El habitante de la tierra no se pone en relacion con la materia que contienen los espacios celestes, ya esté diseminada, ó reunida en grandes esferoides, sino por dos caminos; por los fenómenos de luz (propagacion de las ondas luminosas), ó por la influencia que ejerce la gravitacion universal (atraccion de las masas). La existencia de acciones periódicas del sol y de la luna sobre el magnetismo terrestre son hasta hoy muy dudosas. Ninguna esperiencia directa arroja luz sobre las propiedades ó cualidades específicas de las masas que circulan por los espacios celestes, y sobre las de las materias que quizá los llenan por completo, á no ser, como acabamos de enunciar, respecto de los aerolitos ó piedras meteóricas que se mezclan á las sustancias terrestres. Basta recordar aquí lo que puede deducirse de su direccion y de su enorme velocidad de proyeccion, velocidad esencialmente planetaria, á saber: que dichas masas, rodeadas de vapores y al llegar al estado de incandescencia, son pequeños cuerpos celestes atraidos por la accion de nuestro planeta fuera de su primitivo camino. El aspecto, tan familiar á nuestra vista, de estos asteroides, la analogía que ofrecen con los minerales que componen la corteza de nuestro globo, tienen sin duda algo de sorprendente; pero la única consecuencia que puede deducirse en mi juicio, es que en general los planetas y las otras masas que bajo la influencia de un cuerpo central se han aglomerado en anillos de vapores, y despues en esferoides, son como partes integrantes de un mismo sistema y tienen un mismo orígen, y pueden ofrecer tambien una asociacion de sustancias químicamente idénticas. Hay mas todavía: las esperiencias del péndulo, y particularmente las hechas con tan rara precision por Bessel, confirman el axioma newtoniano, de que los cuerpos mas heterogéneos en su composicion (el agua, el oro, el cuarzo, la caliza granulada y diferentes masas de aerolitos) esperimentan por la atrac-
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