Niño patriota
Que el amor que te debes á tí mismo;
Estudiadlo en tu nombre, que en él tienes
Modelo que imitar de patriotismo.
El Dr. Granel al autor.
Eran Juan y Juanito los niños de más hermosa letra entre los numerosos de la mejor escuela de la época y ésta, la que dirigía don Francisco Argerich, de familia tan honorable de que salvo gran número de médicos, abogados, militares, contadores y hasta canónigos de campanillas dió, desde antes de nuestra nacionalidad.
Ubicada el año de nuestro cuento en la primera cuadra de la antigua calle Reconquista (hoy Defensa), en ella se codearon Lavalle, Rozas, Córdoba, Riglos, Peña, Lezica y otros que luego descollaron, ya por sus virtudes ó maldades, como «Juan el Malo» tras «Juan el Bueno», derramando éste toda su sangre por fundar una Patria independiente, y aquél la de sus conciudadanos para cimentar su despotismo; el Capitán General Concha, que rindió la vida por su rey, y Concha «el cruel», así apodado el futuro capitán general en la Habana, á la sazón de los más grandulitos, servía de poste de ignominia, sosteniendo sobre sus espaldas, el niño sentenciado en azotaina diaria:
- Al rincón
- Quita-calzón.
Sentíase comezón revolucionaria ardiendo desde años atrás en el virreinato y toda América, contaminando y propagándose hasta los bancos escueleros.
Virreinaba en el Perú por esos tiempos aquel gallardo granadero, Abascal, que sin más padrino que su buena estampa, —cautivó las miradas de Carlos IV. Observando éste al pasar en la caroza real el tesón con que disciplinaba sus soldados, de Capitán le ascendió á Coronel, de Madrid á México, y de allí á Virrey en el Perú. Bien que tal favorecido de la fortuna y de su Majestad, se cita como uno de los modelos de virreyes honrados. Cierta noche que jugaba fuerte entre palaciegos, cayó sobre la mesa de tresillo, sin saber qué tapada lo arrojara por la ventana, papelito revolucionario que le maltraía sin sombra, por más de haber sido poco asustadizo en sus mocedades.
Tantas y tan repetidas correspondencias llovían como goteras en casa vieja, interceptadas por Cochabamba, Potosí, La Paz, el Cuzco, Quito, Caracas y sobre todo el Plata, que á punto de convencerle estaba de que el nido debía hallarse por esos barrios.
— No hay más, — se dijeron, — allá anda el «busilis», funcionando la máquina revolucionaria. ¡Chamusquina mayúscula, peor que la inquisitorial, habrá en la Plaza Mayor para el primer autor que se atrape de tales misivas!
Y al fin cayó uno. Le sorprendió el Mariscal Nieto, que lo era de su abuela la tuerta, como biznieto era de su tatarabuelo. Lo mandaba el Virrey de Lima, descubierto en Chuquisaca, ciudad á la que arribara con algunos patricios engañosamente conducidos.
Antes que él habían llegado Arenales, Monteagudo y otros activos chisperos de la revolución emancipadora.
De esa Universidad doctoral acababan de salir graduados in utroque: el doctor don Mariano Moreno, don Manuel Ortiz, don Vicente Anastasio Echevarría y otros hijos de Buenos Aires, los que se costeaban á lomo de mula desde aquí á estudiar en la Universidad más vecina, distando apenas mil setecientas cincuenta millas, como el doctor Vicente López y Planes que recibió las borlas doctorales sobre su sahumado uniforme de capitán de Patricios, vencedor de los ingleses, cantor de las primeras glorias argentinas, como después por su ejemplo y entusiasmo viva personificación del «himno de la patria andante».
¡Cuántos de los escueleros que siguen con fastidio el diario caminito de unas cuadras á la escuela, se encontrarían hoy dispuestos á viaje tan lleno de peripecias, ávidos de ciencia!