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Oro y ébano/Las manos de mi madre

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Las manos de mi madre

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Manos que en el crespón de la tiniebla

de la noche insonora

pálidas flotan como airón de niebla!

¡Oh, las manos difuntas

de la triste señora,

de la madre doliente

que ha tiempo no responde a mis preguntas!

¡Oh manos que existieron solamente

para elevarse a Dios y vivir juntas!


Manos hechas de amor, adoloridas,

sangradas sin cesar por los abrojos

de las ajenas vidas?!

Que nunca hubieron de ocultar sonrojos,

que en el mundo cerraron mis heridas

y que se fueron sin cerrar mis ojos!


Oh manos aguzadas

por el dolor y la piedad... divinas

manos que vi a menudo entrelazadas

cual si una de la otra, acaso por lo finas,

siempre hubiesen estado enamoradas!


Manos claras, radiosas,

que siempre aleteantes y piadosas,

esparciendo un frescor de esencias vagas,

posábanse cual níveas mariposas

en los rojos claveles de las llagas!


Manos alabastrinas,

frágiles y pequeñas,

cuyos dedos de raso

en la noche del mal llena de espinas,

me llamaron por señas

y enderezaron mi torcido paso!


Manos claras, serenas,

azuladas apenas

por la red de las venas,

que parecían, al tocar las cosas,

por encima, azucenas;

y por debajo, rosas.


Manos sabias, prolijas,

que mi sudor secaron en la cuesta

que me tocó subir... Manos de santa

que nunca entorpecieron las sortijas,

y en mi noche más lóbrega y funesta

trizaron la blasfemia en mi garganta!


Desde la eternidad donde cual una

tenue gasa de luna

flotáis, manos queridas

que nunca hubisteis de ocultar sonrojos

y en el mundo cerrasteis mis heridas?

volved, ¡oh manos!...¡y cerrad mis ojos!