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Motivos de Proteo: 121

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CXIX
CXXI


CXX - Posible autosugestión en el apóstol. Una anécdota de Rousseau.

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Aun en el revelador, en el profeta, en el apóstol, en el que amoneda ideas con su busto y leyenda, y sin descender a contar en este número al impostor que lleva adelante la grosera simulación de una fe; aun en aquéllos ¿cuántas veces la idea que es fundamento de su originalidad, talismán de su dominio y su gloria, puede haber tenido por principio, no la intuición inspirada, ni el hondo y laborioso discurso, ni la segunda vista del corazón; no estas vías de sinceridad; sino un cálculo del interés, una volubilidad de la mente, un juego sofístico, encubridores que dieron paso dentro del alma a la idea; la que, a favor del tiempo, concluye por interesar y cautivar al mismo que la concibió sin creer en ella, hasta el punto de aparecérsele un día como absoluta verdad, y exaltarle a la fe ciega, y ocupando el centro de su alma, de donde ya no habrá fuerza que la quite, servir en adelante de norma y de motor a la actividad de ese grande espíritu para que él la honre y la propague?...

Yo no olvidaré nunca la revelación de Marmontel, en sus Memorias, sobre el origen de la filosofía naturista de Rousseau: de aquella abominación por los resultados de la cultura, y aquella fe en la bondad de lo espontáneo y primitivo, que fueron como el tuétano de sus obras y dieron nervio y carácter a su pensamiento. Refiere Marmontel confidencias de Diderot, que bien pudieran no discordar con la verdad, aun cuando sabidas enemistades fueran parte a excitarlas. Paseaban juntos el autor de La Religiosa y el del Emilio, y manifestó éste su propósito de concurrir al certamen abierto por la Academia de Dijon sobre el influjo de las ciencias y las artes en la moralidad de las costumbres. -¿Qué tesis sostendrá usted? -preguntó el enciclopedista. -La afirmativa -respondió Juan Jacobo. Observó a esto Diderot que lo común y trivial de la solución afirmativa alejaba toda probabilidad de lucimiento, en tanto que lo audaz e inaudito de la negativa prestábase de suyo al interés y la originalidad. -Es cierto... -dijo, después de meditar un instante, Rousseau-; a la negativa me atengo. Y su «memoria» del certamen -semilla donde están virtualmente contenidas tantas cosas de su obra futura-, la famosísima invectiva contra la civilización que destierra de la sociedad humana el candor de la naturaleza.

De aquel pueril y nada austero movimiento de ánimo nació acaso toda una filosofía, que, si en el espíritu del apóstol llegó a ser, sin duda, sinceridad y pasión, en el espíritu y la realidad del mundo fue pasión y fuego de incendio.