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pequeño número de pueblos habitantes de la zona templada, es á quienes se ha revelado primero un conocimiento íntimo y racional de las fuerzas que obran en el mundo físico. De la zona boreal, mas favorable aparentemente al progreso de la razon, á la dulzura de las costumbres y á las libertades públicas, es de donde los gérmenes de la civilizacion han sido importados á la zona tropical, tanto por esos grandes movimientos de razas que se llaman emigraciones de los pueblos, cuanto por el establecimiento de colonias, igualmente saludables para los paises que van á poblar y para aquellos de donde parten, cualquiera que sean las diferencias que presenten por otro lado sus instituciones en los tiempos fenicios ó helénicos, y en nuestros tiempos modernos.

Al indicar la facilidad mas ó menos grande que ha podido dar la sucesion de los fenómenos para reconocer la causa que los produce, he hablado de este punto importante donde, en el contacto con el mundo esterior, al lado del encanto que esparce la simple contemplacion de la naturaleza, se coloca el goce que nace del conocimiento de las leyes y del encadenamiento mútuo de aquellos fenómenos. Lo que durante largo tiempo no ha sido sino objeto de una vaga inspiracion, ha llegado poco á poco á la evidencia de una verdad positiva. El hombre se ha esforzado para encontrar, como ha dicho en nuestra lengua un poeta inmortal «el polo inmóvil en la eterna fluctuacion de las cosas creadas.»(9)

Para llegar á la fuente de este goce que nace del trabajo del pensamiento, basta echar una rápida mirada sobre los primeros bosquejos de la filosofía de la naturaleza ó de la antigua doctrina del Cosmos. Encontramos entre los pueblos mas salvajes (y mis propias escursiones han confirmado esta asercion) un sentimiento confuso y temeroso de la poderosa unidad de las fuerzas de la naturaleza, de una esen-