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No hay cosa como callar/Acto I

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No hay cosa como callar
de Pedro Calderón de la Barca
Acto I

Acto I

La escena, en Madrid y en un camino.
[Calle]
Salen DON JUAN, con hábito de Santiago, en la capa y con venera, vestido de negro, y BARZOQUE de camino.
BARZOQUE:

Señor, ¿qué melancolía
o qué suspensión es esta
con que te hallo? ¿Tú tienes
sentimientos, ni tristezas?
¿Tú suspiras? Ahora digo
que hace bien el que se ausenta,
que halla muchas novedades
en pocos días de ausencia.
¿Qué es esto, señor?

DON JUAN:

No sé,
y la causa de mi pena
es no saber quién la causa.

BARZOQUE:

¿Pues cómo?

DON JUAN:

Desta manera.
Después que fuiste, Barzoque,
a hacer unas diligencias,
a que te envió mi padre,
de cobranzas de su hacienda,
tan troncado me hallaras,
que de toda la soberbia
con que de Venus y Amor
traté los rayos y flechas,
aun las ruinas no han quedado;
porque postrada y deshecha,
de una y otra tiranía
sólo en mí quedó por seña
el padrón, que dice:

DON JUAN:

«Así Amor y Venus se vengan.»
Oyendo en San Jorge misa
el pasado día de fiesta,
vi una mujer... Dije mal,
vi una deidad lisonjera,
tan hermosa, que no hizo
cosa la Naturaleza
en tantos estudios docta,
sabia en tantas experiencias,
con más perfección; parece
que quiso esmerarse en ella
su inmenso poder, sacando
del ejemplar de su idea
logrado todo el concepto,
como en desengaño o muestra
de que ella mesma tal vez
sabe excederse a sí mesma.

DON JUAN:

Todas cuantas hermosuras,
o nuestra vista celebra,
o nuestro gusto apetece,
fueron borradores désta
porque así como un ingenio
cuidadoso se desvela,
cuando a públicas censuras
dar algún estudio piensa,
que hecho fiscal de sí mismo,
un pliego rasga, otro quema,
y mal contento de todo,
esto borra, aquello enmienda,
hasta que ya satisfecho
del cuidado que le cuesta,
da el borrador al traslado,
y da el traslado a la imprenta;
la Naturaleza así,
viendo las varias bellezas
que hasta entonces hizo, todas
las enmendó sabia y diestra,
borrando désta el defecto,
y la imperfeción de aquélla,
hasta que en limpio sacó
una hermosura tan bella,
que más que todas divina
y más que todas perfecta,
fue una impresión sin errata
y un traslado sin enmienda.

BARZOQUE:

Bastante hipérbole ha sido;
pero aunque más la encarezcas,
hasta ahora no me has dado
ninguna gana de verla.

DON JUAN:

¿Por qué?

BARZOQUE:

Porque tú conmigo
tienes en esta materia
perdido el crédito.

DON JUAN:

¿Cómo?

BARZOQUE:

Como en siendo cara nueva,
siempre es superior; que en ti
la mejor es la postrera.

DON JUAN:

Yo te confieso que he sido
tan señor de mis potencias,
de mi albedrío tan dueño,
que no hay mujer que me deba
cuidado de cuatro días;
porque burlándome dellas,
la que a mí me dura más,
es la que menos me cuesta.
Pero no hay regla, Barzoque,
tan general, que no tenga
excepción; y esta mujer
que digo, temo que sea
desta regla la excepción.

BARZOQUE:

Dime ya quién es.

DON JUAN:

Aquesa
es mi pena, que no pude
saberlo.

BARZOQUE:

¿No la siguieras?
No estaba yo aquí, que a fe
que al instante te trajera
sabido, no sólo el nombre,
la calidad y la hacienda,
pero la fe del bautismo.

DON JUAN:

No quedó por diligencia.

BARZOQUE:

Pues ¿por qué?

DON JUAN:

Por un acaso.

BARZOQUE:

¿Y qué fue?

DON JUAN:

Yendo tras ella,
con deseo de saber
su casa, al tomar la vuelta
que hace la calle del Prado,
vi trabada una pendencia.
Eran tres hombres a uno,
que con brío y con destreza
de los tres se defendía,
Si para tres hay defensa.
No dudo que le mataran,
aunque tan valiente era
si yo, cumpliendo animoso
de mi obligación la deuda,
no me pusiera a su lado.
Viose socorrido apenas,
cuando con mayor esfuerzo
los embistió de manera,
que dio con uno en el suelo.

DON JUAN:

Llegó gente, fuele fuerza
retirarse, y yo con él,
hasta dejarle en la iglesia;
de suerte que, por dar vida
a otro, quedé yo sin ella,
pues no seguí a la mujer.

BARZOQUE:

Y el caballero, ¿quién era?

DON JUAN:

Tampoco le conocí;
que aunque dello me dio muestras
de agradecido, al instante
hice de la calle ausencia,
por no hacerme yo en la herida
cómplice.

BARZOQUE:

¡Prevención cuerda!
Y volviendo a la mujer,
me he holgado saber que sea
principio de amor tan tibio
la causa de tu tristeza.

DON JUAN:

¿Por qué?

BARZOQUE:

Porque tú sabrás
divertirla, pues apenas
habrás visto otra mañana,
cuando no te acuerdes désa.

DON JUAN:

Podrá ser; pero yo dudo
que haya cosa que divierta
afecto tan poderoso,
tan rigurosa violencia,
como ahora siento en el alma.

BARZOQUE:

¿Sólo una vez que se deja
ver una hermosura, puede
enamorar con tal fuerza?

DON JUAN:

La muerte da un basilisco
de sola una vez que vea;
la víbora da la muerte
de una sola vez que muerda;
la espada quita la vida
de sola una vez que hiera,
y de una vez sola el rayo
mata aun antes que se sienta.
Luego, siendo basilisco
amor, víbora sangrienta,
blanca espada y vivo rayo,
bien puede dar muerte fiera
de una sola vez que mire,
de una vez que haga la presa,
de una vez que se desnude
y de una vez que se encienda.

BARZOQUE:

Y Marcela, a todo esto,
¿qué dice, señor?

DON JUAN:

Marcela
es dama de cada día:
ni entra ni sale en la cuenta.
Todo ocioso cortesano,
dice un adagio, que tenga
una dama de respeto,
que sin estorbar, divierta;
y ésta se llama la fija,
por que a todas horas sea
quien de las otras errantes
pague las impertinencias.

BARZOQUE:

¡Bueno es esto, para estar
ella tan vana, que piensa
que no hay hombre hoy en el mundo
más enamorado!

DON JUAN:

Esa
la maña es, que ella lo piense,
y que a mí no me acontezca.
Y por que mejor lo digas,
sabe que, como me es fuerza,
por haber sido soldado
(pues con el Duque de Lerma
a Italia pasé y a Flandes),
ir a esta jornada, ella,
muy dama, por hacer todas
las caravanas de ausencia,
esta venera me ha dado
para que memoria tenga
y dentro un retrato suyo.

BARZOQUE:

Dame para reír licencia.

DON JUAN:

Pues ¿de qué te has de reír?

BARZOQUE:

De que las Marcelas tengan
vanidad de retratadas.
¿Qué deja, señor, qué deja
a una Infanta de Catay,
tratada casar en Persia?
Mas ¿dónde vamos ahora?

DON JUAN:

A hacer una diligencia
perdida, por ver si puedo
saber quién la dama sea.

BARZOQUE:

¿Cuál es?

DON JUAN:

Ir al puesto mismo
donde la vi la primera
vez, por si por dicha hoy,
que también es día de fiesta,
vuelve a él; que yo no dudo
que vive por aquí cerca.

BARZOQUE:

¿De qué lo infieres?

DON JUAN:

De que una mujer como aquélla,
a pie no fuera muy lejos.

BARZOQUE:

Si en este barrio viviera,
donde vivimos nosotros,
¿no era fuerza conocerla?

DON JUAN:

No, que puede haber muy poca
que a él se haya mudado; fuera
de que aquí nada se sabe.

BARZOQUE:

Dices bien, si consideras
que en Madrid partos y medos
viven una casa mesma,
sin saber unos de otros.

(Salen al paño por la puerta de mano izquierda MARCELA e INÉS.)
MARCELA:

Tápate, por que no pueda
conocernos.

INÉS:

No podrá,
aunque nos hable y nos vea.

MARCELA:

Es tal su divertimiento
estos días, que me fuerza
a seguirle, por saber
dónde sale y dónde entra.

INÉS:

A la puerta de San Jorge
se ha parado.

MARCELA:

Pues en esta
deste portal nos entremos
nosotras.

[Éntranse.]


DON JUAN:

Barzoque, espera,
no entres en la iglesia.

BARZOQUE:

¿Estoy
yo excomulgado?

INÉS:

Él se acerca.
¿Si nos conoció?

MARCELA:

No sé.
Ponte detrás desta puerta,
por si no nos vio.

DON JUAN:

A este umbral
nos paremos.

BARZOQUE:

Pues ¿qué intentas?

DON JUAN:

He visto, si no me engañan
los delirios de mi idea,
todo el sol cifrado a un rayo,
y todo el cielo a una esfera.
Aquella que sale (¡ay cielos!)
del templo ahora, es la mesma
que vi; repetido el daño,
no es posible que me mienta.
Y para que no repare
alguien que vamos tras ella,
dejándola antes pasar,
es mejor que no nos vea.

[Éntranse en otro portal DON JUAN y BARZOQUE.]
MARCELA:

Inés, ¿oístelo?

INÉS:

Sí.

MARCELA:

No fue vana mi sospecha.

(Salen LEONOR, dama; JUANA, criada, y ÁLVAREZ, escudero.)
LEONOR:

Álvarez.

ÁLVAREZ:

Señora.

LEONOR:

Haced
traer la silla.

ÁLVAREZ:

Voy por ella.

JUANA:

Para ir a casa, ¿has mandado,
señora, estando tan cerca,
traer silla?

LEONOR:

No voy a casa,
Juana, ahora; que aunque sea
contra el gusto de mi hermano
tomarme aquesta licencia,
a verle a su retraimiento
voy; tú da a casa la vuelta.

ÁLVAREZ:

Ya está aquí la silla.

LEONOR:

Abridla.

BARZOQUE:

[A su amo.]
En una silla se entra.

LEONOR:

[Para sí.]
Amor y honor ¿qué queréis?
Dejadme, que ya estoy muerta,
pues de mi amante y mi hermano
lloro a un tiempo dos ausencias.

[Vanse LEONOR, JUANA y ÁLVAREZ.]
(Sale DON JUAN al tablado, y las dos [MARCELA e INÉS] tras él.)
DON JUAN:

¿No es, Barzoque, más hermosa
que yo supe encarecerla?

BARZOQUE:

Las cosas que no me tañen,
nunca me detengo en verlas.
Déjeme ver la criada.
Vaya. ni es mala, ni buena:
mediocre es.

DON JUAN:

Dicha he tenido.

BARZOQUE:

¿Qué aguardas? Vamos tras ella,
no haya otra pendencia antes
de saber su casa.

DON JUAN:

Es fuerza
que imán de rayos, tras sí
arrebatado me lleva,
girasol de su hermosura.

(Al irse a entrar, le detiene MARCELA.)
MARCELA:

Pues vuesarced se detenga;
que el girasol, con la vista
sola sigue la belleza
del sol; pero no se mueve.

DON JUAN:

[Aparte.]
¡Vive el Cielo, que es Marcela!

BARZOQUE:

[Aparte.]
¿No lo dije yo? Peor
es esto que la pendencia.

DON JUAN:

Marcela, pues ¿qué venida
por estos barrios es ésta?

MARCELA:

Es venir a averiguar
la causa de las tristezas
destos días, y hela hallado
a precio de una experiencia.

DON JUAN:

Huélgome, porque hasta ahora
yo no he sabido cuál sea,
y diciéndomela tú,
será más fácil vencerla.

MARCELA:

Pues si no lo sabes, es,
Don Juan, para que lo sepas,
haber visto el sol cifrado
a un rayo, el cielo a una esfera.

BARZOQUE:

[Aparte.]
¡Muertos somos si oyó aquello
del retrato y la venera!

DON JUAN:

Barzoque, mira si dije
yo bien. ¡Que seas tan necia,
que no eches de ver que había
conocídote, y que a esta
puerta me puse a hablar eso,
en venganza de que vengas
siguiendo en aquese traje
mis pasos!

BARZOQUE:

Y por más señas
del haberos conocido,
desde que entrasteis en esta
calle, vinisteis andando
hasta aquí.

MARCELA:

¿Hay tal desvergüenza?
Pues tú, pícaro, ¿también
te burlas de mí?

DON JUAN:

No seas
terrible, que por tu vida...

MARCELA:

Di la tuya.

DON JUAN:

¿No es la mesma?
Que te había conocido.

MARCELA:

¡No está mala la deshecha!

DON JUAN:

En tanto, Barzoque, que
yo desenojo a Marcela,
ve a ver si hallas a aquel hombre
que ha de aceptar esa letra.

BARZOQUE:

Yo voy.

MARCELA:

No quiero que vayas.

DON JUAN:

Importa la diligencia.

MARCELA:

No le dejes ir, Inés.

INÉS:

Yo le tendré. Infame, espera.
¿Y aquello de lo mediocre,
y no ser mala ni buena
la criada?

BARZOQUE:

Todo eso
¿en la disculpa no entra?
Por tu vida, que es la mía
(así en mal fuego la vea
arder), que te conocí.

MARCELA:

Don Juan, aunque más pretendas
persuadirme, es imposible:
yo sé bien que las tibiezas
destos días han nacido
de nueva pasión, que fuerza
tu voluntad a que faltes
a tantas nobles finezas
como me debes.

DON JUAN:

No sé
que haya razones que puedan
satisfacerte; y es cosa
muy temeraria que quieras
hacer verdad tu mentira
a costa de mi paciencia.

MARCELA:

¿Que es mi mentira verdad?
Si es la que miente tu lengua.

DON JUAN:

Mira que estás en la calle,
no des voces. Esas quejas
suenan en casa mejor;
vete por tu vida a ella,
que yo voy tras ti.

MARCELA:

Si es despedirme con tal priesa
por ir siguiendo el imán
que arrebatado te lleva,
vete, vete; que no quiero
que imagines ni que entiendas
que he de sentir el desaire.

BARZOQUE:

[Aparte, a DON JUAN]
Cuidado con la venera
que éste es paso de pedirla.

DON JUAN:

Pues como tú no lo sientas,
yo me iré; no porque tengo
que seguir, mas porque veas
que no he de sentir el tuyo
tampoco yo.

MARCELA:

Pues espera,
que por sí o por no, no quiero
que por ahí te vayas.

DON JUAN:

Suelta, Marcela.

MARCELA:

Ingrato...

(Sale DON PEDRO.)

DON PEDRO:

Don Juan.

DON JUAN:

Señor.

DON PEDRO:

Pídele licencia
a esa dama, porque importa
el que conmigo te vengas.

MARCELA:

Ya, sin pedirla, la tiene
[Aparte, a DON JUAN.]
En tu vida no me veas,
ni me hables. Vamos, Inés.
[Aparte.]
De rabia y celos voy muerta.
(Vanse.)

DON JUAN:

¡Qué buena ocasión perdí!

BARZOQUE:

Pues ¿qué importa que se pierda,
como no se haya perdido
el oro de la venera?

DON JUAN:

¿Qué es, señor, lo que me mandas?

DON PEDRO:

Aunque reñirte pudiera
haberte hallado, Don Juan,
sin recato ni prudencia
hablando en la calle a voces,
lo que te quiero es que sepas
que ya el señor Almirante
partió a Vizcaya, y es fuerza
que salgas hoy de Madrid,
y aun por la posta, quisiera,
porque en el sitio te halle,
cuando llegue, Su Excelencia.

DON PEDRO:

Lo que había detenido
tu partida sólo era
esperar a que Barzoque
viniese; ya está la letra
socorrida, nada falta;
y así a toda diligencia
es menester salir hoy;
que no es justo, estando puesta
pena de traidor a quien,
habiendo servido, deja
de salir, que comprendido
tú en el bando, te detengas
ni un instante.

DON JUAN:

Ya tú sabes
cuánto estoy a tu obediencia
sujeto siempre; y aunque
te parece que me encuentras
mal divertido, una cosa
son cortesanas licencias
y otra obligaciones justas.

DON PEDRO:

¡Cuánto estimo esa respuesta!
Vente, pues, conmigo, donde
una cantidad me truecan
de dinero, porque tú
lo recibas. Las maletas
puedes poner tú entretanto,
Barzoque.

BARZOQUE:

Voy a ponerlas.

DON JUAN:

Pues si vas a casa, toma:
estos papeles te lleva,
que son los de mis servicios
(que por descuido o pereza,
desde que fui a registrarme,
andan en la faldriquera),
y ponlos entre la ropa.

BARZOQUE:

Harélo corno lo ordenas.
[Vase.]

DON PEDRO:

Ven, Don Juan, porque a vestirte
luego de camino vuelvas.

DON JUAN:

[Aparte]
Ignorado amor, perdona
si antes de saber quién seas,
me ausento de ti; que no
será tu olvido mi ausencia.
[Vanse.]
[Sala en casa de un embajador.]
(Salen DON DIEGO y ENRIQUE, criado.)

ENRIQUE:

Si desa manera das
lugar a tu pensamiento,
aunque quieras no podrás
pararle; que el sentimiento
discurriendo crece más.

DON DIEGO:

El más recibido error
que hay en el mundo, en rigor,
ser ese consuelo suele,
que es decir a quien le duele
que no piense en su dolor.
No es lo más que yo he sentido,
pues suya la culpa fue,
el haber a un hombre herido,
ni que él de peligro esté,
estando yo retraído;
pues con ausentarme, hallado
estaba el medio al cuidado.
Mi pena es más inhumana:
tener, Enrique, una hermana
moza, hermosa y sin estado.
Ésta es toda mi pasión,
que no, Enrique, la ocasión
que en este trance me ha puesto.

ENRIQUE:

Yo espero en Dios que muy presto
mejore tu confusión,
que ese hombre sanará,
con que muy fácil será
las amistades hacer.

DON DIEGO:

Don Luis se ofreció a saber
qué declaró y cómo está;
mas como anda de partida,
lugar quizá no ha tenido:
con que mi pena atrevida
hoy me tiene suspendido
entre su muerte y su vida,

ENRIQUE:

Don Luis es tu amigo; espera
en su amistad verdadera
que aunque de partida está,
con la respuesta vendrá.

DON DIEGO:

En esa sala de afuera
ruido siento; sal a ver,
Enrique, quién puede ser.

ENRIQUE:

Ya serán intentos vanos;
que de una silla de manos
ha salido una mujer
tapada, y entra hasta aquí.

DON DIEGO:

¡Qué es lo que mis ojos ven!
¿Mujer a buscarme a mí?
(Sale LEONOR.)

LEONOR:

Y mujer que os quiere bien.

DON DIEGO:

¡Leonor, hermana! ¿Tú así
vienes? Pues no te he rogado,
en papeles que he enviado,
que esta fineza no hicieses,
ni a verme, Leonor, vinieses?

LEONOR:

¿Cuándo obedeció el cuidado,
y más cuidado de amor?
Y viniendo desta suerte,
¿qué importa?

DON DIEGO:

Nada, en rigor,
más de poder alguien verte
en casa de un embajador;
y no sabiendo que he sido
yo el que a ver hayas venido

LEONOR:

De todo estoy avisada,
y en una silla y tapada
nadie me habrá conocido.
¿Cómo estás?

DON DIEGO:

¿Cómo he de estar?
Con mil cuidados, Leonor,
que tras sí trae un pesar.

LEONOR:

Ya sucedió, ya es error
que en él me quieras hablar,
aunque vengo a hablar yo en él,
no fiando mi pasión
a un papel; porque el más fiel
es, en efecto, un papel,
que habla sin alma ni acción;
y así, a la voz se remita
lo que mi amor solicita.
Una merced a pedirte
vengo, que no ha de salirte
muy de balde la visita.

DON DIEGO:

Pues ¿qué me quieres?

LEONOR:

He oído
que ese hombre que has herido
hoy muy de peligro está:
fuerza ausentarte será;
y así, lo que yo te pido
es que de toda mi hacienda
te socorras, o se venda,
o se abrase, porque no
te vea en una cárcel yo.
Y porque mejor se entienda
el fin de mi pensamiento,
es pedirte que te alejes,
con ser lo que yo más siento,
y solamente me dejes
con que viva en un convento.

DON DIEGO:

Sabe Dios que no he tenido,
Leonor, cuidado mayor
que tú en lo que ha sucedido;
pero oyéndote, Leonor,
mi mayor consuelo has sido.
Mira tú dónde estarás
más a tu gusto y mejor;
porque yo no quiero más
hacienda, vida ni honor
que saber que quedarás
en un convento sin mí,
ya que tan infeliz fui
en lo que me sucedió.
Pero, vive Dios, que no
lo pude excusar, pues vi
que por muy leve porfía
que jugando había tenido
con un hombre el mismo día,
siguiéndome había venido
con otros en compañía.

DON DIEGO:

Pareme, y cuando llegaron,
tres las espadas sacaron:
saqué la mía. No sé
cómo tal mi dicha fue,
Leonor, que no me mataron;
y no dudo que logrado
su intento hubieran, primero
que yo me hubiera librado,
si a este tiempo un caballero
no se pusiera a mi lado.
Jamás, hermana, sospecho
que vi igual valor. ¡Qué airoso,
qué en sí, de sí satisfecho,
desempeñó generoso
la roja insignia del pecho!
Yo, cuando me vi valido,
con aquel que había reñido
cerré sin ningún recelo,
y di con él en el suelo.

DON DIEGO:

Llegando más gente al ruido,
me entré en San Jorge, amparado
siempre de aquel caballero,
que nunca dejó mi lado,
hasta que dijo: «No quiero,
pues vos estáis ya en sagrado,
hacerme cómplice yo;
adiós quedad.» Y salió
de la iglesia. Agradecido
al socorro recibido,
saber quise el nombre, y no
pude, porque llegó en esto
Justicia. Queriendo entrar,
cerraron las puertas presto;
y yo, por no me quedar
a alguna violencia expuesto,
no quise parar allí;
y así a la noche salí,
y vine donde ahora estoy
con tantas desdichas hoy,
que...

ENRIQUE:

Don Luis entra hasta aquí.

DON DIEGO:

Tápate, Leonor, la cara,
no te vea.
(Vase ENRIQUE. Sale DON LUIS, de camino.)

DON LUIS:

Si pensara
hallaros entretenido,
tan necio y inadvertido,
antes de llamar, no entrara.
A daros cuenta venía
de lo que vos me mandáis;
pero necedad sería
divertiros, cuando estáis
con tan buena compañía.
Pésame de que no sé
si dar la vuelta podré;
que puesta a caballo ya
está la gente que va
conmigo; sólo os diré
que con el herido he estado,
y que está mucho mejor;
que el escribano, obligado
de mí también, me ha enseñado
la causa...

(Sale ENRIQUE.)

ENRIQUE:

El embajador
mismo a la puerta llegó
deste cuarto preguntando
por ti.

DON DIEGO:

Pues justo es que no
vea mujer aquí cuando
tal merced me hace; así, yo
a ver qué manda saldré
a esotra pieza. No os vais,
Don Luis, amigo, sin que
todo aqueso me digáis.

DON LUIS:

Vamos los dos.

DON DIEGO:

¿Para qué?
Si él quiere hablarme, es error.
Aquí os estad.

ENRIQUE:

Ya él te espera.

DON DIEGO:

[Aparte a ella.]
Agradecedme el favor.
Y de ninguna manera
tú te descubras, Leonor.
(Vanse DON DIEGO y ENRIQUE.)

LEONOR:

[Aparte]
A obedecer no me obligo
el precepto que me das
[Alto.]
¿No habláis más que eso conmigo?

DON LUIS:

Nunca yo suelo hablar más
con la dama de mi amigo.

LEONOR:

Es muy justo proceder,
muy conforme a vuestra fama;
pero hablad, llegando a ver
que no sólo soy su dama,
pero no lo puedo ser.
(Descúbrese. Todo esto lo dice con prisa, mirando adentro.)

DON LUIS:

Señora, mi bien, Leonor,
contigo sí; que mi amor
tan digno es como tú sabes,
y es fuerza que más le alabes
de fino que de traidor.
Parecerá error, primero
guardar a tu amor decoro
que a su honor; no así lo infiero
del fin con que yo te quiero,
y la fe con que te adoro.
pues no haber hasta ahora dado
parte de nuestro deseo
a Don Diego, lo ha causado
no ser dueño de un honrado
mayorazgo que pleiteo.

DON LUIS:

Con que la disculpa es llana;
pues si se atiene al efecto,
no ha sido intención villana
el hablar con más respeto
a su dama que a su hermana.

LEONOR:

¿Ya en fin de camino estás?

DON LUIS:

Sí, pues tú ocasión me das.

LEONOR:

¿Acaso te he dicho yo,
Don Luis, que te asustes?

DON LUIS:

No; pero eso me obliga más.

LEONOR:

¿Cómo así?

DON LUIS:

Como mi amor,
atento sólo a quererte,
se ha valido del honor;
porque para merecerte
no hallo tercero mejor.
Él es el que me ha mandado
que acuda a la obligación
de caballero y soldado;
que al fin, servicios de honrado,
méritos de amante son.
Mal sin opinión pudiera
servirte yo.

LEONOR:

Dices bien;
pero yo, Don Luis, quisiera
que esa fineza también
menos a mi costa fuera.
Y por no gastar en vano
este pequeño lugar
(pues, aunque te estimo, es llano
que en mi casa no has de entrar
no estando en ella mi hermano),
sólo decirte es mi intento
que tal fe mi pecho encierra,
que cuando, al honor atento,
tú, Don Luis, vas a la guerra,
yo me quedo en un convento.
Sólo tú la causa ha sido
con que a pedirlo he venido;
y puesto que a mi tristeza
tú debes esta fineza
más que al lance sucedido
a mi hermano en la pendencia
de que el mismo amor es juez,
haya igual correspondencia:
vuelva siquiera una vez
por su opinión el ausencia.

DON LUIS:

Yo haré que el mundo repare
que hay ausencia que se ampare
de olvido en mi retraída,
pues Dios me quite la vida
el día que te olvidare.

LEONOR:

La misma palabra dió
mi fe; y si tan grande dicha
no la mereciera yo...

DON LUIS:

¿Qué?

LEONOR:

Será por mi desdicha,
pero por mi culpa no.

(Sale DON DIEGO.)

DON DIEGO:

Venía el embajador
a decirme que ha tenido
un papel de un gran señor,
que siempre ha favorecido
mis fortunas su valor,
en quien le dice quién soy
y cómo en su casa estoy,
que me favorezca; y él,
a su obligación fiel,
vino a ofrecérseme hoy.
Esto es lo que me ha querido.
Decid, vos, ¿qué habéis sabido
de mis desdichas?

DON LUIS:

Hablé a un amigo, que lo fue
también de ese hidalgo herido;
y acompañándole yo,
a su casa me llevó.
Vile en extremo alentado.
Después, habiendo buscado
al escribano, me dió
la causa; y en conclusión,
calla en su declaración
quien le hirió, diciendo que
sobre el encontrarse fue
muy acaso la cuestión.
Con esto, Don Diego, adiós,
y creed que, aunque me alejo,
el amistad de los dos
es tal, que al dejaros dejo
mi vida y alma con vos.
[Vase.]

DON DIEGO:

¡Qué amigo tan verdadero!

LEONOR:

Bien lo muestra su fineza.

DON DIEGO:

Leonor, pues que considero
mejorada mi tristeza,
que no hagas novedad quiero.

LEONOR:

Yo no tengo voluntad.
[Aparte.]
¡Oh, si esto fuera verdad!

DON DIEGO:

Yo te lo estimo y ahora
vete, hermana, que ya es hora;
prevenirte es necedad
de que con recato estés;
que las ventanas y puertas
a todas horas...

LEONOR:

No es
menester que tú me adviertas;
que soy quien soy. Dame, pues,
los brazos, y cree de mí
que en mi vida he recibido
pesar como el que ahora aquí
despidiéndome he tenido.

DON DIEGO:

Todo lo creo de ti.
[Vanse.]
[Sala en casa de DON PEDRO]
(Salen DON JUAN, BARZOQUE, DON PEDRO y CELIO, con luces.)

DON JUAN:

¿Está todo puesto ya?

BARZOQUE:

Ya, señor, todo está puesto;
sólo falta de ponerte
tú a caballo.

DON PEDRO:

Mira, necio,
si se olvida algo.

BARZOQUE:

Ahora iré
la memoria recorriendo.
Mi amo aquí está, yo aquí estoy,
las mulas allí están; bueno,
cabales hasta aquí estamos,
tantas mulas como dueños.
Las maletas allí están,
la sombrerera y el fieltro.

DON JUAN:

¿Fieltro llevas en verano?

BARZOQUE:

Quizá volveré en invierno.
El quitasol.

DON PEDRO:

¿Quitasol,
yendo de noche?

BARZOQUE:

Por eso
que quien de noche camina,
le ha menester, pues es cierto
que hace calor, y no están
las posadas tan a tiempo,
que no dé un poco de sol;
y cuando no sirve desto,
¿hay más que hacer del que fue
quitasol, quita-sereno?
Las botas grandes...

DON JUAN:

¡En julio
botas!

BARZOQUE:

Éstas que yo llevo.
yo he de calzarlas.

DON PEDRO:

¿Ahora?

BARZOQUE:

Pues ¿para cuándo se hicieron
ellas, sino para cuando
hay mayores sedes?

DON JUAN:

¿Luego
son de vino?

BARZOQUE:

Pues.

DON PEDRO:

¿Y cuántas?

BARZOQUE:

Dos, por igualar el peso.

DON PEDRO:

Si escuchamos a este loco,
no saldrás, a lo que entiendo,
de aquí hasta el amanecer

BARZOQUE:

Nada se olvida, en efecto.
Vamos..., si bien no sé qué
escrúpulo acá me tengo
de que se me olvida algo,
que dudando y discurriendo,
me acuerdo de cierta cosa,
y qué cosa no me acuerdo.

DON JUAN:

Dame tu mano, señor.

DON PEDRO:

De nada, Don Juan, te advierto;
tus obligaciones sabes.
Adiós, pues, y ¡plegue al cielo
te traiga con bien!

DON JUAN:

No sé
si te lo otorgue, que temo
no volver vivo. [Aparte.] ¿Qué mucho,
si antes de partir voy muerto?
Ausencia, pues te llamaron
remedio de amor y celos,
pues me ves morir de amor,
dame, ausencia, tu remedio.
[Vase.]

DON PEDRO:

Alumbrad.

BARZOQUE:

Dame los pies.

DON PEDRO:

Barzoque, sólo te ruego
cuides mucho de tu amo.

BARZOQUE:

Una y mil veces lo ofrezco.
[Aparte.]
¿Qué quieres de mí, memoria?
Déjame, todo lo llevo.
Nada dejo de importancia.
pues las dos botas no dejo.
[Vase.]

DON PEDRO:

Obligaciones de honor,
mucho me debéis, pues tengo
valor para ver partir
a tan conocido riesgo
un hijo; y siendo yo mesmo
quien más su peligro temo,
fui quien más para el peligro
le animo que le detengo.
Pero vaya, mozo es,
sirva al rey; pues es tan cierto
que es la sangre de los nobles,
por justicia y por derecho,
patrimonio de los reyes.

CELIO:

Hola.
Señor.

DON PEDRO:

Vamos, Celio,
con luz corriendo ahora
de Don Juan al aposento
por esa puerta que cae
a mi cuarto, y a ver luego
si la que cae a la calle
cerrada está.

CELIO:

De eso vengo,
y está cerrada; si bien
que hayas de reñirme temo
un descuido.

DON PEDRO:

Pues ¿qué ha habido?
¿Qué se ha olvidado? Di presto.

CELIO:

Pedir, señor, a Barzoque
la llave della.

DON PEDRO:

Pues ¿eso
qué importa, que él se la lleve,
si yo llave maestra tengo?
Y pues hay aquí recado
de escribir, escribir quiero.
Llégame bufete, silla
y luces.

CELIO:

¿Ahora, siendo
más de medianoche ya,
quieres escribir?

DON PEDRO:

No puedo
excusarlo, porque son
unas cuentas... Mas ¡qué veo!
Los papeles de Don Juan
(¡qué gran descuido!) son éstos;
mira si alcanzarle puedes.

CELIO:

¿Cómo he de alcanzarle, habiendo
tanto tiempo que partió?

DON PEDRO:

Pues luego al punto, al momento
busca en qué ir hasta alcanzarle,
y dáselos, porque es cierto
que sin ellos no podrá
cobrar su ventaja y sueldo.

CELIO:

Hasta la mañana, ¿quién
me dará en qué ir?

VOCES DENTRO:

¡Fuego, fuego!

DON PEDRO:

Mira que voces son ésas
tan cerca...

LEONOR:

[Dentro.]
¡Válgame el cielo!

DON PEDRO:

... de casa.

CELIO:

Yo voy a ver
dónde son.

JUANA:

[Dentro.]
Huyamos presto,
señora; piérdase todo,
pero no las vidas.

VOCES DENTRO:

¡Fuego!

DON PEDRO:

¿Dónde será?

LEONOR:

[Dentro.]
Pues abierta
esta casa está...

DON PEDRO:

¿Qué es esto?

(Sale LEONOR, medio vestida.)

LEONOR:

Una mujer infelice,
a quien esta luz (mi pecho
me ahoga) trajo hasta aquí,
de sus desdichas huyendo.
Si sois, señor (¡muerta estoy!),
como mostráis, caballero,
amparadla (¡qué desdicha!),
pues basta saber (no puedo
hablar) que de vos se vale
en ocasión que (el aliento
me falta) su misma casa
le echa de sí.

DON PEDRO:

Deteneos,
sosegad, que habéis llegado
donde halléis, yo os lo prometo,
amparo y favor. ¿Qué ha habido?

LEONOR:

Que estando ahora...

VOCES DENTRO:

¡Fuego, fuego!

LEONOR:

Esas voces os respondan.
En mi casa, en mi aposento
son.

DON PEDRO:

¿Qué casa es?

LEONOR:

La frontera.

DON PEDRO:

A ella acudiré, y ofrezco
poner cuanto yo pudiere
en salvo. Vamos corriendo.
(A CELIO.)
Llama todos los criados.
Vos aquí estad, mientras vuelvo.

(Vanse DON PEDRO y CELIO, y sale JUANA.)

JUANA:

¡Ay, señora, qué desdicha!
Todo se nos queda ardiendo.
Como me cogió salí.

LEONOR:

Mayor pudo sucedernos,
si dormidas nos hallara.
Ya que agradecerle tengo
a mi fortuna que tantas
penas me haya dado a un tiempo;
pues la ausencia de Don Luis,
de mi hermano el retraimiento,
desvelada me tenían
para que pudiese (¡ay cielos!)
la vida escapar, quizá
para mayores tormentos.

JUANA:

No sé cómo el fuego pudo
encenderse.

LEONOR:

No apuremos
cómo pudo suceder,
pues ya sucedió; y no quiero
ser ingrata a mi ventura,
acordándome en suceso
tan infelice de nada,
ni cómo pudo ser, puesto
que no perdiendo la vida,
todo es poco cuanto pierdo.

JUANA:

No dudo que nada pierdas,
que a lo que desde aquí veo,
todo a esta casa lo traen;
y si no me engaño, pienso
que es menos el fuego, pues
ya el ruido, señora, es menos.

[Sale DON PEDRO.]

DON PEDRO:

[Hablando con sus criados, que están dentro.]
Entrad a este cuarto toda
la ropa. ¡Gracias al cielo,
señora, que ha sucedido
felizmente! Todo el fuego
queda apagado; que fue
dicha socorrerle presto:
toda la hacienda también
está en salvo.

LEONOR:

Agradeceros
tan grande merced quisiera;
pero a empezar no me atrevo,
por no dejar desairado
tan noble agradecimiento.
Guárdeos el cielo mil años;
y supuesto que ya os debo
tal merced, dadme licencia
para recibirla, yendo
acompañada de vos
a mi casa.

DON PEDRO:

Deteneos,
y considerad, señora,
que aunque ya cesó el incendio,
no el humo, y a ahogaros basta
el que hay en vuestro aposento.
Demás, de que fue forzoso
para cortarle, en el suelo
el tabique derribar
de la alcoba; y fuera desto,
toda vuestra ropa está
en mi casa; y así, es cierto
que en la vuestra no podéis
entrar, señora, tan presto.

LEONOR:

Pues ¿qué he de hacer, ¡infelice
de mí!, que una amiga, un deudo.
donde pudiera albergarme,
ambos viven de aquí lejos?
Y a estas horas y desnuda
ir yo...

DON PEDRO:

Si el ser caballero
os asegura, señora,
de mi proceder, saliendo,
sobre la sangre, las canas
fiadoras de mi respeto;
y para decirlo todo
de una vez, si el ser Don Pedro
de Mendoza os asegura;
lo que yo ofreceros puedo,
este cuarto es, donde entrasteis,
tan apartado y tan lejos
del mío, que nadie tiene
que hacer en él. No está puesto
como merecéis; mas hay
una carne, por lo menos,
para pasar lo que falta
de la noche, hasta que siendo
de día, a la casa vais
desa amiga y dese deudo.
Y por más seguridad,
si no basta todo esto,
tomad la llave vos misma,
y cerraos por de dentro.

LEONOR:

La seguridad mayor,
señor, que yo tener debo,
es ser quien sois; pero no
quisiera yo, porque tengo
mucho que perder, que alguno,
por objeción de suceso
tan extraño, me pusiera,
o bien malicioso o necio,
el que me quedé una noche
fuera de mi casa.

DON PEDRO:

Un riesgo
tan preciso y tan forzoso
disculpa un atrevimiento,
y más tan lícito y justo.
Quedaos aquí y yo os ofrezco
del menor inconveniente
que de esto os resulte, haceros
satisfecha.

LEONOR:

¿Esa palabra
me dais?

DON PEDRO:

Sí.

LEONOR:

Pues yo la acepto.
Juana, vete a casa tú,
para que cuides de aquello
que allí quedó.

JUANA:

¿A casa yo?

LEONOR:

Sí, pues yo asegurada quedo.

DON PEDRO:

Ésta es la llave.
[Le da la maestra.]

LEONOR:

Señor,
no la tomo por recelo,
sino por poder decir
que me cerré por adentro.
[Vanse DON PEDRO y JUANA; LEONOR echa la llave.]
¿Qué quieres de mí, fortuna,
que en tantos lances me has puesto?
Dame más valor, o no
me des tantos sentimientos.
¿Quién creerá que en cuatro días
caben tan raros sucesos
como me han acontecido?
Y aun con todo, no me quejo
de ti, fortuna, porque
para adelante te quiero
por amiga; que aun te queda
cabal el poder, y temo
lo que puedo padecer,
aun más de lo que padezco.

LEONOR:

 (Siéntase en una silla.)
Rendida, dudo si diga
de mis desdichas al peso,
o a las señas de mortal,
en esta silla me siento,
tan dudosa, que no sé
si podrá el entendimiento
distinguir si el que me rinde
es el desmayo o el sueño.
¡Cielos!, no descanso os pido,
paciencia sí.
 [Quédase dormida.]
(Salen DON JUAN y BARZOQUE, abriendo quedito una puerta.)

DON JUAN:

Abre más quedo,
no alborotemos la casa,
si está mi padre durmiendo,
ya que habiéndote dejado
todos mis papeles puestos
sobre el bufete, la llave
llevaste de mi aposento;
porque en un descuido, otro
pueda servir de remedio.

BARZOQUE:

¡Vive Dios, que no he tenido
tal pesadilla y desvelo,
como el que llevaba, hasta
acordarme que eran ellos
lo que se olvidaba! Bien
que fue dicha ser tan presto.

DON JUAN:

¡Oh! Qué feliz fuera yo,
si como a Madrid me vuelvo
a buscar unos papeles,
volviera alegre y contento
a buscar una hermosura
que dentro del alma tengo!

BARZOQUE:

¿Qué dieras, señor, por verla?

DON JUAN:

Diera el alma.

BARZOQUE:

¡Caro precio!

DON JUAN:

Entra en la sala.

BARZOQUE:

¡A esta hora
hay luz en ella! ¿A qué efecto?

DON JUAN:

Algún criado quizá
estará... Mas, ¡santos cielos!

BARZOQUE:

¡Qué miro!
(Repara en LEONOR.)
¡Jesús mil veces,

DON JUAN:

¿De qué tiemblas?

BARZOQUE:

De algo tiemblo.
pues es la mujer que está
sobre esa silla durmiendo
la misma que adoras.

DON JUAN:

Bien
la extrañeza del suceso
Puede dar admiración,
miedo no.

BARZOQUE:

¿Cómo no miedo,
si cuando ofreces el alma
te la hallas en tu aposento,
en fe de que aceptó
la palabra el diablo?

DON JUAN:

Necio,
¿tan bien mandado es el diablo?

BARZOQUE:

No lo es; pero puede serlo.
¿Quién querías tú que aquí
te la tuviese?

DON JUAN:

Sucesos
que ahora no se ofrecen.

BARZOQUE:

Pacto
ha sido explícito, es cierto.

DON JUAN:

Llega esa luz.

BARZOQUE:

¿Yo llegar?

DON JUAN:

¿Adónde te vas?

BARZOQUE:

Huyendo
della y de ti. Con las mulas
y el mozo, señor, te espero,
si bien un diablo y un mozo
de mulas todo es lo mesmo.
[Vase.]

DON JUAN:

Ignorada deidad mía,
si eres en esta ocasión
el cuerpo de mi ilusión,
la alma de mi fantasía,
si sombra que helada y fría
mi imaginación formó,
¿cómo hizo en quien no te amó
mi imaginación efeto?
Luego no eres mi conceto,
pues te ve otro más que yo.
Pues siendo en mi devaneo
cuerpo con alma y sentido,
¿quién pudo haberte traído
al lugar donde te veo?

DON JUAN:

Conjuro de amor, no creo
haberle tal, que pudiera
atraerte aquí: de manera,
que aunque aquí te llego a ver,
no hallo razones de ser
fingida ni verdadera.
Pues ¿qué serás?; que rendido
a una duda y otra duda,
no hay desengaño que acuda
sino a quitarme el sentido.
Sueño debe de haber sido
cuanto estoy viendo y tocando;
aunque tampoco, mirando
que fuera impropiedad, siendo
tú la que aquí estás durmiendo,
ser yo el que aquí está soñando.

DON JUAN:

Aunque bien puede ser, sí;
que si de ser inmortal
el alma, es clara señal
el sueño, y yo te la di.
cierto es que aunque anime en mí,
en ti vive; y así, cuando
duermes tú, estoy delirando
yo: con que ser puede (¡ay Dios!)
con un alma estar los dos,
tú durmiendo y yo soñando.
Y puesto que sueños son
las dichas y los contentos,
soñémoslos de una vez
hermosa deidad...
(Despierta LEONOR.)

LEONOR:

¿Qué es esto?

DON JUAN:

Es un efecto de amor
no hallado acaso, aunque serlo
parece, pues es buscado
del mismo amor.

LEONOR:

¿Cómo, ¡cielos!,
así se rompe una fe
jurada? Ved...

DON JUAN:

Nada veo.

LEONOR:

...que yo en confianza vuestra...

DON JUAN:

Ninguna es la que yo os debo.

LEONOR:

...aquí me quedé.

DON JUAN:

Es en vano
disuadirme de mi intento.

LEONOR:

¿Vos sois noble?

DON JUAN:

No lo sé.

LEONOR:

Mirad que soy...

DON JUAN:

Nada advierto.

LEONOR:

...más que pensáis.

DON JUAN:

Poco importa.

LEONOR:

No, sino mucho; y primero
que logréis tan gran traición,
yo sabré romperme el pecho
con mis mismas manos.

DON JUAN:

Yo
estorbarlo.

LEONOR:

¿Cómo, ¡cielos!,
tan grande traición sufrís?

DON JUAN:

Como es de amor no te oyeron,
porque traiciones de amor
nacen con disculpa.

LEONOR:

Al viento
daré voces.

DON JUAN:

Taparéte
yo la boca.

LEONOR:

¡Piedad, cielos,
y no permitáis que venga
a dar de un fuego a otro fuego!