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Ollantay (Palma, 1906)

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
Ollantay.

Cuando, hace pocos meses, oí al joven escritor don Constantino Carrasco leer en el Club Literario su traducción del Ollantay, confieso que fué tan grata la impresión que esa lectura me produjo, que al felicitar al poeta por su trabajo, dejéme arrebatar del entusiasmo, y lo amenacé con que, si algún día daba la obra á la estampa, tuviese por seguro que mi humilde pluma borronearía algunas líneas que servir pudieran de prólogo ó introducción. Tal amenaza era la espada de Damocles pendiente de un hilo. Háse éste roto por obra y milagro de un editor complaciente, y héme en el compromiso de echar tajos y reveses á riesgo de herirme con mis propias armas.

Hoy, que tengo sobre mi mesa de trabajo las pruebas impresas del Ollantay, helo leído y releído, y mi entusiasmo por la obra y por su estimable y erudito traductor ha ido en escala ascendente. Enemigo de esa crítica implacable que fustiga con crueldad, así como de la que sin examen y á cierra ojos se encariña por las producciones del amigo, voy á permitirme, muy á la ligera, expresar mi acaso incompetente, pero muy sincero juicio.

Incuestionable es que la civilización de los imperios del Anahuác y Cuzco estuvo bastante avanzada, para que estos pueblos hubieran tenido una literatura propia, original, verdadera expresión de las ideas y sentimientos de sus naturales. El yaraví, por ejemplo, especie de melancólico idilio, refleja por completo el carácter sombrío y soñador de la raza india. Nada hay que se le asemeje en la poesía popular y primitiva de los pueblos europeos.

Uno de los caracteres distintivos de la poesía lírica, entre los indígenas, fué el tono filosófico y sentencioso de sus conceptos. Garcilaso nos ha transmitido algunas muestras de ella que justifican esta creencia. Y no sólo fué tal la índole de la poesía lírica entre los bardos del Perú, sino entre los del imperio azteca. Así se sabe que Netzahualt, rey de Tezcuco, príncipe notable por su sabiduría, grandeza de alma y empresas militares, escribió á principios del siglo xv, es decir, medio siglo antes de la conquista, unos versos de los que ofrezco esta pálida traducción.

La pompa mundanal se me figura
de los sauces coposos la verdura,
ó el agua del arroyo enrarecida
que no vuelve al caudal que la dió vida.
Lo que fué ayer no es hoy. Sobre el mañana
nada osará afirmar la ciencia humana.
La tumba, vuelto polvo pestilente,
encierra á quien ayer fué omnipotente.
Es la gloria, quimera que el hombre ama,

de otro volcán Pocatepelt la llama.
¿Qué fué de las innúmeras legiones
que impusieron la ley á otras naciones?
¿Qué de los tronos? ¿Qué de las famosas
obras de grandes sabios, portentosas?
¡Nada sé! ¡Nada sé! Que el cielo esconde
la misteriosa cifra que responde
al enigma fatal, enigma sumo...
¡Todo, sobre la tierra, todo es humo!

Pero es preciso convenir en que, si bien la poesía es innata y responde á una exigencia del espíritu, entra por mucho la forma, el arte, mejor dicho, para abrillantar la frase: Por lo que conocemos de los haravicus ó vates peruanos, que es muy poco ciertamente, sacamos en claro que, entre éllos, el arte, la forma, no anduvo muy aventajado.

Si para constituir una literatura nacional bastaran la originalidad de imágenes, la traducción fiel de costumbres y caracteres, y el trasunto del clima y del cielo bajo el cual se vive, preciso nos sería confesar que el drama Ollantay simboliza la poesía indígena del Perú. Mas, cuando se versifica en la lengua de Cervantes y Calderón, no creo que el poeta alcance á ser ni más ni menos, que maestro ó alumno del Parnaso español. Por mucho que en nuestros tiempos, Juan León Mera en su Virgen del Sol, José Fornaris en sus Cantos del siboney, Julio Arboleda en su Gonzalo de Oyon y otros poetas cuya enumeración sería larga, hayan pretendido crear una literatura indígena, vése en sus obras algo de amanerado, de poco espontáneo, y traslúcese estudioso empeño para disimular que los buenos modelos de la literatura española han influído en la inspiración del autor. ¿Quién al leer estos versos, bellísimos por otra parte, que se presentan como ejemplo de americanismo poético,

no tiene el Amazonas, en sus orillas,
rosa como la rosa de tus mejillas,
ni, en sus laderas, tienen nuestras montañas
roca como la roca de tus entrañas,

no se imagina estar leyendo una de las armoniosas serenatas orientales de Zorrilla? Mal que nos pese, y mientras en América no inventemos para nuestro uso exclusivo un idioma, nuestra literatura tiene que ser española, eminentemente española. El americanismo en literatura no pasa, en mi concepto, de un lindo tema para borronear papel.

Pero estas reflexiones que, sobre primitiva literatura indígena y sobre americanismo en literatura, se me han escapado al correr de la pluma, eran indispensables para formular una opinión acerca de la obra en que, con tanta felicidad, ha lucido el señor Carrasco sus buenas dotes de poeta y su ilustración lingüística.

Historiadores de nota, apoyándose en Garcilaso, dicen que no fueron desconocidas entre los antiguos peruanos las farsas escénicas, ó lo que tanto vale, que existió la poesía dramática.

Si el Ollantay (y perdónese lo que haya de presuntuoso en esto juicio) es la prueba testimonial que de esa opinión se me presenta, tentado estoy de sostener que la obra no fué compuesta en época de los Incas, sino cuando ya la conquista española había echado raíces en el Perú.

En efecto. Basta fijarse en la distribución de escenas y en la introducción de coros, para que se agolpen al espíritu reminiscencias del teatro griego. Diráse que las unidades de tiempo y de lugar no están consultadas; pero esto no probaría más sino que el autor quiso apartarse de los preceptistas clásicos, forzado acaso por la imposibilidad de encerrar su argumento en la estrechez de límites por aquéllos establecida.

La escena del acto primero entre el galán y el gracioso, nos recuerda la obligada exposición de los poetas dramáticos del antiguo, original y admirable teatro español. Así en las comedias de Lope, Calderón, Moreto, Alarcón, Tirso y demás ingenios de la edad de oro de las letras castellanas, vemos siempre aparecer galán y gracioso preparando al espectador, con una larga tirada de versos, al desarrollo del asunto.

Otra de las circunstancias que me hace presumir que el Ollantay fué escrito en el segundo ó tercer siglo de la conquista, y por pluma entendida en la literatura de los pueblos europeos, es la de que ni los antiguos ni los modernos poetas que han versificado en quichua hicieron uso de la rima, ya fuese ésta asonante ó consonante. Plumas muy autorizadas han sostenido que la rima no entra en la índole del quichua, y de ello dan prueba concluyente los yaravíes, versos esencialmente y populares.

Acaso esta opinión mía, en abierta discordia con la de los eruditos filólogos Marckam y Barranca, y con la de hábiles críticos que, así en el Perú como en Inglaterra, Francia y Alemania se han ocupado del Ollantay, sea tildada de extravagante. Pero sea de ello lo que fuere, y dejando la cuestión en tela de juicio para que ingenios más competentes decidan si es exagerada ó inaceptable mi opinión, no por eso deja de tener el Ollantay un sello de indisputable mérito.

Servicio, y grande, ha hecho, pues, á la Historia y á las letras el inteligente señor Carrasco, contribuyendo á popularizar con el atractivo que brindan los buenos versos de su traducción, una de las más hermosas leyendas de la época de los Incas.