Novela del caballero invisible

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Tesoro de novelistas españoles antiguos y modernos (1847)
Novela del caballero invisible de Anónimo
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

NOVELA
DEL CABALLERO INVISIBLE,

COMPUESTA EN EQUIVOCOS BURLESCOS.
ANONIMA[1]

En lo bajo de Andalucía, y vente luego, habia un caballero á quien llamaban y no respondia; era nacido de un brazo, gentil hombre en la ley, y de su color blanco, donde tiran; tenia el juicio pintado, la memoria en inventario, su condicion era de arrendamiento, su calidad la tenia en su complexion, su cantidad era en escudos de armas, vivia en la casa de la muerte, la cual tenia puerta de calzon, la llave de la mano, ventanas de nariz, con rejas de arados, el poyo de alcalde, dos salas de audiencia, un retrete que apenas, los corredores de lonja, el pozo airon, el brocal de daga, el cubo de molino, el carrillo hinchado, la soga arrastrando, corral de concejo, secreta que calla. Este confuso caballero se admiraba en sí, considerando su extraña naturaleza, deseando con extremo ser casado, mirando á que no se perdiese generacion tan notable, y como no faltan terceros de la cuerda, ciertos amigos de dinero hicieron diligencia, buscando con quien casase, y hallaron una hermosa dama, tan á medida del buen caballero que pareció haberla tra zado el sastre de su naturaleza. Era una niña de un ojo, hija de un padre de yeguas, y de una madre de sumidero; llamábanla Blanca, de cuatro al ochavo, al padre Domingo de la tentacion, y á la madre Ana de tapicería; era esta niña gallarda tañida, tenia muchas gracias de Roma, buenas manos de labor de campo, tañia campanas, cantaba kyries y bailaba el agua adelante, leia cátedras, escribia en un oficio publico y contaba lo que le sucedia; su risa era de un arroyo, su donaire del que tiene don y es nada, y en todas estas gracias atinando á ser casada como pinsion.

Pues como el tal caballero supiese las partes de esta niña, como la voluntad de sus padres, generoso, como enamorado, le envió las donas siguientes: en el arca de Noé, un apretador de dificultades, el chapin de la reina, con listones de madera, dos guantes, el uno de desafío, el otro de pedir para un pobre, una sortija corrida, con cinco piedras tiradas, y por arracadas dos calabazas fritas; y para su servicio cuatro moras de zarza, dos negros ojuelos, y una negra Pascua. Estimaron los padres el regalo, y agradecidos le dieron en dote á la ira mala dos mil ducados de títulos, mitad en reales de ferias y mitad en cuartos de luna, el horno de Babilonia, dos molinos de viento, la manta de Cazalla, sillas de encerrar trigo, escritorios de escribanos, mesas de guarnicion, una cama de un melon, que todo lo dicho vino á montar cuatro cuentos de horno; de tal suerte satisfizo al desposado la grandeza de este dote, que apresurando plazos llegó el deseado dia de las bodas, á cuya contemplacion los nobles de aquel lugar, que eran unos caballeros que vendian caballos, trataron de hacerle unas fiestas de guardar, y habiendo entrado en junta de médicos, nombraron cuatro cuadrilleros de la hermandad, para que cada uno vistiese á ocho del mes y escogiese colores; lo cual se hizo tan breve, como para el dia siguiente hubo aquella noche muy costosos fuegos de san Anton, con muchos valadores de garzas.

Amaneció el deseado dia, y empezaron las fiestas de esta suerte. Estaba la plaza de un soldado bien aderezada, colgada de doseles de cartilla. Asistió á ellas el rey, que la mandó matar, con los consejos de un padre, tres cardenales de un ojo, y otros muchos señores de lo ageno; muchas y hermosas damas de ajedrez, y en andamios de albañiles los desposados y sus padres. Entró alegrando la plaza un clarin de valonas, y seguíanle los atabales del que ha corrido el mundo. Entró un alguacil de moscas en un caballo de oros, á quien acompañaban doce corchetes de un sayo, llevando en la mano por insignia una vara y una cuarta, y comision en el despejo, hízolo, dando lugar á que los caballeros hiciesen la entrada con esta solemnidad. Entró la primera cuadrilla, que era un aposento pequeño en caballos rodados de una sierra, las libreas de tela de cebolla, cosa nueva y de grande primor. La segunda entró en caballos de poner sillas seguros, poco briosos, con librea de tela de los sesos, que á los ojos se venia. Entró la tercera de un negocio en caballos de llagas, rica casta á no ser zainos, con libreas de tela de juicio. La cuarta y última entró en caballos castaños con su fruto, con libreas de tela de araña brillante, sí de poca costa, todos conformes en lanzas de coches, banderolas de campanarios, mochilas de caminantes, bozales negros, espuelas de cuidado, estribos de la paciencia, riendas de reformacion, cabezadas en una esquina, y bocados rabiosos. Entraron en solemne paseo, haciendo á quien se debia dos reverencias y una paternidad, y dada la vuelta y media trataron de correr la posta, lo cual se hizo á parejas de sotas con mucha bizarría. Acabada la carrera de Indias entraron seis machos de herrero cargados de cañas de vacas, con reposteros vivos y garrotes de necios; tomaron las cañas, y en dos partes divididos empezaron el juego de quinolas, donde anduvieron en las vueltas de Guadalquivir, y en las revueltas de un mentiroso, tan bien que se midieron á compas de música. Fuése el juego calentando hasta que los padrinos de un bautismo hicieron las paces de Inglaterra, á cuyo tiempo soltaron el toro del signo, que con su braveza alegró la gente de á caballo. Y un caballero llamado y no escogido dió una lanzada de viña venturosa, porque dió al toro en el gatillo de una escopeta, y le salió á la cola del dragon; tocaron la trompeta del juicio en señal que desjarretasen, cosa fácil por ser tantos contra uno. Empezaron un caracol de escalera bien ordenado, porque el que lo guiaba sabia bien como buen guisado.

Acabadas las fiestas con el dia, llevaron en solemne acompañamiento á los desposados á su casa, donde á todos se dió rica colacion de capellanía, en que hubo cajas de difuntos, canelones de disciplina, y en ricos almíbares limones de carreta, peras de cama, y muchos cubiertos que nadie los veía. Amaneció el alegre dia de la boda, donde juntos los huéspedes se les dió la comida siguiente. Pusiéronles en mesas de escaleras manteles de muralla, cuchillos de capa, limas de herrero; sirviéronles en fuentes de piernas pan de opilados, en bollos de la frente, y roscas de tornillo habia á un lado de la mesa una cantarera que vendia cántaros, con muy curiosos barros en la cara, y en la otra parte muchas macetas de zapatero, con diferentes flores de tahures; sirviéronles pasas de negro, un melon de un corcobado; un adobado de un coleto, un picado del juego, perdigones de plomo, capones de música, gallinas que huyen, una olla del rio, con vaca de una prebenda y carnero de enterrar, manjar blanco como la nieve, y por sainete del convite algunos platos de pescado, en que hubo lenguados de guardar viñas, acedias de estỏmago y pámpanos de parra, y de postre conserva de una flota, con otros dulces de navajas, castañuelas de bailar, nueces de ballesta, manzanas de espadas y peros de inconvenientes, vino quien faltaba, y aguas de diferentes chamelotes.

Alzadas las mesas, y despedidos los huéspedes, quedaron en felice concordia, donde algunos dias se gozaron sin zelos y con amores, dulce golfo de la paz y en medio de este sosiego se les recreció un disgusto, porque el tal caballero se resolvió á ser soldado de una pierna, y dejar su mujer á beneficio de natura, y pasando acaso un tercio de fin de abril, que iba á los estados de hondo, y vió que el capitan mandaba la gineta de silla, y el alférez llevaba la bandera para su ropa, y el sargento á la barda de una huerta. Habló al general, que era un poder para pleitos, y asentáronle la plaza de Vivarrambla. Despidióse de su mujer, diciendo que por ser aquella jornada de pan no la podia excusar. Fué en una compañía de cien infantes, hijos de rey, y marchando en su hilera, que era una que vendia hilo, llegó á su viaje, donde se ofreció salir á una escaramuza picada, donde dió muchas cuchilladas de calzas, y al fin salió con dos heridas mujeres; la una en las espaldas de un monte, y la otra en la coronilla de un pastel, de que vino á morir de otra parte. Ordenó su testamento, y mandó á sus criados muchas cosas de su servicio: salió su alma de cántaro para la gloria de un vencimiento, quedó su cuerpo de libro desalinado, cual rufian, y tendido como camisa al sol; cubriéronlo con un paño que sale á la cara, y puesto en una caja de conserva, hicieron las campanillas del paladar señal por hombre con tres dobles de cientos, y una sencilla mujer de Castilla.

Vinieron á su entierro frailes de haba, de la orden de Moyano, los hábitos en sus costumbres, y capillas de hornos, y en sus manos de papel velas de navío. Vinieron los niños del limbo con hachas de partir leña, y lo llevaron á cuestas arriba cuatro hermanos de padre y madre, y le cantaron las tres ánades madre. Llegaron á San Ciruelo el verde, y vieron un hombre jugado que habia hecho un hoyo en la barba en un cimenterio de un viejo, donde lo arrojaron como pelota, y se quedó como espada de Bilbao. Hechos los oficios de zapatero y sastre, pusieron sobre su sepultura una piedra de la hijada, con letras de cambio, en que decia quien las leía: Aquí no hace este caballero ninguna cosa. Llegó la triste nueva á la sin ventura Blanca, porque tuvo dos cartas de marear por dos vias, la ordinaria y la ejecutiva; cubrió su cabeza de ajo, y recogióse, donde acabó algunas cosas que tenia empezadas á trece por docena del mes del obispado en el año fatal.


  1. He aquí otra muestra, que mas bien es una caricatura, de un género que tambien cultivaron mucho nuestros autores del siglo XVII y en el que Quevedo llego al non plus ultra de la perfeccion o, mejor dicho, de la extravagancia. Aqui tenemos, llevado al mas alto punto de la exajeracion, el abuso de los equivocos, de los retruécanos y de toda especie de juegos de palabras y de trabucamientos de ideas, permitasenos la expresion. Pocos extrangeros, por bien que conozcan nuestra lengua, entenderan esta novelita, de la que es probable que tampoco queden muy enterados, aunque la lean con atencion, muchos Españoles, tan enmarañado es su lenguage y tan absurdo su sentido.