cion de la tierra, una aceleracion enteramente semejante. Unénse á las observaciones del péndulo pruebas obtenidas por observaciones puramente astronómicas. La casi identidad de la masa de Júpiter, deducida de la accion que ejerce este gran planeta sobre sus satélites, sobre el cometa de Encke de corto periodo, y sobre los pequeños planetas (Vesta, Juno, Ceres y Palas), dá igualmente la certeza de que, en los límites de nuestras actuales observaciones, la atraccion está determinada por la sola cantidad de la materia (23).
La carencia de percepciones sobre la heterogeneidad de la materia, que se obtiene de la observacion directa y consideraciones teóricas, dá á la mecánica de los cielos un alto grado de simplicidad. Sujeta la estension inconmensurable de los espacios celestes á la sola ciencia del movimiento, la parte sideral del Cosmos bebe en las fuentes puras y fecundas de la astronomía matemática, como la parte terrestre en las de la física, química y morfología orgánica; pero el dominio de estas tres últimas ciencias abraza fenómenos de tal modo complicados, y hasta el dia tan poco susceptibles de métodos rigorosos, que la física del globo no podria vanagloriarse aquí de la certeza, simplicidad en la esposicion de los hechos y de su mútuo encadenamiento, que es lo que caracteriza la parte celeste del Cosmos. La diferencia que señalamos en este momento, quizás sirva de esplicacion al por qué, en los primeros tiempos de la cultura intelectual de los Griegos, la filosofía de la naturaleza de los Pitagóricos se dirigió con mas ardor hácia los astros y los espacios celestes, que hácia la tierra y sus producciones; y cómo, merced á Philolao, y despues por los deseos análogos de Aristarco de Samos, y de Seleuco de Erytrea, ha llegado á ser mas provechosa al conocimiento del verdadero sistema del mundo, que haya podido serlo jamás para la física de la tierra, la filosofía de la na-