No hay cosa como callar/Acto III

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No hay cosa como callar
de Pedro Calderón de la Barca
Acto III

Acto III

[Sala en casa de DON DIEGO.]
Salen LEONOR, con manto, y JUANA, sin él.
LEONOR:

Juana, quítame este manto,
quítame aqueste vestido
presto.

JUANA:

¿Qué te ha sucedido,
que a casa con temor tanto
vuelves, y aún con mayor llanto
que saliste?

LEONOR:

No lo sé.
Sólo te prevengo que
no digas, Juana (¡ay de mí!),
que hoy disfrazada salí
ni un punto de aquí falté,
a nadie, y más a mi hermano,
porque me puede costar
la vida.

JUANA:

En cuanto a callar,
ya sabes tú que es en vano
prevenirme, pues es llano
que soy la primer criada
pitagórica, enseñada,
sólo a callar; mas de modo,
que nada en callarlo todo
hago, porque no sé nada.
Y así, si quieres saber
cuánto secreto hay en mí,
dame qué callar, y di:
¿qué es lo que ha querido ser,
disfrazada una mujer
como tú, haber hoy salido,
con tan humilde vestido,
en una silla alquilada,
sin criado ni criada?
¿Adónde, señora, has ido
desta suerte?

LEONOR:

¡Ay Juana mía!
Tanto mi mal se acrisola,
que he ido a perder una sola
esperanza que tenía
mi grave melancolía
para poderse aliviar.

JUANA:

Bien me la puedes fiar.

LEONOR:

No puedo.

JUANA:

¡Extraño rigor
el tuyo es!

LEONOR:

[Aparte.]
Ya, en fin, honor,
no tenemos que esperar
remedio en nuestro cuidado;
pues no sólo hemos perdido
la ocasión, que había ofrecido
quizá por descuido el hado,
para haberos informado
de un traidor; mas (¡qué rigor!)
perdido hemos (¡qué dolor!)
de una vez (¡qué tiranía!)
sólo un testigo que había
de hablar en nuestro favor.
Y pues que ya la desdicha
tan deshecha sucedió,
callemos, honor, tú y yo;
que no ser de nadie dicha
una desdicha, ya es dicha;
y para obligarte a dar
el sepulcro singular
de mi pecho a mi dolor,
honor, en trances de honor,
no hay cosa como callar.
Calle yo, y calle mi pena,
pues ignorada...

JUANA:

Aunque ahora
te enojes, tengo, señora,
de darte una norabuena.

LEONOR:

¿Norabuena a mí? ¡Qué ajena
della, Juana, vivo yo!

JUANA:

Don Luis...

LEONOR:

Calla, y si pensó
tu voz con eso alegrarme,
el pésame puedes darme,
que la norabuena no,
que es otro acreedor a quien
mi llanto ha de gradüar.

(Sale DON LUIS.)
DON LUIS:

Si el mayor gusto es llegar
uno donde quiere bien,
el mayor pesar también,
aunque el llegar haya sido
donde bien haya querido,
si mal allí le han tratado;
que ninguno es bien llegado
donde no es bien recibido.
¿Qué es esto, Leonor? ¿Qué enojos
te da mi nombre al oírle,
que salen a recibirle
las lágrimas de tus ojos?
Otros fueron los despojos
que mi amor imaginó
de albricias; pues siempre vio
amor ser deuda debida
el llanto de una partida,
pero de una vuelta no.

DON LUIS:

Desde el punto que llegué,
a verte a otra casa fui
y el breve tiempo (¡ay de mi!)
que en hallar ésta gasté,
el mayor término fue
de mi ausencia: yo estimara
no haberla hallado; durara
toda mi vida mi ausencia,
pues me mata hoy tu presencia,
y ella nunca me matara.
Que si llanto y brazos vi
cuando de ti me ausenté,
y sin los brazos halló
el llanto cuando volví,
mejor la ausencia es; y así,
o iguala en tan breves plazos,
Leonor, lágrimas y brazos;
o porque yo vivir pueda,
con las lágrimas te queda,
pues te quedas con los brazos.

LEONOR:

Señor Don Luis, mis sentidos,
si tienen hoy admirados,
los brazos tan recatados,
los ojos tan atrevidos,
de efectos tan confundidos,
no tengo la culpa yo;
que si el llanto se ofreció,
y con los brazos me quedo,
es que a ellos mandarlos puedo,
pero a las lágrimas no.
Que si en pena, en dolor tanto,
dominio en el llanto hubiera,
lo mismo, Don Luis, hiciera
que de los brazos, del llanto,
por declarar mejor cuánto
oíros he sentido y veros;
no porque en males tan fieros
yo de quereros dejé;
que quizá es esto porque
nunca dejé de quereros.

LEONOR:

Enigma parecerá
confesar que os quiero, y ver
que el veros siento: esto es ser
confusión mi pecho ya;
y puesto que no se da
a entender, sólo quisiera
que una fineza os debiera,
y es a creer obligaros
que hago por vos en no amaros
más que en amaros hiciera.
Y así, os suplico me hagáis
merced de que me olvidéis,
que en vuestra vida me habléis,
que jamás no me veáis.
Y porque no presumáis
que es mudanza, sabe Dios
que este apartarnos los dos
es constancia y es firmeza,
y es...

DON LUIS:

¿Qué?

LEONOR:

La mayor fineza
que yo puedo hacer por vos.

[Vase.]
DON LUIS:

Si tú, divina Leonor,
enigma a tu pecho llamas,
siendo tú quien de tu pecho
hoy los secretos alcanza,
¿qué haré yo, que los ignoro,
viendo acciones tan contrarias,
como hacer favor la pena,
y fineza la mudanza?
Juana, ¿qué es esto?

JUANA:

¡Qué diera
por respondértelo Juana,
pues lo supiera!

DON LUIS:

Tu voz
aun más que la suya engaña.

JUANA:

Engañada me vea yo,
si tal engaña.

DON LUIS:

¡Ay tirana!
No has de poder persuadirme
que otro amor desto no es causa.

JUANA:

Mi señor.

DON LUIS:

Pues disimula.

JUANA:

Ya digo que no está en casa.

(Sale DON DIEGO.)
DON DIEGO:

¡Don Luis!

DON LUIS:

¡Oh amigo!

DON DIEGO:

Los brazos
me dad.

DON LUIS:

Y en ellos el alma;
que hasta veros, no creía
que en Madrid, Don Diego, estaba.
Y así, por cumplir mejor
con la ley de amistad tanta,
vine al instante a buscaros,
informado en la otra casa
de dónde os habíais mudado;
y preguntándole a Juana
por vos estaba.

DON DIEGO:

Los cielos
os guarden; que aunque me pagan
esas finezas las que
debéis a amistad tan rara,
quedo obligado de nuevo.

JUANA:

[Aparte.]
Voy a decir a mi ama
cómo le halló aquí su hermano,
para que ella esté avisada
de decir que no le ha visto.

[Vase.]
DON LUIS:

Como os dejé en la desgracia,
porque estabais retraído,
cuando yo me ausenté, el ansia
de saber el fin me trajo
tan puntual.

DON DIEGO:

Ya, a Dios gracias,
se acabó todo, porque
sana la herida y firmadas
las paces, libre salí;
sólo lo que al lance falta,
para que esté cabal, es
conocer a quien con tanta
nobleza me socorrió;
que aunque diligencias varias
hice, nunca quién fue supe.
Vos ¿cómo de la jornada
venís?

DON LUIS:

Como quien se ha hallado
en la mejor, la más alta,
más heroica y más lucida
facción que ha tenido España.
Decid vos, ¿qué hay en Madrid
de nuevo?

DON DIEGO:

Bien poco, o nada.

[Sale LEONOR, que se queda escuchando.]
LEONOR:

[Aparte.]
Temerosa que mi hermano
a Don Luis en esta sala
hallase, por si algo oyó,
vengo a escuchar lo que hablan.

DON DIEGO:

Todo como lo dejasteis
lo hallaréis.

DON LUIS:

Propuesta es falsa,
porque nadie que se ausenta,
las cosas que deja halla
como las deja.

DON DIEGO:

Por eso
lo digo, que es cosa clara
que hallar mudanza un ausente,
ha sido no hallar mudanza,
porque no hay cosa más firme
en Madrid.

(Sale JUANA.)
JUANA:

Una tapada
por ti pregunta, señor.

DON LUIS:

No quiero estorbaros nada.
Dadme licencia, Don Diego,
y adiós os quedad.

DON DIEGO:

Mañana
yo os buscaré, y hablaremos
despacio.

DON LUIS:

[Aparte.]
¡Ay Leonor tirana!
¿Qué mudanza ha sido ésta?
Mas ¿qué me admira ni espanta,
si quien va a decir mujer
ya empieza a decir mudanza?

[Vase.]
DON DIEGO:

¿Adónde mi hermana está?

JUANA:

En su cuarto retirada.

DON DIEGO:

Pues di a esa dama que entre.

[Vase JUANA.]
LEONOR:

[Aparte.]
Ver tengo quien es, que el alma
recela, no sea resulta
de aquella historia pasada
del retrato.

DON DIEGO:

¿Quién será
quien me busca?

(Sale MARCELA)
MARCELA:

Una criada
vuestra.

DON DIEGO:

Señora Marcela,
¡tanto favor!, ¡merced tanta!
¿Vos en mi casa?

MARCELA:

A ella vengo
a hablaros una palabra
que os importa.

LEONOR:

[Aparte.]
¡Quiera el cielo
no sea de mí (¡estoy turbada!),
si acaso me siguió y supo
quién era!

MARCELA:

Porque obligada
de vos tantas veces, no
quiero parecer ingrata.
[Aparte.]
No es sino porque así espero
tomar de Don Juan venganza.

DON DIEGO:

Pues ¿qué mandáis?

LEONOR:

[Aparte.]
Ella viene
de todo (¡ay de mi!) informada.

MARCELA:

Yo, señor Don Diego, os debo
la vida en una desgracia,
y la libertad en otra,
deudas bien precisas ambas
para que al precio de alguna
fineza intente pagarlas:
la vida, cuando del coche
me entrasteis en vuestra casa;
la libertad, cuando...

LEONOR:

[Aparte.]
¡Ay cielos!

MARCELA:

...de vos en la mía amparada,
cobré aquel retrato mío
de aquella encubierta dama,
que ha sido carta de ahorro
de una voluntad esclava.
Habiendo, pues, advertido
en el retrato la causa
que para no visitarme
tenéis; y habiendo en el alma
sentido que la tengáis,
he intentado remediarla
con pediros por merced
me veáis en ella a cuantas
horas del día quisiereis;
y por que disculpa no haya
en el dueño del retrato
para no hacerlo, en esta banda
pendiente le trae, porque
él mejor os satisfaga
de que no tiene más dueño.
Cuerdo sois: cosas pasadas,
aunque disgustan, no ofenden.
Quedad con Dios, que esto basta.

DON DIEGO:

Espera, hermosa Marcela
no satisfecha te vayas,
persuadida a que me obligas
con lo mesmo que me agravias.
Yo confieso que agradezco
la acción, en cuanto a que traigas
el retrato por testigo
que para otro no le guardas;
pero confieso también
que darle en tan rica banda
es dádiva, y no favor,
dando a entender que me pagas
el jornal de mis servicios,
acción en un noble baja.
Las prendas de estimación
no han de venir engastadas,
y quien ha de pedir celos
no ha de recibir alhajas.
Y así, la banda, señora,
vuelve, porque a mí me basta
el retrato sin el oro.

MARCELA:

Yo no tengo de llevarla.

DON DIEGO:

Yo no he de quedar con ella.

MARCELA:

Obligaréisme a dejarla
sobre esa silla.

[Déjala y vase.]
DON DIEGO:

Deténte,
espera, Marcela, aguarda.

(Vanse los dos; la banda queda sobre una silla, y sale LEONOR y tómala.)
LEONOR:

¡Cielos! La venera es ésta,
testigo de mi desgracia;
vuelva a mi poder, pues no
hago delito en tornarla;
que su hacienda cada uno,
dondequiera que la halla,
la puede quitar.

(Vase y sale DON DIEGO.)
DON DIEGO:

No quiso
aguardar que la bajara;
llevarésela esta noche.
Pero ¿cómo de aquí falta?
¿Quién la quitó desta silla?
¡Hola!

(Sale JUANA.)
JUANA:

Señor.

DON DIEGO:

¿Fuiste, Juana,
quien una banda de aquí
quitó?

JUANA:

No, ni en esta sala
entré.

DON DIEGO:

Pues falta de aquí.

JUANA:

Aquella tapada infanta
se la llevaría, que a eso
sólo vienen las tapadas
en cas de los hombres mozos.

DON DIEGO:

Ésa es disculpa extremada.
¡Si ella a darla vino!

JUANA:

Pues arrepentida de darla,
la quitaría ella mesma;
que no se da más distancia
entre el dar y arrepentirse
de lo que da, cualquier dama.

DON DIEGO:

¡Vive Dios, que la has tomado!

JUANA:

Yo soy mujer muy honrada,
con un primo familiar,
y en tres años que aquí en casa
estoy, no se ha echado menos
un alfiler ni una paja.
Mírenme toda, señores.

DON DIEGO:

Tantos extremos no hagas,
que todos son contra ti,
y ¡vive Dios!...

[Saca la daga.]
(Sale LEONOR.)
LEONOR:

¡Tú la daga
para una criada!

DON DIEGO:

Sí,
si es ladrona una criada.

JUANA:

¡Justicia del Cielo! ¡Yo
ladrona!

LEONOR:

Pues ¿qué te falta?

DON DIEGO:

Una banda de oro y una
venera, que ahora estaba
sobre esta silla

LEONOR:

No creas
que la haya tomado Juana.

DON DIEGO:

Pues ¿quién pudo ser, si ella
sola entró aquí?

LEONOR:

Antes pensara
que yo la pude tomar,
que ella.

JUANA:

El diablo lleve mi alma,
si yo la he visto, señora.

LEONOR:

No llores por eso, calla,
y éntrate allá dentro.

JUANA:

¡Yo
ladrona!
[Vase.]

DON DIEGO:

Con esas alas,
tus criadas son señoras.
Si no entró persona en casa
(que estaba a la puerta yo),
¿quién de aquí pudo quitarla
del brazo de aquesta silla?

[Vuelve JUANA.]
JUANA:

Maldita y excomulgada
yo muera...

LEONOR:

Calla, te digo,
y éntrate allá dentro, Juana.
Una destas mujercillas
que a verte vienen...
[Vase JUANA.]

DON DIEGO:

Repara,
ya que lo has sabido, en que
antes la mujer tapada
que aquí estuvo me la dio;
y no queriendo tomarla,
la dejó sobre esta silla.
Fui tras ella, y mientras, falta.

[Vuelve JUANA.]
JUANA:

Pues con un sapo en la boca
y un canto a los pechos vaya...

LEONOR:

A ti digo que te estés
allá adentro.

[Vase JUANA.]
DON DIEGO:

Y no, hermana,
siento la banda perdida,
sino un retrato que estaba
en la venera.

LEONOR:

Pues ¿cómo
a ti en venera te daban
retrato? Nunca él se hizo
para ti.

DON DIEGO:

Es historia larga,
porque yendo a visitar
a aquella que desmayada
yo saqué del coche...

LEONOR:

Bien
me acuerdo.

DON DIEGO:

La hallé empeñada
en cobrar cierto retrato
suyo, de una oculta dama
que había ido a darle celos.

LEONOR:

¿Que hay mujeres en quien pasan
esas cosas?

DON DIEGO:

Viendo, pues,
que la había hecho amenaza
de que gente llamaría,
yo me dispuse a ampararla,
por no ser partido. En fin,
dio el retrato la tapada;
y yo, viendo en los principios
de mi amor y mi esperanza
el desengaño, me vine,
si verdad te digo, hermana,
despedido de servirla;
no puedo decir amarla.
Ella, obligada a mi trato
o a mi término inclinada
(que si inclinaciones fueran
méritos, no lo contara),
me buscó; y satisfaciendo
la queja, en una extremada
bandilla de oro el retrato
me trajo.

LEONOR:

No ha sido tanta
la pérdida que te obligue
a esos extremos; que dama
que ayer a uno se le dio
y hoy te le dio a ti, mañana
para otro te lo pidiera;
y así, que hurtado le hayan
quizá es conveniencia tuya.

DON DIEGO:

¡Qué buenos consuelos halla
mi pena, cuando por él
diera la vida y el alma!

LEONOR:

[Aparte.]
No fuera la vez primera
que tanto precio costara,
pues yo las perdí por él,
y por él pienso cobrarlas.
[Vanse.]
[Calle]

(Salen DON JUAN y BARZOQUE.)
BARZOQUE:

Toda la corte está llena
de que eres muy entendido,
y yo en mi vida te he oído
decir una cosa buena.

DON JUAN:

¿Por qué lo dices ahora?

BARZOQUE:

Porque acabas de decir
que a ver a Marcela has de ir.

DON JUAN:

¿Y eso es malo?

BARZOQUE:

¿Quién lo ignora?
Porque ¿hay mayor necedad,
ni es posible, que ir a ver
enojada una mujer?

DON JUAN:

No hay ley en la voluntad.
¡Qué bien el Fénix de España
dijo: En mi pena se infiere
que el que piensa que no quiere,
el ser querido le engaña!
Todo el tiempo que viví,
Barzoque, correspondido
de Marcela, el ser querido
me engañó; nunca creí
que la amaba enamorado,
hasta que probé su olvido.

BARZOQUE:

Nunca ama un favorecido
tanto como un despreciado.

DON JUAN:

No es eso, sino que quien
seguro el favor alcanza,
creyendo a su confianza
no sabe que quiere bien
hasta que viene a faltar,
introducido el temor
una vez, se ve el amor.
Y ¿quién me ha metido en dar
sofísticas agudezas?
Yo pensé que no quería
a Marcela, cuando vía
en ella tantas finezas;
y hoy que su retiro veo,
la quiero; y basta querella,
sin que ande a caza por ella
de razones mi deseo.

BARZOQUE:

Y ésa es la mayor, si infiero
que otra el amor no ha tenido,
que «yo olvido porque olvido,
y yo quiero porque quiero».
Y así, dejada por llana,
pues querer pudiste ayer
y olvidar hoy, y querer
hoy para olvidar mañana,
vamos a cómo hablarás
a mujer que te cogió
en tal mentira.

DON JUAN:

Eso no
es lo que yo siento más,
sino pensar que mujer,
que su retrato la ha dado,
Barzoque, y que la ha contado
el que yo la volví a ver,
ya me tiene conocido.

BARZOQUE:

¿Eso dudas? ¡Bueno fuera
que el diablo no conociera
a quien tanto le ha servido!

DON JUAN:

¿Hasta cuándo aquesa vana
necedad has de creer?

BARZOQUE:

Hasta que la vuelva a ver,
en tratable carne humana.

DON JUAN:

¿Qué intento sería, en efecto,
dime, el de aquella mujer
que a Marcela hizo saber
de mi venida el efecto,
y su retrato la dio,
sin que a mi padre dijera
nada, ni a mí verme quiera,
puesto que me conoció?

BARZOQUE:

¿Quieres pagarme, señor,
todo cuanto te he servido
mal o bien? Pues sólo pido
que no hables más deste amor.
Vamos a ver a Marcela,
aunque ella enojada esté,
y aunque a uno y otro nos dé
cualquiera alhaja que duela,
y no hablemos más en esto;
que tiemblo de discurrir
en ello.

DON JUAN:

En fin, a morir
estoy, Barzoque, dispuesto,
antes que consienta que
Marcela, aunque la ofendí,
para vengarse de mí,
celos con otro me dé.
Y aquel hombre que salía
cuando a su casa llegué,
me da pesar. No apuré
el lance, porque creía
la verdad de la disculpa;
pero habiendo visto ya
que ella tan resuelta está
a no hablarme, de su culpa
me persuado; y así, juez
he de ser de su cuidado.

BARZOQUE:

Di que estás enamorado,
y acabemos de una vez.

DON JUAN:

Ya lo he dicho.

BARZOQUE:

Ella e Inés
¿no son aquellas dos?

DON JUAN:

Sí.

BARZOQUE:

A su casa por aquí
vendrán.

[Salen MARCELA e INÉS con mantos]
MARCELA:

¿No es don Juan?

INÉS:

Sí.

DON JUAN:

Pues.
¡Señora Marcela!...

MARCELA:

Vamos,
Inés.

DON JUAN:

¡Vos fuera a estas horas!

MARCELA:

Sí, que las grandes señoras
de noche nos visitamos.

DON JUAN:

¿De dónde venís?

MARCELA:

No sé

DON JUAN:

Pues yo saberlo he querido.

MARCELA:

Una visita a hacer he ido
al Príncipe de Condé,
y pedirle aquel retrato
que vos le dejasteis

DON JUAN:

Bien
se venga vuestro desdén.

MARCELA:

Más merece vuestro trato.

DON JUAN:

No es tan malo como vos
queréis que el amor le crea.

MARCELA:

Que lo sea o no lo sea,
importa poco a los dos
a vos, porque una tapada,
que fue quien me le dio aquí,
os quiere mucho; y a mí,
porque no se me da nada.
Ven, Inés.

DON JUAN:

Barzoque, ven.

MARCELA:

¿Dónde vais?

BARZOQUE:

Ved lo que pasa.

DON JUAN:

Y ¿dónde vos?

MARCELA:

Yo, a mi casa.

DON JUAN:

Pues yo voy allá también

MARCELA:

¿A qué?

DON JUAN:

A que gran grosería
fuera el dejaros.

MARCELA:

Mirad
que unción de la voluntad
llaman a la cortesía
en sus últimos alientos.

DON JUAN:

Por eso es justo que quiera
que ya que se muere, muera
con todos sus sacramentos.

MARCELA:

No habéis de pasar de aquí.

DON JUAN:

Tengo de hablaros, que espero
desenojaros.

MARCELA:

No quiero
desenojarme.

DON JUAN:

Yo sí;
que, hecho un yerro, disculpalle
es justicia y es razón.
Oíd mi satisfacción.

MARCELA:

Mirad que estáis en la calle,
señor Don Juan.

DON JUAN:

Algún día
os dije yo aqueso a vos.

MARCELA:

Barajóse entre los dos
la suerte, y llegó la mía.

BARZOQUE:

Desierta la boca y tuerta
tenía un rico mercader,
y un sastre acertó a tener
tuerta la boca y desierta.
Buscando iba bocací
el sastre, y cuando llegó
al mercader, preguntó:
«¿Tiene usarced bocasí?»
Él, presumiendo que aquello
burla era, con gran rigor
dijo: «Boca-así, señor,
tengo, ¿qué quiere para ello?»
El sastre, muy indignado,
creyó que las remedaba,
y en tuertas voces le daba
quejas de su desenfado.

BARZOQUE:

En tuertas voces también
el mercader se ofendía:
uno y otro presumía
que el defecto era desdén,
hasta que gente que allí
a despartirlos llegó,
los dos igualmente vio
que tenían boca-así.
Si entrambos de una manera
tuerto el corazón tenéis,
si un defecto padecéis,
no haya vara ni tijera,
sino consolaos los dos
uno a otro, haciendo aquí
amistades ante mí,
y entraos a casa con Dios.

MARCELA:

Yo no he de entrar en la mía,
si la calle no dejáis.

DON JUAN:

Si en eso resuelta estáis,
ya se cansó mi porfía.
Id con Dios, que no entraré
en ella en toda mi vida.

MARCELA:

Yo voy muy agradecida
a tanto favor.

INÉS:

No sé
para qué le dejas ir,
si lo has de sentir después.

MARCELA:

Aunque su rigor, Inés,
tanto me has visto sentir,
ya cesó el dolor cruel
al punto que él me buscó,
porque a él le buscara yo,
si no me buscara él.
(Vanse las dos.)

DON JUAN:

¿Has visto, Barzoque, igual
rigor en tu vida?

BARZOQUE:

Sí.
En Diocleciano leí
otro, que debió ser tal
como éste, cuando mató
a un presbítero inocente...

DON JUAN:

¡Qué humor tan impertinente
cuando estoy muriendo yo!

BARZOQUE:

Ya ella en su casa se ha entrado.

DON JUAN:

Si el día, que en sombra va
muriendo, alguna luz da,
dos hombres dentro han entrado.

BARZOQUE:

De que doy fe.

DON JUAN:

A vistos celos,
callar infamia sería.

BARZOQUE:

Mira que no es cortesía
estorbar.

DON JUAN:

¡Viven los cielos,
te mate!...

BARZOQUE:

Mira primero
que son dos.

DON JUAN:

¿No somos dos
nosotros?

BARZOQUE:

No, vive Dios,
que yo soy humano cero.

DON JUAN:

Por Dios, que está ya la puerta
cerrada.

BARZOQUE:

A crer te resuelve
que el diablo mesmo se vuelve
si la halla así.

DON JUAN:

Pues yo abierta
la veré.

BARZOQUE:

Pues ¿has de hacer
tú lo que el diablo no hiciera?

[Éntrase DON JUAN y da golpes.]
DON DIEGO:

A quien de aquella manera
llama, yo he de responder.

MARCELA:

Salir no habéis.

DON DIEGO:

¿Cómo no?,
y más si llaman así
por saber que entré yo aquí.
¿Quién llama a esta puerta?

[Salen DON DIEGO, ENRIQUE y MARCELA, que se queda junto a su casa.]
DON JUAN:

Yo,
que a saber vengo quién es
quien tanta licencia tiene,
que aquí de visita viene.

MARCELA:

Baja unas luces, Inés.

DON DIEGO:

No las bajen; que si ha sido
su intento saber quién soy,
yo así la respuesta doy.

DON JUAN:

Y es lo que yo he pretendido.
[Sacan las espadas y riñen los cuatro.]

MARCELA:

¡Ay de mí, infeliz!

BARZOQUE:

[Aparte.]
¡Qué diera
yo porque alguno llegara!

ENRIQUE:

¡Muerto soy!

DON DIEGO:

¡Desdicha rara!

ALGUACIL 1.:

(Dentro.)
Llegad todos.

DON JUAN:

¡Pena fiera!

(Salen ALGUACILES y un ESCRIBANO.)
ALGUACIL 2.:

¡La Justicia!

BARZOQUE:

¡Huye, señor!

DON JUAN:

Fuerza es, habiendo un herido
y la justicia venido.

BARZOQUE:

A ver cuál corre mejor.

ESCRIBANO:

Seguid aquél, que aquél fue,
pues que corre, el delincuente.

[Vase la justicia.]
DON DIEGO:

Yo he de alcanzarle.

MARCELA:

¡Deténte,
Don Diego!

DON DIEGO:

¡Suelta!

MARCELA:

Porque
habiendo un muerto o herido,
a estos umbrales dejar
a una mujer, es faltar
a quien eres.

DON DIEGO:

Atrevido
te pondré en salvo, después
que haya, Marcela, vengado
la muerte dese criado.

MARCELA:

Contigo he de ir, que no es
justo que yo quede aquí
a una violencia dispuesta.
[Aparte.]
¡Ay Don Juan, lo que me cuesta
querer vengarme de ti!
[Vanse.]

(Salen DON LUIS y JUANA.)
[Sala en casa de DOÑA LEONOR.]
DON LUIS:

Juana, esto has de hacer por mí.

JUANA:

Sí hiciera, mas no me atrevo,
que es cruel su condición.

DON LUIS:

Solamente hablarla intento,
por apurar de una vez
de aquel enigma el secreto.
Ve presto; avísala, Juana.

JUANA:

No es posible que yo a eso
me atreva sin una industria.

DON LUIS:

¿Cuál ha de ser?

JUANA:

Ya la pienso.
Ve a dar por ahí una vuelta;
que estarte en la calle quedo,
podrá ser que se repare.
Yo me dejaré ahora abierto
este cuarto, y me estará
con ella en el suyo, haciendo
la deshecha. Tú podrás
entrarte entonces resuelto
a hablarla, y yo disculparme
con que no sé nada, siendo
un descuido el que me riña,
y no una traición.

DON LUIS:

Tu ingenio
lo ha trazado bien. Yo voy.

JUANA:

Y yo lo tendré dispuesto.

DON LUIS:

[Aparte.]
Saber tengo cómo vienen
juntos favor y desprecio.

[Vase.]
JUANA:

Ve aquí por lo que no puede
hacer una en este tiempo
una obra buena. ¿No había
siquiera un diamante viejo
con que decir: «Toma, Juana»?
Mas ya el Dante no hace versos

(Sale LEONOR.)
LEONOR:

¿Con quién hablabas?

JUANA:

Conmigo,
señora, que también tengo
yo mi don de soliloquios.

LEONOR:

Trae luces.

JUANA:

Allí las dejo.
[Entrándose por ellas y sacándolas.]
y ya están aquí.

LEONOR:

¿Qué hablabas?

JUANA:

Estaba un discurso haciendo
sobre quién sería el ladrón
de aquella banda. ¡En mal fuego
de San Antón vea la mano
abrasada!

LEONOR:

Quedo, quedo,
Juana, que las maldiciones
para nada son remedio.

ALGUACIL:

[Dentro.]
Por aquí fue.

UN ALGUACIL:

[Ídem.]
En esta vuelta
se perdió.

LEONOR:

¿Qué será aquello?

JUANA:

Ruido en la calle, señora.

LEONOR:

Abiertas las puertas veo.

JUANA:

¿Qué es esto, Juana?
Un descuido

DON JUAN:

[Dentro.]
Pues correr más no podemos,
ni resistirnos de tantos
como nos siguen, y abierto
está aquí, Barzoque, aquí
nos entremos.

(Salen DON JUAN y BARZOQUE.)
LEONOR:

¿Qué es esto?

DON JUAN:

Un desdichado es, señora.

BARZOQUE:

No son sino dos.

DON JUAN:

[Aparte.]
¡Qué veo!

BARZOQUE:

¡Jesucristo!

LEONOR:

Proseguid

DON JUAN:

No podré, porque...
[Aparte.]
Estoy muerto.

JUANA:

[Ídem]
Si ahora se entra Don Luis,
¡buena hacienda habemos hecho!

LEONOR:

¿Qué ha sido?

DON JUAN:

[Aparte.]
No tengo vida.

LEONOR:

Hablad.

DON JUAN:

[Ídem]
Fáltame el aliento...

BARZOQUE:

[Ídem a él.]
Disimula tú, pues ella
disimula.

DON JUAN:

[Ídem a BARZOQUE.]
Ya lo intento.
Un gran disgusto dos calles
de aquí he tenido... Sospecho
que queda un hombre (no sé
lo que digo) herido o muerto...
De la justicia seguido
(mortal estoy), venía huyendo
cuando, al volver desta calle,
vi luz, y...

DON DIEGO:

[Dentro.]
Entrad aquí dentro;
que en quedando vos en salvo,
le buscaré.

MARCELA:

[Ídem.]
¡Muerta vengo!

DON JUAN:

Éstos son los que me siguen.

LEONOR:

Retiraos a este aposento;
que yo les diré que aquí
no entrasteis; que daros debo
favor, ya que por sagrado
mi casa tomasteis.

DON JUAN:

[Aparte al criado.]
¡Cielos!
De un peligro he dado en otro.

BARZOQUE:

Yo y todo.
[Escóndense los dos, quedándose detrás de una puerta.]

[Salen DON DIEGO y MARCELA.]
DON DIEGO:

Hermana.

LEONOR:

¿Qué es esto?

DON DIEGO:

Desdichas mías; que apenas
hoy libre de una me veo,
cuando he tropezado en otra.
Malherido a Enrique dejo,
sin haber podido dar
muerte al agresor, que huyendo
se escapó por esta misma
calle...

JUANA:

[Aparte a LEONOR.]
¿Si es el que tenemos?

LEONOR:

Calla, Juana, que no es bien
añadir empeño a empeño.

BARZOQUE:

[Aparte al paño.]
Hermano dijo.

DON JUAN:

Sin duda
nos descubre.

DON DIEGO:

Y en efecto,
como es siempre obligación
de un noble en cualquier aprieto
la dama, aquí la he traído.
Tenla aquí, mientras yo vuelvo
así por cuidar de Enrique
como por mirar si puedo
vengarle. Marcela, ya
en salvo estás.

MARCELA:

Deteneos.

LEONOR:

No salgáis, señor.

DON DIEGO:

Dejadme.

(Sale DON LUIS.)
DON LUIS:

Deme amor atrevimiento
para llegar. Mas ¿qué miro?

DON DIEGO:

¿Quién va? ¿Quién es?

DON LUIS:

Yo, Don Diego.

DON DIEGO:

¿Don Luis?

DON LUIS:

Sí.

DON DIEGO:

¿Pues a estas horas
aquí?

DON LUIS:

[Aparte.]
Dadme industria, cielos,
que me disculpe.

DON JUAN:

[Ídem.]
Don Luis
aquél es.

DON LUIS:

Buscándoos vengo,
porque en la conversación
se dijo ahora del juego,
que habíais tenido un disgusto.
[Aparte.]
Decir que allá lo dijeron
es disculpa sin peligro.

DON DIEGO:

¿Ya se supo allá tan presto?

DON LUIS:

Sí. ¿Qué ha sido?

DON DIEGO:

Pues habéis
venido aquí a tan buen tiempo,
venid conmigo, que allá
lo sabréis.

DON LUIS:

Siempre fui vuestro.

(Vanse DON DIEGO y DON LUIS.)
DON JUAN:

Hasta las mentiras tienen
buena o mala estrella.

LEONOR:

[Aparte.]
¡Cielos!
¿Qué es lo que pasa por mí?
Escondido un hombre tengo,
en quien concurren las señas
del hábito de su pecho
y el ser de Marcela amante,
pues por ella ha sido el riesgo:
apuremos de una vez
al vaso todo el veneno.

DON JUAN:

[Al palio.]
¿Has visto, Barzoque, igual
lance en tu vida?

BARZOQUE:

No, cierto.

DON JUAN:

En casa estoy de una dama
a quien ofendida tengo,
enemigo de su hermano.
y la causa de todo esto,
que es Marcela, por testigo.

LEONOR:

Decidme vos, ¿qué suceso
ha sido éste?

MARCELA:

De turbada,
no os he hablado en tanto tiempo.
Estando ahora en mi casa
vuestro hermano, un caballero,
a quien ha días que di
la libertad de mi pecho,
llamó con celosos golpes;
que no saben llamar quedo.
Salió Don Diego a la calle,
y sucedió todo esto
que él ha contado: la causa
de tan infeliz suceso,
aunque he sido yo, no he sido
yo sola.

LEONOR:

Pues ¿quién en ello
tuvo más parte?

MARCELA:

Una dama,
que abrase un rayo del cielo.

LEONOR:

[Aparte.]
¡Buena ando yo en maldiciones!

MARCELA:

Que a mi casa a pedir celos
con un retrato, que yo
le di a aquel ingrato mesmo,
fue. Yo, ofendida, intenté
vengarme de su desprecio.

LEONOR:

Y él ¿quién es?

MARCELA:

Él es Don Juan
de Mendoza, de Don Pedro
de Mendoza hijo: ¡así fuera
leal como es caballero,
constante como es ilustre!

BARZOQUE:

[Aparte.]
Ya me holgara, según pienso,
que fuera diablo y no dama.

LEONOR:

[Ídem]
Ya, honor, todo lo sabemos,
pues sólo quien hijo fuera
de Don Pedro, entrara dentro
de aquel cuarto aquella noche.
¿Qué he de hacer? Si aquí lo tengo,
podrá mi hermano venir,
y no es remediar el riesgo.
Si le dejo ir, no tendré
ocasión, como ahora tengo,
para vengarme después.
Mas ¿qué es vengarme? Que en esto
mi honor no pide venganza.
En esto al fin me resuelvo.
 [Alto.]
Marcela, aquí no estáis bien.
Retiraos allá dentro;
que si alguien viene, mejor
es que yo esté sola.

MARCELA:

Eso.
quise suplicaros.

LEONOR:

Juana,
ve con ella y ni un momento
te apartes della.

JUANA:

No haré.

MARCELA:

Fortuna, ¿qué ha de ser esto?

[Vanse MARCELA y JUANA.]
LEONOR:

[Aparte.]
Llevemos por bien el daño
en los principios, y luego,
si no basta, honor, muramos.

DON JUAN:

[Ídem.]
En gran peligro estoy puesto.

BARZOQUE:

Pues que sola ella ha quedado,
sal ahora.

DON JUAN:

Eso resuelvo.
Salgamos de aquí una vez.

[Salen los dos.]
BARZOQUE:

Dices bien.

DON JUAN:

Yo os agradezco
la vida que me habéis dado.
Quedad con Dios.

LEONOR:

Deteneos,
que aunque deseo que os vais,
también que no os vais deseo.

BARZOQUE:

[Aparte.]
Pues a mí no me detienen,
saldré a la calle, y corriendo,
iré a avisar a mi amo
del lance en que a Don Juan dejo.

[Vase.]
DON JUAN:

Cuanto quisiereis decirme
oiré después, que no es tiempo
ahora.

LEONOR:

Sí es, por si después
no hay ocasión.

DON JUAN:

Decid presto.

LEONOR:

¿Sabéis quién soy?

DON JUAN:

Sé que sois
una deidad, a quien debo
la vida en esta ocasión.

LEONOR:

¿Y no me debéis más que eso?

DON JUAN:

No, porque aunque en mi memoria
varios discursos revuelvo,
y algo quiera confesar,
bien a negarlo me atrevo,
pues un testigo que sólo
podéis tener, ya no es vuestro.

LEONOR:

Sí es, Don Juan que esta venera
y retrato, yo le tengo.

DON JUAN:

[Aparte.]
¿Dónde iré yo que no halle
aquesta venera, cielos?

LEONOR:

Fuera de que el cielo mesmo...

DON JUAN:

Cuanto a decir vais entiendo.

LEONOR:

Pues, señor Don Juan, que os deis
por entendido agradezco,
ahorrándome la vergüenza
para haceros un acuerdo.
La vida vuestra y mi honor
en dos balanzas a un tiempo
puestas están. Pues yo miro
por vuestra vida en tal riesgo,
mirad por el honor mío
vos igualmente; advirtiendo
que soy mujer que pudiera
vengarme, y que no me vengo
por que a escándalo no pase
lo que hasta aquí fue silencio.

LEONOR:

Yo no soy mujer que andar
tengo con mi honor en pleito;
yo no tengo de dar parte
a mi hermano ni a mis deudos;
que soy mujer, finalmente,
que moriré de un secreto,
por no vivir de una voz;
que, en fin, hablar no es remedio.
Vida y honor me debéis.
Pues dos deudas son, bien puedo
pedir dos satisfacciones...
Una solamente quiero:
y es que si a pagarlo todo
no os disponéis, noble y cuerdo
paguéis la parte en callarlo;
que una clausura, un convento
sabrá sepultarme viva,
quedándome por consuelo
solamente que cayó
mi desdicha en vuestro pecho.

LEONOR:

Con esto, idos; no mi hermano
vuelva, donde sólo temo
un lance que a hablar me obligue,
siendo mi honor mi silencio.

DON JUAN:

Vuestra cordura, señora,
vuestro gran entendimiento,
el mayor consuelo hallaron
en callar; y yo os lo ofrezco,
porque no puedo ofrecer
más; que claro es que no tengo
de casarme, porque pude
hallaros en mi aposento
una noche, habiendo sido
quizá causa del suceso
que a dejar os obligó
vuestra casa...

LEONOR:

Deteneos,
no digáis más; que en pensarlo
miente vuestro pensamiento:
que el honor que me debéis,
tan terso y claro...

(Salen DON DIEGO y DON LUIS.)
DON DIEGO:

¿Qué es esto?

DON JUAN:

[Aparte.]
¡Ah quién pudiera encubrirse!

[Embózase.]
LEONOR:

[Ídem.]
¿Otra desdicha? ¿Otro aprieto?

DON DIEGO:

¡Hombre embozado en mi casa!

DON LUIS:

¡Hombre con Leonor riñendo!

DON DIEGO:

¿Qué aguardo, que no le doy
muerte?

DON JUAN:

No temáis; primero
[Poniéndose delante de LEONOR.]
moriré yo, que os ofendan.

DON LUIS:

[A DON DIEGO.]
A vuestro lado estoy puesto.
[Aparte.]
Cumpliendo con la de amigo
la obligación de los celos.

DON JUAN:

Don Luis, mirad que soy yo
con quien reñís; y si vuestro
valor, por venir con él,
os obliga a que Don Diego
(que a mí me debe la vida,
si de otra ocasión me acuerdo)
valgáis, primero acredor
soy yo de vuestros esfuerzos,
pues de algún suceso mío
parte os he dado primero;
y quien lo fió de vos
entonces, ya os hizo empeño
de que le valgáis ahora.

[Desembózase.]
DON DIEGO:

¡Qué es lo que miro!

DON LUIS:

¡Qué veo!

DON JUAN:

 [Aparte]
¿Éste es quien me dio la vida?

DON LUIS:

[Ídem.]
¡Don Juan es el que me ha muerto!
¿Qué he de hacer en tan extraño
lance de amistad y celos,
de amor y honor?

(Salen MARCELA y JUANA.)
MARCELA:

Nuevo ruido
hay, ¿qué será?

DON DIEGO:

Caballero,
yo confieso que me disteis
la vida, y que os la debo;
pero nadie pagar debe
más que recibió; con esto
os digo que si os hallara
hoy en ocasión que hacerlo
pudiera, mi mesma vida
os diera; pero no es precio
para una vida un honor;
y aquéste yo no os le debo.
En mi casa os he topado,
y he de saber a qué efecto
entráis en ella a estas horas.

DON JUAN:

Aunque no es ley de buen duelo
dar, con la espada en la mano,
satisfacción, darla quiero;
que donde honor es lo más,
todo lo demás es menos.
Con quien en cas de Marcela
reñisteis, soy yo. De aquesto
testigo es Marcela mesma.
En esta casa entré huyendo
de la justicia.

DON DIEGO:

Aunque sea
eso verdad, que lo creo
porque vos lo decís, yo
no me doy por satisfecho;
que entrarse a ampararse un hombre
no es entrarse a hacer extremos
que obliguen a una mujer
a decir «que es puro y terso
el honor que la debéis».

DON LUIS:

Decís bien, y con vos vengo.
Sin matarle no cumplís.
(Aparte.)
Por matarle yo, le aliento.

DON JUAN:

¿Es eso haberos yo dicho
mi secreto?

DON LUIS:

Sí, y por eso
a Don Diego he de amparar.

(Salen DON PEDRO y BARZOQUE.)
DON PEDRO:

[A la puerta.]
¿Dónde quedó?

BARZOQUE:

Aquí.

DON PEDRO:

Entra dentro.
Don Juan, a tu lado estoy.

DON JUAN:

Ya contigo nada temo.

MARCELA:

¡Qué pena!

LEONOR:

¡Qué confusión!

JUANA:

¿En qué ha de parar aquesto?

DON PEDRO:

Caballeros, yo y mi hijo
hemos de salir resueltos,
si se nos pone delante
todo el mundo; aunque primero
quisiera saber qué causa
ha dado para un extremo
tan grande como obligaros,
siendo los dos caballeros,
a que ambos riñáis con él
encerrados; porque pienso
(según ese criado ha dicho)
que ha sido acaso el suceso;
y por sucesos acaso
no riñen ilustres pechos
con uno en su misma casa,
entre mujeres, habiendo
campo. Dos a dos estamos.
Hagamos cabal el duelo.

DON DIEGO:

Señor Don Pedro, que sea
vuestro hijo ese caballero.
Con ser vos a quien mi hermana
y yo obligación tenemos,
y que vos queráis hacer
desafío cuerpo a cuerpo,
no es bastante a dejar yo
de darle la muerte, habiendo
sido el hallarle embozado
en mi casa...

DON PEDRO:

Si él huyendo
de la justicia entró aquí,
ya vos no reñís por eso,
sino por la primer causa;
y ésta más debiera, es cierto,
remitirse, cuando en vuestra
casa le halléis, si es que infiero
que haberla tomado él
por sagrado, había de haceros
que al que allá fuera matarais,
le ampararais aquí dentro.

DON DIEGO:

Hay más causas: que Leonor,
mi hermana, es...

LEONOR:

Yo diré eso;
que aunque el silencio adoré,
ya no es deidad el silencio;
que hablar en tiempo es virtud,
si es vicio el hablar sin tiempo.
Y no sólo, si me oís,
vos habéis de defenderlo,
pero aun contra vuestro hijo
habéis de ser.

DON PEDRO:

¿Cómo puedo?

LEONOR:

¿Os acordáis?...

DON PEDRO:

¿De qué?

LEONOR:

De una
palabra...

DON PEDRO:

Sí, bien me acuerdo,
y daré muerte a Don Juan,
puesto al lado de Don Diego,
como importe a vuestro honor.

LEONOR:

Pues estad todos atentos.
Aquella infelice noche
que hubo en mi casa un incendio,
y que por estar enfrente...

DON JUAN:

[Aparte, a ella.]
Tente, aguarda, que no quiero
saber más. Porque si yo
cobarde estuve, temiendo
la ocasión que allí te tuvo,
ya la sé, y así pretendo
que ninguno sepa más
que yo. Todo ese suceso,
ni mi padre, ni tu hermano,
ni ninguno ha de saberlo,
porque si en trances de honor
dice un discreto proverbio:
No hay cosa como callar,
de lo que hablé me arrepiento,
y no quiero saber más,
pues que no puedo hacer menos.
[Alto.]
Ésta es mi mano, Leonor.

DON LUIS:

[Aparte.]
Supuesto que a Leonor pierdo,
y ya es mujer de un amigo,
callemos, celos; que en esto
No hay cosa como callar.

DON DIEGO:

[Aparte.]
No alcanzo nada al secreto;
mas pues está remediado
mi honor, que es lo que pretendo,
No hay cosa como callar.

DON PEDRO:

Yo he pagado lo que debo,
Leonor, a mi obligación.

MARCELA:

[Aparte.]
Y yo escarmentada, viendo
casado a Don Juan, callar
sólo ha de ser mi consuelo.

BARZOQUE:

Cada uno a su negocio
está solamente atento,
olvidados de un criado
que está herido, porque desto
se saque cuán malo es
ser criado pendenciero.
Y pues que yo soy criado
de paz, solamente os ruego
que consideréis, señores,
que de los yerros ajenos
No hay cosa como callar;
perdonadnos, pues, los nuestros.

FIN DE «NO HAY COSA COMO CALLAR»