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Y hoy tengo el alma gris, hoy estoy triste,
Pero pienso en verdad,
Que cuando va a nevar, también se viste
De gris la inmensidad.

Y mi tristeza tórnase más leve,
Pensando que quizá
No es más que el gris presagio de una nieve
Que más tarde caerá...


Y he aquí la nieve, la obsesión blanca de su alma. Se diría que el cielo hizo para ella, por darle un símbolo grato, el milagro de nevar sobre esta ciudad. Ella se apoderó en seguida del símbolo y en su sensibilidad de artista el espectáculo, durante la noche serena, dejé un gran rastro indeleble. Lo dice el poema en que precisamente canta a la nieve; la contempló como a una hermana y con el corazón avasallado por una ternura sin nombre:

Y en un rapto indecible de locura,
Con un abrazo inmenso, irreal, potente,
He deseado estrechar tanta blancura
E incrustarla en mi ser profundamente.

Hermana, sí, apenas te he encontrado
Ya recoges tu límpido atavío,
¡Que el suelo en que un instante has reposado,
Tu ambiente no es, como tampoco el mío!


Y lleguemos al sentido más profundo de sus versos. Lo hallamos fácilmente en el dístico final de «Ascensión» y en la extraordinaria exaltación lírica de «Estoy sola».