que siguen direcciones opuestas por grupos; mas los datos actuales de la ciencia no bastan para obligarnos á admitir que todas las porciones de nuestra zona estrellada, y todas las pertenecientes á las demás zonas de que está lleno el Universo, deben moverse alrededor de un gran cuerpo desconocido, brillante ú opaco. Indudablemente, semejante hipótesis satisface a la imaginacion, y á la incesante actividad del espíritu humano, siempre deseoso de desentrañar las últimas causas. El Estagirita habia dicho ya: «Todo lo que tiene movimiento supone un motor; el encadenamiento de las causas no tendria fin, si no existiese un primer motor inmóvil (3).»
Pero el estudio de estos movimientos estelares no paralájicos, independientes del cambio de posicion del observador, ha abierto á la actividad humana ancho campo para que estienda libremente sus investigaciones, sin lanzarse á concepciones vagas en el mundo ilimitado de las analogías. Aludo á las estrellas dobles, cuyos movimientos lentos ó rápidos, se verifican en órbitas elípticas segun las leyes de la gravitacion, dándonos asi la prueba irrecusable de que estas leyes no son especiales de nuestro sistema solar, si no que reinan tambien hasta en las mas apartadas regiones de la Creacion: sólida y bella conquista de la Astronomía, que asimismo debemos á los recientes progresos de los métodos de observacion y de cálculo. El número de estos sistemas binarios ó múltiples cuyos astros componentes circulan alrededor de un centro de gravedad comun, es verdaderamente pasmoso (pasaba de 2,800 en 1837); pero lo que principalmente hace de este descubrimiento una de las mas brillantes conquistas científicas de nuestra época, es la estension que dá á nuestros conocimientos sobre las fuerzas esenciales del Universo; es la prueba que nos ha suministrado de la universalidad de la gravitacion. Los tiempos que emplean estas estrellas en trazar una revolucion entera,