Ofrenda poética
AL LICEO ARTÍSTICO Y LITERARIO DE MADRID (6 de noviembre de 1848)
Sueños hermosos de la infancia mía,
¿a qué sobre las alas de oro y rosa,
volvéis a mi exaltada fantasía?
¿Qué buscáis?, ¿vuestro hogar? Ceniza fría
guarda no más vuestra mansión dichosa.
Pasó la edad de la sencilla infancia;
las delicadas flores que dejaron
vuestras manos, ornando vuestra estancia,
perdieron su frescura y su fragancia
y marchitas al fin se deshojaron.
El fecundo jardín, que cultivasteis
es hoy salvaje selva enmarañada;
nada hallaréis de lo que aquí dejasteis.
Sueños de mi niñez, ¿a qué tornasteis?
Idos: de lo que fué no existe nada.
Idos: vuestra presencia es importuna;
la edad os arrojó de vuestro asilo.
Lecho de la ambición es vuestra cuna,
y ha levantado en vuestro hogar tranquilo
un altar a la gloria la fortuna.
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Genios, que del Pisuerga en la ribera,
al rumor soñoliento de sus olas,
a oír llegasteis mi canción primera:
tejed para mi negra cabellera
fresca diadema de tempranas violas.
¿Recordáis, fabulosos geniecillos,
aquel pálido niño, que corría
vuestras lomas cubiertas de tomillos,
probando en vuestros toscos caramillos
su mal seguro aliento? ¿Qué os decía?
«Por la gloria excusad que os abandone;
yo espero en Dios y de mi aliento fío
que oiga mi patria, cuando yo le entone,
un cántico en su honor, y que me abone
por buen hijo con ella el canto mío.»
Y os dejé: y cuanto débil atrevido,
el premio a disputar entré en la lucha.
«Óyeme», dije al mundo, y, el oído
prestando, el mundo mi canción escucha.
Sueños de mi niñez, ¿seré vencido?
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Fe de mi corazón, sosténme ahora:
luz de mi inspiración, no te consumas:
voz de mi pecho, exhálate sonora:
pensamiento veloz, he aquí la hora
de tender al volar todas las plumas.
Tiéndelas, pues, ¡oh pensamiento mío!,
por la región divina y encantada
de la imaginación, y el dulce pío
róbale al ruiseñor, que al son del río
da al viento su canción enamorada.
Róbale al mar, que con desdén se mece
en su lecho de arena, su murmullo:
y a la brisa que el árbol estremece,
y a las tórtolas tiernas, que guarece,
con su ondulante pabellón, su arrullo.
Pide a una blanca y vaporosa nube
que en sus brazos de gasa te levante,
y a la región del firmamento sube
y por favor demándale al querube
su arpa de oro y su voz por un instante.
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Lánzate: cruza el éter infinito:
búscame cual mi aliento les ansía
el vigor y la fe que necesito,
para ahogar en torrentes de armonía
al mundo, que me mira de hito en hito.
Ve que me espera ya; tu vuelo afana,
pensamiento veloz. En tal momento,
mortal mi corazón, mi voz humana,
temo que he de pedir con ansia vana
fuego a mi inspiración, aire a mi aliento.
No: le veo que el límite traspasa
de la bóveda azul: un rayo quita
al sol, y el aura trasparente y rasa
volviendo a atravesar, se precipita
sobre mi corazón y me le abrasa.
Suelta tu voz, ¡oh corazón!, al viento:
de tu humilde temor desecha el pasmo:
gracias da al mundo que te escucha atento:
lo que falta a tu ruin merecimiento
llenen la gratitud y el entusiasmo.
Benigna sociedad, amigos fieles,
y vosotros de Fidias y de Apeles
y de Homero y de Píndaro rivales,
excusadme estas glorias terrenales,
apartad de mi frente los laureles[1].
Las vuestras, en verdad, que no la mía
merecen reposar bajo su sombra:
vosotros me cedéis con hidalguía
un honor, que me embriaga de alegría,
pero que me avergüenza y que me asombra.
¿De la pompa del triunfo soberana,
cuál virtud me hizo digno? ¿La armonía
de mis cantos tal vez? ¡Jamás profana
mi lengua de ella mentirá! No es mía
mi noble inspiración: Dios me la envía.
Dios, que da voz al viento y a las aves
y ecos al mar, que en tumbos se levanta,
roncos en su ira y en su calma suaves,
es quien presta a mi voz sus ecos graves
para cantar su omnipotencia santa.
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Por eso audaz entre vosotros canto
y mi humilde cantar con fe levanto:
porque el poeta, del Señor recibe
fe y voz, para ensalzar conestro santo
la tierra en que nació, la fe en que vive.
Por eso indigno de tan noble empleo,
para tan suma dignidad pigmeo,
el templo de la excelsa poesía
tal vez profano: porque iluso creo
que Dios inspira la impotencia mía.
Por eso en ella por cantar me afano
la gloria y prez con que la edad pasada
vió tremolar el pabellón hispano
en el remoto mundo americano,
y en las mezquitas moras de Granada.
Por eso alguna vez vuestros oídos
ofende el rudo son del arpa mía:
mas de sus cuerdas roncas desprendidos,
exhálanse los bárbaros sonidos
ricos de fe, si pobres de armonía.
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Vosotros, cuya fe potentes halla
plumas, para cernerse sobre el suelo
donde preso mi espíritu batalla,
profesores ilustres, vuestro vuelo
tended: del siglo quebrantad la valla.
Dios es la inspiración: la fe del arte
es hija de la fe de la creencia:
no la busquéis jamás en otra parte;
la cruz es de la gloria en el estandarte:
Dios es la luz: Dios es la inteligencia.
Si colores queréis, mirad al cielo:
si llenar los espacios de armonía,
si animar de los mármoles el hielo,
de las obras de Dios alzad el velo,
que Dios perfectas las produce y cría.
Mas perdonad a mi saber profano
de ilustrados las necias pretensiones.
¿Qué puedo a vuestro genio soberano
enseñar con mis ruines concepciones,
yo, del jardín del arte ruin gusano?
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Y vosotros también, ¡hijos del canto!,
sobre el cieno del siglo en que vivimos
enalteceos: vuestro origen santo
testificad al enjugar el llanto
de la raza mortal de quien nacimos.
Cantad. Ni el hombre de su vieja historia
sin vuestros cantos la verdad supiera,
ni el justo digno de alabanza y gloria
de sus nietos vivir en la memoria
más allá de su túmulo pudiera.
Bálsamo saludable que en el suelo
derrama la esperanza y el consuelo
la poesía es. ¡Cantad, poetas!
¡Volad como volaron los profetas
en alas de sus cánticos al cielo!
¡Volad! De envidia vil sin la mancilla,
surcar el océano de la gloria
os veré yo contento, y en la orilla,
descubierto y en tierra la rodilla,
bendeciré al morir vuestra memoria.
FIN
- ↑ El liceo de Madrid ofreció al autor, en una sesión pública dedicada a él, una corona y un magnífico álbum; el autor leyó esta composición en aquella noche, regalando al Liceo mil ejemplares impresos de ella.