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Página:7 de julio - novela (1906).djvu/10

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B. PÉREZ GALDÓS

año de anarquía, en el transcurso de estos trescientos sesenta y cinco motines, la calle de Coloreros no ha sufrido variaciones importantes. D. Patricio no parece más viejo: al contrario, creeríasele rejuvenecido por filtros milagrosos. Está más inquieto, más exaltado, más vivaracho; su pupila brilla con más fulgor, y la contracción y dilatación de las venerables arrugas de su frente indican que hay allí dentro hirviendo volcán de ideas.

Cuando suena la hora del descanso y salen los chicos, atrepellándose, golpeando el suelo con sus pies impacientes y llenando toda la calle con un desaforado estruendo de chillidos, payasadas y cabriolas, que afortunadamente duran poco, D. Patricio limpia sus plumas, se arregla el gorro, para que ninguna parte de su cráneo quede en descubierto, y unas veces con la regla en la mano, otras con las manos en los bolsillos, sale al portal entonando entre dientes patriótica cancioncilla.

Si Lucas está en su puesto, padre e hijo hablan un rato antes de subir a comer. Otras veces D. Patricio planta su pintoresca figura majestuosa en el umbral, mira al cielo, husmea la temperatura y dirección del viento, y si sus remos se han entumecido, da un paso hasta el arco de San Ginés, sentando los pies con fuerza y estruendo para que entren en calor. Algunas palabras sonoras salen de su pecho, mientras mira de nuevo el cielo, como si en la inalterable grandeza de éste viera una imagen de la inmortalidad.

Un día D. Patricio cantaba: