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Noli me tangere (Sempere ed.)/XV

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XV

La víspera de la fiesta

Estamos á diez de Noviembre, la víspera de la fiesta de San Diego.

En todo el pueblo reinaba una actividad extraordinaria; las ventanas se cubrían de banderas y damascos de varios colores; resonaban en el espacio detonaciones y músicas.

Las dalagas ordenaban diferentes confituras de frutas del país en dulceras de cristal, sobre mesitas cubiertas con blancos manteles bordados. En el corral cacareaban las gallinas y grunfan los cerdos, asustados con el desueado barullo. Los criados subían y bajaban, llevando doradas vajillas y cubiertos de plata. En todas partes se charlaba, se reía, se hacían comentarios y reinaba la mayor alegría.

Y todo este afán y esta fatiga eran para obsequiar á los huéspedes, que quizás no habían visto nunca, ni volverían á ver.

Los ricos, los que han estado en Manila y han visto algo más que los otros, han comprado cerveza, champagne, licores, vinos y comestibles de Europa, de los que apenas probará un bocado ó beberá un trago. Su mesa está preparada lujosamente.

En medio hay una gran piña artificial, muy bien imitada, en que clavan palillos para dientes, primorosamente cortados por los presidiarios en sus horas de descanso. Figuran abanicos, ramilletes de flores, aves, todo tallado de una sola pieza de madera. A los lados de esta piña, que llaman palillera, levántanse, sobre fruteros de cristal, pirámides de naranjas, lanzones, ates, chicos y también mangas, á pesar de ser el mes de Noviembre. Después, en anchos platones, sobre papeles calados y pintados con brillantes colores, se ven jamones de Europa y de China, grandes pasteles en forma de Agnus Dei ó de paloma, pavos rellenos y otros manjares. Y entre los aperitivos, frescos de acharas con caprichosos dibujos hechos de la flor de bonga, y otras legumbres y frutas cortadas artísticamente y pegadas con almíbar á las paredes de los garrafones.

Límpianse los globos de heredándose de padres á hijos; se hacen brillar los aros de cobre; se desnudan las lámparas de petróleo de sus fundas rojas, que las libran de moscas y mosquitos durante el año. Al mismo tiempo que estas venerandas lámparas, salen también de sus escondites las labores de las jóvenes: trabajos de crochet, alfombritas y flores artificiales; y aparecen antiguas bandejas de cristal, cuyo fondo figura un lago en miniatura con pececitos, caimanes, moluscos, algas, corales y rocas de vidrio de brillantes colores. Estas bandejas se llenan de puros, cigarrillos y diminutos buyos, torcidos por los delicados dedos de las solteras.

El suelo de la casa brilla como un espejo; cortinas de piña ó jusi adornan las puertas; de las ventanas cuelgan faroles de cristal ó de papel de colores; la casa se llena de plantas y tiestos colocados sobre pedestales de loza de China; hasta los santos y reliquias se engalanan, se les sacude el rio, que han venido polvo, se limpian los cristales y cuelgan de sus marcos ramilletes de flores.

En las calles, de trecho en trecho, se levantan caprichosos arcos de caña labrada de mil maneras, llamados sinkabán, rodeados de haluskús, cuya sola vista alegra el corazón de los muchachos. Alrededor del patio de la iglesia está el grande y costoso entoldado, sostenido por troncos de caña, para que pase la procesión. Debajo de éste corren los chicos, saltan y rompen las nuevas camisas que les han hecho para el día de la fiesta.

Allá en la plaza se ha levantado el tablado, escenario de caña, nipa y madera: allí dirá maravillas la comedia de Tondo, y competirá con los dioses en milagros inverosímiles; allí cantarán y bailarán Marianito, Chananay, Balbino, Ratia, Carvajal, Yeyeng, Liceria y otros.

El filipino gusta del teatro y asiste con pasión á las represen taciones dramáticas; oye silencioso el canto, admira el baile y la mímica; no silba, pero tampoco aplaude. No le gusta la representación? pues masca su buyo ó se marcha sin turbar á los otros que acaso se divierten. Sólo algunas veces aulla el bajo pueblo cuando los actores besan ó abrazan á las actrices, pero no pasa de ahí. En otro tiempo se representaban únicamente dramas; el poeta del pueblo componía una pieza en que necesariamente había de haber combates cada dos minutos y metamorfosis terroríficas. Pero desde que los artistas de Tondo se pusieron á pelear cada quince segundos é hicieron cosas más inverosímiles aún, mataron á sus colegas provincianos. El gobernadorcillo, que era muy aficionado al teatro, escogió, de acuerdo con el cura, la comedia. «El príncipe Villardo ó los cla vos arrancados de la infame cueva», pieza con magia y fuegos artificiales.

De tiempo en tiempo repican alegremente las campanas, las mismas campanas que diez días antes doblaban tan tristemente. Ruedas de fuego y morteretes atruenan el aire: el pirotécnico filipino, que aprendi6 su arte sin maestro ninguno conocido, va á desplegar sus habilidades, prepara toros, castillos de fuego con luces de Bengala, globos de papel infiados con aire caliente, bombas y cohetes.

Resuenan lejanos acordes? pues ya corren los muchachos precipitadamente hacia las afueras de la población para recibir á las bandas de música, Son cinco las alquiladas, además de tres orquestas.

La música de Pagsanghan, propiedad del escribano, no debe faltar, ni la del pueblo S. P. de T., célebre porque la dirigía el maestro Austria, el vagabundo Cabo Marino, que lleva, según dicen, la fama y la armonía en el extremo de su batuta.

La música entra en el pueblo tocando alegres marchas, seguida de chicos medio desnudos; quien viste la camisa de su padre, quien los pantalones.

Entretanto, van llegando en carromatos, ecalesas ó coches, los parientes, los amigos, los desconocidos, los tahures con sus mejores gallos y sacos de oro, dispuestos á arriesgar sus fortunas sobre el tapete verde ó dentro de la rueda de la gallera.

—El alférez tiene cincuenta pesos cada noche!

—murmura un hombre pequeñito y rechoncho al oído de los recién llegados;-capitán Tiago va á venir y pondrá banca; capitán Joaquín trae diez y ocho mil pesos. Habrá liam-pó. El chico Carlos pone también banca con un capital de diez mil pesos. De Tananan, Lipa y Batangas, así como de Santa Cruz, vienen grandes puntos. Se va á jugar en grande.

Y ¿cómo está la familia?

—¡Bien, bien! igracias!-contestaban los foras- 4;-y el padre Dámaso?

-El padre Dámaso predicará por la mañana y tallará con nosotros por la noche.

—Mejor! ¡mejor! ¡No hay entonces peligro ninguno!

—Sí, sí, estamos seguros! El chino Carlos suelta además una buena propina.

Y el hombre rechoncho hizo ademán de contar con los dedos.

Fuera del pueblo, los montañeses, los kasamá, se ponen sus mejores trajes para llevar á casa de los socios capitalistas bien cebadas gallinas, jabalfes, venados, aves; éstos cargan en los pesados carros leña, frutas y las plantas más raras que crecen en el bosque; otros llevan bigá de anchas hojas y tikastikas de color de fuego para adornar las puertas de las casas.

Pero donde reina la mayor animación es en una especie de ancha meseta, á algunos pasos de la casa de Ibarra. Rechinan poleae, y se oyen confundidos con los gritos, el ruido metálico de la piedra que se pica y el chocar de los martillos. Ca van la tierra multitud de hombres y abren un ancho y profundo foso; otros ponen en fila piedras sacadas de las canteras del pueblo, descargan carros, amontonan arena, disponen tornos y cabrestantes.

—¡Aquf! jallá eso! ¡vivo!-gritaba un viejecillo de fisonomía animada é inteligente, que tenía por bastón un metro con cantos de cobre, al cual va arrollada la cuerda de una plomada. Era el maestro de obras, ñor Juan, arquitecto, albañil, carpintero, blanqueador, cerrajero, pintor, picapedrero y en ocasiones escultor.

—Es menester terminarlo hoy mismo! ¡Mañana no se puede trabajar y pasado es la ceremonia! ¡Vivo!

Y repetía á cada nuevo forastero que se acercaba lo que ya mil veces había dicho.

—Sabéis lo que vamos á construir? Pues es una escuela, modelo en su género, como las de Alemania, mejor aun. El plano lo ha trazado el arquitecto y yo dirijo la obra. Sf, señor, ved: esto va á ser un palacio con dos alas; una para los niños y otra para las niñas. Aquí en medio un gran jardín con tres surtidores: en los costados arboledas, pequeñas huertas para que los chicos siembren y cultiven plantas en las horas de recreo. Las niñas tendrán jardín con bancos, columpios, alamedas para el juego de la comba, surtidores y pajareras. ¡Esto va á ser magnífico! Y nor Juan se frotaba las manos, pensando en la fama que iba á adquirir dirigiendo aquella gran obra.

A alguna distancia de allí se veían dos kioskos, unidos entre sí par una especie de emparrado cubierto de hojas de plátano.

El maestro de escuela con unos treinta muchachos tejían eoronas y sujetaban banderas á los delgados pilares de caña, cubiertos de lienzo blanco abollonado.

—Procurad que las letras estén bien escritas!

—decía á los que dibujaban inscripoiones;-va á venir el alcalde, asistirán muchos curas y quizás también el capitán general, que está en la provincia. Si ven que dibujáis bien oOs premiarán.

El proyecto de Ibarra de levantar una escuela había encontrado eco en casi todos. El cura había pedido apadrinar y bendecir él mismo la colocación de la primera piedra, ceremonia que tendría lagar el último día de la fiesta, siendo una de sus mayores solemnidades. El mismo coadjutor se había acercado tímidamente á Ibarra, ofreciéndole cuantas misas le pagasen los devotos hasta la con clusión del edificio.

Estas y otras cosas más pasaban la víspera de la fiesta antes de ponerse el sol.