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La Odisea (Luis Segalá y Estalella)/Canto VII

De Wikisource, la biblioteca libre.
La Odisea (1910)
de Homero
traducción de Luis Segalá y Estalella
ilustración de John Flaxman, Walter Paget
Canto VII
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
Refiere Ulises cómo partió de la isla Ogigia y llegó al país de los feacios


CANTO VII
ENTRADA DE ULISES EN EL PALACIO DE ALCÍNOO


1 Mientras así rogaba el paciente divinal Ulises, la doncella era conducida á la ciudad por las vigorosas mulas. Apenas hubo llegado á la ínclita morada de su padre, paró en el umbral; sus hermanos, que se asemejaban á los dioses, pusiéronse á su alrededor, desengancharon las mulas y llevaron los vestidos adentro de la casa; y ella se encaminó á su habitación donde encendía fuego la anciana Eurimedusa de Apira, su camarera, á quien en otro tiempo habían traído de allá en las corvas naves y elegido para ofrecérsela como regalo á Alcínoo, que reinaba sobre todos los feacios y era escuchado por el pueblo cual si fuese un dios. Ésta fué la que crió á Nausícaa en el palacio; y entonces le encendía fuego y le aparejaba la cena.

14 En aquel punto levantábase Ulises, para ir á la ciudad; y Minerva, que le quería bien, envolvióle en copiosa nube: no fuera que alguno de los magnánimos feacios, saliéndole al camino, le zahiriese con palabras y le preguntase quién era. Mas, al entrar el héroe en la agradable población, se le hizo encontradiza Minerva, la deidad de los brillantes ojos, transfigurada en joven doncella que llevaba un cántaro, y se detuvo ante él. Y el divinal Ulises le dirigió esta pregunta:

22 «¡Oh hija! ¿No podrías llevarme al palacio de Alcínoo, que reina sobre estos hombres? Soy un infeliz forastero que, después de padecer mucho, he llegado acá, viniendo de lejos, de una tierra apartada; y no conozco á ninguno de los que habitan en la ciudad ni de los que moran en el campo.»

27 Respondióle Minerva, la deidad de los brillantes ojos: «Yo te mostraré, oh forastero venerable, el palacio de que hablas, pues está cerca de la mansión de mi eximio padre. Anda sin desplegar los labios, y te guiaré en el camino; pero no mires á los hombres ni les hagas preguntas, que ni son muy tolerantes con los forasteros ni acogen amistosamente al que viene de otro país. Aquéllos, fiando en sus rápidos bajeles, atraviesan el gran abismo del mar por concesión de Neptuno, que sacude la tierra; y sus embarcaciones son tan ligeras como las alas ó el pensamiento.»

37 Cuando así hubo dicho, Palas Minerva caminó á buen paso y Ulises fué siguiendo las pisadas de la diosa. Y los feacios, ínclitos navegantes, no se percataron de que anduviese por la ciudad y entre ellos porque no lo permitió Minerva, la terrible deidad de hermosas trenzas, la cual, usando de benevolencia, cubrióle con una niebla divina. Atónito contemplaba Ulises los puertos, las naves bien proporcionadas, las ágoras de aquellos héroes y los muros grandes, altos, provistos de empalizadas, que era cosa admirable de ver. Pero, no bien llegaron al magnífico palacio del rey, Minerva, la deidad de los brillantes ojos, comenzó á hablarle de esta guisa:

48 «Éste es, oh forastero venerable, el palacio que me ordenaste te mostrara: encontrarás en él á los reyes, alumnos de Júpiter, celebrando un banquete; pero vete adentro y no se turbe tu ánimo, que el hombre, si es audaz, es más afortunado en lo que emprende, aunque haya venido de otra tierra. Ya en la sala, hallarás primero á la reina, cuyo nombre es Arete y procede de los mismos ascendientes que engendraron al rey Alcínoo. En un principio, engendraron á Nausítoo el dios Neptuno, que sacude la tierra, y Peribea, la más hermosa de las mujeres, hija menor del magnánimo Eurimedonte, el cual había reinado en otro tiempo sobre los orgullosos Gigantes. Pero éste perdió á su pueblo malvado y pereció él mismo; y Neptuno hubo en aquélla un hijo, el magnánimo Nausítoo, que luego im
Al entrar Ulises en la población, se le hizo encontradiza Minerva, transfigurada en una doncella, y se detuvo ante él
(Canto VII, versos 18 á 21.)
peró sobre los feacios. Nausítoo engendró á Rexénor y á Alcínoo: mas, estando el primero recién casado y sin hijos varones, fué muerto por Apolo, el del arco de plata, y dejó en el palacio una sola hija, Arete, á quien Alcínoo tomó por consorte y se ve honrada por él como ninguna de las mujeres de la tierra que gobiernan una casa y viven sometidas á sus esposos. Así, tan cordialmente, ha sido y es honrada de sus hijos, del mismo Alcínoo y de los ciudadanos, que la contemplan como á una diosa y la saludan con cariñosas palabras cuando anda por la ciudad. No carece de buen entendimiento y dirime los litigios de las mujeres por las que siente benevolencia, y aun los de los hombres. Si ella te fuere benévola, ten esperanza de ver á tus amigos y de llegar á tu casa de elevado techo y á tu patria tierra.»

78 Cuando Minerva, la de los brillantes ojos, hubo dicho esto, se fué por cima del mar; y, saliendo de la encantadora Esqueria, llegó á Maratón y á Atenas, la de anchas calles, y entróse en la tan sólidamente construída morada de Erecteo. Ya Ulises enderezaba sus pasos á la ínclita casa de Alcínoo y, al llegar frente al broncíneo umbral, meditó en su ánimo muchas cosas; pues la mansión excelsa del magnánimo Alcínoo resplandecía con el brillo del sol ó de la luna. Á derecha é izquierda corrían sendos muros de bronce desde el umbral al fondo; en lo alto de los mismos extendíase una cornisa de lapislázuli; puertas de oro cerraban por dentro la casa sólidamente construída; las dos jambas eran de plata y arrancaban del broncíneo umbral; apoyábase en ellas argénteo dintel, y el anillo de la puerta era de oro. Estaban á entrambos lados unos perros de plata y de oro, inmortales y exentos para siempre de la vejez, que Vulcano había fabricado con sabia inteligencia para que guardaran la casa del magnánimo Alcínoo. Había sillones arrimados á la una y á la otra de las paredes, cuya serie llegaba sin interrupción desde el umbral á lo más hondo, y cubríanlos delicados tapices hábilmente tejidos, obra de las mujeres. Sentábanse allí los príncipes feacios á beber y á comer, pues de continuo celebraban banquetes. Sobre pedestales muy bien hechos hallábanse de pie unos niños de oro, los cuales alumbraban de noche, con hachas encendidas en las manos, á los convidados que hubiera en la casa. Cincuenta esclavas tiene Alcínoo en su palacio: unas quebrantan con la muela el rubio trigo; otras tejen telas y, sentadas, hacen girar los husos, moviendo las manos cual si fuesen hojas de excelso plátano, y las bien labradas telas relucen como si destilaran aceite líquido. Cuanto los feacios son expertos sobre todos los hombres en conducir una velera nave por el ponto, así sobresalen grandemente las mujeres en fabricar lienzos, pues Minerva les ha concedido que sepan hacer bellísimas labores y posean excelente ingenio. En el exterior del patio, cabe á las puertas, hay un gran jardín de cuatro yugadas, y alrededor del mismo se extiende un seto por entrambos lados. Allí han crecido grandes y florecientes árboles: perales, granados, manzanos de espléndidas pomas, dulces higueras y verdes olivos. Los frutos de estos árboles no se pierden ni faltan, ni en invierno ni en verano: son perennes; y el Céfiro, soplando constantemente, á un tiempo mismo produce unos y madura otros. La pera envejece sobre la pera, la manzana sobre la manzana, la uva sobre la uva y el higo sobre el higo. Allí han plantado una viña muy fructífera y parte de sus uvas se secan al sol en un lugar abrigado y llano, á otras las vendimian, á otras las pisan, y están delante las verdes, que dejan caer la flor, y las que empiezan á negrear. Allí, en el fondo del huerto, crecían liños de legumbres de toda clase, siempre lozanas. Hay en él dos fuentes: una corre por todo el huerto; la otra va hacia la excelsa morada y sale debajo del umbral, adonde acuden por agua los ciudadanos. Tales eran los espléndidos presentes de los dioses en el palacio de Alcínoo.

133 Detúvose el paciente divinal Ulises á contemplar todo aquello; y, después de admirarlo, pasó con ligereza el umbral, entró en la casa y halló á los caudillos y príncipes de los feacios ofreciendo con las copas libaciones al vigilante Argicida, que era el último á quien las hacían cuando ya determinaban acostarse; mas el paciente divinal Ulises anduvo por el palacio, envuelto en la espesa nube con que lo cubrió Minerva, hasta llegar adonde estaban Arete y el rey Alcínoo. Entonces tendió Ulises sus brazos á las rodillas de Arete, disipóse la divinal niebla, enmudecieron todos los de la casa al percatarse de aquel hombre á quien contemplaban admirados, y Ulises comenzó su ruego de esta manera:

146 «¡Arete, hija de Rexénor, que parecía un dios! Después de sufrir mucho, vengo á tu esposo, á tus rodillas y á estos convidados, á quienes permitan los dioses vivir felizmente y legar sus bienes á los hijos que dejen en sus palacios así como también los honores que el pueblo les haya conferido. Mas, apresuraos á darme hombres que me conduzcan, para que muy pronto vuelva á la patria; pues hace mucho tiempo que ando lejos de los amigos, padeciendo infortunios.»

153 Dicho esto, sentóse junto á la lumbre del hogar, en la ceniza; y todos enmudecieron y quedaron silenciosos. Pero, al fin, el anciano héroe Equeneo que era el de más edad entre los varones feacios y descollaba por su elocuencia, sabiendo muchas y muy antiguas cosas, les arengó benévolamente y les dijo:

159 «¡Alcínoo! No es bueno ni decoroso para ti, que el huésped esté sentado en tierra, sobre la ceniza del hogar; y éstos se hallan cohibidos, esperando que hables. Ea, pues, levántale, hazle sentar en una silla de clavazón de plata, y manda á los heraldos que mezclen vino para ofrecer libaciones á Júpiter, que se huelga con el rayo, dios que acompaña á los venerandos suplicantes. Y tráigale de cenar la despensera, de aquellas cosas que allá dentro se guardan.»

167 Cuando esto oyó la sacra potestad de Alcínoo, asiendo por la mano al prudente y sagaz Ulises, alzóle de junto al fuego é hízolo sentar en una silla espléndida, mandando que se la cediese un hijo suyo, el valeroso Laodamante, que se sentaba á su lado y érale muy querido. Una esclava dióle aguamanos, que traía en magnífico jarro de oro y vertió en fuente de plata, y puso delante de Ulises una pulimentada mesa. La veneranda despensera trájole pan y dejó en la mesa buen número de manjares, obsequiándole con los que tenía reservados. El paciente divinal Ulises comenzó á beber y á comer; y entonces el poderoso Alcínoo dijo al heraldo:

179 «¡Pontónoo! Mezcla vino en la cratera y distribúyelo á cuantos se encuentren en el palacio, á fin de que hagamos libaciones á Júpiter, que se huelga con el rayo, dios que acompaña á los venerandos suplicantes.»

182 Así se expresó. Pontónoo mezcló el dulce vino y lo distribuyó á todos los presentes, después de haber ofrecido en copas las primicias. Y cuando hubieron hecho la libación y bebido cuanto plugo á su ánimo, Alcínoo les arengó diciéndoles de esta suerte:

186 «¡Oíd, caudillos y príncipes de los feacios, y os diré lo que en el pecho mi corazón me dicta! Ahora, que habéis cenado, idos á acostar en vuestras casas: mañana, así que rompa el día, llamaremos á un número mayor de ancianos, trataremos al forastero como huésped en el palacio, ofreceremos á las deidades hermosos sacrificios, y hablaremos de la conducción de aquél para que pueda, sin fatigas ni molestias y acompañándole nosotros, llegar rápida y alegremente á su patria tierra, aunque esté muy lejos, y no haya de padecer mal ni daño alguno antes de tornar á su país; que, ya en su casa, padecerá lo que el hado y las graves Parcas dispusieron al hilar el hilo cuando su madre le dió ser. Y si fuere uno de los inmortales, que ha bajado del cielo, algo nos preparan los dioses; pues hasta aquí, siempre se nos han aparecido claramente cuando les ofrecemos magníficas hecatombes, y comen, sentados con nosotros, donde comemos los demás. Y si algún solitario caminante se encuentra con ellos, no se le ocultan; porque somos tan cercanos á los mismos por nuestro linaje como los Ciclopes y la salvaje raza de los Gigantes.»

207 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Alcínoo! Piensa otra cosa, pues no soy semejante ni en cuerpo ni en natural á los inmortales que poseen el anchuroso cielo, sino á los mortales hombres: puedo equipararme por mis penas á los varones de quienes sepáis que han soportado más desgracias y contaría males aún mayores que los suyos, si os dijese cuantos he padecido por la voluntad de los dioses. Mas dejadme cenar, aunque me siento angustiado; que no hay cosa tan importuna como el vientre, que nos obliga á pensar en él, aun hallándonos muy afligidos ó con el ánimo lleno de pesares como me encuentro ahora, nos incita siempre á comer y á beber, y en la actualidad me hace echar en olvido todos mis trabajos, mandándome que lo sacie. Y vosotros daos prisa, así que se muestre la Aurora, y haced que yo, oh desgraciado, vuelva á mi patria, no obstante lo mucho que he padecido. No se me acabe la vida sin ver nuevamente mis posesiones, mis esclavos y mi gran casa de elevado techo.»

226 Así dijo. Todos aprobaron sus palabras y aconsejaron que al huésped se le llevase á la patria, ya que era razonable cuanto decía. Hechas las libaciones y habiendo bebido todos cuanto les plugo, fueron á recogerse en sus respectivas moradas; pero el divinal Ulises se quedó en el palacio y á par de él sentáronse Arete y el deiforme Alcínoo, mientras las esclavas retiraban lo que había servido para el banquete. Arete, la de los níveos brazos, fué la primera en hablar, pues, contemplando los hermosos vestidos de Ulises, reconoció el manto y la túnica que labrara con sus siervas. Y en seguida habló al héroe con estas aladas palabras:

237 «¡Huésped! Ante todo quiero preguntarte yo misma: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Quién te dió esos vestidos? ¿No dices que llegaste vagando por el ponto?»

240 Respondióle el ingenioso Ulises: «Difícil sería, oh reina, contar menudamente mis infortunios, pues me los enviaron en gran abundancia los dioses celestiales; mas te hablaré de aquello acerca de lo cual me preguntas é interrogas. Hay en el mar una isla lejana, Ogigia, donde mora la hija de Atlante, la dolosa Calipso, de lindas trenzas, deidad poderosa que no se comunica con ninguno de los dioses ni de los mortales hombres; pero á mí, oh desdichado, me llevó á su hogar algún numen, después que Jove hendiera mi veloz nave en medio del vinoso ponto, arrojando contra la misma el ardiente rayo. Perecieron mis esforzados compañeros, mas yo me abracé á la quilla del corvo bajel, fuí errante nueve días y en la décima y obscura noche lleváronme los dioses á la isla Ogigia donde mora Calipso, de lindas trenzas, terrible diosa: ésta me recogió, me trató solícita y amorosamente, me mantuvo y díjome á menudo que me haría inmortal y exento de la senectud para siempre, sin que jamás lograra llevar la persuasión á mi ánimo. Allí estuve detenido siete años, y regué incesantemente con lágrimas las divinales vestiduras que me dió Calipso. Pero cuando vino el año octavo, me exhortó y me invitó á partir; sea á causa de algún mensaje de Júpiter, sea porque su mismo pensamiento hubiese cambiado. Envióme en una balsa hecha con buen número de ataduras, me dió abundante pan y dulce vino, me puso vestidos divinales y me mandó favorable y plácido viento. Diez y siete días navegué, atravesando el mar; al décimoctavo pude ver los umbrosos montes de vuestra tierra y á mí, oh infeliz, se me alegró el corazón. Mas, aún había de encontrarme con grandes trabajos que me suscitaría Neptuno, que sacude la tierra: el dios levantó vientos contrarios, impidiéndome el camino, y conmovió el mar inmenso; de suerte que las olas no me permitían á mí, que daba profundos suspiros, ir en la balsa, y ésta fué desbaratada muy pronto por la tempestad. Entonces nadé, atravesando el abismo, hasta que el viento y el agua me acercaron á vuestro país. Al salir del mar, la ola me hubiese estrellado contra la tierra firme, arrojándome á unos peñascos y á un lugar funesto; pero retrocedí nadando y llegué á un río, cual paraje parecióme óptimo por carecer de rocas y formar como un reparo contra los vientos. Me dejé caer sobre la tierra, cobrando aliento; pero sobrevino la divinal noche y me alejé del río, que las celestiales lluvias alimentan, me eché á dormir entre unos arbustos, después de haber amontonado hojas á mi alrededor, é infundióme un dios profundísimo sueño. Allí, entre las hojas y con el corazón triste, dormí toda la noche, toda la mañana y el mediodía; y al ponerse el sol dejóme el dulce sueño. Vi entonces á las siervas de tu hija jugando en la playa junto con ella que parecía una diosa. La imploré y no le faltó buen juicio, como no se esperaría que demostrase en sus actos una persona joven que se hallara en tal trance, porque los mozos siempre se portan inconsideradamente. Dióme abundante pan y vino tinto, mandó que me lavaran en el río y me entregó estas vestiduras. Tal es lo que, aunque angustiado, deseaba contarte, conforme á la verdad de lo ocurrido.»

298 Respondióle Alcínoo diciendo: «¡Huésped! En verdad que mi hija no tomó el acuerdo más conveniente; ya que no te trajo á nuestro palacio, con las esclavas, habiendo sido la primer persona á quien suplicaste.»

302 Contestóle el ingenioso Ulises: «¡Oh héroe! No por eso reprendas á tan eximia doncella, que ya me invitó á seguirla con las esclavas; mas yo no quise por temor y respeto: no fuera que mi vista te irritara, pues somos muy suspicaces los hombres que vivimos en la tierra.»

308 Respondióle Alcínoo diciendo: «¡Huésped! No hay en mi pecho un corazón de tal índole que se irrite sin motivo, y lo mejor es siempre lo más justo. Ojalá, ¡por el padre Júpiter, Minerva y Apolo!, que siendo cual eres y pensando como yo pienso, tomases á mi hija por mujer y fueras llamado yerno mío, permaneciendo con nosotros. Diérate casa y riquezas, si de buen grado te quedaras; que contra tu voluntad ningún feacio te ha de detener, pues esto disgustaría al padre Júpiter. Y desde ahora decido, para que lo sepas bien, que tu conducción se haga mañana: mientras dormirás, vencido del sueño, los compañeros remarán por el mar en calma hasta que llegues á tu patria y á tu casa, ó á donde te fuere grato, aunque esté mucho más lejos que Eubea; la cual dicen que se halla lejísima los ciudadanos que la vieron cuando llevaron al rubio Radamanto á visitar á Ticio, hijo de la Tierra: fueron allá y en un solo día y sin cansarse terminaron el viaje y se restituyeron á sus casas. Tú mismo apreciarás cuán excelentes son mis naves y cuán hábiles los jóvenes en quebrantar el mar con los remos.»

329 Tal dijo. Alegróse el paciente divinal Ulises y, orando, habló de esta manera:

331 «¡Padre Júpiter! Ojalá que Alcínoo lleve á cumplimiento cuanto ha dicho; que su gloria jamás se extinga sobre la fértil tierra y que logre yo tornar á mi patria.»

334 Así éstos conversaban. Arete, la de los níveos brazos, mandó á las esclavas que pusieran un lecho debajo del pórtico, lo proveyesen de hermosos cobertores de púrpura, extendiesen por encima tapetes, y dejasen afelpadas túnicas para abrigarse. Las doncellas salieron del palacio con hachas encendidas y, en acabando de hacer diligentemente la cama, presentáronse á Ulises y le llamaron con estas palabras:

342 «Levántate, huésped, y vete á acostar, que ya está hecha la cama.» Así dijeron, y le pareció grato dormir. De este modo el paciente divinal Ulises durmió allí, en torneado lecho, debajo del sonoro pórtico. Y Alcínoo se acostó en el interior de la excelsa mansión, y á su lado la reina, después de aparejarle lecho y cama.