amparo y muy religiosa, libre de todo otro temor que no fuera el de Dios, se negó á acompañarle.
— Es la una. ¿A qué hora amanece? Señora Doña Sólita de mi alma, si me diera usted un -alfiler se lo agradecería.
Mientras arreglaba el paquete, su lengua no podía estar en reposo.
— Parece—decía,—que la conspiración no puede ir peor. Esos necios han echado á perder un negocio tan bien tramado. Ahora se niegan á ir á Talayera, donde les destinó el Gobierno. |Menguados, menguadillos! La Milicia y las tropas de línea que hay en la Corte y las que han venido de Burgos y Valladolid, les atacarán mañana; y una de dos: ó se rinden ó se dispersan.
D. Urbano echó en un suspiro la mitad de su alma.
— ¡Habrá una degollina de guardias...! Vaya, que en rigor lo tienen bien merecido por cobardes, por torpes... ¡Qué irrisoria muchachada! Han comprometido sin fruto áS. M.
— Sr. de Naranjo— dijo Cuadra con a? ento <le dolor muy vivo,—váyase usted de una vez.
— Es una infamia lo que han hecho— añadió el preceptor...—[Irse al Pardo! Si hubieran atacado el día l.°á la Milicia, fácil habría sido desarmarla; pero ahora... Me alegraré de <que los patriotas les machaquen las liendres. Si no quedara uno...
—Por favor, Sr. Naranjo, váyase uited. Arreglado el paquete, el maestro se sentó obre él. Estaba meditabundo y desconcertado