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varian desde cuarenta y tres años, como en la estrella η de la Corona, hasta miles de años, como en la 66 de la Ballena, en la 38 de Géminis y en la 100 de Piscis. Desde los cálculos de Herschell hechos en 1782, el satélite mas próximo de la estrella principal en el sistema triple ζ de Cáncer, ha completado ya una revolucion y aun parte de otra. Combinando convenientemente las distancias y los ángulos (4) que determinaban en diferentes épocas las posiciones relativas de las estrellas que componen los sistemas dobles, se llega á calcular los elementos de sus órbitas reales, y aun á fijar provisionalmente sus distancias á la Tierra y la relacion de sus masas con la del Sol. Estos resultados conservarán largo tiempo un carácter hipotético, porque ignoramos si la fuerza de atraccion se regula invariablemente en aquellos sistemas, como en el nuestro, por la cantidad de las moléculas materiales; Bessel ha demostrado por qué aquella fuerza podria ser allí específica y no proporcional á las masas (5). La solucion definitiva de estos problemas, parece, pues, reservada á un porvenir muy lejano aun de nosotros.

Comparando el Sol con los astros que componen nuestra capa lenticular de estrellas, es decir, á otros soles que brillan por sí mismos con luz propia, se reconoce la posibilidad de determinar, respecto de algunos por lo menos, ciertos límites estremos entre los cuales deben hallarse comprendidas sus distancias, sus masas, sus magnitudes y su velocidad de traslacion en el espacio. Tomemos por unidad de medida el radio de la órbita de Urano, que equivale á diez y nueve radios de la órbita terrestre, y hallaremos que la distancia de α del Centauro, al centro de nuestro sistema planetario, contiene 11,900 de aquellas unidades; la de la estrella 61 del Cisne cerca de 31,300 y la de α de la Lira 41,600. La comparacion del volúmen de las estrellas de primera magnitud con el del Sol, depende