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ma y las dimensiones del conjunto lenticular de estrellas de que hace parte. En efecto, si el número mas ó menos grande de estrellas contenidas en espacios iguales, varía en razon del espesor mismo de la capa á cada direccion, este número debe darnos la longitud del rayo visual, sonda atrevidamente arrojada á las profundidades del cielo, cuando el rayo hiere el fondo de la capa estelar ó mas bien á su límite esterior, porque no tienen aplicacion aquí las ideas de alto ni de bajo. En sentido del eje mayor de la capa, debe el rayo visual encontrar las estrellas escalonadas siguiendo esta direccion, en mucho mayor número que por cualquier otra parte: en efecto, las estrellas están fuertemente condensadas en estas regiones y como reunidas en un matiz general que puede compararse á un polvo luminoso. Su conjunto señala en la bóveda celeste una zona que parece envolverla por completo. Esta zona estrecha, cuyo brillo desigual se vé interrumpido á trechos por espacios oscuros, sigue con algunos grados de diferencia la direccion de un círculo máximo de la esfera, porque nosotros venimos á estar colocados cerca del medio de la capa de estrellas, y en el plano mismo de la via láctea, que es su perspectiva. Si nuestro sistema planetario se encontrase situado á una gran distancia de ese conjunto de estrellas, la via láctea nos ofreceria la apariencia de un anillo; á una distancia aun mayor, aparecería en el telescopio como una nebulosa irreductible terminada por un contorno circular.

Entre todos los astros que brillan con luz propia, tenidos largo tiempo por fijos, aunque equivocadamente, puesto que de contínuo cambia su posicion; entre esos astros que forman nuestra isla en el Océano de los mundos, el Sol es el único que observaciones reales nos permiten reconocer como centro de los movimientos de un sistema secundario compuesto de planetas, de cometas y de asteroides análogos