B. PÉREZ GALDCS
— [Paciencia, paciencia!— dijo Cuadra con* amargo desdén.— Querida hija, ¿no sostiene» que Dios ampara á los débiles?
— Yo me voy... yo me voy— manifestó con honda ansiedad Naranjo.—Huiré... traspasaré la frontera. ¿Cuánto hay de aquí á la frontera? I
— Huya usted... yo...
Gil de la Cuadra probó á levantarse del lecho; pero sus miembros doloridos le negarontodo movimiento, y después de incorporarse ligeramente, cayó inerte, lanzando ardiente resoplido.
— Huya usted... - murmuró sordamente. — Yo espero.
—Voy á recoger lo que pueda... ropa, un poco de ropa. ¡Ay! si tuviera alhajas me las* llevaría.
— Es justo. Sólita y yo nos quedamos. ¿Qué hora es?
— Las doce y media... |Oh, si tendré tiempo, Dios mío, de ocultarme!... Saldré de Madrid; correré la noche y todo el día de mañana... Pronto, pronto: no hay que perder tiempo.
Naranjo corrió á sus habitaciones con la presteza de un gamo perseguido. En el breve instante que estuvieron solos, padre ó hija no hablaron nada. Los dos parecían muertos.
Volvió Naranjo con un lío, que febrilmente compuso, arreglándolo todo en la brevedad da un pobre pañuelo. Por fortuna era célibe y nótenla más familia que su propia persona. La mujer que le servía, una pobre anciana sin