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INTRODUCCIÓN xxi

demoras de la Corte, les prorrogase esas permisio- nes ad-interin y mientras llegaba la soberana reso- lucion. El Cabildo se esmeraba en lo mismo: se nombraban y expedian diputados para diligenciar las prórrogas y hasta se echaba mano de la Compañía de Jesús y de sus hábiles diplomáti- cos para que impetraran y obtuvieran la deseada gracia de interés tan vital para la ciudad. No te- niendo dinero para expensar y pagar á los procu- radores que con ese fin envia á la Corte, manda el Cabildo que del ganado alzado del comun se ha- gan 2000 cueros y se les den para que en España se hagan de fondos con ellos, y quizás ó sin quizás para que paguen y se propicien influjos.

El convento de San Francisco, alegando la grande escacés en que se halla, pide y obtiene que se le permita matar ganado y recoger sus cueros.

Una vez apuntada así la natural preocupacion del vecindario en este asunto de las Peticiones de Navegar que mantuvo en continuo anhelo el interés del vecindario desde el año de 160) hasta el de 1809 en que la voz poderosa de Don Mariano Moreno le dió su forma definitiva, podemos descender á seña- lar otros rasgos menos importantes pero curiosísi- mos de notar como fisonomia de aquella vecindad.

En un dia de 1603 grande alarma de la ciudad: una noticia sumamente desagradable pone en con- flicto á los vecinos de barba en pecho de aquellos momentos. Los unos gritan «no lo hemos de per- mitir»; los otros dicen «al cabildo para que lo estor- be» ¿Qué sucede? Lo que sucede es que acaba de saberse que—«el Barbero de la ciudad se ausenta, se embarca, y que todo el mundo tendrá que andar en ella largamente barbado, porque fuera del Bar-