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Motivos de Proteo: 083

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LXXXII - Ejemplo típico de renovación personal. El espíritu de Goethe.

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El más alto, perfecto y típico ejemplar de vida progresiva, gobernada por un principio de constante renovación y de aprendizaje infatigable, que nos ofrezca, en lo moderno, la historia natural de los espíritus, es, sin duda, el de Goethe. Ninguna alma más cambiante que aquélla, vasta como el mar y como él libérrima e incoercible; ninguna más rica en formas múltiples; pero esta perpetua inquietud y diversidad, lejos de ser movimiento vano, dispersión estéril, son el hercúleo trabajo de engrandecimiento y perfección, de una naturaleza dotada, en mayor grado que otra alguna, de la aptitud del cultivo propio; son obra viva en la empresa de erigir lo que él llamaba, con majestuosa imagen, la pirámide de su existencia.

Retocar los lineamientos de su personalidad, a la manera del descontentadizo pintor que nunca logra estar en paz con su tela; ganar, a cada paso del tiempo, en extensión, en intensidad, en fuerza, en armonía; y para esto, vencer cotidianamente un límite más: verificar una nueva aleccionadora experiencia; participar, ya por directa impresión, ya por simpatía humana, de un sentimiento ignorado; penetrar una idea desconocida o enigmática, comprender un carácter divergente del propio: tal es la norma de esta vida, que sube, en espiral gigantesca, hasta circunscribir el más amplio y espléndido horizonte que hayan dominado jamás ojos humanos. Por eso, tanto como la inacción que paraliza y enerva, odia la monotonía, la uniformidad, la repetición de sí mismo, que son el modo como la inercia se disfraza de acción. Para su grande espíritu es alto don del hombre la inconsecuencia, porque habla de la inconsecuencia del que se mejora; y no importan las contradicciones flaqueza, si son las contradicciones del que se depura y rectifica.

Todo en él contribuye a un proceso de renovación incesante: inteligencia, sentimiento, voluntad. Su afán infinito de saber, difundido por cuanto abarcan la naturaleza y el espíritu, aporta sin descanso nuevos combustibles a la hoguera devoradora de su pensamiento; y cada forma de arte, cada manera de ciencia, en que pone la mano, le brindan, como en arras de sus amores, una original hermosura, una insospechada verdad. Incapaz de contenerse en los límites de un sistema o una escuela; reacio a toda disciplina que trabe el arranque espontáneo y sincero de su reflexión, su filosofía es, con la luz de cada aurora, cosa nueva, porque nace, no de un formalismo lógico, sino del vivo y fundente seno de un alma. Cuanto trae hasta él al través del espacio y el tiempo, el eco de una grande aspiración humana, un credo de fe, un sueño de heroísmo o de belleza, es imán de su interés y simpatía. Y a este carácter dinámico de su pensamiento, corresponde idéntico atributo en su sensibilidad. Se lanza, ávido de combates y deleites, a la realidad del mundo; quiere apurar la experiencia de su corazón hasta agotar la copa de la vida; perennemente ama, perennemente anhela; pero cuida de remover sus deseos y pasiones de modo que no le posean sino hasta el instante en que pueden cooperar a la obra de su perfeccionamiento. No fue más siervo de un afecto inmutable que de una idea exclusiva. Agotada en su alma la fuerza vivificadora, o la balsámica virtud, de una pasión; reducida ésta a impulso de inercia o a dejo ingrato y malsano, se apresura a reivindicar su libertad; y perpetuando en forma de arte el recuerdo de lo que sintió, acude, por espontáneo arranque de la vida, al reclamo del amor nuevo. Sobre toda esta efervescencia de su mundo interior, se cierne, siempre emancipada y potente, la fuerza indomable de su voluntad. Se dilata y renueva y reproduce en la acción, no menos que en las ideas y en los afectos. Su esperanza es como el natural resplandor de su energía. Nunca el amargo sabor de la derrota es para él sino el estímulo de nuevas luchas; ni la salud perdida, la dicha malograda, la gloria que palidece y flaquea, se resisten largamente a las reacciones de su voluntad heroica. Tomado a brazo partido con el tiempo para forzarle a dar capacidad a cuantos propósitos acumula y concierta, multiplica los años con el coeficiente de su actividad sobrehumana. No hay en su vida sol que ilumine la imitación maquinal, el desfallecido reflejo, de lo que alumbraron los otros. Cada día es un renuevo de originalidad para él. Cada día, distinto; cada día, más amplio; cada día, mejor; cada uno de ellos, consagrado, como un Sísifo de su propia persona, a levantar otro Goethe de las profundidades de su alma, nunca cesa de atormentarle el pensamiento de que dejará la concepción de su destino incompleta: ambicionaría mirar por los ojos de todos, reproducir en su interior la infinita complejidad del drama humano, identificarse con cuanto tiene ser, sumergirse en las mismas fuentes de la vida... Llega así al pináculo de su ancianidad gloriosa, aún más capaz y abierta que sus verdes años, y expira pidiendo más luz, y este anhelo sublime es como el sello estampado en su existencia y su genio, porque traduce a la vez, el ansia de saber en que perseveró su espíritu insaciable, y la necesidad de expansión que acicateó su vitalidad inmensa...