Motivos de Proteo: 102
CI - Necesidad de un principio director en el espíritu de cada uno de nosotros. Este principio puede ser inconsciente.
[editar]A través de todas las transformaciones necesarias de nuestra vida moral, perdure en ella, renaciendo bajo distintas formas, manifestándose en diferentes sentidos, nunca enervada ni en suspenso, una potencia dominante, una autoridad conductora; principio, a un tiempo, de orden y de movimiento, de disciplina y de estimulación.
En la esfera de la voluntad, sea ella un propósito que realizar, un fin para el que nuestras energías armoniosamente se reúnan. En la esfera del pensamiento, una convicción, una creencia, o bien (no olvides esto) un anhelo afanoso y desinteresado de verdad que guíe a nuestra mente en el camino de adquirirlas.
Sólo por la sustitución positiva de ambas potestades será eficaz nuestro desasimiento de las que en determinado instante nos dominen, porque, para emanciparse de una fuerza, no hay medio sino suscitar en contra de ella otra fuerza. Y sólo por la función que es propia de ellas, entonaremos nuestra vida, impidiéndola adormecerse en el estancamiento del ocio, o disiparse en la estéril fatiga del movimiento sin objeto.
Vano sería que, con menosprecio de la complejidad infinita de los caracteres y destinos humanos, se intentara reducir a pautas comunes cuáles han de ser tal propósito y tal convicción: bástenos con pedir que ellos sean sinceros y merecedores del amor que les tengamos. No juzguemos tampoco de la realidad y energía de estos principios directores poniéndoles por condición la transparencia, la lógica y la asiduidad con que aparezcan en la parte de vida exterior de cada uno. Aún más: bien pueden ellos asistir en un alma sin concretarse en idea definida y consciente: sin que el alma misma lo sepa; como bien puede ceder a una atracción aquel que piensa que se mueve con voluntariedad; y no por esta causa es fuerza que sea menor la eficacia y poder de tales principios. Así, mientras hay quienes presumen de llevar en sus actos una superior finalidad y de alimentar en su alma una creencia, y todo es vanidad y engaño, porque las que toman por tales no son sino mirajes de su fantasía, sombras que tocan y no mueven los resortes de la voluntad, hay también quienes, alardeando quizá de indiferentes, o acusándose de escépticos, llevan, muy abrigada y en seguro, una luz interior, una oculta fuerza ideal que, sin que ellos lo sepan, concierta y embalsama su vida, guiando, con el tino genial de lo inconsciente, sus pasos, que ellos consideran errabundos, y su corazón, que ellos tienen por santuario sin dios...