Orlando furioso, Canto 10
1 Entre cuantos amores en el mundo
hubo jamás, y cuanta fe constante,
entre cuantas de amor noble y profundo
pruebas obró cualquier famoso amante;
daré el primer lugar más que el segundo
a Olimpia, y si no está de ellas delante,
diré al menos que en fe antigua o nueva
no se halla que otra hiciese mayor prueba;
2 y que al hombre de amarlo persudiera
con tanta seña manifiesta y clara,
pues nunca persuadir mejor pudiera
si no es que abierto el pecho le mostrara.
Y así, si amada ser de igual manera
merece alma de amar tan poco avara,
digo que Olimpia es digna de que al menos
no la ame uno, sino diez Birenos;
3 y de no ser jamás abandonada
a causa de otra dama, aunque sea aquella
que a Europa concitó contra Asia armada,
u otra cualquiera célebre por bella;
que antes es mejor gusto, mirada
oído, olfato y voz perder que a ella,
y aun la vida y la fama y cualquier cosa
que se pueda estimar como preciosa.
4 Si amó Bireno, como Olimpia amólo;
si le fue fiel, como ella fiel le ha sido,
si no conoció él más norte y polo
que el que ella le mostraba como nido;
o bien si cometió contra ella dolo
y a tanta fe y amor fue fementido,
quiero decir, y haceros, tras mi empeño,
morder los labios y fruncir el ceño.
5 Luego que expuesta la impiedad os sea
que a tan grande bondad sirvió de pago,
damas, ninguna de vosotras crea
de amante alguno promisión o halago,
que el hombre, por gozar lo que desea,
olvidando que Dios cobra el impago,
enhebra uno tras otro juramento
que ha todos luego de llevarse el viento.
6 Su juramento y su palabra vana
los pierde el viento y son cosa de un día,
a poco que ha saciado al fin la gana
y sed que lo abrasaba y encendía.
Sed a los ruegos, pues, con que os allana
por el caso que os doy, de alma más fría;
que feliz es aquel que halla escarmiento,
señoras mías, en ajeno cuento.
7 Guardaos de aquellos que en la edad más tierna
muestran imberbe aún su bello gesto,
porque un leve apetito los gobierna
que a humo de pajas nace y muere presto.
Como por frío, sol, campo o caverna
sigue a la liebre el cazador dispuesto,
y no la estima más una vez presa,
pues sólo la que huye le interesa;
8 así hacen estos mozos, que entre tanto
ven que mostráis de su intención recelo,
os solicitan vuestro amor con cuanto
primor sirve el que esclavo es del martelo;
mas tan pronto que alcancen vuestro encanto
y vean que picasteis el anzuelo,
seréis esclavas, y el amor supuesto
veréis patente y el fingido gesto.
9 No os digo, no (que no es éste mi celo)
que no os dejéis amar, pues sin amante
seréis como la vid que en el majuelo
no tiene palo en que se apoye o plante.
Os digo sólo que el hebén mozuelo
debéis huir, voluble e inconstante:
fruto elegid mejor no verde y duro,
mas no tanto que pase de maduro.
10 Más arriba os contaba que una hija
del rey de Frisia había sido hallada,
que había (o eso él dice que cobija)
a su hermano Bireno destinada.
Mas, a decir verdad, Amor lo aguija,
que era vïanda ella delicada,
y juzga cortesía necia y loca
sacarla, por cederla, de su boca.
11 No pasaba la dama referida
de los catorce, y era bella y fresca
como rosa que apenas florecida
con el sol nuevo tras la nieve cresca.
No ya Bireno amó, mas tan subida
llama se vio enceder jamás la yesca,
ni causa la envidiosa y enemiga
mano que prende la amarilla espiga,
12 como a él pudo encenderle aquel encanto,
como él arde y su antiguo amor expele,
al ver de ella el semblante envuelto en llanto,
cuando ante el cuerpo del frisón se duele.
Y así, como enfriarse el agua un tanto
antes de hervir con agua fría suele,
quedó el fuego que Olimpia había encendido
de un nuevo sucesor tibio y vencido.
13 No ya de ella saciado, pero ahíto
está tanto que de ella desespera;
y tanto la otra enciende su apetito
que cree morir, si mucho más espera.
Mas, mientras llega el día de él prescrito,
tanto se frena y finge de manera
que parece que a Olimpia adora en grado
que sólo, si a ella gusta, es de su agrado.
14 Y si acaricia la otra (que no puede
menos acaricïar de cuanto debe)
no hay quien del gesto con sospecha quede,
y antes a compasión cree que se debe;
que confortar al que Fortuna agrede
y dar regalo al que sus heces bebe,
merece premio, y no censura y riña,
y tanto más si es inocente niña.
15 ¡Oh Dios del cielo, cómo el juicio humano
de niebla a veces se oscurece tanto!
El modo de Bireno impío y profano
todos reputaron noble y santo.
Mientras la tropa, con el remo en mano,
y ya alejados de la costa un tanto,
llevaba entre los mil caños salados
rumbo a Zelanda nobles y criados.
16 Habiendo ya dejado atrás perdido
de vista todo el término de Holanda
(pues, evitando Frisia, habían cogido
rumbo hacia Escocia por la izquierda banda),
de un viento se halló el barco sorprendido
que a errar tres días por el mar lo manda,
al cabo de los cuales hizo entrada
de noche en una isla desploblada.
17 Fondeando en un pequeño golfo o seno
Olimpia el blanco pie en tierra echa
y en compañía del infiel Bireno
cena contenta y sin tener sospecha.
Después, allá donde en lugar ameno
habían dispuesto tienda y cama hecha,
con él entró; y el resto, vuelto al leño,
se dio también en la ocasión al sueño.
18 La jornada del mar medrosa y dura,
que en vela la ha tenido siempre puesta,
el verse en tierra ya a salvo y segura,
alejada del ruido en la floresta,
y el que ningún cuidado ni estrechura,
pues ya goza a su amante, la molesta;
obró que Olimpia en tal sueño cayera,
que ni oso ni lirón mayor lo hiciera.
19 El falso al que desvela el tabardillo
de su traición, cuando dormir la siente,
sale del lecho quedo, hace un ovillo
con las ropas que trajo, y sordamente,
huyendo la prisión por el portillo,
como provisto de alas, va a su gente,
la alza y sin que voz se oiga siquiera
zarpa de allí dejando la ribera.
20 Atrás deja la isla y deja en ella
a Olimpia, que durmió sin darse cuenta
hasta que el paso de la aurora bella
cuajadas gotas de rocío asienta,
y del martín se oye la querella
con que aún su antigua pérdida lamenta.
Medio dormida aún, tiende la mano
buscando a su Bireno, pero en vano.
21 Nada topa, y la mano atrás retira;
vuelve a tenderla y vuelve a topar nada.
Un brazo y otro extiende; luego estira
una pierna, las dos, mas todo es nada.
El miedo la despierta; y al fin mira:
a nadie ve, y la pluma ahora enviudada
no más calienta, pues se arroja fuera
y corre presurosa a la ribera;
22 corre y se araña el gesto temblorosa,
segura de cuál es ya su fortuna,
La crin se arranca y hiérese rabiosa,
y va mirando (pues lucía la luna)
si ve que no sea playa alguna cosa;
mas no ve, si no es playa, cosa alguna.
Bireno grita, y al gritar Bireno
responde el eco, a su dolor no ajeno.
23 Un peñasco se alzaba en aquel tajo
que había el mar, con su batir frecuente,
excavado de suerte por lo bajo
que un arco parecía en su saliente.
Subió a la cima Olimpia sin trabajo
(que tal ánimo infunde el mal presente)
y ve de su señor la vela henchida,
ya en lontananza, acometer la huida.
24 La ve, o eso a creer su amor la trae,
que apenas si se puede aún ver nada.
Temblando toda, arrodillada cae
más que la nieve pálida y helada,
mas, luego que aquel flaco helor retrae
vuelta la voz al rumbo de la armada,
mil veces grita, cuanto puede en alto,
el nombre del traidor de fe tan falto;
25 y suple lo que no puede la boca
el llanto y el batir palma con palma.
«No lleva el barco el flete que le toca.
¿Adónde vas, crüel, sin tener calma?
Vuélvelo atrás por mí, que es carga poca
que lleve el cuerpo, pues ya lleva el alma.»
Y hace con los brazos y el vestido
aún señas, porque vuelva el fementido.
26 Pero el viento que aquella nave aleja
de aquel mozo de tan leve apetito,
también lleva consigo ruego y queja
de la infeliz Olimpia, y llanto y grito;
la cual tres veces, por su mal coteja
si ha de arrojarse al mar desde el granito;
mas cesa al fin de ver el agua brava,
y vuelve allá donde la tienda estaba.
27 Y, hundiendo contra el lecho el rostro triste,
lo bañaba con llanto y le decía:
«Si anoche a los dos juntos acogiste,
¿por qué al alba dos en ti no había?
¡Oh pérfido Bireno, oh siempre triste
aquel en que nací maldito día!
¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo hacer sin medio?
¿Quién me dará consuelo? ¿Quién remedio?
28 »Hombre no veo aquí, ni indicio alguno
que dé a entender que hombre alguno habite;
ni barco en el mar veo que oportuno
de aquí me saque y mi prisión evite.
De hambre moriré, sin que haya alguno
que muerta me dé tumba y deposite,
si no es que dentro de él me deposita
algún lobo que en esta selva habita.
29 »Sospecho y me parece ya que vea
león y tigre aquí (¡oh cruda suerte!)
y cuantas fieras la Creación provea
de agudos dientes y de garra fuerte.
Mas ¿qué fiera cruel habrá que sea,
fiera cruel, peor que tú en dar muerte?
que a ellas darme muerte una vez sacia,
y tú de darme mil no estás aún sacia.
30 »Y suponiendo aún que ahora arribe
piloto que me libre de esta suerte;
y así tigre y león y lobo esquive,
y hambre y sed y toda horrible muerte;
¿a Holanda me guiará, donde proscribe
tu guardia el paso a toda plaza y fuerte?
¿Iré donde he nacido y me he criado,
si tú con fraude ya la has usurpado?
31 »Mi reino tú, bajo mendaz supuesto
de amor y parentesco, me has quitado.
Fuiste a poner tu gente allí muy presto
por ver sujeto a ti todo mi estado.
¿Puedo volver a Flandes donde el resto
que aún poseía, aunque no muy sobrado,
vendí por socorrerte y liberarte?
¡Ay de mí! ¿Dondé iré, si no hallo parte?
32 »¿Acaso a Frisia iré, donde podría,
y no lo quise, ser por ti señora
lo cual hizo que cuanto poseía,
padre, hermanos y patria, llore ahora?
Aquello que me has hecho no querría
ingrato reprochártelo a deshora,
que tú lo sabes bien, oh falso esquivo.
¡Este es el premio que de ti recibo!
33 »Mas antes que sea presa yo de robo
de algún corsario y ser vendida esclava,
venga el león, el tigre, el oso, el lobo
y cuanta fiera aquí deambula brava;
y en su cubil o tras algún algún escobo
me muerda sin piedad, mientras me acaba.»
Y mechón tras mechón la áurea guedeja,
así diciendo, entre sus dedos deja.
34 Corre otra vez la arena combatida,
y agita la cabeza y los cabellos;
y parece en sus gestos poseída
no de un demonio, mas de diez de ellos,
o Hécuba en la rabia desmedida
contemplando morir sus hijos bellos.
Sobre una roca, al fin, de correr deja
y más que roca a roca se asemeja.
35 Dejémosla llorar y ahora la vía
tomemos de Rogelio y su cuidado,
que al más intenso sol del mediodía
cabalga por la orilla fatigado.
Calienta el suelo el sol con gran porfía,
y el menudo sablón trae abrasado.
Poco falta a sus armas a ser luego,
cual fueron ya en la fragua, todas fuego.
36 Mientras la senda que sin fin recorre,
la sed y la fatiga de la vía
le dan, sobre el caballo con que corre,
molesta y enojosa compañía,
halla a la sombra de una antigua torre
que en la orilla del mar sobresalía,
tres damas de la corte allí de Alcina
que conoce en el gesto y ropa fina.
37 Sobre un rico tapete alejandrino
gozaban de la sombra recostadas,
entre copas de muy diverso vino
y gran suerte de frutas confitadas.
Entretenido del vaivén marino,
esperaba un batel que las izadas
velas llenase el caprichoso viento;
mas era apenas él un suave aliento.
38 Estas, que andar por la dudosa arena,
vieron Rogelio en su viaje presto
con muestras de gran sed y de gran pena,
y sudoroso el agostado gesto,
le sugirieron que a la sombra amena
(si no estaba al viaje bien dispuesto),
con su regalo a solazar se llegue
y al cuerpo exhausto el descansar no niegue
39 Y una su caballo presta alcanza
por tenerle el estribo y que bajara;
la otra con copa de espumoso avanza,
por que la sed al verla reavivara.
Mas no quiere Rogelio entrar en danza,
porque todo segundo que allí para,
es segundo que a él se acerca Alcina,
que marcha detrás de él, y es ya vecina.
40 No ya el salitre y el azufre puro
que toca el fuego tan presto se enciende;
ni así se agita el mar cuando el oscuro
violento vendaval sobre él desciende;
cual la tercera (al ver que, hecho él un muro,
a sólo proseguir la senda atiende
y todo lo desprecia y nada mira)
arde y se abrasa de furor e ira.
41 «No eres gentil tú, ni caballero
--dijo cuanto gritar pudo más fuerte--:
has robado esas armas, y el ligero
corcel no sería tuyo de otra suerte;
y así, como es verdad, tan solo espero
ver que te dan tu merecida muerte:
hecho cuartos, quemado o en el palo
por ingrato, ladrón, soberbio y malo.»
42 Y aparte de soflama así afrentosa
y de otras muchas que le dijo luego,
a las que responder no quiso él cosa,
pues no quiso por vil seguirle el juego;
subió con las hermanas presurosa
sobre el pequeño esquife riberiego,
y, esforzando los remos, lo seguía
paralela a la orilla todavía.
43 Lo amenaza, maldice, injuria, ofende
que sabe el dedo hundir bien en la llaga.
Llega él en tanto aquel estrecho allende
el cual el reino está de la otra maga;
donde un barquero su batel desprende
de la otra orilla, y no por cierto vaga,
como si ya avisado y prevenido
esté esperando al caballero huido.
44 Como lo ve llegar, zarpa el buen viejo
contento de hacer tan justo pasaje;
que, si es del corazón la cara espejo,
benigno y franco es por el visaje.
Puso Rogelio el pie sobre el barquejo,
agradeciendo a Dios; y en el viaje
iba dándole cuerda al bagarino,
muy sabio y ducho en el mester marino.
45 Este alababa que Rogelio hubiese
huido del poder de Alcina antes
que el cáliz encantado ésta le diese
que dio a beber a todos sus amantes;
y que hasta Logistila se viniese,
donde hay virtud y santidad bastantes,
belleza eterna e infinita gracia,
que nutre el corazón y jamás sacia.
46 «Ella --le dice-- pasmo y reverencia
infunde al alma en cuanto a ti se arrima.
Mira después mejor su alta presencia
y el resto lo tendrás en poca estima.
Su amor de todo amor se diferencia:
en todos el deseo el alma lima;
en este no es tirano el apetito,
pues sola su visión te tiene ahíto.
47 »Ella te enseñará estudio más grato
que ese de danza, música, alimento
perfume y baño; porque a más sensato
objeto eleves tú tu pensamiento,
y porque de la gloria del beato
conozcas, aunque tengas aquí asiento.»
Así hablando el barquero mueve el remo,
aún lejos de tocar el otro extremo,
48 cuando se ve surgir en la marina
gran flota que ha detrás de ellos salido.
Con ella viene la injuriada Alcina
y mucha de la gente que ha reunido,
dispuesta al fin a provocar su ruina
o a recobrar el rico bien perdido.
Es causa de ello amor no poco leve,
mas no menos la injuria es quien la mueve.
49 Jamás ella sufrió mayor afrenta,
que ésta que la consume ahora y la humilla;
y tanto a los que tiene al remo alienta
que apenas acaricia el mar la quilla.
Aquel estruendo de su paso aventa
el eco por el mar y por la orilla.
«Muestra el escudo ya que traes cubierto,
si no quieres caer o preso o muerto.»;
50 y, mientras habla así el de Logistila,
él mismo del escudo aparta el velo,
y el bruñido metal luego ventila
y hace la luz a imitación del cielo.
Aquel mágico lampo que encandila
a cualquier adversario y lleva al suelo,
de suerte enerva a aquella infame tropa
que caen unos por proa, otros por popa.
51 Un vigía que está sobre una roca,
la armada en la que Alcina va, atalaya;
y una campana repicando toca,
con que presto el socorro está en la playa.
La artillería, como lluvia, emboca
a todo el que a Rogelio a atacar vaya;
y así por esta aérea acometida
salva Rogelio libertad y vida.
52 Cuatro damas frenar la turbamulta
envía hasta la playa Logistila:
la valerosa Andronica, la culta
Fronesia, la honradísima Dicila
y Sofronisa casta, que resulta
la que ha de luchar más de aquella fila.
Ejército sin par hasta la costa
llega del fuerte, y frente al mar se aposta.
53 Entre el pie del castillo y la bocana
de grandes barcos hay soberbia armada,
que sólo a voz o toque de campana
espera hacer en la batalla entrada.
Al cabo estalló allí guerra inhumana,
o ya por tierra, o ya por mar, trabada;
que volvió del revés todo el estado
que había a su hermana Alcina antes quitado.
54 ¡Qué de batallas hay de las que vese
diverso fin de aquel que se creía!
No es ya que Alcina aquí no detuviese
el fugitivo amor tras que corría,
mas que tan grande armada a pique fuese,
por más que apenas en el mar cabía.
De la llama voraz que la destruye,
un solo barco salva, y en él huye.
55 Huye Alcina de allí, queda su gente
ahogada, rota, presa o abrasada;
mas es perder Rogelio lo que siente
más que cualquier fortuna antes pasada.
De día y noche gime amargamente,
por él llora sin fin desconsolada;
y, porque piensa que el martirio ceda,
lamenta en tanto que morir no pueda.
56 No puede hallar la muerte ningún hada,
mientras que cielo y sol no mude estilo;
porque Cloto, si no, de esto ablandada
ya habría por piedad cortado el hilo;
o habría, como Dido, muerto a espada;
o, cual la reina espléndida del Nilo,
la habría un áspid sumido en sueño fuerte:
más no pueden hallar las hadas muerte.
57 Mas volvamos a aquel que se merece
eterna gloria, y quede Alcina en pena.
Hablo de aquel que luego que aparece
ya a salvo al fin en más segura arena,
agradeciendo a Dios que favorece
su buen suceso, abandonó la escena;
y, acelerando el pie cuanto podía,
al fuerte fue que aquel lugar tenía.
58 Jamás ojo mortal vio alzarse un fuerte
antes ni después más rutilante.
Más precioso parece el muro fuerte
que si hecho de rubí o de diamante.
Jamás hablar de gema de tal suerte
aquí abajo se oyó; y el que ignorante
quiera saber de él, hasta allí vaya,
que no creo que otro igual como aquel haya.
59 Lo que hace que aventaje a toda gema
es que, mirando en él, el hombre alcanza
a ver el alma y no la costra extrema,
ve su virtud y vicio en fiel balanza;
y así ni injuria atiende ni anatema,
ni cura de lisonja o alabanza:
al verse en tal espejo, de repente
se vuelve, conociéndose, prudente.
60 Su lumbre imita al sol de tal manera
que hace quien sabio usa de su oficio,
que, a despecho de Febo, cuando quiera,
el día luzca, contra todo juicio.
Mas no sola sin par la piedra era,
mas toda su materia y su artificio
son tales que no hay quien firme crea
cuál de las dos mejor que la otra sea.
61 Sobre altísimos arcos, que puntales
parecen ser, según se ven, del cielo,
pensiles deliciosos hay, los cuales
los creo aun imposibles en el suelo.
Verdecer odoríferos frutales
se ven tras las almenas con tal celo
que en invierno y verano andan colmados
de bella flor y frutos sazonados.
62 Iguales no se ven jamás delante
fuera de estos plácidos jardines,
ni rosa ni violeta semejante,
ni lirios, ni amarantos ni jazmines.
Nace y muere la flor en un instante
que brote al exterior de sus confines,
dejando viudo al punto su talluelo,
como sujeta al varïar del cielo;
63 mas es allí perpetua la verdura;
perpetua, la beldad; la flor, eterna;
no ya porque benigna la Natura
allí templadamente las gobierna;
mas porque Logistila así procura
con el estudio de la acción superna,
y logra (aunque imposible lo parezca)
que siempre primavera allí florezca.
64 Logistila acogió con mucho agrado
la llegada de aquel señor augusto,
y prescribió que fuese regalado
y honrado en cuanto fuese honesto y justo.
Astolfo tiempo atrás había llegado,
y al verlo recibió Rogelio gusto.
En los días siguientes llegó el resto
que había en su ser Melisa antes repuesto.
65 Después de estar dos días allí holgando,
Rogelio se llegó al hada prudente,
pues él y Astolfo no veían cuándo
poder volver a tierras de Poniente.
Melisa habló por ambos suplicando
al hada generosa humildemente
que ayude y favorezca con instancia
que puedan ambos regresar a Francia.
66 «Así se hará --arguyó--, pero primero
dos días han de estar bajo mi mano».
Discurre entonces cómo al caballero
y luego a Astolfo ayude y no sea vano.
Concluye al fin que el volador ligero
lleve al primero al término aquitano;
mas quiere que bocado se haga y brida,
que lo refrene y su carrera impida.
67 Le enseña cómo deba hacer, si quiere
que suba o que en picado a caer venga,
o cómo en línea recta se acelere,
o haga punta, o quieto se sostenga;
y en cuanta arte un caballero adquiere
con un corcel, porque al montar convenga,
maestro por el aire se consuma
Rogelio del corcel que tiene pluma.
68 Después que conoció con gran efecto
la ciencia que el corcel alado encierra,
al hada despidió con mucho afecto
(pues mucho le cobró), y dejó su tierra.
Diré ahora cómo hizo aquel trayecto,
y cómo luego el duque de Inglaterra
volviera con más tiempo y más fatiga
a Carlomagno y a su corte amiga.
69 De allí al fin se partió, mas no dirige
al ave por la ruta que antes trajo,
aquella sobre el mar --como ya os dije--
que apenas dejó ver tierra debajo:
ahora que a placer su pluma rige
de aquí hacia allá, por vuelo alto o por bajo,
quiso volar los orientales pagos
que vieron, por Herodes, los tres Magos.
70 En su venida acá, dejando España,
topó a la India por más recta senda,
allá donde al oeste el mar la baña
y un hada con la otra hacía contienda.
Ahora se apresta a ver otra campaña
que más firme de Eolo se defienda,
y hacer la vuelta aquella así completa
para haber, como el sol, vuelto el planeta.
71 Catay a un lado, al otro Managiana
vio sobre el gran Quinsay sobrevolando;
traspuso el Himalaya, Sericana
dejó a mano derecha, y declinando
desde Siberia hasta la mar hircana,
llegó a la parte de Sarmacia; y, cuando
pasó el confín de Asia, voló Rusia,
luego al oeste, Pomerania y Prusia.
72 Aunque el deseo de Rogelio fuera
volver a Bradamante lo más presto;
cuando probó sobrevolar la esfera,
no quiso, por cumplir con lo propuesto,
de aquel vasto periplo dejar fuera
Polonia, Hungría, Alemania, y todo el resto
de aquella boreal y hórrida tierra;
y llega al fin por último a Inglaterra.
73 Mas no penséis, señor, que siempre estaba
volando el tiempo que duró el vïaje,
pues cada noche a reposar bajaba,
procurando evitar mal hospedaje.
Meses gastó en volver (aunque volaba):
tanto mar admiró, tanto paraje.
Al alba un día junto a Londres llega,
y el ave sobre el Támesis sosiega.
74 Allí en el prado admira cómo baja
gran copia de soldados a buen paso,
que al son de la trompeta y de la caja
venía en formación siguiendo el paso
del buen Reinaldo, honor de esta baraja;
del cual, si recordáis, ya dije el caso
de que era por mandato del rey Carlos
venido hasta esta tierra a reclutarlos.
75 Llegó Rogelio en ocasión que hacía
desfile la legión que va a la guerra;
y, por querer saber lo que allí había,
preguntó a uno, tras bajar a tierra;
y éste que era afable, respondía
que de Escocia e Irlanda e Inglaterra
e islas de allí entorno el campo era
que arbolaba al marchar tanta bandera;
76 y que una vez ya hecha la parada
marchaba pertrechado hacia la costa,
donde lo espera formidable armada
que por cruzar el mar allí se aposta.
Esperan en París, que es asediada,
vencer con él al moro que la agosta.
«Mas porque sepas de él completamente,
yo te diré quién es toda esta gente.
77 »Observa aquel pendón soberbio y grande
que entre leopardo y flor de lis se parte;
el capitán es quien lo ondea y blande,
y a él debe seguir todo estandarte.
Su nombre, que la eterna fama expande.
es Leoneto, en las armas nuevo Marte,
en las ciencias de guerra un Zoroastro,
del rey sobrino, y duque de Alencastro.
78 »El que más cerca del real se muestra
que, tremolando tras la lís y el pardo,
tres alas blancas sobre el verde muestra,
trae el conde de Varvecia, que es Ricardo.
Aquel otro es del duque de Glocestra
que un ciervo muestra en la testuz gallardo.
El hacha anuncia al duque de Clarencia;
al de Eboraco el árbol evidencia.
79 »Aquel que rota en tres muestra una lanza
es el pendón del duque de Norfocia.
Aquel del rayo trae el conde de Canza;
y aquel del grifo el conde de Prembocia.
Del duque de Surfocia es la balanza.
El yugo aquel que dos sierpes asocia
es del conde de Esexia; y la guirlanda
en campo azul de aquel de Norbelanda.
80 »El conde de Arundelia es precedido
de esa barquilla que en el mar se afonda.
Ve allí al marqués de Barclay; y de seguido
a los condes de Marca y de Raimonda.
Lleva aquel sobre blanco un monte hendido;
palma, el segundo; el otro, pino y onda.
Van luego el de Dorsecia y el de Antona;
uno con carro, y otro con corona.
81 »El halcón que hacia el nido el vuelo inclina
lleva Raimundo, conde de Devonia;
negrigualdo es aquel de Vigorina;
del de Erbia el perro; el oso del de Oxonia.
La cruz que desde aquí bien se adivina
es del rico prelado de Batonia.
¿Veis sobre el gris aquella silla rota?
Al duque Armán de Somorsed denota.
82 »Los guerreros y arqueros a caballo
son cuarenta y dos mil de gruesa malla.
El doble son, y no en más de cien fallo,
aquellos que a pie van a la batalla.
Ve el gris, el verde, el gualdo al rey vasallo,
y el negro y el azur que allí se halla:
Godofredo, Enrique, Eduardo, Ermante
son con su gente y su pendón delante.
83 »Duque es de Baquingamia el de delante;
va el conde Enrique atrás, de Sarisberia;
señorea Burgania el viejo Ermante,
Eduardo, al fin, es conde de Croisberia.
Son estos de la parte de levante
los de Inglaterra. Vuélvete hacia Hesperia
donde hay de Escocia treinta mil soldados,
del príncipe Zerbino comandados.
84 »Los dos licornios y el león entre ellos
con la espada en la garra plateada
del rey de Escocia son; y con aquellos
marcha Zerbino al frente de la armada.
No hay bello como él entre los bellos:
se hizo, y rompió el molde tras su hornada.
Duque es de Ros; y no tiene en el mundo
en gracia y en virtud ningún segundo.
85 »Trae sobre azul una dorada barra
el conde de Otonley, allí al resguardo.
El otro es el pendón ducal de Marra
que muestra con cadenas un leopardo.
De aves y colores muy bizarra
mira la enseña de Alcabrún gallardo:
ni duque, ni marqués, ni conde, infiero,
pero en su patria indómita el primero.
86 »Del duque de Estrasfordia es la otra enseña
que muestra un ave al sol mirar de grado,
Sigue el conde de Angús en la reseña
con toro y dos lebreles a su lado.
Ve al duque de Albanía allá, que enseña
el campo blanco y el azul listado.
Aquel buitre, que un verde dragón mata,
al conde de Bucania nos delata.
87 »Ve a Armán de Forbes cómo se pertrecha
y lleva blanca y negra la bandera;
y ve al conde de Erelia a su derecha,
que en verde un hacha trae de ardiente cera.
Ahora la vista a los de Irlanda echa:
dos grupos son; del conde de Quildera
es uno; y el de allá de áspera sierra
trae el conde de Desmonda hasta esta tierra.
88 »Aquel trae en su pendón un pino ardiente;
y éste sobre el blanco roja banda.
No dan socorro a Carlos solamente
los reinos de Inglaterra, Escocia, e Irlanda;
mas de Suecia y Noruega llega gente,
de Thule y la remota isla de Islanda;
y al fin de toda hiperborea tierra,
amiga natural de hacer la guerra.
89 »De estos dieciséis mil aquí han llegado,
salidos de su cueva y selva fiera;
peludos son de faz, pecho, costado
brazos y piernas, como lo es la fiera.
Parece entorno al blanco de su estado,
que una selva de picas floreciera:
Morato, su señor, lo lleva ahora,
para teñirlo con la sangre mora.»
90 Mientras Rogelio de esta gente bella
que en ayuda de Francia se prepara,
ve las insignias, y recuerda de ella
los nombres que el soldado le anunciara;
uno tras otro, por mirar aquella
bestia que monta él, unica y rara,
corre como curioso hace el chiquillo,
y vese entorno a él presto un corrillo.
91 Y así por dar aún más maravilla,
y holgarse más de aquel común espanto,
suelta la rienda al volador que ensilla,
y clava espuelas en la carne un tanto.
Éste derrota por el aire pilla
dejando el campo atónito entretanto.
Al fin, después de que de banda a banda
viese Inglaterra, enderezó hacia Irlanda.
92 E Hibernia vio con su frialdad y nieve,
donde el anciano santo hizo la cava
en que tal gracia hallarse dentro debe
que expurga al hombre toda culpa prava.
Por allí sobre el mar el corcel mueve,
aquel que la menor Bretaña lava;
y vio al pasar, mirando el agua airada,
a Angélica a la piedra encadenada.
93 A la piedra, en la Ínsula del Llanto,
que aquella isla del Llanto era llamada,
aquella que por cruda y fiera tanto
gente sin corazón era habitada,
la cual (como os conté ya en otro canto)
recorría las costas con su armada
buscando bellas que en cruel tormento
sirviesen a su monstruo de alimento.
94 Allí por la mañana fue amarrada,
y allí para engullirla se venía
aquella orca voraz desmesurada
que de este cebo infando se nutría.
Ya di razón de cómo fue raptada,
cuando en la orilla de la mar yacía
al lado de aquel mal viejo ermitaño
que allí la había llevado con engaño.
95 Puesta en la roca aquella gente cruda
expuso a la cruel bestia espantosa
la bellísima dama tan desnuda
como el día en que fue su idea cosa.
Ni un velo apenas a cubrir la ayuda
el blanco lirio y la encarnada rosa,
que en su cuerpo esparcidos por entero
no marchitan jamás julio ni enero.
96 Creyera el paladín que estatua fuera
bien de alabastro, bien mármol de lustre,
que en el escollo así dispuesta fuera
por artificio de escultor ilustre:
si una lágrima al fin no distinguiera
entre la fresca rosa y el ligustre
regar su aún incipiente pecho bello,
y el viento desatar su áureo cabello.
97 Cuando los ojos en sus ojos fija
memoria de quien ama le sorprende.
Piedad y Amor su ausencia a un tiempo aguija
y de pena con llanto se suspende.
Y dice con pasión dulce y prolija,
después que el vuelo del corcel distiende:
«Oh digna sólo tú de la cadena
con que Amor a sus siervos encadena,
98 »e indigna de esta suerte y toda aciaga,
¿quién es el que cruel, el que malvado
de importuno livor ciñendo llaga
el mármol de esas manos regalado?»
¿Qué mucho que al sentirlo ella se haga
de grana como un mármol jaspeado,
viendo que a ojos de todos se descubre,
cuanto, aunque bello, la vergüenza encubre?
99 Cubierto el rostro con la mano habría,
si no estuviese atada al duro tajo;
mas de llanto, que al menos lo tenía,
lo bañó todo, y lo mantuvo en bajo.
Después que hipó y sollozó a porfía,
habló un poco con tono triste y bajo,
mas no siguió, que presto la detiene
un gran rumor que de las aguas viene.
100 Se vio entonces la orca desmedida.
con medio cuerpo hundido y medio fuera.
Como suele la nave ser movida
del viento cuando a puerto se acelera,
así la bestia horrenda a su comida
se acerca; y de allí a poco se la espera.
A Ángelica un pavor inmenso hiela,
y en vano el buen Rogelio la consuela.
101 La lanza él de arriba a abajo mece,
no enristra, y de este modo la golpea;
No sé a que se parezca el feo pece,
que una gran masa en convulsión no sea.
Sólo animal en la testuz parece,
que por los dientes jabalí se vea.
La punza entre los ojos y en la cara,
mas cual si hierro o pedernal tocara.
102 Pues no sirve el primer golpe de nada
vuelve Rogelio para hacer segundo.
El monstruo, que la sombra proyectada
ve sobre el agua, sin perder segundo
deja su cierta presa abandonada
y sigue aquella incierta furibundo.
Por ir tras esta incierta, atrás se gira;
Rogelio baja, y muchos golpes tira.
103 Como del cielo el águila desciende
que ve reptar culebra por la hierba,
o que, desde la roca donde atiende,
cómo la escama de oro pule observa,
asaltar por la parte no pretende
que el diente venenoso la preserva,
mas por atrás se acerca y bate el ala,
a fin de que no muerda cuando cala;
104 Rogelio así con lanza y con espada
no al monstruo por los dientes acomete,
mas por el lomo y cola hace bajada
y en la cerviz la aguda lanza mete.
Si la fiera se vuelve, hace escapada,
desciende y otra vez allí arremete,
mas cual, si duro pedernal alcance,
no puede herir la bestia en ningún lance.
105 Incordia así la mosca impertinente
al cansado mastín en pleno agosto,
o en el mes anterior o en el siguiente,
lleno de espiga aquel y este de mosto:
ojos y hocico pica incontinente,
hace punta y repite aquel regosto;
y el aire muerde el can con poca suerte;
mas, si acierta una vez, le da la muerte.
106 Tan fuerte ella en el mar la cola bate
alzando al cielo así el agua salada;
que no sabe ya bien si volar trate,
o si el corcel dentro del agua nada.
Desea acabar muy presto aquel combate,
que si es más tiempo el ave así mojada,
teme que al fin su pluma tanto empape
que sólo sobre esquife o boya escape.
107 Cambia de industria, y cree mejor si intenta
vencer con otra arma al monstruo crudo:
cegar ahora pretende al que se enfrenta
con el brillo encantado de su escudo.
Vuela a la costa, y porque no lo sienta
la dama atada a aquel peñón desnudo,
le pone en el meñique de la mano
la joya que hace aquel encanto vano;
108 aquel anillo que por él había
Bradamante a Brunelo arrebatado;
y, por salvarlo de la maga impía,
por medio de Melisa le había dado.
Melisa (como en canto otro os decía)
en India en bien de muchos lo había usado;
donde a Rogelio lo entregó tras esto,
el cual siempre después lo llevó puesto.
109 A Angélica lo da porque no piensa
que aquel fulgor la rinda sin sentido,
y porque tengan frente a él defensa
los ojos que en la red ya lo han prendido.
Se acerca mientras trae la orca inmensa
medio mar bajo el vientre comprimido.
Rogelio, al quite, al fin levanta el velo
y un nuevo sol parece haber el cielo.
110 Hirió la luz a aquella fiera altiva
en los ojos al modo acostumbrado.
Como se ve flotar a la deriva
trucha que ha el montañés con cal turbado,
así se ve en el agua panza arriba
el monstruo horriblemente desmayado.
Rogelio infatigable lo golpea,
mas no halla forma de que herido sea.
111 La bella dama, sin embargo, ruega
que no trate a la bestia de dar muerte.
«Desátame, señor, hasta mí llega
--llorando dice--, antes que despierte:
Ahógame en el mar si es que te plega,
.--mas no dejes que acabe aquí mi suerte.»
De sus ruegos, Rogelio conmovido
la desató, y la alejó del lido.
112 Espoleado el corcel corre la arena,
salta hacia al aire y a volar arranca;
y uno al lomo va, y aquella Helena
detrás va acomodada sobre el anca.
Así privó a la fiera de una cena
harto exquisita para ella y blanca.
Girando va el jinete a ver su peso,
y siempre en pecho y ojos da algún beso.
113 Muda el consejo ante su carga hermosa
que antes tenía de volar a España;
y en la vecina costa el corcel posa,
donde hace entrada al mar la otra Bretaña.
Allí una selva ve de encina umbrosa
donde Procne parece allí que plaña,
con una fuente que refresca un prado,
y aquí y allá algún cerro despejado.
114 Se ve al fin cómo el mozo ardiente afloje
su audaz carrera, y baja a la verdura,
y las alas del ave al fin recoge
mas no las que el deseo más procura.
Apenas descendió, gran ansia coge
de otra montar, mas le obsta la armadura;
le obsta, y mientras toda se la quita,
poner freno al deseo necesita.
115 Ansioso, pieza a pieza mientras tanto
confusamente el mozo se desnuda.
Jamás le pareció ser esto tanto:
pues si un lazo desata, dos anuda.
Mas harto largo es ya, señor, el canto
y tal vez quiera ver mi lengua muda;
así que aplazaré mejor el cuento
hasta que os sea de mayor contento.