la manera que, según la soberana imagen de Tyndall, también los dramas de Shakespeare estaban, como lo demás, potencialmente, en el claustro materno de la primitiva nebulosa.

Cada sociedad humana, decíamos, levanta a su superficie almas de héroes en la proporción en que las sueña y necesita para los propósitos que lleva adelante; pero no ha de entenderse que exista la misma equidad entre el número de ellas que pasan de tal manera al acto, y las que el cuerpo social guarda en germen o potencia. Pensarlo así valdría tanto como reducir la cantidad de las semillas que difunde el viento, a la de las que caen en disposición de arraigar y convertirse en plantas. Muchas más son las semillas que la tierra deja perder que las que acoge. La espontaneidad individual lucha por quebrantar el límite que la capacidad del medio le señala; y en alguna medida, logra crear en la multitud que la resiste un aumento de necesidades y deseos heroicos; pero nunca este esfuerzo ensancha el campo en la extensión que se requeriría para una cabal y justa distribución de todas las energías personales dignas de noble y superior empleo. En el perenne certamen que determina cuáles serán los escogidos en el número de los llamados, ya que no hay espacio para todos, prevalece la mayor adecuación o mayor fuerza: triunfa y se impone la superioridad; pero esto solo no da satisfacción a la justicia, pues aún falta contar aquellos que no son ni de los escogidos ni de los llamados: los que no pueden llegar a la arena del certamen, porque viven en tales condiciones que se ignoran a sí mismos o no les es lícito aplicarse a sacar el oro de su mina; y entre éstos ¡ay! ¿quién sabe si alguna vez no están los primeros y mejores?...

Generaciones enteras pasaron al no ser, cuando la actividad de la inteligencia humana padeció eclipse de siglos, sin que de la luz virtual de su fantasía brotara un relámpago, sin que de la energía estática en su pensamiento partiera un impulso. Y en todas las generaciones, y en todos los pueblos, el sacrificio se reproduce para algún linaje de almas, grandes en su peculiar calidad: la calidad de aptitud que no halla acomodo dentro de las condiciones y necesidades propias del ambiente; aun sin considerar esa otra multitud de almas que, por injusta preterición individual, quedan fuera de cada una de aquellas mismas actividades que el ambiente admite y propicia.

La ráfaga de pasión aventurera y sueños de ambición que desató sobre la España reveladora de un mundo, este horizonte inmenso abierto de improviso, arrancó de la sombra de humildes y pacíficas labores, para levantarlos a las más épicas eminencias de la acción, espíritus cuya garra se hubiera embotado, de otra suerte, en forzosa quietud: agricultores como Balboa, estudiantes como Cortés, pastores como Pizarro. El magnetismo de la Revolución del 89 despertó en el alma de abogados obscuros y de retóricos sin unción, el numen del heroísmo militar, el genio de la elocuencia política; y destacó de entre la modesta oficialidad al condottiere de Taine, capaz de trocarse, sobre la pendiente de los destinos humanos, en rayo de la guerra y árbitro del mundo. -¿No has pensado alguna vez qué sería del genio de un Rembrandt o un Velázquez nacidos en la comunión del Islam, que no consiente la imitación figurada de las cosas vivas?...

Tan doloroso como este absoluto misterio y pasividad de la aptitud por el ambiente ingrato en que yace sumergida, es el rebajamiento de su actividad, orientada a su objeto propio, pero empequeñecida y deformada por los estrechos límites donde ha de contenerse. Cuéntase que, pasando el ejército de César por una aldea de los Alpes, se asombraron los romanos de ver cómo, en aquella pequeñez y aquella humildad, eran apetecidas las dignidades del mezquino gobierno y suscitaban disputas y emulaciones enconadas, tanto como las mismas magistraturas de la ciudad cuyo dominio era el del mundo. Las ambiciones de poder, de proselitismo, de fama, en los escenarios pequeños, no ponen en movimiento menos energías de pasión y voluntad que las que se manifiestan ante el solemne concurso de la atención humana; y en ellas pueden gastarse, sin que se conozca, ni valga para las sanciones de la gloria, tan altas dotes como las que consume el logro de la preeminencia o el lauro que traen consigo el respeto: del mundo y el augurio de la inmortalidad. No es otro el interés característico que Stendhal infundió en el Julián Sorel de Rojo y negro, dando por marco la sociedad de un pueblo miserable a un espíritu en que asiste el instinto superior de la acción.

El ambiente, por las múltiples formas de su influencia negativa: la incapacidad para alentar y dar campo a determinada manera de aptitud; el desamparo de la ignorancia y la pobreza; la adaptación forzosa a cierto género de actividad, que tiende a convertirse en vocación ficticia, hunde en la sombra, lícito es conjeturarlo, mayor suma de disposiciones superiores que las que levanta y estimula.