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mun? Al presente ya lo sabemos: las estrellas errantes son agregaciones de materia, verdaderos asteroides que circulan alrededor del Sol, que atraviesan como los cometas las órbitas de los grandes planetas y que brillan, por último, cerca de nuestra atmósfera, ó al menos en sus últimas capas.

Aislados en nuestro planeta de todas las partes de la creacion que no comprenden los límites de nuestra atmósfera, no estamos en comunicacion con los cuerpos celestes sino por el intermedio de los rayos, tan íntimamente unidos, de la luz y del calor (90) y por la misteriosa atraccion que los cuerpos lejanos ejercen, en razon de su masa, sobre nuestro globo, sobre los mares, y aun sobre las capas de aire que nos rodean. Pero si los aerolitos y las estrellas errantes son realmente asteroides planetarios, su modo de comunicacion con nosotros cambia de naturaleza, se hace mas directo y se materializa en cierto sentido. En efecto; no se trata ya de aquellos cuerpos lejanos cuya accion sobre la tierra se limita á ocasionar vibraciones luminosas y caloríficas, ó tambien á producir movimientos segun las leyes de una gravitacion recíproca; sino de cuerpos materiales, que abandonando los espacios celestes atraviesan la atmósfera y vienen á chocar con la tierra, de la cual forman parte desde entonces: tal es el único acontecimiento cósmico que puede poner á nuestro planeta en contacto con las otras regiones del Universo. Acostumbrados como estamos á no conocer los séres colocados fuera de nuestro globo sino por las medidas, el cálculo y el razonamiento, nos admira ahora el poder, sin embargo, tocarlos, pesarlos y analizarlos. Así es como la ciencia pone en juego los secretos resortes de la imaginacion y las fuerzas vivas del espíritu, mientras que el vulgo no vé en estos fenómenos sino chispas que se encienden y apagan, y en esas piedras ennegrecidas, caidas con estrépito del seno de las nubes, el producto grosero de una convulsion de la naturaleza.