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Motivos de Proteo: 145

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CXLIV - La apostasía venal.

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Por bajo de los simulacros, más o menos inanes y superficiales, pero todavía sinceros, de la verdadera y cabal conversión: aquella en que inteligencia, sentimiento y voluntad amorosamente se abrazan, están los que son ya engaño calculado, ficción consciente y artera; están las formas de la menguada apostasía, hija del interés, por quien diríase que las ideas, las Madres que dominan en beatitud sublime el movimiento de las cosas, descienden a cínicas terceras en los goces y provechos del mundo.

La idea, encarnándose en la realidad, es la religión, es la escuela, es el partido, es la academia o el cenáculo: es una activa comunión humana, con su lote de persecución o de poder, de proscripciones o de dignidades; y por entre unos y otros de esos campos donde plantan bandera las ideas, cruza la muchedumbre de los tentados a pasar del infortunio a la prosperidad, del descrédito al auge, o a mantenerse, merced al cambio, en el auge, y la prosperidad: desde el decepcionado anónimo que malbarata el generoso entusiasmo de su juventud por las migajas de la mesa del poderoso, hasta el dominador sagaz, el fino hombre de acción, para quien las ideas son indiferentes instrumentos de su dominio, máscaras que la oportunidad de cada día quita y pone: especie ésta de la que Talleyrand podría ser acaso el típico ejemplar. Bueno será no dar al olvido, a pesar de ello, que la apariencia de fidelidad inconmovible a una idea, encubre, multitud de veces, la misma falsedad y el mismo interesado estímulo que se transparentan en la vulgar apostasía.

Cuando no es la habilidad de la acción: la ciencia y aptitud de gobernar a los hombres, el don que el ambicioso infiel rebaja y convierte en vil industria, sino una superioridad más ideal y remontada por esencia sobre las bajas realidades humanas: la superioridad del pensador o el artista, el don de persuadir, de conmover, o de crear lo hermoso, más de resalte aparece lo abominable de la infidelidad que el egoísmo alienta. Es la ignominia del escritor venal, del poeta mercenario, llámense Paolo Giovio, o Monti, o Lebrun, y ya prostituyan los favores del numen por el oro que cae de manos del príncipe o por el que se colecta en las reuniones de la plebe.