Motivos de Proteo: 086
LXXXV - Renovación falaz y artificiosa. Alcibíades.
[editar]Aún hay otro falso modo de flexibilidad de espíritu, que importa separar de aquella que de veras renueva y enriquece los elementos de la vida moral; y es el que consiste en la aptitud del cambio activo, pero puramente exterior y habilidoso; ordenado a cierto designio y finalidad, pero no a los de una superior cultura de uno mismo; suficiente para recorrer, en movimiento serpeante, las condiciones y los círculos más opuestos, ganando en destreza y ciencia práctica, pero no en la ciencia austera del perfeccionamiento interior, ni con moción honda de la personalidad; aptitud histriónica, que ninguna relación íntima tiene con la noble y rara facultad en que se funda el carácter altamente educable; aunque no pocas veces logre la una ennoblecer su calidad, ante los ojos del mundo, con el simulacro y prestigio de la otra.
El talento de acción, rico en diversidad de formas y matices; la inteligencia rápida y aguda; la intuición infalible de las conveniencias de cada papel; el hechizo de una superficial virtud de simpatía; la plasticidad, como de cera, de los distintos medios de expresión, en semblante, modos y palabra: tales son los elementos con que se compone este tipo acomodaticio y flexible, leve y sinuoso, capaz de amoldarse a toda situación, de identificarse con toda sociedad, de improvisar o suplir toda costumbre; apto para las transiciones más variadas y súbitas, no con la obediente pasividad del sugestionado y el amorfo, sino por su libre y sagaz iniciativa; tipo que es al trabajador sincero de la propia personalidad lo que al Hermes helénico, dueño de mil mañas y recaudos, pero en sentido religioso y sublime, su avatar, el Mercurio latinizado, astuto y utilitarista... El legendario abuelo de esta casta de almas es Panurgo; su personificación plebeya y andariega se llama Gil Blas; y Fígaro, si se la enfervoriza con cierta nota de poesía y entusiasmo.
Pero en la realidad de la historia, y levantándose a mucha más alta esfera de selección y de elegancia, tiene un nombre inmortal: el nombre de Alcibíades.
La gracia del proteísmo simulado y hábil fue, en este griego, como una alegre invención de la Naturaleza. Nadie más olímpicamente inmutable en su realidad de vivo mármol jovial. Nadie de alma más ajena a esos impulsos de rectificación y reforma de uno mismo, que nacen de la sinceridad del pensamiento y de la comunicación de simpatía con los sentimientos de los otros. Nadie, en lo esencial, más impenetrable a toda influencia desvinculada de aquel ambiente que era como una dilatación de su espíritu: el ambiente de Atenas. Pero Alcibíades, uno en el fondo de su natural ligero y elegante, es legión en la apariencia artificiosa y el remedo feliz. Se despoja a voluntad de todo aquello que lo transparenta y acusa; y allí donde está toma al punto la máscara típica de la raza, o de la escuela, o del gremio; de suerte que logra ser hombre representativo entre todos; y si, en Esparta, no hay quien le aventaje en el vivir austero y el temple militar, nadie le supera, en la Tracia, como bebedor y jinete; ni, en las satrapías asiáticas, por el esplendor y pompa de la vida. Si se le observa en el estrado de Aspasia, es el libertino de Atenas; si cuando asiste a las lecciones de Sócrates: es el dialoguista de El Convite; si en Potidea y en Delium: es el hoplita heroico; si en el estadio de Olimpia: es el atleta vencedor. Toma cien formas, usa cien antifaces, arregla de cien modos distintos su aspecto y sus acciones; pero nada de esto alcanza a lo íntimo, al corazón, a la conciencia; en nada se ha modificado al través de tantos cambios lo que hay de real y vivo en su personalidad. Él es siempre Alcibíades, cómico en la escena del mundo, Proteo de parodia, cifra de esa condición sinuosa y falaz del genio griego, que personifica, en la epopeya, Ulises, y por la cual Taine reconoce a este divino tramposo de la edad heroica en el argumentar de los sofistas y en las artes del greculus refinado y artero, parásito de las casas romanas.
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