No hay cosa como callar/Acto II

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Acto I
No hay cosa como callar
de Pedro Calderón de la Barca
Acto II

Acto II

[Sala en casa de DON DIEGO.]
Salen DON DIEGO y JUANA.
DON DIEGO:

¿Y qué hace tu señora?

JUANA:

¿Ya no lo sabes tú? Suspira y llora,
que es lo mesmo que todos estos días
la divierte, señor.

DON DIEGO:

Tú que debías
saber (como que siempre acompañada
de ti está, aún más amiga que criada)
la causa de que nace su tristeza,
¿también la ignoras?

JUANA:

Sí, que la extrañeza
con que a mí me ha tratado
también en esta parte, su cuidado
saber no ha permitido
de qué causa, señor, haya nacido.

DON DIEGO:

¿Pues no es fuerza, al mirar sus ansias sumas,
que cuando no la sepas, la presumas?

JUANA:

Mi pecho sólo sabe
que la ocasión, señor, penosa y grave
de su melancolía,
dos meses ha que dura, pues el día
nació que a verte fue a tu retraimiento.

DON DIEGO:

Aquese sentimiento,
cuando deso naciera,
ya al verme libre a mí cesado hubiera;
pues habiendo sanado
aquel hombre que herí, y efectuado
con él las amistades,
trocara los rigores en piedades;
pues en cualquiera aprieto,
cesando la ocasión, cesa el efecto.

JUANA:

Lo que en el mismo día también pudo
su sentimiento ocasionar, no dudo
que fue, señor, el fuego
que en casa se encendió.

DON DIEGO:

También lo niego,
que si deso naciera,
muriendo el fuego, la pasión viviera.
La hacienda ni la vida
no peligró, una y otra defendida
por la piedad y estilo lisonjero
de aquel anciano y noble caballero,
que en su casa hospedada
la tuvo aquella noche: luego en nada
esas dos ocasiones han causado
su mal; y más habiéndose mudado
de la casa a otro día,
por el azar que dice que tenía
con ella.

JUANA:

Pues en vano
decir más que eso puedo yo.

(Sale LEONOR.)
LEONOR:

[Aparte.]
Mi hermano
aquí está. ¡Oh!, ¡quién pudiera
de sus ojos faltar!, pues de manera
me acusan mis desdichas, que no puedo
verle la cara sin vergüenza y miedo.
Propio temor de un pecho delincuente
pensar que todos saben lo que él siente.

DON DIEGO:

Leonor, hermana mía,
pues ¿por qué sin hablarme se volvía
tu divina belleza?

LEONOR:

Por no darte pesar con mi tristeza.

DON DIEGO:

Eso no es excusarle,
sino antes aumentarle,
añadiendo a tu gran melancolía
el rigor con que tratas la fe mía.
Merezca, por tus ojos,
saber la causa yo de tus enojos.

LEONOR:

Si de causa naciera,
¿a quién con más cariño lo dijera?
Toda melancolía
nace sin ocasión, y así es la mía;
que aquesta distinción naturaleza
dio a la melancolía y la tristeza;
y para ella, los medios son más sabios
llorar los ojos y callar los labios.

DON DIEGO:

Otros hay.

LEONOR:

¿Qué?

DON DIEGO:

Aliviarla
y ya que no vencerla, desecharla.
¿Quieres aquesta noche
salir a ver la máscara, en un coche,
que hace Madrid en generosas pruebas
de cuánto estima las felices nuevas
de la mayor victoria
que ha de durar eterna a la memoria
del tiempo, en duras láminas grabada?

LEONOR:

No, que no puede divertirme nada
la común alegría;
que antes la pena mía
halló para afligirme nuevos modos,
viéndome triste, estando alegres todos.

DON DIEGO:

Pues ¿qué podrá alegrarte?,
¿qué podrá divertirte, qué aliviarte?
No me trates ahora como hermano,
trátame como amante, pues es llano
que lo soy, ya que no de tu belleza,
de tu virtud. ¿Qué singular fineza
no hará por ti?

LEONOR:

¿Tú quieres hacer una,
que es la que más te estime mi fortuna?

DON DIEGO:

Mi amor con imposibles acrisola.

LEONOR:

Pues la mayor será dejarme sola.

DON DIEGO:

¡Qué pasión tan tirana!
Mas si en esto te sirvo, adiós, hermana.
[Vase.]

JUANA:

¡Gracias, señora, al cielo,
que presto cesará tu desconsuelo,
pues ya vendrá Don Luis!

LEONOR:

Está advertida
que a Don Luis no me nombres en tu vida;
que ya expiró en mi pecho
todo cuando antes fue. Nada sospecho
que en mi pecho ha quedado,
porque hasta las cenizas han volado
de aquese ardor violento;
búscalas, y hallaráslas en el viento.

JUANA:

Siempre creí...

LEONOR:

No creas
nada, sino la pena que en mí veas;
y si quieres saber cuánto es severa,
haz una cosa.

JUANA:

¿Qué es?

LEONOR:

Irte allá fuera,
que estorbas a la grave pena mía
la soledad, y no haces compañía

JUANA:

Fuerza es obedecerte.

[Vase.]
LEONOR:

¡Oh!, ¡cuánto estimo verme desta suerte,
pues pueden sin testigos mis enojos
desahogarse! Hablad, labios; llorad, ojos.
Solos estáis, decid vuestros agravios,
quejaos al cielo, pues, ojos y labios;
que aunque juré callar, siendo testigo
el cielo, no es hablar hablar conmigo.
¿De un fuego huyendo a otro fuego
fui?... Tente, memoria, tente;
que pues yo no lo olvido,
no es bien que tú me lo acuerdes.

LEONOR:

Pensé al principio que fuera
el fiero agresor aleve
de mi honor, mi huésped, ya
persuadida inútilmente
a que el ser traidor e injusto
fuese conjunto al ser huésped.
Quise dar voces; no pude,
que a un mismo tiempo fallecen
mi aliento y mis fuerzas. Dudo
a cuál de los accidentes
desmayada entre sus brazos...
¿Qué frase habrá más decente
que lo refiera? Ninguna,
porque la más elocuente
es la que, sin decir nada,
el más rústico la entiende.
Volví del desmayo, cuando
el que (aquí el dolor se aumente)
más osado estuvo, más
cobarde la espalda vuelve.

LEONOR:

¡Oh infames lides de amor,
donde el cobarde es valiente,
pues el vencido se queda
mirando huir al que vence!
Más animosa yo entonces
(propia acción de los que tienen
poco valor, alentarse
en sintiendo que los temen)
por conocer mi enemigo,
quise (¡ay de mí) detenerle,
y echando la mano al cuello
diciendo: «Traidor, deténte»,
así una banda, de quien
estaba esta cruz pendiente.
Abrióse el asa, y dejóme
con ella, al tiempo que sienten
ruido en el cuarto y a él llaman.

LEONOR:

A abrir fui, por que me diesen
favor, cuando a un tiempo mesmo
el que huye y el que viene,
aquél se va y éste entra
por dos puertas diferentes.
Desengañéme yo entonces
de que Don Pedro no fuese
cómplice en traición tan grande,
al verle entrar; y de suerte
la vergüenza me trocó
la acción, que estimando que entre
por que vengue mis agravios,
no le dije que los vengue;
porque viendo al agresor
ya de mis ojos ausente,
y que no era entonces fácil
alcanzarle y conocerle,
quise más callar, porque
si yo una vez lo dijese
y ninguna lo vengase,
era afrentarme dos veces.

LEONOR:

Volví a mi casa, porque
no vi la hora de verme
sola, para preguntarle
a este testigo quién fuese
su dueño; y cuando pensé
que debiera responderme:
«Noble es, conocer sabrá
la obligación que te tiene»,
no sólo (¡ay de mí!) es aquesto
lo que me dice y me advierte;
mas tan al contrario es,
que me dice claramente:
«Noble es, pero tan traidor,
que no a ti sola te ofende.»
Y es verdad, pues un retrato
que la venera contiene
me da a entender que no he sido
yo sola (¡oh traidor, aleve!)
la quejosa. ¡Oh muda imagen!,
dime quién es y quién eres;
que yo sola por las dos
tomaré y...

MARCELA:

[Dentro.]
¡Jesús mil veces!

INÉS:

[Ídem]
¡Válgame el cielo!

LEONOR:

¡Qué escucho!
¿Qué voces, qué ruido es éste?

ENRIQUE:

[Aparte.]
¡Qué desdicha!

DON DIEGO:

[Ídem.]
Acude, Enrique;
basta estar dentro mujeres.

[Sale JUANA.]
LEONOR:

¿Qué es eso, Juana?

JUANA:

Es un coche,
que sin cochero y con gente,
más que de paso ha venido
la calle abajo, y en ese
hoyo que a la puerta está
abierto para una fuente,
se volcó, y no dudo que
cuantos van dentro se hiciesen
mucho daño. Mi señor,
que a la puesta estaba, al verle,
acudió a favorecer...
Mas no hay para qué lo cuente,
pues con una dama en brazos,
él y Enrique hasta aquí vienen

DON DIEGO:

Hermana, den tus pesares,
si es que hay pesares corteses,
treguas al dolor, y acude
piadosa, noble y prudente
a favorecer la vida
de una hermosura; pues debes,
por hermosa y desdichada,
favorecerla dos veces.

LEONOR:

En vano, hermano, me pides
que acuda piadosamente,
pues quien sabe de pesares,
más fácil se compadece.

[Sale INÉS.]
INÉS:

Ninguna criada honrada
caer donde cae su ama puede,
pues todos se duelen della
y nadie de mí se duele.

LEONOR:

Juana, entra a prevenir
un catre donde se acueste.

[Vase JUANA.]
DON DIEGO:

Enrique, acude tú al coche.

[Vase ENRIQUE.]
LEONOR:

Tú, hermano, pues no hay más gente,
dese camarín alcanza
agua de azahar, por si vuelve
rociándole el rostro.

DON DIEGO:

¡Cielos!
No malogre un accidente
tanta copia de jazmines,
pues ya huyó la de claveles.

INÉS:

[Aparte.]
¿Que esté yo descalabrada
y nadie de mí se acuerde?

[Vase DON DIEGO.]


LEONOR:

Hermosa dama, si acaso
el acaso que sucede
os dejó...
[Aparte.]
Pero, ¡qué miro!,
o mi discurso aparentes
formas a mis ojos finge,
o el original es éste
desta copia. Sí, y no sólo
en la beldad se parecen,
pero en el estar sin vida
es su retrato dos veces.
Ella es la que...

[Sale DON DIEGO.]
DON DIEGO:

Ya está aquí.
el agua.

MARCELA:

¡Cielos, valedme!

LEONOR:

Ya no es menester, pues ya,
hermano, en su acuerdo vuelve.

INÉS:

Así volviera en el mío
yo.

DON DIEGO:

Si albricias me pidieses,
la vida diera en albricias.

MARCELA:

Admirada dignamente
de hallarme aquí, no sé cómo
mi agradecimiento empiece;
y así, entre los dos habré
de repartirle igualmente;
mas con una distinción:
que si mi vida se debe
a algún valor, será vuestra
la acción; y si acaso fuese
milagro el mirarme viva,
vuestro el milagro; de suerte,
que hallándome entre los dos,
mi vida a los dos se ofrece,
como a noble a vos, y a vos
como a deidad excelente.

LEONOR:

De los agradecimientos
que vuestra voz nos promete,
no es justo que yo, señora,
por entendida me muestre,
pues no soy yo la deidad;
y así a mi hermano se deben,
como a quien os socorrió,
esos favores corteses.

MARCELA:

Guárdeos el cielo mil años;
que ya gozosa de verme
merecedora de tales
dichas, mi vida agradece
el peligro en que me he visto.

DON DIEGO:

No agradezcáis desa suerte
acción que, sin conoceros,
hice por vos; pues no tiene
que agradecer quien acaso
obligada llega a verse.
Si bien, por no malograr
a quien tan bien encarece
la obligación, os suplico
deis lugar para que en este
breve cielo a tanta luz
y esfera a tanto sol breve,
se os sirva.

[Sale JUANA.]
JUANA:

Ya está, señora,
prevenido donde puede
descansar.

MARCELA:

Dadme licencia
de que tal merced no acepte;
que no es posible quedarme
a recibirla; que tiene
en mi estado tanta dicha
algunos inconvenientes.

LEONOR:

Pues merezcamos saber
quién sois, para que no queden
dudas de vuestra salud,
sin más noticias de quiénes
informarnos; que no dudo,
según lo que mi alma siente
vuestros sucesos, que ya
me importa precisamente
saber quién sois.

MARCELA:

Pues yo soy
la obligada, a mí compete
saber de la vuestra; así,
porque en ningún tiempo llegue
tanta nobleza a ganarme
de mano en tantos corteses
cumplimientos, perdonadme
callar quién soy.

[Sale ENRIQUE.]
ENRIQUE:

Ya allí tienes
el coche puesto, señora.

INÉS:

El demonio que en él entre.

DON DIEGO:

No vais en él, esperad.

MARCELA:

No es posible detenerme.
Quedad con Dios.

LEONOR:

Él os guarde;
y creedme que de suerte
me he holgado veros con más
vida que os vi, que parece
que retratada quedáis
a vivir conmigo siempre.

MARCELA:

Y yo siempre agradecida
a tan piadosas mercedes,
esclava vuestra seré.
Y vos, caballero, hacedme
merced de quedaros.

DON DIEGO:

Yo
he de ir sirviéndoos.

MARCELA:

De aquese
cuarto no habéis de salir.

DON DIEGO:

A mi pesar, obediente,
me quedo.

MARCELA:

Vamos, Inés.

[Vanse MARCELA e INÉS.]
LEONOR:

Enrique.

ENRIQUE:

Señora.

LEONOR:

Hacedme
gusto de saber quién es
y en qué parte vive.

ENRIQUE:

En breve
lo traeré sabido.

DON DIEGO:

Enrique.

LEONOR:

[Aparte.]
Si mi hermano le detiene,
la ocasión he de perder
de saber quién es.

ENRIQUE:

¿Qué quieres?

DON DIEGO:

Sabe quién es esta dama,
su casa y qué nombre tiene.

ENRIQUE:

Sí haré.
[Aparte.]
El servir a dos amos
fácil fuera desta suerte,
mandando una misma cosa
los dos.

LEONOR:

[Ídem.]
¡Cielos, concededme
alguna luz de saber
quién aquel tirano fuese
de mi honor!

DON DIEGO:

[Ídem.]
Permitid, cielos,
que yo a saber quién es llegue
aquesta hermosa homicida.

LEONOR:

[Ídem.]
Y hasta entonces, alma, vuelve
a padecer y callar.

DON DIEGO:

[Ídem.]
Y amor, hasta entonces cesen
los labios.
[Alto.]
Adiós, Leonor.

LEONOR:

Él te guarde.

DON DIEGO:

[Aparte.]
Amor, concede
alivio a mi pena.

LEONOR:

[Ídem]
Honor,
treguas a mi llanto ofrece.

[Vanse.]
[Inmediaciones de una venta o posada en el camino de Madrid a las provincias del Norte, a media jornada de dicha capital.]
[Salen DON LUIS, DON JUAN y BARZOQUE.]
DON LUIS:

Aquí no hemos de parar
más que sólo a dar cebada.

DON JUAN:

Que no se perdió jornada,
dijo un adagio vulgar,
por dar cebada y oír misa.

BARZOQUE:

Al contrario digo yo;
pues cuando más me importó
el caminar más aprisa,
siempre perdí la jornada
por esas dos cosas; pues
lo que más detiene es
el oír misa y dar cebada.

DON LUIS:

Barzoque, al mozo decid
que acabe: que es tarde, veis.

DON JUAN:

Notable priesa tenéis
por entrar hoy en Madrid

DON LUIS:

¿Quién (después de haber cumplido,
Don Juan, con su obligación,
hallándose en la ocasión
mayor que España ha tenido;
y habiendo alcanzado ya
licencia para volver;
al fin, llegándose a ver
que media jornada está
de Madrid) no deseó
verse entre deudos y amigos,
haciendo a todos testigos
de tantas venturas?

DON JUAN:

Yo,
que amigos y deudos tengo,
y no se me diera nada
que empezara la jornada
ahora.

DON LUIS:

Pues yo, aunque vengo
tan gustoso, por traer,
Don Juan, vuestra compañía,
volar, no correr, querría.

DON JUAN:

Yo, ni volar ni correr.

DON LUIS:

¿Estáis, por dicha, olvidado
de lo que es Madrid?

DON JUAN:

No estoy;
mas no tengo en Madrid hoy
cosa que me dé cuidado.

DON LUIS:

Pues cuando no le tengáis
en lo particular puesto,
por lo general (supuesto
que en él tan bien visto estáis
de damas y caballeros),
¿no os da gana a volver?

DON JUAN:

No,
porque de uno y otro yo
no necesito; y haceros
un argumento podré.
Si por caballeros, ¿dónde
mayor nobleza se esconde
que la que en Irún dejé?
Si por damas, cosa es llana
que a mí lo mismo me inclina
angosta una vizcaína,
que ancha una castellana.

DON LUIS:

¡Oh!, ¡quién se hallara, Don Juan,
tan libre, que hacer pudiera
donaire de la severa
ira de amor! No me dan
mi deseo y mi cuidado
licencia a mí para hablar
de burlas.

DON JUAN:

Eso es mostrar
que estáis muy enamorado.

DON LUIS:

Tanto lo estoy, que quisiera
poder volar con las alas
de amor; y no fueran malas
para llegar a la esfera
adonde apenas llegó
pensamiento que rendido
no volviese, porque ha sido
del mejor sol que ilustró
el día de luces bellas,
el mundo de resplandores,
la primavera de flores
y todo el cielo de estrellas.

DON JUAN:

Una pregunta hacer quiero.
Esa dama que adoráis
¿poseéis o deseáis?

DON LUIS:

Deseo, sirvo y espero.
Deseo un dulce favor,
sirvo un hermoso desdén
y espero lograr un bien,
premio de mi firme amor;
porque es el alto sujeto
que idólatramente adoro,
beldad de inmenso decoro,
deidad de sumo respeto.
Para casarme he servido
una dama, cuya pura
perfección de la hermosura
honesta Venus ha sido.
Imán de tan alta estrella,
a verla vuelvo, y constante
es un siglo cada instante
que tardo en volver a vella.

DON JUAN:

Aunque tan fino os halláis,
¿queréis olvidarla?

DON LUIS:

No,
ni que haya, presumo yo,
tal remedio.

DON JUAN:

¡Oh cuánto estáis
templado a lo antiguo!

DON LUIS:

Pues,
¿qué medio hay para olvidar
una hermosura?

DON JUAN:

Alcanzar
esa hermosura. Ésta es
la cura, Don Luis, más cuerda;
porque ¿quién tan importuna
pasión tuvo, que de una
lograda ocasión se acuerda?
¿Por qué pensáis que Macías
enamorado murió?
Porque nunca consiguió.
Yo quise bien ocho días,
y sané luego al momento;
porque aun antes que supiera
casa, nombre ni quién era
la tal dama, en mi aposento
la hallé una noche dormida,
sin saber quién la llevase
allí, ni qué la obligase
a ser tan agradecida:
donde entregando al olvido
de mi memoria el cuidado,
yendo muy enamorado,
salí muy arrepentido.

DON LUIS:

Pues ¿cómo sin saber que
vos la amabais, os buscó
esa dama?

DON JUAN:

¡Qué sé yo!

DON LUIS:

¿Quién la trajo?

DON JUAN:

¡Yo qué sé!
Ni de saberlo he cuidado.

BARZOQUE:

¿Cómo es posible, señor,
que eso cuentes sin temor?
Que yo, de haberlo escuchado
ahora, aunque lo temblé
entonces, vuelvo a temblarlo.

DON LUIS:

¿Por qué?

BARZOQUE:

Porque, sin dudarlo,
un diablo súcubo fue.

DON JUAN:

Calla, necio.

BARZOQUE:

¿Quién pudiera
ser quien en casa se hallara
al tiempo que él en voz clara
dijo que por verla diera
el alma, y luego la vio,
sino el demonio vestido
de mujer?

DON LUIS:

Tan suspendido
el suceso me dejó,
que os tengo de suplicar
muy despacio me contéis
cómo fue esto.

DON JUAN:

Si tenéis
gusto, volverá a empezar
todo el caso. Estadme atento,
que estimaré divertiros

DON LUIS:

Mucho me holgaré de oíros,
porque es extremado el cuento.

DON JUAN:

Yo vi cierta dama, cuya
beldad me agradó fiel.

BARZOQUE:

Que para agradarse él
bastó que no fuese suya.

DON JUAN:

Seguirla quise, y no pude
por un grande impedimento.

BARZOQUE:

Aqueso no importa al cuento.

DON JUAN:

Volví a ver si al templo acude,
donde la vi la primera
vez.

BARZOQUE:

Volvió, que aunque sagrado,
era diablo bautizado.

DON JUAN:

Siguiéndola, a ver quién era,
otro acaso sucedió,
que lo embarazó también.

BARZOQUE:

Por quien se dijo más bien:
«Otro diablo que llegó.»

DON JUAN:

Llegó en esto mi partida:
ausentarme determino;
cuando, yendo mi camino,
éste, que siempre se olvida
de lo que más importó,
se acordó que había dejado
mis papeles. Enfadado,
volví a Madrid, y por no
alborotar, quise entrar,
con llave que yo tenía
en mi cuarto; luz había,
y apenas volví a mirar
quién estaba allí, cuando a ella
la vi en mi cuarto dormir.

BARZOQUE:

Acabando de decir
que daría el alma por ella.

DON LUIS:

¿Cómo en tan raro suceso
no preguntasteis quién fuese,
ni quién allí la trajese?

DON JUAN:

¿Quién me metía a mí en eso?
Si ella se quería ocultar,
¿preguntarla no sería
quien era, descortesía?

DON LUIS:

Pues ¿qué hicisteis?

DON JUAN:

Sin hablar,
maté la luz.

DON LUIS:

¿Para qué?

DON JUAN:

Para que ella no supiera
tampoco allí quién yo era.

DON LUIS:

Pues ¿por qué, Don Juan?

DON JUAN:

Porque
no se pudiera alabar
jamás de que me gozó;
que también tengo honor yo,
y soy mozo por casar.
Fuera de que el principal
intento fue, que esto hiciese,
que mi padre no supiese
que yo había vuelto, pues tal
prevención me aseguraba
de la queja que podía
tener la libertad mía,
si allí por su orden estaba;
pues ahora podré negar
en todo tiempo que fui
el hombre que entró hasta allí.

DON LUIS:

Eso no quiero apurar,
sino saber si después
supisteis quién era.

DON JUAN:

¿Yo?

DON LUIS:

¿Ni quién la llevó allí?

DON JUAN:

No.

DON LUIS:

¿Y ahora no os mueve, pues,
la curiosidad siquiera
de saber quién es, y allí
la tuvo?

DON JUAN:

En mi vida fui
curioso; y antes quisiera
no preguntarlo jamás,
ni que nadie me llegara
a decirlo; que estimara
el no saber della más,
porque estoy ya muy cansado
de saber cómo se llama
y dónde vive mi dama,
qué porte tiene y qué estado;
y así, sólo me desvela
pensar que lo he de saber,
porque me muero por ser
caballero de novela,
y que se cuente de mí
que una infanta me adoró
encantada, de quien yo
no supe más.

BARZOQUE:

Y yo sí.

DON LUIS:

Y ella, ¿qué porte tenía?

DON JUAN:

Tal, que si algo en este estado
me hubiera de dar cuidado,
su ofendido honor sería.

DON LUIS:

Y en fin, ¿en qué paró?

DON JUAN:

En que
antes que me conociera
volví a cerrar por defuera,
y en el cuarto la dejé.

DON LUIS:

Y ¿no sacasteis, decid,
los papeles vuestros?

DON JUAN:

No, porque para negar yo
el haber vuelto a Madrid,
fue importante no traellos,
que pudiera ser que ya
los hubiesen visto allá.
Y no importó, pues con ellos
un criado me alcanzó,
a quien mi padre enviaba.

DON LUIS:

Y ese criado ¿contaba
algo de esa dama?

DON JUAN:

No,
ni yo se lo pregunté,
por que en malicia no entrara
de haber vuelto.

DON LUIS:

¡Cosa rara!
Y ahora, ¿qué habéis de hacer?

DON JUAN:

¿Qué?
Entrar muy disimulado
en casa.

DON LUIS:

¿Pues ella ya
de ese lance no se habrá
a vuestro padre quejado?

DON JUAN:

¿Para cuándo es el negar,
sino para ahora? Si bien
hay un testigo con quien
el delito comprobar
pueden.

DON LUIS:

¿Cuál?

DON JUAN:

Una venera,
que del cuello me arrancó,
con un retrato. Mas no
importa, pues cuando quiera,
en tales señas fundada,
convencerme, yo diré
que es mentira, porque fue
dejármela allí olvidada.

DON LUIS:

¡Buen desenfado tenéis!
Y la dama retratada,
viendo que de la jornada
sin el retrato volvéis,
¿no se quejará?

DON JUAN:

Eso es cosa
que ha de darme más placer.
¿Hay cosa como tener
uno a su dama quejosa?
Fuera de que ¿ha de faltar
una compuesta mentira
que ablande toda esa ira?

BARZOQUE:

¿Luego tú piensas tornar
a hablar a Marcela?

DON JUAN:

Sí.

BARZOQUE:

¿No te acuerdas que quedó
muy desairada, y que no
querrá ella hablarte a ti?

DON JUAN:

Ríete de eso, que nada
hay que tenga una hermosura
más rendida y más segura
que tenerla desairada.
Esta noche me verás
ir a visitarla y vella.

BARZOQUE:

¿Cómo?

DON JUAN:

Como si con ella
reñido hubiese jamás.

DON LUIS:

En toda mi vida he estado,
Don Juan, más entretenido
que este rato que os he oído.

DON JUAN:

¿No es raro cuento?

DON LUIS:

Extremado.

BARZOQUE:

Ya el mozo allí nos espera.

DON LUIS:

Vamos, Don Juan; que no veo
la hora que mi deseo
llegue a abrasarme en la esfera
del sol que adoro.

DON JUAN:

Ni yo
la hora de verme en mi cama,
que es la más hermosa dama
y más cómoda, pues no
pide pollera ni coche,
y en un rincón encerrada
todo el día está, y no enfada
con gozarla cada noche.
[Vanse.]

[Sala en casa de MARCELA.]
(Salen MARCELA e INÉS.)
INÉS:

Aquel criado, señora,
que nuestro coche siguió
desde el sitio en que cayó
hasta casa, vuelve ahora
con un recado.

MARCELA:

Pues di
que entre.

(Sale ENRIQUE.)
ENRIQUE:

Mi señor Don Diego
de Silva, con este pliego
me envía.

MARCELA:

Mostrad. Dice así:
(Lee.)
«El deseo de saber de vuestra salud sea disculpa de mi atrevimiento, para lograr la dicha de haberla yo amparado, con la certeza de haberla vos conseguido. Yo fuera a saber de ella, si me juzgara merecedor de oírlo de vuestra boca. Suplícoos me respondáis, o me deis esta licencia. Dios os guarde.»

Diréis al señor Don Diego,
hidalgo, cuánto he estimado
de mi salud el cuidado;
y que está de más el ruego
con que me pide licencia
de verme en mi casa, pues
a término tan cortés
debo igual correspondencia,
que yo seré la dichosa
en que quiera honrarla y vella,
para que se sirva della.

ENRIQUE:

Guárdeos Dios.
[Aparte.]
Extraña cosa no
fue la afición que cobraron
mi amo y mi ama a esta mujer,
pues los dos, hasta saber
casa y nombre, no pararon.

[Vase.]
INÉS:

¡Cuánto, señora, estimara
que aqueste Don Diego fuera
el que venganza te diera
de Don Juan, y que te hallara
vengada de su desdén!

MARCELA:

No esperes ventura igual;
que basta tratarme mal
para que le quiera bien.
Y aunque tan justo sería
que hallase en mí novedad,
una cosa es voluntad
y otra cosa cortesía.
¿Cómo puedo a un caballero
que la vida, Inés, me dio,
dejar de admitirle yo
a visita?

INÉS:

Pues primero
que ésa nos venga, ya ahora
otra tenemos.

MARCELA:

¿Quién es?

INÉS:

¿Una tapada no ves
entrarse hasta aquí, señora?

MARCELA:

¿Quién será?

INÉS:

Ella lo dirá.

[Sale LEONOR, tapada.]
LEONOR:

[Aparte.]
Cielos, a mucho me atrevo;
mas buena disculpa llevo
en mi favor, que es que ya
tengo poco que perder,
perdido lo más; y así,
sola y disfrazada aquí
vengo a si puedo saber
el nombre de aquel traidor.
Ánimo, agravios, pues puedo
perder a mi honor el miedo
que antes me diera mi honor.

MARCELA:

¿Qué es, señora, lo que aquí
buscáis, que desa manera
entráis?

LEONOR:

¿Sois, saber quisiera,
vos Doña Marcela?

MARCELA:

Sí,
que a nadie jamás negué
mi nombre.

LEONOR:

¡Airoso desvelo!
Y pues estáis en el duelo
tan bien vista, sabed que
tengo un negocio con vos
a solas.

MARCELA:

¡Salte tú, Inés,
allá fuera!
[Vase INÉS.]
Decid, pues;
ya estamos solas las dos.

LEONOR:

A mí me importa...

MARCELA:

Primero
que la importancia digáis,
es justo que os descubráis;
que si es desafío, no quiero
daros ventaja, y es cierto
que en vos será acción indigna
tirar detrás de cortina,
estando yo en descubierto.

LEONOR:

Ventaja en mí no se halla
que os pueda dar temor tanto,
que la cortina de un manto
no es cortina de muralla.
Y la que siguió tan bien
la metáfora, no dudo
que sepa también que pudo
entrar de rebozo quien
aventurero es; y así,
descubrirme yo no quiero,
pues la ley de aventurero
me comprende.

MARCELA:

Pues decí.

LEONOR:

A mí me importa saber
de un galán muy desta casa
(que aunque su amor no me abrasa,
me ofende su proceder),
que tanto ha que no entra en ella,
por saber si habla verdad
en algo su voluntad.

MARCELA:

Mi reina, mal respondella
puedo a eso; que hay a ese umbral
muertos de amor cada día
tantos hombres, que sería
imposible saber cuál
es el que a usarced ha dado
satisfacción de que ya
no me ve; y puesto que está
aquel discurso pasado
tan fresco, vuélvome a él.
Si entra buscando a ese hombre
quier en la fuerza, dé el nombre,
porque no ha de entrar sin él.

LEONOR:

Aunque nombrarle pudiera,
no le hago tanto favor
como nombrarle, y mejor
lo dirá aquesta venera.
¿Conocéisla?

MARCELA:

Sí, y si tiene
un retrato, será ella.

LEONOR:

En mi mano habéis de vella,
que en la vuestra no conviene.
¿Es éste?

MARCELA:

¿Quién os lo dio?

LEONOR:

El galán que le traía.
Y decid, por vida mía
(¡qué hable desta suerte yo!),
¿qué tanto habrá que no os ve,
y cómo os ha dicho a vos
que se llama? Que a las dos
nos engaña (yo lo sé
muy bien sabido), mudando
el nombre por disfrazar
sus traiciones.

MARCELA:

Si apurar
queréis mi paciencia, cuando
me estáis matando de celos,
contadme de aquese ingrato
que os entregó ese retrato,
cómo a vos os dijo...

LEONOR:

[Aparte.]
¡Cielos!
Sálgame esta industria bien.

MARCELA:

... que se llamaba. ¡Qué ira!

LEONOR:

Don Alonso de Altamira.

MARCELA:

Pues mintió.

LEONOR:

Es traidor.

MARCELA:

Que a quien
le di esa venera yo
por favor con mi retrato,
aunque me mintió su trato,
su nombre no me mintió.

LEONOR:

¿De qué lo inferís?

MARCELA:

De que
le conozco bien y así
no pudo engañarme a mí.
O, decidme, ¿cuándo fue
cuando ese retrato os dio?

LEONOR:

Ayer.

MARCELA:

Pues ¿cómo, si está
fuera de Madrid?

LEONOR:

Quizá
de donde estaba volvió
a verme a mí de secreto.
[Aparte.]
Bien deste aprieto salí,
y ya sé que no está aquí.

MARCELA:

Él os engaña, en efecto.

LEONOR:

Quizá sois vos la engañada.
¿Quién os dijo a vos que era?

MARCELA:

Hasta cobrar la venera,
no tengo de hablar en nada.

LEONOR:

¿Qué es cobrarla?

MARCELA:

¿Pues había
de haber yo llegado a vella
en vuestra mano, y sin ella
quedar? Desaire sería
notable; y no sólo ya
el retrato, cosa es clara,
me habéis de dar; mas la cara
os he de ver.

LEONOR:

No será
fácil vuestra pretensión.
Y reportaos, porque
a sola una voz que dé,
vendrá quien por un balcón
os eche; que soy quien soy,
y en efeto, tengo que irme
con él, y sin descubrirme.
[Aparte.]
Temblando de miedo estoy.


MARCELA:

¿Veis todo eso? Pues es vano
el miedo en que me habéis puesto,
y he de ver...

LEONOR:

Mirad...

(Quiere descubrirla, y estando asidas las dos, sale DON DIEGO.)
DON DIEGO:

¿Qué es esto?

MARCELA:

¡Señor Don Diego!

LEONOR:

[Aparte.]
¡Mi hermano!

DON DIEGO:

Con la licencia, señora,
que me disteis, he venido
a veros, porque sin ella
no fuera tan atrevido.

MARCELA:

Pésame, señor Don Diego,
que haya a tan mal tiempo sido,
que un enojo no me dé
licencia de recibiros
con el agrado que debo.

DON DIEGO:

También es fuerza sentirlo
yo, no tanto por la falta
de esa merced a que aspiro,
cuanto porque vos estéis
disgustada. Pues ¿qué ha sido?

LEONOR:

[Aparte.]
¡Cielos, doleos de mí,
que en tanto empeño me miro!

MARCELA:

Esta señora tapada
a mi casa se ha venido
a decirme mil pesares,
trayendo un retrato mío
para blasón de sus celos.
No me embarazo en decirlo,
porque no os debo hasta ahora
ningún respeto. Hela dicho
que me deje mi retrato;
a que ella me ha respondido
que llamará a quien me eche
por un balcón.

DON DIEGO:

Aunque ha sido
culpado siempre en un hombre
el meterse inadvertido
en disgustos de mujeres,
no cuando con este estilo
habla, fiada quizá
en alguien que trae consigo
a reñirla sus pendencias;
y así, puesto que he venido
a tan mal tiempo, partamos
en los dos el desafío.
Averiguad vos con ella
vuestras cosas; que advertido
yo callaré, hasta que haya
con quien pueda hablar; pues se hizo
para damas el respeto
y para hombres el castigo.

MARCELA:

Pues perdonadme si os pongo
en empeño tan preciso,
que no lo puedo excusar.

LEONOR:

[Aparte.]
¡Quién en tal riesgo se ha visto!

MARCELA:

Señora, la del balcón,
o al instante descubríos,
porque he de saber quién sois,
o aquese retrato mío
me habéis de dar.

LEONOR:

[Aparte.]
¿Cómo, cielos,
saldré de tanto peligro?
¿Daréla el retrato? ¿Cómo,
si no tengo otro testigo
de abono? Pues ¿qué he de hacer?
Que también, si lo resisto,
mi hermano ha de conocerme.
¡En qué confusión me miro!

MARCELA:

¿Qué discurrís? ¿Qué pensáis?
O el retrato, o descubriros.

DON DIEGO:

Yo no os digo que deis,
ni que os descubráis os digo;
mas que si habéis de llamar
esa gente que habéis dicho,
sea presto.

MARCELA:

¿Qué esperáis?

LEONOR:

[Aparte.]
Aquí hay solos dos caminos:
o decir quién soy o dar
el retrato: esto es preciso.
Pues piérdase por ahora
lo que ya se está perdido;
no lo que por perder resta.

LOS DOS:

¿Qué elegís, pues?

LEONOR:

Esto elijo.

(Da el retrato a MARCELA y vase.)
DON DIEGO:

¡Extraña mujer!

MARCELA:

No puedo
encarecer cuánto estimo
aquesta merced.

DON DIEGO:

Ni yo
el desengaño que he visto;
que ha sido ventura hallarle,
y hallarle tan al principio.
Yo me huelgo haber llegado
en ocasión que serviros
pude; y aunque fue mi intento
algún cuidado deciros
que ya me debéis, habrá
de callarle, cuando os miro
tan empeñada en cobrar
un retrato, que ha tenido,
según se deja ver, dueño
más venturoso que fino.
Quedad con Dios, y mirad
si es que en otra cosa os sirvo.

MARCELA:

Esperad.

DON DIEGO:

Perdonad, que es
el estado en que me miro,
presto para pedir celos,
y tarde para sentirlos

[Vase.]
MARCELA:

¿A quién en el mundo, cielos,
esto hubiera sucedido?

(Dentro, DON JUAN y BARZOQUE.)
DON JUAN:

No me detengas, Barzoque.

BARZOQUE:

El seguirle es desatino.

DON JUAN:

Vive el cielo, que te mate.

BARZOQUE:

Ya es tarde.

[Sale INÉS.]
MARCELA:

Inés, ¿qué ruido
es ése?

INÉS:

Al tiempo, señora,
que Don Diego se iba, vino
Don Juan.

MARCELA:

¿Qué Don Juan?

(Salen DON JUAN y BARZOQUE.)
DON JUAN:

Yo soy,
que sabré mejor decirlo.
Pues ¿somos tantos Don Juanes,
que dudas cuál haya sido?

MARCELA:

[Aparte.]
Si él viene pidiendo celos,
¡a muy buen tiempo ha venido!

DON JUAN:

Yo, pues que llegando ahora
a Madrid, sin haber visto
mi casa, vine a la tuya
(¡oh mal haya amor tan fino
y tan mal pagado amor!),
cuando salir della miro
un caballero. No pude
verle el rostro, ni él el mío,
porque le cogí de espaldas.
Seguirle, pues, determino
para saber a qué fin
entra aquí, cuando conmigo
este borracho se abraza,
y no me deja seguirlo.
Volvió la calle: de suerte,
que ya de vista perdido,
lo que no pude con él
he de averiguar contigo.

MARCELA:

[Aparte.]
Esto es bueno para estar
yo como estoy.

BARZOQUE:

[Ídem]
Esto mismo
hacen las mozas gallegas:
entrar riñendo al principio,
por que no las riñan.

DON JUAN:

¿Quién,
en ausencia mía, ha tenido
licencia de visitarte?

MARCELA:

[Aparte.]
Mucho he de hacer si resisto
la cólera; pero importa.
Ese hombre no ha salido,
Don Juan, de mi cuarto; y bien
pudieras con otro estilo
desengañarte primero,
que entrar tan inadvertido
barajando el alborozo
de verte.

DON JUAN:

¿Cuándo han tenido
los celos paciencia?

MARCELA:

Cuando
son a tan poca luz vistos.

DON JUAN:

Siempre el que ama teme. Dame
los brazos, que aunque haya sido
la satisfacción tan tibia,
en fin, es tuya y la estimo.
¿Ahora te retiras?

MARCELA:

Sí.
Porque echo menos...

DON JUAN:

¿Qué? Dilo.

MARCELA:

...en tu pecho la venera,
que con un retrato mío
te di. ¿Qué es della, Don Juan?

DON JUAN:

Yo te diré qué se hizo,
que si no fuera por ella
no volviera a Madrid vivo.

MARCELA:

¿Cómo?

BARZOQUE:

[Aparte.]
Va de enredo

DON JUAN:

Estando
en la jornada, hacia el sitio
que ocupábamos salió
de emboscada el enemigo.
Avanzámonos a él,
y en el encuentro, preciso
fue quedar yo prisionero,
que es lo mismo que cautivo.
Al Príncipe de Condé
me llevaron, y él previno
que pues era caballero,
tratase el rescate mío,
haciendo trueque con otro
caballero muy su amigo,
que había prendido un navarro.

MARCELA:

Algo deso acá se dijo.

DON JUAN:

Ahí verás tú que no miento.
Díjele que los partidos
se tratarían mejor
volviendo hacerlos yo mismo.
Que me diese, pues, licencia,
habiendo antes recibido
homenaje de volver
a la prisión; y él lo hizo,
como en prendas le dejase
banda y venera, testigos
de mi nobleza, y de que
le cumpliría lo dicho.
Húbesela de dejar;
vine al tiempo que se hizo
la rota; con que no fue
posible entonces cumplirlo.
De suerte, que tu retrato
le tiene en rescate mío
el Príncipe de Condé.

MARCELA:

Yo pensara que había sido
la Princesa, según fue
la soberbia con que vino
a traérmele. ¿Es aqueste,
señor Don Juan?

BARZOQUE:

¡Jesucristo!

DON JUAN:

¿Qué es esto, Barzoque?

BARZOQUE:

Es el demonio que anda listo.

MARCELA:

¿Veis que sois un embustero,
y que encubierto y fingido,
disimulando quién sois,
habéis a Madrid venido
a ver a una dama antes
de ahora?

BARZOQUE:

[Aparte.]
El diablo se lo dijo.

MARCELA:

A esto no hay satisfacción;
y así, de mi casa idos,
que en mi vida no he de veros.

DON JUAN:

Oye, escucha.

MARCELA:

No he de oíros,
hasta vengarme, Don Juan,
de vos, por los propios filos.
 [Vase.]

BARZOQUE:

Todo se sabe, señor.

DON JUAN:

¿Quién puede habérselo dicho?

BARZOQUE:

Tu demonio, que es, sin duda,
chismoso, sobre lascivo.

DON JUAN:

¿Quién será aquella mujer
que contó que yo había sido
el que había vuelto encubierto,
y a Marcela se lo dijo,
callándoselo a mi padre?

BARZOQUE:

Yo bien sé quién será.

DON JUAN:

Dilo.

BARZOQUE:

Es el diablo.

DON JUAN:

Que te lleve,
por tan grandes desatinos.