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Obras de Gustavo A. Bécquer/Tomo I/Gustavo A. Bécquer

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época



GUSTAVO ADOLFO BECQUER

PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN

C

onfieso que he echado sobre mis hombros una tarea superior á mis fuerzas. En vano he retardado el momento. La edición está ya terminada; todo el mundo ha cumplido con el deber que impuso una admiración unánime, y las páginas que siguen, donde se contiene todo lo que precipitadamente trabajó en su dolorosa vida mi pobre amigo, sólo aguardan estos oscuros renglones míos para convertirse en una obra que edita la caridad y que el genio de su autor hará vivir eternamente. ¡Póstuma y única recompensa que él puede dar al generoso desprendimiento de sus contemporáneos y amigos!

¡Salga, pues, de mi pluma, humedecido con el tributo de mis lágrimas, antes que el relato de la vida el juicio de las obras del malogrado escritor, un testimonio de justicia hacia esta generación entre la cual me agito, generación que á riesgo de su vida ahuyenta la muerte de los infectos campos de batalla y da su oro para el libro de un poeta!

Majestades de la tierra, artistas, ingenieros, em pleados, políticos, habitantes de la ciudad, de las aldeas escondidas, todos los que en esa larga lista que ante mí tengo, habéis depositado, desde la cantidad inesperada, por lo magnífica, hasta el óbolo modesto, recibid por mi conducto un voto de gracias, á que hacen coro los temblorosos labios de hijos sin padres, y de madres sin esposos; pues no sólo habéis salvado del olvido las obras de Becquer, sino que, al borde de su tumba, habéis allegado el pan cuotidiano que libertará de la miseria á seres desvalidos.

Los encargados de llevar a cabo tal empresa, hubieran tenido un gran placer en poner al frente de la edición los nombres de los que á ella han contribuído; pero la caridad acreciólos tanto, que su inserción hubiera aumentado el gasto notablemente. El distinguido pintor Sr. Casado, á cuya iniciativa, actividad y arreglo se debe casi todo el éxito de la recaudación, publicará en tiempo oportuno, y en unión con los demás amigos que han llevado á término esta obra, las cantidades recibidas y las que se han invertido, para justa satisfacción de todos. No menos alabanza merece el Sr. D. Augusto Ferrán, inseparable amigo del malogrado Becquer, que no se ha dado punto de reposo en el asíduo trabajo de allegar materiales dispersos, coleccionarlos, vigilar la impresión y demás tareas propias de estos difíciles y dolorosos casos, ayudado del Sr. Campillo, tan insigne poeta como bueno y leal amigo. Hasta aquí, lo que sus admiradores han hecho para perpetuar la memoria del que se llamó en el mundo Gustavo Adolfo Becquer.

Hablemos de él.

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Toda mi vida de poeta, todos los delirios, esperanzas, propósitos y realidades de mi juventud han quedado sin diálogo con su último suspiro. Al extender la muerte su fría mano sobre aquella cabeza juvenil, inteligente y soñadora, mató un mundo de magníficas creaciones, de gigantescos planes, cuyo pálido reflejo son las obras que contiene este libro. Todo su afán era conseguir un año de descanso en la continuada carrera de sus desgracias. Pobre de fortuna y pobre de vida, ni la suerte le brindó nunca un momento de tranquilo bienestar, ni su propia materia la vigorosa energía de la salud. Cada escrito suyo representa, ó una necesidad material, ó el pago de una receta. Las estreche, ces del vivir y la vecindad de la muerte fueron el círculo de hierro en que aquel alma fecunda y elevada tuvo que estar aprisionada toda su vida. Antes de morir, sospechó que á la tumba bajaría con él y como él, inerte y sin vida, el magnífico legado de sus imaginaciones y fantasías, y entonces se propuso reunirlo en un libro. La muerte anduvo más de prisa, y sólo pudo escribir la introducción con que van encabezados sus escritos, las rimas y el fragmento titulado La Mujer de Piedra, que además de revelar su poderosa inventiva, lleva el sello de su idoneidad y no común saber en las artes plásticas.

Nació Becquer en Sevilla el 17 de Febrero de 1836, siendo su padre el célebre pintor é inspirado intérprete de las costumbres sevillanas. A los cinco años de edad quedó huérfano de éste, empezando sus estudios de primeras letras en el colegio de San Antonio Abad, dond permaneció hasta los nueve años, en que entró en el colegio de San Telmo para estudiar la carrera de náutica. A los nueve años y medio vióse huérfano de madre, y á los diez salió de dicho colegio, por haberse suprimido. A tal edad encargóse de Gustavo su madrina de bautismo, persona regularmente acomodada sin hijos ni parientes, por cuya razón le hubiera dejado sus bienes, á no haber él renunciado á todo por venir á Madrid á los diez y siete años y medio, con el objeto de conquistar gloria y fortuna. ¡Como si en el campo de las letras se hubieran nunca conquistado en España ambas cosas! Quería su madrina hacer de él un honrado comerciante; pero aquel niño, que había aprendido á dibujar al mismo tiempo que á escribir, cuya desmedida afición á la lectura le hacía encontrar horizontes más anchos que el de la teneduría de libros, y que jamás pudo sumar de memoria; sólo encontraba aplausos para sus primeras poesías, lo cual le decidió a vivir de su trabajo, armonizándolo con la independencia de su carácter, y á venir á Madrid, como lo verificó el año 54, sin más elementos que lo necesario para el viaje. Corría el año 56, y entonces llegué también á buscar lo mismo que Gustavo, con quien en los primeros pasos me encontré en el terreno de las letras. Mi carácter alegre y mi salud robusta fueron acogidos con simpatía por el soñador enfermizo, y casi niños, se unieron nuestras dos almas y nuestras dos vidas. Prolijo sería enumerar las peripecias de la suya, monótona en desdichas. El año 57 se vió acometido de una horrible enfermedad, y para atender a ella y rebuscando entre sus papeles, hallé El Caudillo de las manos rojas, tradición india, que se publicó en La Crónica, siendo reproducida, con la singularidad de creerse que el título de tradición era una errata de imprenta; pues todos los que la insertaron en España ó copiaron en el extranjero, la bautizaron con el nombre de traducción india. ¡Tan concienzudamente había sido hecho el trabajo!

Compadecido un amigo de sus escaseces, buscóle un empleo modesto, y juntos entramos á servir al Estado en la Dirección de Bienes Nacionales con tres mil reales de sueldo y con la categoría de escribientes fuera de plantilla. Cito este detalle, porque la cesantía de Gustavo en aquel destino forma un rasgo descriptivo de su carácter soñador y distraído.

Tratose de hacer un arreglo en la oficina, y el Director quiso por sí mismo averiguar la idoneidad el número de los empleados, visitando para ello todos los departamentos.

Gustavo, entre minuta y minuta que copiaba, ó bien leía alguna escena de Shakespeare, ó bien la dibujaba con la pluma, y, en el momento en que el Director entró en su negociado, hallábase él entregado á sus lucubraciones. Como sus dibujos eran admirables, ya se habían hecho casos de atención para todos, que se disputaban el poseerlos, aguardando á que los concluyera, mientras seguían con la vista a quella mano segura y firme, que sabía con cuatro rasgos de pluma hacer figuras tan bien acabadas. El Director se unió al grupo, y después de observar atentamente a quel tan raro expediente en una oficina de Bienes Nacionales, preguntó á Gustavo, que seguía dibujando:

--Y ¿qué es eso? Gustavo, sin volverse y señalando sus muñecos, respondió:

—Psch... ¡Esta es Ofelia, que va deshojando su corona! Este tío es un sepulturero... Más allá...

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En esto observó Gustavo que todo el mundo se había puesto de pie, y que el silencio era general. Volvió lentamente el rostro y...

—¡Aquí tiene V. uno que sobra!— exclamó el Director.

Efectivamente; Gustavo fué declarado cesante en el mismo día.

Excuso decir que él se puso muy alegre; pues aquel alma delicada, a pesar de la repugnancia que le inspiraba el destino, lo aceptó por no hacer un desaire al amigo que se lo había proporcionado.

Habíase propuesto Gustavo no mezclarse en política y vivir sólo de sus artículos literarios, cosa imposible en España, por lo escaso de la retribución lo raro de la demanda; así es que tuvo que alternar los escritos con otros trabajos. De este género son las pinturas al fresco que deben existir en el palacio de los señores marqueses de Remisa, cosa que ignorará el propietario, pues encargó la obra á un pintor de adornos, que no sabiendo pintar las figuras, dió un jornal por ellas á Gustavo.

Fundóse después El Contemporáneo, y al brindarme con una plaza en su redacción el fundador y mi amigo D. José Luis Albareda, conseguí que también entrase á formar parte de ella el autor de este libro. Entonces escribió la mayor parte de sus leyendas y las Cartas desde mi celda, que causaron admiración grande en los círculos literarios de España.

Para Gustavo, que sólo hallaba la atmósfera de su alma en medio del arte, no existía la política de menudeo, tan del gusto de los modernos españoles. Su corazón de artista, amamantado en la insigne escuela literaria de Sevilla, y desarrollado entre catedrales góticas, calados ajimeces y vidrios de colores, vivía á sus anchas en el campo de la tradición; y encontrándose á gusto en una civilización completa, como lo fuéla de la Edad Media, sus ideas artístico políticas y su miedo al vulgo ignorante le hacían mirar con predilección marcada todo lo aristocrático é histórico, sin que por esto se negara su clara inteligencia á reconocer lo prodigioso de la época en que vivía. Indolente, además, para las cosas pequeñas, y siendo los partidos de su país una de estas cosas, figuró en aquel donde tenía más amigos y en que más le hablaban de cuadros, de poesías, de catedrales, de reyes y de nobles. Incapaz de odios, no puso sus envidiables condiciones de escritor á servicio de la ira, que á haberlo hecho, más positivas hubieran sido sus ventajas y más doradas las cintas de su ataud. No estando destinado por lo dulce de su temperamento á causar el terror de nadie, ni apto su carácter noble para la adulación ó la asiduidad del servilismo, condiciones que sustiyen con ventaja y provecho propio á la acometividad y energía, Gustavo no podía hacer gran papel entre las revueltas, distingos, escándalos, exhibiciones y favoritismos de los que, salvando rarísimos ejemplos, forman la mayoría de los afortunados en política, con relación a los bienes materiales; y hecho fiscal de novelas, desempeñó su destino lo mejor que pudo, haciendo dimisión tan luego como cayó del poder la persona que había firmado su nombramiento, el Exemo. Sr. D. Luis González Brabo, artista como pocos, y apreciador sincero y leal del mérito de Gustavo.

El año 62, su hermano Valeriano, célebre ya en Sevilla por sus producciones pictóricas, vino á reunirse y á vivir con él, como en los años de su niñez trabajosa. Después de graves disgustos domésticos que ambos experimentaron, cesante el poeta, el pintor sin la pensión, que devolvía en magníficos cuadros de costumbres al Ministerio de Fomento, la muerte comenzó á prepararles un recibimiento tan ingrato y oscuro como el que tuvieron en los primeros pasos de su vida. Volvieron los ímprobos trabajos de los primeros días, el mal, estar de la hora presente, la cruel incertidumbre de lo cercano; pero la desdicha tenía que habérselas con veteranos de sus rigores. Ambos hermanos unieron sus esfuerzos, y mientras el uno dibujaba admirablemente maderas para Gaspar y Roig ó La Ilustración de Madrid, el otro traducía novelas insulsas ó escribía artículos originales, como el de Las hojas secas, contentos con vivir juntos y llevar pan á sus tiernos hijos, hablando el pintor de sus futuros cuadros, para cuando tuviera lienzos, y el poeta de sus grandiosas concepciones, para verlas realizadas, cuando la perentoria necesidad del día no fuese precipitado final de sus ensueños.

Una de las formas que más complacen á la Desgracia entre el sinnúmero de sus horribles disfras, es la de la Felicidad. Como el tigre con su presa, parece jugar con sus víctimas; y cuando el golpear de sus fatales hábitos ha embotado las sensaciones, semeja abandonar á los que atormenta, y siempre acechando, deja que se olviden de ella, permite que el bienestar se introduzca temeroso aún en su morada, que los sueños color de rosa acaricien tímidas fantasías; y cuando ya el mortal, objeto de sus odios, créese libre de sus ultrajes, tiende de pronto su garra certera y pone fin con un tormento, inesperado é irremediable á todas las agonías, helando en los labios la sonrisa de aquellos que ya empezaban á regocijarse con su huída.

Esto aconteció en la morada de los hermanos Becquer. Cuando ya habían conseguido, unificando sus esfuerzos, organizar modesta manera de vivir; cuando un porvenir artístico é independiente les sonreía; cuando el trabajo comenzaba á ser en aquella casa el sosiego del precavido y no la precipitación del destajista; cuando ya se podía retratar a un amigo por obsequio, y escribir una oda por entusiasmo, la muerte de Valeriano tiño de luto el alma de sus amigos y contaminó con su frío el corazón de Gustavo, siéndole tanto más sensible el golpe, cuanto más refractario era aquel espíritu ideal á la seca verdad del no ser.

Herida sin cura aquel alma fuerte, pronto había de destruirse la débil materia que, á duras penas, la había contenido. El 23 de Setiembre del año 70 dejó de existir Valeriano. El 22 de Diciembre del mismo año exhaló Gustavo su último suspiro.

¡Extraña enfermedad y extraña manera de morir fué aquella! Sin ningún síntoma preciso, lo que se diagnosticó pulmonía, convirtióse en hepatitis, tornándose á juicio de otros en pericarditis; y entre tanto el enfermo, con su cabeza siempre firme y con su ingénita bondad, seguía prestándose á todas las experiencias, aceptando todos los medicamentos y muriéndose poco poco.

Llegó por fin el fatal instante, y pronunciando claramente sus labios trémulos las palabras ¡todo mortal!... voló á su Creador aquel alma buena y pura, dotada de tan no comunes facultades artísticas, que yo, pudiendo apreciar por el continuado trato las mayores capacidades literarias de mi época, no vacilo en asegurar que ninguna he visto dotada á un tiempo de tantas condiciones creadoras, unidas á un gusto tan exquisito y elevado.

Aunque, como se verá después en el rápido examen que de sus obras haga, deja impreso en ellas lo bastante el carácter del genio para que se le señale un puesto entre nuestros escritores y poetas, los que le conocíamos admirábamos á Gustavo, más por lo que esperábamos de él, que por lo que había hecho. Puede decirse que todo lo que concibió está escrito al volar de la pluma, sin recogimiento previo de la facultades intelectuales, y entre la algazara de redacciones de periódicos ó bajo el influjo de premiosos instantes. Esto mismo, que ve la luz pública tal cual lo hemos hallado, no pensaba él publicarlo sin corregirlo antes cuidadosamente, porque lo había escrito de prisa y como para que no se le olvidasen asuntos é ideas que no le parecían malos.

En cada punto de España que había visita de durante su vida artística, había levantado su fantasía poderosa, unida á su nada común saber, un mundo de tradiciones y de historias, solo con ver brillar el bordado manto de santa imagen, ó leyendo apenas una inscripción borrosa en oscuro rincón de arruinada abadía. Esto explica su estancia en el monasterio de Veruela, sus correrías por las provincias de Avila y de Soria, y las venidas á Toledo, donde vivió un año, y en donde estuvo tres días, veinte antes de morir. Para él Toledo era sitio adorado de su inspiración; y la primera vez que con su hermano fué á visitarle, ocurrióles un suceso por demás extraño.

Una magnífica noche de luna decidieron ambos artistas contemplar su querida ciudad, bañada por la fantástica luz del tibio astro. Armado el pintor de lápices y el poeta-arquitecto de recuerdos, abandonaron la vetusta corte, y sobre arruinado muro entregáronse horas enteras á su charla artística, que puede el lector apreciar cuán interesante é instructiva sería, leyendos los artículos sobre el Arte árabe en Toledo; La basílica de Santa Leocadia y La historia de San Juan de los Reyes, hecha por Gustavo en la magnífica obra que, con el título de Historia de los Templos de España, comenzó á publicarse en Madrid por los años 57 y 58, bajo su dirección y propiedad; obra grandiosa, imaginada por él, y que á haberse continuado, sería la mejor y más á propósito para hacer la crónica filosófica, artística y política de nuestra patria.

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Leedlo pronto y olvidad el mío, escrito nada más que por acompañarle siempre. Él solo desde la otra vida, podrá apreciarlo.

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¡Ojalá seas eterno, libro que compendias la vida de mi pobre amigo!