acata pero no se cumple, por los puertos de América entraron los clásicos románticos de la caballería como el Amadís de Gaula, considerados por la metrópolis como profanos. Para controlar la circulación de textos sospechosos se estableció, como resultado del Concilio de Trento, el lndex Librorum Prohibitorum (1559). Sin embargo, la membrana siempre fue permeable y la literatura política y profana llegó por estos rincones, especialmente durante el siglo XVIII, en que comenzaron de a poco a llegar a tierras americanas y a bibliotecas particulares los textos de la vanguardia ilustrada europea.
El movimiento de la Ilustración en la Europa del siglo XVIII tuvo sus raíces en el racionalismo y empirismo de filósofos y pensadores del siglo XVII como Locke, Hobbes, Galileo, Descartes, entre otros. El impulso que fundamentaría la evolución del hombre en sociedad sería la razón y la ciencia. Se trataba de una visión eminentemente burguesa que atravesó Occidente con sus valores y su cosmovisión laica y racionalista, sustentada en una fe inquebrantable en el progreso, como instrumento para alcanzar la felicidad humana. La lucha contra la tradición y las formas religiosas, colocando como eje de la preocupación al hombre y su libertad, pusieron en jaque las estructuras políticas del Antiguo Régimen.
La ley, el constitucionalismo, la separación de los poderes del Estado, la soberanía ciudadana, el contrato social, los derechos del hombre, la libertad, la igualdad serían conceptos que adquirieron materialización con el proceso revolucionario de 1789 en Francia, inspirados, por cierto, en el ejemplo independentista estadounidense, que atravesaron continentes para llegar a las tierras americanas por la vía de los libros. Así, autores como Diderot, Voltaire, Rousseau, Montesquieu fueron leídos en las colonias españolas con fruición; en el caso de Chile, ya a fines del siglo XVIII, aunque con mayor influencia a mediados del siglo siguiente.