de una flora exótica; pero la naturaleza inorgánica le ofrece siempre parajes que le recuerdan las cúpulas redondeadas de las montañas de la Auvernia, los cráteres de levantamiento de Canarias ó de las Azores, el Vesubio y las grietas eruptivas de la Islandia. Basta dirigir una mirada al Satélite de nuestro planeta, para comprender la analogía que acabamos de señalar. Los mapas de la Luna, dibujados con ayuda de medianos telescópios, nos enseñan la superficie de este astro sembrada de vastos cráteres de levantamiento rodeados de eminencias cónicas ó encerrados en los recintos circulares que las mismas constituyen. Es imposible desconocer aquí, los efectos de una reaccion del interior del globo lunar contra las capas esteriores, reaccion eminentemente favorecida por la escasa pesantez que reina en la superficie de nuestro Satélite.
Si á los volcanes se llama con justa razon en muchas lenguas montañas ignívomas, no por ello deduciremos que estas montañas se hayan formado siempre por la acumulacion incesante de corrientes de lava. Su composicion parece mas bien resultar en general de un levantamiento brusco de las masas reblandecidas de traquito, ó de augita mezclada con labrador. La altura del volcan dá la medida de la fuerza que lo ha producido. Hay tanta variedad en esta altura, que ciertos cráteres tienen apenas las dimensiones de una simple colina (tal es el volcan de Cosima, una de las kuriles japonesas), en tanto que en otros paisajes se ven conos de 6,000 metros de elevacion. La altura de los volcanes, me ha parecido que ejerce una grande influencia en sus erupciones; y que su actividad esta en razon inversa de su altura. Consideremos en efecto, la serie siguiente: el Estromboli (707 metros); en la provincia de Quiros, el Guacamayo, que truena casi todos los dias, (yo lo he oido frecuentemente en las inmediaciones de Quito, á una distancia de 16 miríametros); el Vesubio (1181 metros); el