melancólico la remota aparición del mar -símbolo para mí de lo desconocido, en aquel solemne cuanto arriesgado viaje al reino de la Fama y de la Fortuna.
Una hora después desaparecieron todas mis preocupaciones y tristezas... Habíamos llegado cerca de una agria pendiente, denominada la Cuesta de la Reina, ya muy vecina á Málaga, desde donde se descubre de pronto y á vista de pájaro toda la ciudad, toda su campiña, todo su puerto poblado de mástiles, todo su mar, dentro y fuera del espigón del Muelle, que remata en la nombradísima Farola, y luego una gran extensión del Mediterráneo y hasta vagos asomos de la costa africana... Parecía que el mar estaba verticalmente debajo de nosotros: ¡tan empinada es la cuesta que nos separaba de sus orillas! Reverberaba el sol en aquella inmensa lámina de agua, como en disforme espejo... La orla de blanquísima espuma que, en playas y peñas, marcaba los límites de la tierra y de las olas, semejaba la fimbria de armiño de aquel dilatado manto azul con reflejos de