Noli me tangere (Sempere ed.)/V

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V

Capitán Tiago

Era considerado el Capitán Tiago como uno de los más ricos propietarios de Binondo y uno de los más importantes hacenderos por sus terrenos en la Pampanga, en la laguna de Bay y en el pueblo de San Diego. Este era su pueblo favorito por sus agradables baños, famosa gallera y por los recuerdos que de él conservaba; todos los años iba á pasar allí dos meses.

Además tenía Capitán Tiago muchas fincas en Santo Cristo, en la calle de Anloague y en la del Rosario. La contrata del opio la explotaban él y un chino, y ocioso es decir que sacaban grandísimos beneficios. Daba de comer á los presos de Bilibid y suministraba zacate[1] á muchas casas principales de Manila, mediante la correspondiente contrata, como es natural.

En buenas relaciones con las autoridades, hábil, flexible y hasta audaz cuando se trataba de especular con las necesidades de los demás, ejercía un verdadero monopolio en toda clase de arriendos y subastas. Capitán Tiago era, en suma, un hombre feliz: poseía grandes riquezas y estaba en paz con Dios, con el gobierno y con los hombres.

Afectaba ser hombre muy devoto y concurría todos los años con una orquesta á la animada romería que se celebraba en Antipolo en honor de la Virgen. Entonces costeaba dos misas solemnes y luego se bañaba en el milagroso batis ó fuente donde la misma sagrada imagen se había bañado.

Pero Antipolo no era el único teatro de su ruidosa devoción. En Binondo, en la Pampanga y en el pueblo de San Diego, cuando tenía que jugar un gallo con grandes apuestas, enviaba al cura monedas de oro para misas, y como los romanos que consultaban sus augures antes de una batalla dando de comer á los pollos sagrados, Capitán Tiago consultaba también los suyos con las modificaciones propias de los tiempos y de las nuevas creencias. Observaba la llama de las velas, el humo del incienso, la voz del sacerdote, y de todo procuraba deducir su futura suerte. Era una creencia admitida que sólo perdía sus apuestas cuando el oficiante estaba ronco, había pocas luces, los cirios tenían mucho sebo ó se había deslizado entre las monedas una falsa. El celador de una cofradía le aseguraba que aquellos desengaños eran pruebas á que le sometía el cielo para asegurarse más de su fe y devoción. Querido de los curas, respetado de los sacristanes, mimado por los chinos cereros y los pirotécnicos ó castileros, gozaba de gran prestigio entre los beatos, y personas de carácter y gran piedad le atribuian también gran influencia en la corte celestial.

Con los gobernantes estaba igualmente á partir un piñón. Incapaz de imaginarse una idea nueva, y contento con su modus vivendi, siempre estaba dispuesto á obedecer al último oficial quinto de todas las oficinas y regalar jamones, pavos y frutas de China en cualquiera estación del año. Si oía hablar mal de los naturales, él, que no se consideraba como tal, hacía coro y hablaba peor; si se criticaba á los mestizos sangleyes ó españoles, criticaba él también. Era el primero en aplaudir todo impuesto ó contribución, máxime cuando veía detrás una contrata ó un arriendo. Siempre tenía orquestas á mano para feliceitar y dar enfrentadas á los gobernadores, alcaldes y fiscales en sus días y cumpleaños.

Había sido gobernadorcillo del rico gremio de mestizos, á pesar de la protesta de muchos que no le tenían por tal. En los dos años de su mando estropeó diez fraes, otros tantos sombreros de copa y media docena de bastones. Según aseguraban algunos, hasta dormía con aquellas prendas simbólicas de su alto cargo.

Los impíos le tomaban por tonto, los pobres por despiadado explotador de la miseria y sus inferiores por déspcta y tirano.

Pero estas cosas no le quitaban el sueño. Una vieja era la que le hacía sufrir, una vieja que le hacía la competencia en devoción y que había recibido de muchos curas más entusiastas alabanzas que él. Eutre Capitán Tiago y esta viuda poseedora de cuantioso8 caudales, existía una santa emulación que redundaba en bien de la Iglesia. Regalaba Capitán Tiago un bastón de plata con esmeraldas á una virgen cualquiera? Pues ya estaba doña Patrocinio encargando otro de oro y con brillantes al platero Gaudínez. Levantaba el Capitán Tiago en la procesión de la Naval un arco con dos fachadas de tela abullonada, con espejos, globos de cristal, lámparas y arañas?... Pues doña Patrocinio levantaba otro con cuatro fachadas, dos varas más alto y con más colgajos y pelendengues. Entonces el exgobernadorcillo, lleno de despecho, acudía á su especialidad, á las misas con bombas y fuegos artificiales, y doña Patrocinio sufría lo indecible, pues, excesivamente nerviosa, no podía soportar el repiqueteo de las campanas, y menos las detonaciones.

Mientras Capitán Tiago sonreía, ella pensaba en su revancha y pagaba á los mejores oradores de las cinco corporaciones de Manila, á los más famosos canónigos de la Catedral, y hasta á los paulis tas para que predicasen en los días solemnes sobre temas teológicos y profundísimos á los fieles, que se quedaban sin entender una palabra. Los partidarios de Capitán Tiago habían observado que tambiến la rica viuda dormía deliciosamente durante el sermón.

Los frailes, por su parte, fomentaban estas rivalidades y rencillas entre el exgobernadorcillo y la vieja beata, engordaban á su costa y se paseaban en coche.

Era Capitán Tiago el hijo único de un azucarero de Malabón, bastante acaudalado, pero tan á varo que no quiso gastar un cuarto en educar á su hijo, por cuyo motivo fué Santiaguillo criado de un buen dominico, hombre muy virtuoso, que procuraba enseñarle todo lo bueno que podía y sabía. Cuando el muchacho estaba ya bastante adelantado, la muerte de su protector, seguida de la de su padre, dió fin á sus estudios; entonces tuvo que dedicarse á los negocios. Casóse con una hermosa joven de Santa Cruz, que le ayudó á hacer su fortuna. Doña Pia Alba, que tenía un carácter emprendedor, no se contentó con comprar azúcar, café y añil; quiso sembrar y cosechar é hizo que su marido comprase extensos terrenos en San Diego. Entonces fué cuando conocieron al padre Dámaso y á don Rafael Ibarra, el más rico propietario de aquel pueblo.

Pasaron seis años sin que el matrimonio tuviese ningún hijo. En vano hizo doña Pía novenarios; visitó por consejo de las devotas de San Diego á la Virgen de Caysasay en Taal; dió limosnas; bailó en la procesión, bajo el ardiente sol de Mayo, delante de la Virgen de Turumba en Pakil; todo fué en vano, hasta que fray Dámaso le aconsejó fuera á Obando, y allí bailó también en la fiesta de San Pascual y pidió un hijo. Sabido es que en Obando hay una trinidad que concede hijos ó hijae á elección: Nuestra Señora de Salambán, Santa Clara y San Pascual. Gracias á este sabio consejo, doña Pía se sintió madre. Mas jay! como el pescador aquel de que habla Shakespeare en Macbeth, el cual cesó de cantar cuando encontró un tesoro, ella perdió la alegría desde los primeros momentos de su embarazo.-Cosas de antojadizas!-decian todos, incluso Capitán Tiago.-Una fiebre puerperal concluyó con sus tristezas, dejando huérfana una hermosa niña que llevó á la pila el mismo fray Dámaso, y como San Pascual no dió el niño que se le pedía, le pusieron los nombres de María Clara, en honor de la Virgen de Salambán y de Santa Clara, castigando con el silencio á San Pascual Bailón.

La niña creció al cuidado de la tía Isabel, aquella buena anciana de urbanidad frailuna al principio.

María Clara tenía grandes ojos negros, sombreados por largas pestañas. De niña, su rizada cabellera tenía un color casi rubio; su nariz era correcta; la boca pequeña y graciosa, y al sonreirse se que vimos le formaban dos divinos hoyuelos en las mejillas.

Tía Isabel atribuía aquellas facciones semieuropeas á antojos de doña Pfa.

La niña, ídolo de todos, creció entre sonrisas halagos. Los mismos frailes la festejaban cuando acudía á las procesiones vestida de blanco, con la abundante cabellera adornada de sampagas[2] y azucenas, dos alitas de plata y oro pegadas á la espalda, y dos palomas blancas en la mano, atadas con cintas azules. Era tan alegre, tenía una charla tan cándidamente infantil, que Capitán Tiago, loco de cariño, no hacía más que bendecir á los santos de Obando.

En los países meridionales, la niña á los trece ó catorce años se hace mujer, como el capullo de la noche se con vierte en espléndida flor á la mañana siguiente. En ese período de transición lleno de misterios y peligros, entró la joven por consejo del cura de Binondo en el beaterio de Santa Catalina, para recibir de las monjas una educación adecuada á su posición social. Allí, en aquel con vento, vivió siete años.

Cada uno, con sus miras particulares, y comprendiendo la mutua inclinación de los jóvenes, don Rafael y Capitán Tiago concertaron la unión de sus hijos. Este acontecimiento, que tuvo lugar algunos años después de la partida del joven Ibarra, fué celebrado con igual júbilo por dos corazones, cada uno en un extremo del mundo y en muy diferentes circunstancias.


  1. Forraje para los caballos.
  2. Flor blanca semejante al jazmín.