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desprendidas del cielo; á pesar de tantos hechos fundados en testimonios oculares, irrecusables, tales como los bœtilios, que desempeñaron tan importante papel en el culto de los metéoros entre los antiguos; el aerolito que los compañeros de Cortés vieron en Cholula y que habia chocado con la pirámide próxima; las masas de hierro meteórico de que se hicieron forjar espadas de sables los califas y príncipes mogoles; los hombres muertos por piedras caldas del cielo, como por ejemplo, un fraile de Cremona el 4 de setiembre de 1511, otro fraile de Milán en 1650 y dos marineros suecos, heridos dentro de su navío en 1674; á pesar de tantas pruebas acumuladas, quedó en el olvido un fenómeno cósmico de tamaña importancia, y sus íntimas relaciones con el mundo planetario permanecieron ignoradas hasta los tiempos de Chladni, ilustre ya por su descubrimiento de las líneas nodales. Pero hoy es imposible contemplar indiferentemente las magníficas apariciones de las noches de noviembre y de agosto; diré mas, uno solo de esos rápidos metéoros bastará frecuentemente para dar vida á sérias observaciones. Ver surgir de repente el movimiento enmedio de la calma de la noche y turbarse por un instante el plácido brillo de la bóveda celeste; seguir con la vista al metéoro que cae dibujando en el firmamento una luminosa trayectoria ¿no nos trae luego al punto á la imaginacion esos espacios infinitos llenos por doquiera de materia y vivificados por todas partes de movimiento? ¿Qué importa la estremada pequeñez de esos metéoros en un sistema donde se encuentran, al lado del enorme volúmen del Sol, átomos tales como el de Ceres, y el primer satélite de Saturno? ¿Qué importa su repentina desaparicion cuando un fenómeno de otro órden, la estincion de las estrellas que brillaron en Casiopea, en el Cisne y en la Serpentaria, nos ha obligado ya á admitir que en los espacios celestes pueden existir otros astros de los que en ellos vemos por lo co-