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Nuestros hijos: 16

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Acto segundo

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La misma decoración

Escena I

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SRA. DE DÍAZ. -¿Nada más, doctor?

Dr. X. -No. Está muy bien. Sería conveniente. eso sí, evitarle toda violencia moral.

SRA. DE DÍAZ. -Perdóneme, doctor. Ya que ha tenido usted que intervenir en este doloroso accidente quisiera contar con su ayuda...

DR. X. -Usted dirá.

SRA. DE DÍAZ. -Conoce usted las rarezas de mi marido. Ha tomado el caso con una sangre fría alarmante y no hay forma de convencerlo del hundimiento moral de esta casa.

DR. X. -¡No es para tanto señora, no es para tanto!

SRA. DE DÍAZ. -Nosotros debemos tomar alguna medida. Abandonar la ciudad en primer término.

DR. X. -Comprendo.

SRA. DE DÍAZ. -De modo que su concurso podrá ser decisivo.

DR. X. -¿En qué sentido?

SRA. DE DÍAZ. -Insinuando la conveniencia de un viaje al campo hasta el restablecimiento de nuestra hija.

DR. X. -Resulta un poco difícil. No es tratamiento indicado para tales casos y si el señor Díaz está en la disposición que me indica, se opondrá seguramente a que alejen a su hija de la fuente de los recursos. En fin, veremos más adelante.

SRA. DE DÍAZ. -¡Haga lo posible, doctor!...

DR. X. -Comprenderá usted que no puedo comprometerme. Adiós, señora. Mi saludo al señor Díaz.

SRA. DE DÍAZ. -Adiós, doctor.